Dialogamos con el obispo de Florida sobre su camino de fe, su vida sacerdotal y episcopal, y su devoción mariana.
El jueves 26 de diciembre de 2024, Mons. Martín Pérez Scremini, obispo de Florida, cumplió 75 años. El derecho canónico obliga a los obispos a presentar su renuncia al papa, quien no tiene la obligación de aceptarla inmediatamente y puede pedirle al pastor de la Iglesia local que continúe un tiempo más en su cargo.
Es así, que en pleno mes de noviembre de 2025, cuando celebramos el bicentenario de la Virgen de los Treinta y Tres, Mons. Pérez Scremini seguirá conduciendo a la Iglesia que peregrina en Florida y Durazno, y que en la catedral, el pasado domingo 9, recibió a miles de uruguayos.
Dentro del predio del templo, a la sombra de un arbolado patio contiguo al Santuario Nacional, Entre Todos tuvo la oportunidad de dialogar extensamente con Mons. Martín. Aquí parte de esa charla.
¿Cómo fueron sus primeros años de vida y su primer acercamiento a la fe?
Nací en Montevideo el 26 de diciembre de 1949, en una familia católica de la Ciudad Vieja. Éramos cinco hermanos, de los cuales tres seguimos vivos. Fuimos al Colegio Inmaculado Concepción, “Los Vascos”, durante la primaria y la secundaria. Luego, yo hice el preparatorio en el colegio La Mennais, porque mi hermano había ido el año anterior con los amigos y me enganché. En ese momento muere mi abuelo, y nos fuimos a vivir a la calle Julio Herrera, frente al Entrevero.
Yo hice el preparatorio para seguir Veterinaria. Una vez terminado el preparatorio ingresé a la facultad, me recibí de veterinario, di un concurso y estuve trabajando en la dirección de la fiebre aftosa, en el Ministerios de Ganadería. Es en ese momento, cuando ya estaba trabajando, que empezaron mis cuestionamientos vocacionales más serios. Ya los había tenido antes, como todo cristiano que va a un colegio católico lo tuvo en algún momento, en el marco de algún retiro, pero nunca le había contestado al Señor por sí o por no. Fue durante este nuevo cuestionamiento que empecé a dimensionar si quería esto para toda la vida.
Pero ya había una vida de fe…, ¿cómo fue la etapa de discernimiento hacia el sacerdocio?
Sí, yo tenía un grupo de reflexión en el colegio de Los Vascos, con el padre Juan Carlos Ramírez —un betharramita hoy fallecido—. Yo trabajaba en el interior -en Lavalleja y Paso de los Toros- y los fines de semana me venía a Montevideo, y tenía esos grupos los sábados de noche. Siempre tuve un vínculo con la fe.
En ese tiempo comencé a cuestionarme más seriamente, hasta que en un momento —luego de hablar y escribirme mucho por carta con el P. Ramírez— tomo la decisión. Significaba largar todo, porque era dejar una carrera y tirarme al agua. Era también decirlo en casa, porque papá había fallecido unos años antes, y como yo entré primero con los betharramitas era cambiar de país (porque el seminario de ellos estaba en Buenos Aires).
Cuando lo comenté en el trabajo, además de la sorpresa, hubo un cambio de actitud en mis compañeros de trabajo, que se abrieron más a contar su vida religiosa; otro tipo de conversaciones.
Al principio de mi camino de formación estuve con los betharramitas dos años en Argentina, en los que hice el noviciado y comencé Filosofía y Teología. Fue un tiempo en el que también comenzó el cuestionamiento si lo mío era el clero diocesano o religioso, porque cuando empecé no había hecho mucho discernimiento de este tipo. Yo conocía a los betharramitas y punto (ríe).
Después, volví a nuestro país y comencé Teología aquí, en Montevideo, en el seminario, que en ese tiempo estaba en la Av. Centenario. Luego, nos fuimos al Cerrito de la Victoria y los dos últimos años de mi formación ya en la actual ubicación, en el Seminario Interdiocesano Cristo Rey. Me ordené en el año 1985.
