El pasado domingo 4 de setiembre, se cumplieron treinta años del fallecimiento del padre Cacho. En su memoria, se realizaron distintos homenajes, destacándose la misa presidida por el Card. Daniel Sturla en la parroquia de los Sagrados Corazones (Possolo), sitio donde reposan sus restos.
“Para encontrarlo nuevamente a Él”. Ese fue el argumento que expresó Rubén Isidro Alonso, popularmente conocido como el padre Cacho, para emprender su camino y buscar a Dios entre los más necesitados. Treinta años después de su partida terrenal, se desarrollaron varios homenajes para recordar su mensaje y también su obra.
“Son días de mucha alegría para nosotros, estamos muy felices y agradecidos. Hoy compartimos esta eucaristía, que entra en un marco de distintas celebraciones y actividades –ayer tuvimos un gran festival, después hubo una ‘hamburgueseada’– para hacer memoria y recordar al padre Cacho. Este martes habrá un homenaje en el parlamento, así que desde distintos lugares se hace memoria y se lo celebra”, comentó a ICM el padre Luis Ferrés, párroco de Possolo, luego de culminada la celebración por el aniversario de su partida.
Justamente, de la actividad en la parroquia –que incluyó la misa y posterior almuerzo compartido, acompañados de música en vivo y testimonios– participaron cientos de vecinos. Para el padre Ferrés, la asistencia no fue sorpresiva: «Obviamente, se sigue haciendo presente, hay recuerdos que siguen vigentes, aunque hayan pasado treinta años. Es como siempre digo, la cosecha muestra lo que fue la siembra. Cacho marcó a muchísima gente con sus gestos de desprendimiento, cercanía, y suscitar la bondad en el otro. Muchas vidas cambiaron gracias a él, y por eso se lo recuerda con agradecimiento en estas celebraciones”, consideró.
En esta misma línea, el cardenal Daniel Sturla, en diálogo con este portal, reflexionó acerca del clima festivo de la celebración, en ocasiones incluso interrumpida con algún aplauso espontáneo: “vivimos una fiesta, sin dudas, porque fue una misa con mucha participación de los vecinos, con un sentido profundo de gratitud hacia Dios por lo que ha significado para este barrio y para el Uruguay entero, la figura del padre Cacho”.
Una obra santa
Hablar de Cacho es hablar de fe y entrega, pero para los vecinos es recordar a un amigo que fue testimonio vivo del evangelio. “Él era distinto, nos mostraba cómo querer y respetar a Dios, pero además ayudaba. Enseñaba, pero no obligaba, y colaboraba mucho con nosotros, no sólo evangelizaba con la palabra. Tengo recuerdos en los que, cualquier cosa que pasara y por más mala que fuese, él justificaba todo con alguna parábola de la Biblia, pero sin apartarse de predicar con el ejemplo. No era un juez, era un amigo. Para mí fue un ejemplo de vida”, afirmó en diálogo con ICM Angélica Ferreira, vecina de la zona y que vivió junto al padre Cacho.
“La luz de Cacho tiene que estar encendida por siempre. Él dejó semillas –yo me considero una de ellas– y mientras Dios me dé vida, intentaré hacer todo lo que se parezca a lo que él hizo. Es lo más grande que nos pasó. Escucho hablar de él y me emociono, en la misa se me caían las lágrimas. Su entrega fue total, y nosotros vivimos todo eso con él: desde parar en una esquina a charlar, hasta tomar mate juntos”, agregó, sensibilizada tras la celebración.

Angélica Ferreira, durante la celebración. Fuente: Romina Fernández.
Conversando con este medio, el arzobispo no dudó en sostener que “treinta años después, su obra sigue dando frutos. Esa es la fama de santidad que tiene Cacho. La gente del barrio lo considera un santo, porque ha hecho obras que siguen trascendiendo. Ha sembrado mucho –de hecho, existe la obra Padre Cacho– pero es una de las tantas cosas de las que él realizó, sembró y que continúan brotando hoy”.
