Editorial del Card. Daniel Sturla en el quincenario Entre Todos
“Para encontrarlo de nuevo a él”
Cuando el padre Cacho, Ruben Isidro Alonso, tomó la decisión de ir a vivir entre los pobres tenía bien claro el motivo y así lo dejó plasmado por escrito: “para encontrarlo nuevamente a él”. Y no tuvo dudas de que allí lo encontraría: “porque sé que vive allí, que habla su idioma, que se sienta a su mesa, que participa de sus angustias y esperanzas”.
Aquí está el secreto de esta figura excepcional que el buen Dios regaló a la Iglesia en el Uruguay. Este domingo 4 de septiembre se cumplen treinta años de su muerte. Habrá distintos actos recordándolo y se le tributarán diversos homenajes, pero lo central será la misa en la parroquia de los Sagrados Corazones de la calle Possolo donde reposan sus restos. En la misa pediremos por él y daremos gracias a Dios por su vida y también tendremos la intención de que este “siervo de Dios” pueda ser venerado un día como beato y como santo.
¿Precisa Cacho estos homenajes o que un día, Dios mediante, la Iglesia pueda conferirle el “honor de los altares”? Ciertamente que no, él no lo necesita, quienes lo precisamos somos nosotros, porque ciertamente Cacho marca un camino cuya clave es hacer del hermano, marcado por la pobreza, protagonista de su propia superación. Cacho hizo tomar conciencia de la propia dignidad a muchos y por eso quienes tanto lo quisieron y recibieron su influjo lo veían como un vecino más pero al mismo tiempo como un vecino especial.
¡Cuánto tenemos que aprender de su figura! Este Cacho de la dignidad humana, de la defensa de los indefensos, de la humildad y la sencillez, es ante todo un buscador de Jesús y un seguidor suyo. Es un místico, es decir alguien que ha vivido una experiencia de encuentro con Dios que, como se titula un libro sobre Carlos de Foucauld, es siempre una relación como la de “dos bailarines en la pista”. Encuentro, mirada, acercamiento y alejamiento, dolor y gozo.
Cacho fue a encontrar a quien sabía que estaba allí. Buscó y encontró y siguió buscando y profundizando en el encuentro. Marcó rumbos, dejó huella, encarnó su vida sacerdotal identificándose con Cristo y siendo al mismo tiempo servidor y amigo de ese Cristo pobre y suscitando una corriente de simpatía y de involucramiento de muchos con su gente, siempre desde el respeto al otro, a sus tiempos, a su ritmo.
El Señor mira esta porción de Iglesia que peregrina en Montevideo y nos regala testigos: madre Rubatto, las beatas Dolores y Consuelo, Jacinto Vera, padre Cacho y otros. A seguir sus huellas “para encontrarle de nuevo a él”.