En esos años, además del P. Ramírez, ¿hubo algún referente particular?
Básicamente él, porque siempre fue, hasta que partió a Buenos Aires, muy cercano en el colegio, con nuestra familia, iba a casa como uno más. Para mí siempre fue el referente de sacerdote. Conocí algunos sacerdotes de la Catedral, pero era algo más de paso.
Era un sacerdote sencillo, cercano. Y, además, cuando fui a Buenos Aires, él estaba de rector, entonces me acompañó también en ese tiempo.
En el momento que entré al seminario en Uruguay estaba Mons. Raúl Scarrone de rector, con quien me encontré años después aquí en Florida.
¿Cómo fueron esos primeros años como sacerdote?, ¿en qué comunidades estuvo? ¿Cómo fueron esos años en el Seminario Interdiocesano?
Cuando llegué de Buenos Aires, durante mi formación como seminarista, estuve en algunas parroquias. Y ya más avanzado, estaba en Aires Puros con Rodolfo Wirz. Y cuando nombran a Wirz párroco del Reducto me voy con él. estando allí recibí las ordenaciones como diácono y como sacerdote.
En 1987 me proponen para ir de formador al Seminario Interdiocesano. En el seminario estuve catorce años, y al principio iba los fines de semana a la parroquia del Reducto, pero luego fui a otras parroquias.
En esos años, como acompañaba a los muchachos de “Introductorio», quienes recién empezaban, tenía más tiempo. Pero un día me avisan que tenía que ir a Santa María de la Ayuda, en el Cerro, porque los franciscanos que estaban allí dejaban la parroquia. Entonces los fines de semana me iba de encargado de esa comunidad. Después, durante siete años, estando en el seminario, me iba a Paso de la Arena.

De los catorce años estuve siete como rector, y durante ese tiempo también iba a la comunidad de Peñarol, porque había quedado sin un responsable. Los equipos con los que me tocó trabajar ese tiempo me hicieron sentir muy cómodo. Y cuando Mons. Nicolás Cotugno asumió arzobispo, un día de visita en el seminario, charlando, me preguntó cuánto tiempo hacía que estaba allí. Al escuchar mi respuesta me dijo «¿qué?», eso lo tomé como un “hasta aquí llegó mi paso por el seminario” (sonríe).
Mons. Cotugno me preguntó a dónde quería ir, y en ese tiempo, los fines de semana, yo visitaba toda la parte de Punta Yeguas y Santa Catalina. Celebraba misa, visitaba a las familias; entonces dije que quería ir allí. Pero el tema es que no había nada, ningún espacio donde establecerse. El caso es que a una cuadra de la casa de una de las familias a las que iba a visitar apareció un lugar en venta, que además tenía un garaje. A nosotros nos venía bien porque necesitábamos un lugar en el que armar una capilla. Con la gente de ahí lo acondicionamos (sacando la puerta de entrada de vehículos, poniendo ventanas, lambriz, etc.) y se convirtió en una capilla preciosa. Y allí me fui a vivir.
Estuve dos años, en los que pudimos, junto a otros parroquianos, terminar la casa y empezar a formar la comunidad —ayudado principalmente por el diácono permanente Carlos Cassi y por Gloria—.
Hasta que un día llegó Mons. Cotugno —yo ya era vicario general—, y me dice que la Aguada se quedaba sin párroco, así que me fui para ahí. Un tiempo después, en 2004, me viene el nombramiento como obispo auxiliar. Igualmente, logré en ese tiempo quedarme en la Aguada y no ir a la curia. Me duró poco, pero bueno (vuelve a reír).
Cuando me fui a vivir a la curia atendía la capilla del Hospital Maciel, junto a la hermanas. Era también volver a la Ciudad Vieja, donde había nacido. Así me encontró el nombramiento, en 2008, como obispo de Florida.
Lo hago retroceder unos años, ¿cómo vivió el Sínodo de Montevideo de 2005?