Para Angélica, no hay dudas: fue una obra de santidad. “Era un santo. En uno de mis poemas, lo nombro como ‘el santito del perdón, sin aureola y sin manto’. Era sencillo y recorría por todos lados. Fue, es y será, un santo en la tierra, era como Jesús entre nosotros –lo digo con mucho respeto –. Gracias a Dios viví y compartí mucho con Cacho. No era como otros curas, que bendicen con la palabra, él vino para compartir en el barrio todo su amor. Nos enseñó a recuperar la fe, a no perder la dignidad, y a ser tú mismo. Creo en Dios, por sobre todas las cosas, pero creo que actuaba por intermedio de Cacho. Luego de Dios, para mí está Cacho”, confesó.
Un camino de entrega
Sobre su drástica decisión de partir hacia los desamparados, el padre Ferrés mencionó que, “cuando Cacho fallece, se encontró entre sus pertenencias un escrito que él mismo redactó y que cuenta: ‘Siento la imperiosa necesidad de encontrarme con Jesús’ y, mencionándolo de una forma más fácil y breve, encontrarlo en los pobres. Cacho decía: ‘sé que Él está allí. Entre los que más sufren, entre los que más necesitan’. Hizo una obra muy grande, de más de 20 años en el barrio, y por eso siempre decimos que su motor, su espiritualidad, lo que le daba fuerza a él, eran esas ganas de encontrarse a Jesús vivo entre los más necesitados”.
En este sentido, desde la perspectiva del cardenal, “Cacho sintió esa vocación especial, que es ese llamado de encontrar a Cristo en el pobre, en el que más sufre, y ponerse de su lado. No solamente dando una mano, por decirlo así, sino haciéndose uno de ellos desde allí mismo, para crecer juntos. Eso es una característica suya impresionante, que lo pone en el corazón del evangelio”.
Por su parte, Angélica recordó que su llegada al barrio no fue sencilla: “cuando vino, entró como un cura más. No fue fácil. Pero luego encontramos algo diferente, vimos a alguien que realmente se arrimó con fe y desde muy lejos, para buscar a los pobres. Al confesar que quería vivir con los necesitados, Dora Paredes lo trajo para Plácido Ellauri, y él se encontró con una realidad incluso distinta a la que esperaba. Pero no le importó y se quedó, se hizo su rancho y se instaló acá. Estuvo con los clasificadores, ayudó a construir casas para un montón de gente y colaboró en varios barrios de la zona. Y nosotros lo adoptamos como nuestro. Como digo en uno de mis poemas, ‘fue golpeado, pisoteado. Lo aceptó como Jesús, y llevó, con mucha experiencia, esa tan pesada cruz. Dios lo trajo hasta nosotros, y él por amor, se quedó, para tratar de ayudarnos’. Y en otro poema cuento: ‘De sandalias recorriste caminos muy polvorientos. Y nada te detenía, ni el sol, ni el agua, ni el viento. En la mochila que llevabas, en tu hombro, permanente, estaban las esperanzas e ilusiones, de tu gente’. Ese era Cacho”, repitió varias veces, con la voz ya quebrada.
Cacho es de todos
Ya culminada la celebración, el cardenal explicó que “(los vecinos) lo sienten como propio, porque el corazón de Cacho está en este barrio, pero trascendió fronteras. Lo importante es, cómo una figura de la magnitud de Cacho, es testimonio para toda la iglesia. Por eso la solicitud de la beatificación, y eso es muy importante porque hay un mensaje suyo que nos trasciende a todos nosotros, que es el gesto de acampar en medio de la gente y convertirlos en protagonistas de su propio desarrollo y de su vida cristiana”.
Durante la misa, el arzobispo precisó que, actualmente, Cacho es siervo de Dios, y que luego están los estados de venerable, beato y santo. Se confeccionaron materiales para enviar a Roma, además de procurar testificar algún milagro suyo. Pero, en la homilía, se detuvo en la necesidad de hacer tal gestión ante el Papa.
