En el marco de las celebraciones por sus cuarenta años, conversamos con el vicerrector de la Comunidad Universitaria, P. Gustavo Monzón SJ, sobre algunos hitos de estas cuatro décadas de historia.
Quienes estuvieron presentes aquel 29 de mayo del año pasado en el auditorio del edificio Semprún, lo recordarán bien. La Dra. Carolina Greising presentaba su libro «Católicos en la República Laica (1916-1934)» y confesaba ante el público presente: «Fui parte de la primera generación de la universidad, un lugar en el que, por aquel entonces, nadie se animaba a estudiar». No hace falta decirlo, la situación cuatro décadas después es radicalmente opuesta; la Universidad Católica se convirtió en una institución de referencia.
Tampoco es necesario remarcar que la coloquialmente llamada “UCU” se encuentra en un proceso de crecimiento y expansión, porque también se percibe con facilidad. La cantidad de alumnos aumenta, las propuestas académicas crecen e, incluso, los límites edilicios se expanden.
Hablar de más de cuarenta carreras de grado, más de siete mil estudiantes activos y más de veinticinco mil graduados, pueden sonar como cifras lejanas, aunque constituyen todo un hito para la primera universidad privada del país. Para sus autoridades, el rumbo es claro: “crecer para servir a la sociedad”.
Valorar el recorrido
El martes 18 de marzo, la Universidad Católica realizó la inauguración del edificio San José. Para ellos no se trató de un hecho aislado, sino cargado de significado.
Podría ser por la presencia del presidente de la República, Prof. Yamandú Orsi, y de la vicepresidente, Ing. Carolina Cosse, además de diversas autoridades, tanto nacionales como eclesiales (incluyendo a su primer rector, Mons. Luis del Castillo). También por la culminación del edificio —en la antesala de la conmemoración de nuestra Iglesia a san José—, que cuenta con seis mil metros cuadrados repartidos en cinco plantas. O por la presentación de la escultura del artista plástico Alberto Saravia, elaborada para la ocasión.
Pero, sobre todo, es especial porque marca el comienzo de la celebración de sus primeras cuatro décadas. El rector de esta institución educativa, P. Dr. Julio Fernández Techera SJ, reflexionó sobre este aspecto durante la ceremonia de inauguración: “Los aniversarios siempre nos invitan a mirar, a hacer relato de la historia. Cuando uno piensa en estos cuarenta años de la UCU, aparecen tres palabras: continuidad, disrupción e innovación”.

“El edificio San José se funda sobre la antigua clínica universitaria. Se establece en forma de ele alrededor de ella, que es donde los estudiantes de las carreras de salud realizan sus prácticas. Acá hay dos objetivos principales. Por un lado, tener espacio para estudiantes, como salones o salas de conferencias, pero también espacios para estar y compartir la vida estudiantil o de recreación. Además, permite que aquellos que concurran a la clínica puedan esperar de una manera más cómoda y digna. Llegamos justos con los tiempos del edificio, y eso es mérito del equipo de planta física, el esfuerzo de la constructora y de sus obreros”, explicó a Entre Todos el P. Mag. Gustavo Monzón SJ, vicerrector de la Comunidad Universitaria desde junio de 2022.
De acuerdo con el joven sacerdote jesuita, la casa de estudios planifica otras actividades durante el año: “El comienzo de los festejos se realizó con la inauguración de la nueva sede, pero después seguirá con otros eventos a lo largo del año. Por ejemplo, fiestas con estudiantes, encuentros culturales y artísticos, o reuniones con los alumni para que nos puedan visitar. Estamos contentos, porque la inauguración del edificio estableció muy bien el rol que juega la Universidad Católica en la sociedad uruguaya, que es permitir un espacio de intercambio en el que personas de distintos credos, ideologías políticas y visiones de mundo, estén unidas en la búsqueda del conocimiento y de la verdad”.
El aporte de todos
Hay un concepto que se repite con frecuencia durante la conversación con el P. Monzón, que es la idea de “continuidad y discontinuidad”. De hecho, no es algo casual; lo mismo ocurrió días atrás con el P. Fernández Techera, durante el mencionado acto de inauguración.