Fue muy bien preparado, porque tenía varios tópicos. Al frente de la preparación estaba el P. Roberto Russo que tenía una capacidad enorme tanto en la preparación de materiales, en las dinámicas de trabajo, etc. Teníamos reuniones periódicas con todas las comunidades. Eran jornadas maratónicas.
En cuanto a los resultados, creo que hubo dimensiones de la vida eclesial que quedaron muy marcadas por el sínodo, entre ellas los sacramentos y la catequesis. También fue la confirmación de muchas cosas que ya se venían haciendo y que ahí se transformaron en planes pastorales.
¿Cómo vivió esta etapa que ya lleva diecisiete años en Florida?
Yo había conocido Florida porque tenía tíos y parte de familia acá, por ahí venía a veces de vacaciones. Y después cuando estuve trabajando en el ministerio, como veterinario, antes de entrar al seminario, los últimos tiempos había vivido en Florida.
Claro que al llegar como obispo, muchos tiempo después, la mirada es desde otro lugar. De entrada me sentí muy bien. Además, fui muy bien recibido por la gente y me adapté enseguida. Cada vez me cuesta más ir a Montevideo (ríe nuevamente).
Hay cosas en las que también he cambiado. Cuando estaba en Montevideo me costaba mucho ir a la radio para una entrevista, creo que solo fui una vez. Pero acá es diferente, el trato es diferente. La Iglesia también tiene otro lugar en la vida pública en el interior. Vivís tal vez los mismos problemas que en Montevideo, pero no dejás que la realidad te enloquezca.
Además, desde el principio Radio María se puso a disposición y formamos un equipo para sacar el programa del que salieron más de quinientos programas, «Maestro, ¿dónde vives?», que significó mi bautismo de radio.
Y cómo se trabaja la variedad de realidades que hay en la diócesis (n. de r.:que incluye los territorios completos de los departamentos de Florida y Durazno), desde la ciudad hasta el rincón rural más alejado.
La verdad es que la gente que fui encontrando acá fue la que me salvó la vida. Una de ellas fue Imelda, que además de su trabajo conmigo en la radio, fue quien me acompañó cuando comenzamos a ir a la cárcel, desde 2009 hasta ahora, todas las semanas.
Después, pudimos formar un grupo para gestionar toda la parte económica, con un contador y una escribana, con quienes nos reunimos todos los miércoles. Y siempre hay cosas para hacer.
Y encontré una persona de Durazno que me ayudó en el interior de ese departamento, donde hay comunidades que aún persisten —Sarandí de la China, Baygorria, La Alegría , Cuchilla Ramírez—. También el sacerdote que está como párroco de La Paloma. Esas personas, como muchas otras, son apóstoles que uno se va encontrando en el camino y que no te dejan de sorprender.
En la diócesis tenemos diecinueve parroquias y hay veinticuatro sacerdotes —ocho del clero secular y los demás religiosos—. Tenemos todo cubierto, menos Molles, que lo atienden las Hermanas de Verbo Encarnado hace más de treinta años. Igualmente, siempre estamos rezando porque estamos con el número justo (suelta otra risa).

El Santuario de Florida es lugar de peregrinación de todos los católicos uruguayos, el lugar donde está la imagen de nuestra patrona, la Virgen de los Treinta y Tres. ¿Qué significa ser el obispo de esta diócesis desde ese lugar?
Cuando llegué a Florida ya tenía una devoción mariana que había comenzado de pequeño, en mi casa, con María Auxiliadora, porque mis padres eran de Paysandú; la Medalla Milagrosa, porque mi madre era muy devota y todos los 27 de noviembre íbamos a La Unión; y después la Virgen de Betharram, porque nos educamos en Los Vascos.
Esta advocación, la de la Virgen de los Treinta y Tres, a medida que la vas conociendo y la vas descubriendo, el gran aporte que le hace a la vida de la Iglesia es el vínculo indisoluble que tiene con la patria, con nuestra historia nacional, eso le da una tónica distinta.
Claro que estando acá te involucras más aún con sus celebraciones, sus novenas, sus peregrinaciones. Por estos motivos uno aprende a querer aún más esta advocación que nos reúne como pueblo.