“Estamos en el proceso de beatificación de Cacho. Uno podría decir ‘Cacho no precisa de eso. ¿Para qué tanta cosa, si nosotros ya lo consideramos un santo?’ Pero no lo precisa Cacho, por supuesto que no. Quienes lo conocieron y disfrutaron, ya saben que es san Cacho, aunque no lo diga la Iglesia. Pero Cacho ya no es de este barrio, ya no pertenece a aquellos que lo conocieron y vivieron con él. Cacho es de la iglesia. Cacho es del Uruguay. Cacho es del mundo. Por eso, porque nosotros lo precisamos, es que queremos ver a Cacho beato”, añadió.

Personas de todos los rincones se acercaron para disfrutar de la celebración. Fuente: Romina Fernández.
El cardenal aprovechó gran parte de la homilía, justamente, a vincular los textos bíblicos con la vida de Cacho: “Hoy es un día de gratitud a Dios. Cada vez pasa más el tiempo de aquel dolor de la despedida y se convierte en gratitud, por lo que fue su vida. El evangelio de hoy, en su radicalidad, es el que toca este domingo. Sin embargo, parece como escrito para recordarlo a él, porque Jesús pone tres condiciones muy extremas para ser su discípulo: tenerlo en primer lugar, cargar la cruz y dejar de lado las posesiones. De ahí, entonces, lo que significa para nosotros la vida de Cacho, a treinta años de su muerte. Él buscó ante todo a Jesucristo. ‘Se que vive aquí’, ‘voy a encontrarlo a Él’, dice en su famoso escrito. Y esta seguridad de que aquí, en estos barrios, entre los más pobres, él iba a encontrar al mismo Jesús, fue lo que lo motivó a un hombre que es, ante todo, un místico. Capaz esa palabra nos parece media extraña, pero es un buscador de Dios, alguien que quiso encontrarlo no solo en la contemplación pasiva de la realidad”.
En otro momento de su prédica, expresó que “el Papa Francisco recordó, durante la beatificación de Juan Pablo I –el que estuvo apenas por 33 días–, una oración que decía: ‘Señor, tómame como soy, con mis defectos, con mis debilidades, pero hazme llegar a ser como tú quieres’. Esto es también lo que hizo Cacho en su vida, porque recibía a todos en la comunidad tal como eran, con defectos y virtudes, los quería como eran. La segunda lectura era medio complicada, pero Pablo le dice al esclavo que vuelva a su casa, pero ya no como esclavo, sino como hermano. Ese es el cambio interior que, de algún modo, Cacho lo hizo tempranamente: ver en el otro a un hermano querido por el que entregaba su vida”, reflexionó.
El Card. Daniel Sturla también recordó los últimos días de Cacho, ya establecido en el hogar sacerdotal. «Cuando estaba preparándose para el encuentro definitivo con el Señor, aunque con la esperanza de poder sanar y volver, escribió: ‘tu amor es para siempre. En mis dudas, tu amor es para siempre. En mis penumbras, tu amor es para siempre. En mi debilidad, tu amor es para siempre. En mis caídas, tu amor es para siempre. En mis cansancios, tu amor es para siempre. En mis angustias, tu amor es para siempre. En mis dolores, tu amor es para siempre. En mis pecados, tu amor es para siempre. En mis alegrías, tu amor es para siempre. En mi amor, tu amor es para siempre’. Y por eso, cuando ya estaba en el hogar y no podía responder a toda la gente que iba a verlo y sentía esa angustia de la lejanía, les escribió: ‘acá no hay una obra personal, todo es obra de Jesús. Somos muchos los que estamos trabajando en nueve comunidades distintas, y a veces me siento como un ladrón cuando leo y dicen La obra del padre Cacho, sinceramente me siento avergonzado”, recordó, haciendo énfasis en su sencillez.
Al concluir, el cardenal comentó que “hace unos días conocí la obra del padre Cacho, y vi las vivencias de tanta gente que demuestra que, si el mal es contagioso, el bien también contagia. Y los que tenemos la experiencia de la fe, tenemos la certeza de que el amor siempre termina siendo más fuerte”, concluyó.