¿Cómo se explica esta idea? “Lo vemos así, porque ahora estamos parados aquí por el esfuerzo de otras personas que trabajaron en la universidad en estas cuatro décadas o incluso antes, cuando era un instituto. No podemos olvidarnos los cinco años fermentales, desde el inicio de la década del ochenta, con la búsqueda de los obispos de hacer esta universidad, que se plasmó en marzo de 1985. Y así, cada generación que vino después hizo su aporte. Desde esa ruptura de la cultura universitaria única hasta los noventa que fueron adaptándose al mercado universitario, y luego los que la consolidaron económicamente hasta llegar a nuestros días, en los que se alcanzó un proceso de transformación, de evidente continuidad, pero también de rupturas que permitieron alcanzar la universidad del siglo XXI. Debemos destacar el trabajo de académicos, funcionarios, estudiantes, investigadores, sacerdotes jesuitas, rectores, decanos, que pusieron lo mejor de sí para poder seguir creciendo y respondiendo a los desafíos que presenta hoy el sistema universitario”, complementó el vicerrector de la Comunidad Universitaria.
Una propuesta diferente
Claramente, no tendría sentido hablar de la Universidad Católica sin mencionar su innegable misión evangelizadora. Según el P. Monzón, el valor agregado de la UCU radica en los valores y habilidades que enseña: “Dentro del perfil del graduado, hay cuatro rasgos innegociables. Primero, un sentido humanista cristiano, que el alumno sepa que su existencia viene por regalo de Dios. Esto ocurre por más de que haya estudiantes sin fe o de muchos credos, ellos precisan conocer esta realidad. Después trabajar la identidad y propósito personal, porque uno recibió una cantidad de dones y talentos, que son regalos que nos permiten descubrir quiénes somos y para qué estamos. En tercer lugar, transmitirles una visión de mundo, que logren abrirse y tener experiencias internacionales, ya sea mediante intercambios, pero también con actividades como semanas internacionales, bibliografía o con profesores que hayan viajado. Y, por último, un espíritu innovador que les permita desarrollarse profesionalmente. A veces reducimos la innovación a lo tecnológico, pero se puede realizar también en el contexto, por ejemplo, de una clase de humanidades. ¡Podemos innovar hasta con una caja! La clave está en proponérselo”.
Los cursos entendidos como fundamentales dentro de cada carrera ocupan un setenta y cinco por ciento aproximado de las asignaturas, y en ellas se constituye la base de cada programa académico. El porcentaje restante se compone de materias optativas (apostando a la transversalidad entre las distintas formaciones) y asignaturas del llamado Centro CORE, estructura que nuclea materias asociadas a humanidades y las divide en tres bloques: antropología filosófica, ética y ciudadanía, y sociedad y religión. Los alumnos deben tomar al menos una de cada área.
“Se trata de una ruptura y de una actitud ante la vida. Es una ruptura, porque tenés grupos de estudiantes de distintas carreras, pero también es una continuidad, porque en 1985 ya había cursos de fenomenología de la religión, ética y antropología. Los fundadores, partiendo de la necesidad de formar a lo humano como expresión de lo divino, ya sabían que era necesaria una base filosófico-teológica para desarrollar una profesión. A esa tradición le dimos un impulso muy interesante a través del Centro CORE e incluso de otras actividades como las CORE Talks, que son formas de posicionar temas dentro del debate público”, afirmó el sacerdote jesuita.
El valor de la Iglesia

“En la Iglesia católica tenemos un tremendo tesoro, pero yendo más específicamente al ámbito de la educación católica, el diferencial está en responder a la pregunta de por qué hacemos las cosas. La realidad es que la educación católica está extendida en todo el país y en todas las clases sociales. Pero tenemos que estar siempre atentos a las novedades, de manera de responder eficazmente a las necesidades que haya, pero sabiendo que contamos con una tradición de dos mil años que necesita estar en diálogo con la sociedad y actualizarse para ser Buena Noticia. En ese aspecto, y en un contexto de deshumanización, de pérdida de sentido y de automatización, que pueden estar ocasionados por la tecnología o las inteligencias artificiales, la educación católica tiene un tremendo desafío para amalgamar sentido”, reflexionó el P. Monzón.
—Dentro de este escenario, ¿qué universidad te imaginás para el futuro?
El vicerrector se toma unos segundos para responder, mientras su mirada se dirige hacia el techo y aparece una sonrisa en su rostro.
—Una universidad afianzada, que siga aportando al país, creando más carreras que no conozcamos todavía pero que vayamos a necesitar. La imagino así, sin olvidar su identidad y ofreciendo su tesoro, con una cultura que sepa siempre dar su magis.
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