El arzobispo de Montevideo celebró por adelantado el nacimiento de Cristo el viernes 20 de diciembre, junto con más de cincuenta mujeres privadas de libertad.
La sala es pequeña y austera. El piso de hormigón es frío y rugoso. En una esquina, un horno de barro, viejo y en desuso, se ve fuera de lugar. Las paredes están pintadas de blanco, pero desgastadas, con humedad y con telas de arañas. En una de ellas hay un mural dedicado a Vincent van Gogh, que aporta algo de color.
No hay mesas ni sillas. Solo hay columnas de cemento que sostienen el techo, por donde gotea. La luz escasea, apenas entra por una ventana rectangular y por un pequeño tubo led que tintinea, casi sin iluminar. El aire es denso y pesado, lo que hace que el lugar se sienta aún más cerrado.
Esta es una de las salas de la Unidad 5 Femenino, la cárcel de mujeres.
La presencia de Dios en lo sencillo
La cita para la misa era el viernes 20 de diciembre a las 14 horas, pero la demora en el ingreso del cardenal Daniel Sturla, el hermano Roberto Villa —de la Orden Misericordista— y los agentes de la Pastoral Penitenciaria hizo que comenzara más tarde.
La sala, pequeña y austera, donde no hay mesas ni sillas y el blanco predomina, se transforma en una capilla improvisada. Dos reclusas acercan una mesa de madera que se convierte en altar. Otras tres traen sillas de plástico para que la asamblea se siente. Los agentes pastorales cuelgan una balconera de Navidad con Jesús en una de las columnas, mientras que en las otras, colocan imágenes religiosas.
Ninguna de las presidiarias está obligada a participar. Va quien quiere, quien busca, por unos minutos, tener un encuentro con Dios.
Los agentes pastorales reciben a las mujeres y les entregan el cancionero. Todas tienen sentencia definitiva. Las que están con prisión preventiva asistirán a otra celebración más tarde.
La misa es presidida por Sturla. Su modo de oficiarla es una catequesis en sí misma. Explica el significado de cada momento, de cada gesto: “Este es un lugar de encuentro y de conexión entre la Tierra y el Cielo”. Lo acompañan Villa y Luis Emilio Rodríguez, diácono permanente y agente de la Pastoral Penitenciaria, quien cumple dos funciones: servir en el altar y animar los cantos con su guitarra.
Celebrar la Navidad en medio del dolor
La celebración comienza. Las mujeres cantan y responden con voz firme. Se las ve involucradas y sintiéndose partícipes del momento.
“La fiesta de la Navidad nos trae alegría por todo lo que significa, pero también cierta tristeza, porque estamos lejos de casa, de nuestra familia, de las personas queridas. Sin embargo, el hecho de poder celebrar la santa misa nos eleva. En la palabra de Dios y en el altar encontramos al Señor que se hace presente”, dice Sturla al inicio de la homilía.
Y añade: “¿Para qué vino Jesús al mundo? El Hijo de Dios hecho hombre vino a salvarnos. Todos somos pecadores, necesitamos el perdón de Dios, su amor y su misericordia. Por eso, aunque estemos tristes o nos duela lo que ha sucedido, confiamos en que el Señor nos da a cada uno de nosotros su abrazo de paz”.
Luego, toma una de las velas del altar y dice: “La luz de Cristo nunca se apaga, es el signo de su presencia entre nosotros”. Con una sonrisa, motiva a las mujeres a cantar: “Esta es la luz de Cristo”, mientras les pasa la vela a las que están sentadas en la primera fila, como un signo de invitación a ser portadoras de luz.
La prédica de Sturla, además de profundizar en el sentido de la Navidad, tiene un propósito catequético. No solo enseña, sino que también invita a las mujeres a sentirse parte del momento, acompañadas y escuchadas. Por eso, al terminar su homilía, invita a las mujeres a mencionar las intenciones para presentar a Dios.
Las mujeres responden al instante: “Por nuestras familias”, “Por nuestros hijos”, “Por la salud”, “Por la libertad”, “Por las compañeras que están embarazadas”, “Por los que ya no están con nosotros”. Entre las intenciones se menciona a Victoria, una reclusa que, el día anterior, se quitó la vida en la cárcel.
La celebración sigue como de costumbre, sin grandes alteraciones. Algunas mujeres charlan y se desconcentran, pero los agentes pastorales y las oficiales les piden silencio. Muy pocas reciben la comunión, mientras que la mayoría opta por la bendición, como un signo de cercanía con Dios.
Se reza un Avemaría y Sturla imparte la bendición final, que es seguida por un aplauso de las reclusas, como forma de agradecimiento. La canción de despedida no es religiosa. Ellas han pedido Color esperanza. Cantan el estribillo, aplauden, se abrazan.
El altar se transforma nuevamente en una simple mesa para compartir la merienda. Hay tortas dulces, galletitas y jugo, todo preparado por los agentes pastorales, quienes además imprimieron imágenes a todo color de la Sagrada Familia para que cada una se lleve un recuerdo a su celda.
Esta fue la última misa del año, organizada por la Pastoral Penitenciaria de Montevideo. En los últimos días, Sturla presidió celebraciones en las Unidades 4 (Comcar), 6 (Punta de Rieles) y 9 (Cárcel de mujeres con hijos).
Por: Fabián Caffa
Redacción ICM

