Sobre el Monasterio de la Visitación y las monjas salesas, o visitandinas. Tercer artículo de la serie, por el Pbro. Gonzalo Abadie.
La historia de la fundación del monasterio de las salesas, que atesora el libro manuscrito allí conservado, mantiene en vilo al lector, transportándolo a una larga cuaresma de cuarenta años, en que las hermanas Juana y Rosa, hijas del brigadier Juan Francisco García de Zúñiga, determinadas a dedicar su vida como religiosas, mantienen la llama de su fe encendida, pacientes ante la adversidad invencible, hasta obtener de Dios el objeto de su deseo: la fundación de un monasterio.
Esa prehistoria se desarrolla a partir del año 1816, y culmina en 1856, cuando cinco monjas italianas de Milán, salesas, lleguen a Montevideo para la tan deseada fundación, en la que debió intervenir el mismo papa Pío IX, en ese año al frente de la Iglesia. Siendo joven, había visitado Montevideo como parte de una misión diplomática (1824-1825), y había dado su palabra a las hermanas Zúñiga, de que haría lo posible para influir en Roma. Treinta y tres años más tarde, volvió a tomar contacto con aquella antigua historia montevideana. Era papa. Podía influir. Y lo hizo. Pero todavía debemos recorrer un largo camino para llegar a ese momento.
En el artículo anterior conocimos al presbítero Portegueda, difusor de la devoción al Sagrado Corazón. Él abrazó la causa de las hermanas Zúñiga, pero insistiendo que el monasterio en cuestión debía ser de salesas (también llamadas visitandinas) cuya devoción al Sagrado Corazón entusiasmaba tanto. Forzado a permanecer en Buenos Aires, intenta fundar allí un monasterio. Escribe a Europa, y encuentra, sorpresivamente, el interés del Monasterio de Paray-le-Monial, próximo a París, que Margarita María de Alacoque, la santa de las apariciones del Sagrado Corazón, hizo famoso.
Es el año 1830. Sor Luisa Benedicta Gricourt escribe al padre Portegueda, ofreciéndose a viajar a Buenos Aires con otras monjas, dispuestas a fundar de inmediato un monasterio de la Orden de la Visitación. Peor el tiempo apremia, las monjas corren peligro. Se ha producido la Revolución de Julio, y los liberales arremeten contra la Iglesia. Las monjas temen por su vida. Pronto recibirán una visita política al monasterio, la Visita Popular. Las monjas son sospechosas de estar alojando jesuitas… ¡Es hora de correr! ¿Hay dinero para que podamos viajar? El último pasaje de su carta del 6 de octubre, que leímos en el último artículo, decía sor Luisa Benedicta:
“Ud. tenga pues a bien decirme si se podrá todavía hacer este viaje sin peligro, y de cuántas religiosas podrá Ud. proveer a los gastos del viaje con los fondos que nuestras hermanas de Madrid nos han dicho que tiene para este establecimiento…”.
Retomemos la carta de sor Gricourt en el punto que la dejamos.
«Yo no dudo que hay aquí tres o cuatro que pueden ponerse en camino en esta estación, mas cuando hayan visto lo que es eso, y les den noticias a las demás, hasta las más medrosas y de menos salud podrían ir con la próxima primavera. Yo llevaré también a una joven que no tiene aún el velo, pero que desea abrazar nuestro método de vida y que sabe muy bien todo lo que se enseña en nuestro educandado, donde ha estado muchos años, y hallándose además diestra en tocar el piano podría ser muy útil en la educación.
Quisiéramos asimismo saber si vendrá algún eclesiástico y hasta dónde, supuesto que en caso de efectuarse el viaje, convendría embarcarnos en Brest; si no obstante fuera posible hacer viaje por tierra y no por mar, se haría menos temible esta larga travesía, y creo sería menos peligroso a la entrada del frío.
Dígnese Ud. Señor, decirnos el juicio que se forma de esta nuestra determinación de servirlo, como también el de esa ciudad. Y si el Ilmo. [ilustrísimo] Sr. Obispo tiene los mismos deseos que Ud., tenga a bien manifestárselos al Ilmo. Sr. Obispo de Maux, pidiéndole aquellas religiosas de la misma Orden de la Visitación que yo encuentre propias para esta empresa que parecería temeraria a todo el mundo, y a mí misma, si no supiera yo que no tiene Ud. persona alguna del Instituto, y que le será casi imposible establecer verdaderas Salesas sin otro auxilio que los libros de la Orden y sin persona que lo haya practicado. En cuanto a mí se han pasado 12 años desde que profesé, habiendo entrado en religión el 16 de diciembre de 1816; y me parece que poco más que nada; pero yo espero que las que lleve conmigo, suplan a lo que a mí me falta. Yo gracias a Dios tengo muy buena salud, mucho mejor que la de nuestra madre de aquí, que se halla en el estado más triste. Si yo voy a esa [ciudad de Buenos Aires], llevaré un gran número de reliquias de nuestra venerable hermana Margarita María, cuyos preciosos restos poseemos aquí. Quisiera saber si hay allí jesuitas, o si al menos los ve de tiempo en tiempo, porque yo celebraría mucho que así fuera.
Quiera, señor, aceptar la buena intención que tengo de secundar sus deseos, si nos es posible, y creer los sentimientos de alta consideración con los que tengo el honor de ser en la unión de los Sagrados Corazones de Jesús y de María, su muy obediente y muy humilde hija y sierva.
