En mi casa, de niño, cuando florecían los jazmines, sabíamos que estaba cerca la Navidad. En el pesebre, que se armaba en la estufa a leña, se adornaba al niño con jazmines recién cortados y el aroma le daba esa atmósfera particular que a todos nos llenaba de alegría. Por el Pbro. Daniel Kerber.
El Adviento apunta a una “venida” o “llegada” (de su raíz latina ad-venio), y si bien normalmente lo asociamos de inmediato a la Navidad, tradicionalmente la Iglesia lo refiere a tres momentos. La venida histórica de Jesús, con su nacimiento en Belén. La segunda venida que anuncian los evangelios y que llevará a la consumación de la historia, y la venida “intermedia” o la venida cotidiana que hace continuamente presente a Dios en la vida de todos los días.
La primera venida: Navidad
Toda la historia y la misma creación tiene un centro, que es Jesús, el Hijo de Dios hecho carne, “mediante el cual (el Padre) creó el mundo y al cual ha hecho heredero de todas las cosas” (Hb 1, 2). Ni el tiempo ni el cosmos tienen sentido sin Cristo, que es a la vez la meta hacia la cual todo converge: “todo ha sido creado por él y para él” (Col 1, 16).
El pregón de Navidad, en la Nochebuena, canta de modo abreviado cómo toda la historia apuntaba al nacimiento del Salvador: “millones de años después de la creación… millones de años después de brotar la vida sobre la faz de la tierra… miles y miles de años después que aparecieran los primeros humanos capaces de recibir el Espíritu de Dios… unos mil novecientos años después que Abraham partiera de su tierra…” Así sigue narrando la historia hasta llegar a su centro: “El Hijo de Dios Padre, habiendo decidido salvar al mundo con su venida, concebido por obra del Espíritu Santo, transcurridos los nueve meses de su gestación en el seno materno, en Belén de Judá, hecho hombre, nació de la Virgen María, Jesús, Cristo”.
Como vivimos en una cultura de lo inmediato, nos resulta difícil remontarnos a tanto tiempo atrás. Pero es necesario mirar cómo la historia y la creación también tienen su movimiento de espera y de esperanza. Vivimos en una historia que tiene sentido, y ese sentido se lo da el mismo Dios creador, que la orienta y conduce. Y esos millones de años que transcurrieron hasta la venida, nos muestran también la paciencia de Dios, que va tejiendo nuestra historia con sabiduría, y sabe vencer la oscuridad con la luz, y enderezar lo torcido con la fuerza de su misericordia.
Entonces, la historia tiene su centro en un hombre: Jesús de Nazaret, nacido de la Virgen María, y este hombre es también Dios-hecho-carne, el Emanuel, que toma nuestra naturaleza para salvar a toda la humanidad. Que no nos engañe la pequeñez del signo. Vemos un niño “envuelto en pañales y recostado en un pesebre” (Lc 2, 12), pero recostado en esas pajas está Dios mismo, el todopoderoso que guía con sabiduría los destinos de la humanidad, que se hace todo-necesitado para salvarnos.
A este misterio de la Navidad nos referimos cuando hablamos de la “primera venida del Señor”, que en la liturgia del Adviento se anuncia en los domingos II, III y IV.
La segunda venida: la parusía
Jesús, antes de su pasión, anunció que vendría una vez más, “con gran poder y gloria” (Mt 24, 30) (Lc 17, 20 ss; Mc 13, 24 ss). Esta esperanza era una realidad inminente en el tiempo del Nuevo Testamento. De hecho, Pablo esperaba estar vivo cuando Jesús viniera: “los que estemos vivos cuando el Señor venga, no nos adelantaremos en nada a los que murieron” (1 Tes 4, 15). Esa tensión que generaba la espera de la venida del Señor, se va diluyendo con el tiempo, y después de dos mil años, si bien profesamos en el credo que Jesús vendrá “para juzgar a vivos y muertos”, de hecho, muchas veces vivimos como si esa segunda venida no nos afectara en absoluto. De hecho, en cada misa aclamamos diciendo “¡Ven Señor Jesús!”, Maranatha, pero ¿hasta dónde realmente anhelamos esa venida? ¿No pensamos a menudo: «no vengas, Señor, que aún tengo muchas cosas pendientes que hacer en esta vida»?
La segunda venida del Señor es uno de los elementos de nuestra fe, pero es sobre todo una clave central que da sentido a nuestra vida y nuestra historia. La historia, así como tiene un origen en Dios creador, ya tiene una meta marcada y es Jesús resucitado, que va consolidando su reino hasta que, finalmente, “Dios sea todo en todos” (1 Co 15, 28), y “ya no haya ni muerte, ni llanto, ni gritos ni dolor” (Ap 21, 4).
La ¿tercera venida? “Yo estoy con ustedes”
San Bernardo de Claraval, en un sermón de Adviento, nos habla de la tercera venida del Señor. No se refiere a una venida sucesiva a la segunda, sino que es una venida “intermedia”.
Todos los evangelios culminan con las apariciones del Resucitado a su comunidad. Marcos y Lucas también nos narran relatos de la ascensión de Jesús: “Luego llevó a sus discípulos fuera de la ciudad, hasta Betania, y alzando las manos los bendijo. Y mientras los bendecía, se apartó de ellos y fue llevado al cielo” (Lc 24,50 ss). Esta imagen de Jesús ascendiendo es muy potente, y con frecuencia nos hace distorsionar un poco el sentido que tiene esta ascensión. ¡Jesús no asciende para separarse de los suyos! De hecho, el evangelio de Marcos, dice: “Después de hablarles, el Señor Jesús fue levantado al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos salieron a anunciar el mensaje por todas partes; y el Señor colaboraba con ellos, y confirmaba la palabra con las señales que la acompañaban” (Mc 16, 20). Este “colaboraba con ellos”, indica que Jesús resucitado está presente actuando con sus discípulos. Lo mismo va a decir el evangelio de Mateo, que es el único que termina con un discurso directo de Jesús, los demás culminan de forma narrativa. Jesús que antes de su pasión había convocado a sus discípulos a Galilea, cuando resucita les dice: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y la tierra, vayan pues y hagan discípulos en todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les mandé. Y miren, yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”. Otra vez más, de modo bien claro, Jesús resucitado está presente en su comunidad, siempre.
El Señor viene siempre, y nos encontramos con él cuando escuchamos su palabra, cuando nos reunimos en su nombre: “cuando dos o tres se reúnan en mi nombre, yo estoy allí, en medio de ellos” (Mt 18, 20). Nos encontramos con él en los sacramentos, de modo especial en la eucaristía: “el que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí, y yo en él” (Jn 6, 56). Jesús también sale a nuestro encuentro con nuestros hermanos, especialmente en los más necesitados: “todo lo que hicieron por uno de estos hermanos míos más pequeños, lo hicieron también conmigo” (Mt 25, 40).
Así, estas tres venidas del Señor abrazan el pasado: el nacimiento histórico de Jesús; el futuro: la segunda venida gloriosa del Señor; y el presente: el cotidiano encuentro con el Señor presente en medio de nosotros.
Las actitudes que la Iglesia nos propone en el Adviento
- La espera activa y vigilante
La Iglesia nos exhorta a una espera vigilante, que no es pasiva, sino atenta y orientada hacia el Señor que viene. Esta actitud abarca las tres venidas: recordamos la primera con gratitud por el misterio de la Navidad, anticipamos la segunda con anhelo escatológico, y reconocemos la intermedia en la presencia de Cristo en la eucaristía y en los hermanos. - La conversión del corazón
Adviento es un tiempo de conversión, un llamado urgente a examinar la conciencia, arrepentirnos de los pecados y volver a Dios, preparándonos para recibir a Cristo en todas sus venidas. Es tiempo de acrecentar nuestra oración y particularmente dejarnos guiar por la palabra, que a través de la celebración litúrgica nos va proponiendo un itinerario progresivo de preparación a la venida del Señor. - La esperanza gozosa y la paciencia
Una actitud central es la esperanza gozosa, que impregna todo el Adviento como un «período de devoto y expectante deleite», equilibrando la seriedad de la preparación con la alegría de la salvación ya iniciada.
Esta alegría no es superficial, sino «raíz en el corazón», fruto del Espíritu Santo, y se opone a la tristeza o la impaciencia, invitándonos a «ser pacientes hasta la venida del Señor» (St 5, 7). - La acción solidaria
Dios quiso hacerse Emanuel, Dios-con-nosotros, y nos invita a reconocerlo a él presente en cada uno de los hermanos y hermanas. Una actitud propia del Adviento es también la solidaridad concreta con quienes tenemos cerca, o con quienes tendríamos que acercarnos.
María, Nuestra Señora del Adviento
La Virgen María está particularmente presente en todo este tiempo de Adviento. Ella es la maestra que nos enseña a esperar, acoger y servir a Jesús que viene. Ella, que lo acogió en su seno purísimo interceda, para que dejándonos purificar también nosotros, celebremos llenos de alegría y esperanza la venida salvadora del Señor.