Sor Luisa Benedicta Gricourt
Para el caso de que esta comunidad y las otras no existan, cuando sea tiempo de recibir la contestación de Ud., tenga la bondad de enviarla bajo cubierta al Sr. Burtier, sacerdote de Paray le Monial, y este me la dirigirá adonde sabrá que me hallo».
Esta hermana [continúa escribiendo la narradora del manuscrito, una de aquellas cinco hermanas italianas que llegarán en 1856, y a la que le han transmitido esta historia de los cuarenta años previos a su llegada] volvió a escribir al Sr. don Pedro Portegueda el 11 de noviembre del mismo año 1830, y he aquí su carta:
«Viva + Jesús
Señor. Pensando que Ud. tendrá los mismos deseos que ha manifestado a nuestras muy amadas hermanas de Madrid de tener personas de nuestros monasterios para fundar una casa de nuestra Orden en ese hermoso país de Buenos Ayres, yo creo que el estado actual de cosas en Francia no contribuirá poco a hacer pasar a su país las gracias de que nuestra patria, nuestra desgraciada patria, se hace cada día más y más indigna; en consecuencia, pues, con el permiso de mis superiores eclesiásticos y otros, yo me propongo definitivamente a ayudar sus intentos, y pasar cerca de Ud. con algunas de nuestras hermanas de Maux, de donde yo soy profesa, pero como debemos estar siempre acompañadas de eclesiásticos, y que atendido el estado de Francia que los arroja de ahí no es posible, cómo podría Ud. enviar alguno a buscarnos […].
Espero que podremos conseguir del Rev. P. provincial de los jesuitas uno o dos de sus padres para acompañarnos hasta Buenos Ayres; al menos nosotras vamos a dar pasos para ello, y estamos tan favorecidas de muchos miembros de esta santa Compañía, que podemos asegurar a Ud. del buen éxito. Así que, señor, uno solo es el inconveniente que nos queda por vencer, que consiste en proveernos del dinero necesario para hacer una tan larga navegación; nosotros contamos mucho sobre su celo, y no dudamos que podrá proveerlo con los fondos que nuestras hermanas del 1.er monasterio de Madrid nos aseguran que Ud. les ha dicho tiene para este establecimiento. Nosotras no podremos embarcarnos sin tener con qué; y a la verdad que nuestro monasterio de aquí, y el de Maux, son demasiado pobres, así como los otros, para subvenir a este gasto, que pienso ha de ser considerable.
Podríamos sin embargo embarcarnos, si hallamos ocasión, y esperar en Brest los fondos que Ud. nos remita. He aquí, señor, según creo, el único partido que hay que tomar; enviarnos algún sujeto que en caso de encontrar buques, se informase si M.ª Luisa Benedicta Gricourt, y otras personas iban de viaje; en tal caso que trasborde a nuestro buque, nos entregue lo que hubiese recibido de Ud. para nosotras, y vuelva en nuestra compañía.
Otro medio para el caso de que los sucesos de Francia nos obligaran a ponernos en viaje antes de haber recibido sus fondos, o papel de cambio, sería el poner una letra para algún banquero de Francia, dentro de la respuesta de Ud., dirigiéndola bajo cubierto del señor Graveran muy digno cura de la Parroquia de San Luis, en Brest, donde esperaremos el auxilio de plata de Ud., porque sin esto no podremos, si la necesidad no lo exige, meternos en los peligros de la navegación. Así que, señor, allá será donde esperaremos, y Ud. sírvase, lo más pronto que le sea posible, darnos los medios de poder ponernos en viaje. Ud., mejor que nosotras, sabe la cantidad que en este caso puede ser necesaria para cinco o seis personas a lo menos, entre religiosas, sacerdotes y doméstico con equipaje, porque los males de nuestra patria, habiendo llegado a lo sumo, las personas que podrían retraerse temiendo los peligros del mar, los abrazarán en algún modo de buena gana para evitar los de Francia.
Sí, señor, los males de nuestra pobre patria son grandes, ella se obstina contra Dios, y no puede menos que atraer sobre sí la venganza más horrorosa. Roguemos para apartar los males que la amenazan; por más herido que esté el Santísimo Corazón de Jesús por nuestras ingratitudes, está aún lleno de misericordia. Fervorosos clamores pueden todavía enternecerlo.
[…] Yo, señor, le suplico con el mayor encarecimiento trate de enviarnos con los fondos, o el medio de procurarlos… […] Por último queda definitivamente convenido que no hay necesidad de enviar el sujeto que había antes insinuado, ni ninguna de las otras cosas, pues sería preciso que todo fuese muy mal en Francia, para que no podamos permanecer en Brest, donde continuaremos nuestra vida religiosa en una pequeña casa a este efecto, y nosotras esperaremos su contestación que Ud. dirigirá a madame Luisa Gricourt, en casa del señor Graveran, cura de la Parroquia de San Luis, en Brest, del Cabo de Finisterre. Nosotras nos iremos allá dentro de pocos días […]. Dispénseme Ud. señor mis repeticiones y crea a los sentimientos de esta consideración con los que tengo el honor de ser, en la unión de los Sagrados Corazones de Jesús y de María, vuestra muy humilde e indigna hija y sierva en Nuestro Señor.
Sor Luisa Benedicta Gricourt, de la Visitación de S.ª M.ª, Dios sea bendito.
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