Un tiempo para celebrar y reflexionar la Palabra de Dios
Con motivo de la celebración de este Mes de la palabra de Dios, compartimos con ustedes la reflexión del P. Daniel Martínez, director de la Comisión Palabra de la Vicaría Pastoral de la Arquidiócesis de Montevideo.
Celebrar la Palabra
Termina setiembre. Un setiembre diferente. No solo por la pandemia.
Cada año, al llegar este mes, los cristianos en Uruguay celebrábamos el Mes y el Domingo de la Biblia, pero este año los católicos estamos celebrando el Mes y el Domingo de la Palabra de Dios. Esto responde a un pedido del Papa Francisco: que en todas las comunidades del mundo el III Domingo del Tiempo Ordinario se dedicase a venerar y reflexionar sobre la Palabra de Dios. Claro, el III Domingo del Tiempo Ordinario… es dos domingos después de la Epifanía… es decir, pleno enero. Y como en enero nuestras comunidades están medio “tranquilas” y, generalmente, más dispersas; los obispos de todas las Iglesias diocesanas del país, aprovechando además nuestra rica tradición de celebrar el Mes de la Biblia en setiembre, nos han propuesto, a partir de este año, dedicarlo a celebrar la Palabra de Dios.
Quizá alguno de nosotros esté pensando… ¿Pero no es lo mismo? ¿No es la Biblia la Palabra de Dios?… Entonces ¿solo se trata de un cambio de nombre?…Vamos a ver, pero vayamos por partes…
La Palabra de Dios y la revelación
En primer lugar, cuando normalmente hablamos de la Palabra de Dios, y nos referimos a la Sagrada Escritura o Biblia1, lo hacemos porque entendemos que en la Escritura está lo que Dios nos ha comunicado acerca de sí mismo o de su proyecto. Lo que nos ha “dicho” sobre esto.
El Concilio Vaticano II, en la Constitución Dei Verbum, afirma: “Plugo a Dios, en su bondad y sabiduría, revelarse a Sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad , mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo hecho carne, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina. En consecuencia, por esta revelación, Dios invisible habla a los hombres como amigos, movido por su gran amor y mora con ellos, para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía. Este plan de la revelación se realiza con hechos y palabras intrínsecamente conexos entre sí, de forma que las obras realizadas por Dios en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y los hechos significados por las palabras, y las palabras, por su parte, proclaman las obras y esclarecen el misterio contenido en ellas. Pero la verdad íntima acerca de Dios y acerca de la salvación humana se nos manifiesta por la revelación en Cristo, que es a un tiempo mediador y plenitud de toda la revelación.” (DV 2).
O sea, que por “revelación” se entiende el acto por medio del cual el propio Dios, en su bondad infinita, se autocomunica. Es decir, Dios no actúa secreta y escondidamente en la Historia, sino que, por puro amor, quiso hacer del ser humano su interlocutor, haciéndonos capaces de descubrir su acción y su presencia y de dialogar con Él, en una “conversación” hecha de actos y palabras conectados entre sí y “al alcance” del hombre. Dios, adoptando y haciendo uso de esa metodología, permitió que el ser humano pudiese encontrarlo y experimentar su presencia y acción a través de los sentidos, de forma perceptible y de forma inteligible a través de la razón.
Al revelarse de esta manera, Dios se convierte al mismo tiempo en “sujeto de la revelación”, y “objeto de la revelación”. Por un lado, la Revelación es obra de Dios, fue Él quien tomó la iniciativa de revelarse y manifestarse de forma accesible y al alcance de las capacidades con las que dotó al ser humano. Por otro lado, Él mismo es quien ha de ser experimentado, buscado y comprendido por el ser humano, capaz de percibir y de “entrar” en su misterio, para reconocerlo como su Creador y como su “Amigo”. Sin embargo, la revelación no agota el misterio de Dios, porque Dios no cabe en la Historia. Lo que Dios reveló al ser humano es lo necesario para que éste pueda conocerlo y realizar su proyecto para cada persona y para la humanidad toda: participar de su íntima comunión de amor (cf. 2Pe 1,4). Pero, al hacerlo así, Dios inauguró, al mismo tiempo, la vía de acceso por la cual el hombre puede encontrar respuestas para sus preguntas y deseos más profundos. Al “descubrir” quién es Dios, el ser humano tiene la posibilidad de autodescubrirse y conocer no solamente su identidad, sino también su misión y su fin último.
La Sagrada Escritura
Si la revelación, es autocomunicación de Dios; también es un evento histórico-salvífico. Este evento comenzó con la Creación, se desarrolló en la historia religiosa del antiguo Israel y alcanzó su plenitud en el misterio de la encarnación, vida, ministerio público, muerte y resurrección de Jesucristo, para culminar con el envío del Espíritu Santo. Por medio de esta trayectoria histórica, Dios se dio a conocer como comunión: Dios es Uno y Trino. Y todo este proceso tiene al Verbo como” instrumento” y fundamento, como nos lo enseña la misma Escritura:
“Después de haber hablado antiguamente a nuestros padres por medio de los Profetas, en muchas ocasiones y de diversas maneras, ahora, en este tiempo final, Dios nos habló por medio de su Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas y por quien hizo el mundo. Él es el resplandor de su gloria y la impronta de su ser. Él sostiene el universo con su Palabra poderosa, y después de realizar la purificación de los pecados, se sentó a la derecha del trono de Dios en lo más alto del cielo.” (Heb 1,1-3)
La crónica de ese proceso, el registro de los hechos más significativos, de la realización histórica de esta autocomunicación respetuosa y amante de Dios al hombre está contenida en la Sagrada Escritura, que es al mismo tiempo Palabra divina y palabra humana. Al respecto, dice la citada Constitución “Dei Verbum” en dos pasajes del número 11:
“La revelación de lo que la Sagrada Escritura contiene y ofrece ha sido puesta por escrito bajo la inspiración del Espíritu Santo. La santa madre Iglesia, fiel a la fe de los apóstoles, reconoce que todos los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, con todas sus partes, son sagrados y canónicos, en cuanto que, escritos por inspiración del Espíritu Santo (cf. Jn 20,31; 2Tm 3,16; 2Pe 1,19-21; 3,15-16), tienen a Dios como autor, y como tales han sido confiados a la Iglesia.”
“En la composición de los Libros sagrados, Dios se valió de hombres elegidos, que usaban todas sus facultades y talentos; de este modo, obrando Dios en ellos y por ellos, como verdaderos autores, pusieron por escrito todo y sólo lo que Dios quería.”
Esta doble naturaleza de la Sagrada Escritura hace que, al mismo tiempo, su mensaje nos hable directo al corazón y por otro sea necesaria una “interpretación” que nos permita entender el significado más original de un texto.
Entonces, volviendo a nuestra pregunta inicial, ¿no es lo mismo Mes de la Biblia que Mes de la Palabra de Dios? ¿No es la Biblia la Palabra de Dios?… Entonces ¿solo se trata de un cambio de nombre?… No, no es solo eso. Tras el cambio hay una invitación. A mirar más adentro del Misterio. A hacer espacio y a encontrarnos con Quien nos habla en la Sagrada Escritura y a dejarnos interpelar por Él sabiendo que todas sus propuestas concurren a nuestra plenitud y felicidad. Es una invitación a adorar, amar y celebrar el Misterio de Dios en el Misterio de Su Verbo; desde lo que sabemos de Él porque él nos lo reveló y todo él que no cabe en la historia y solo en la eternidad contemplaremos sin agotarlo.
Pero… ¿qué pasa con la Biblia, entonces, perdió protagonismo? ¡¡¡No, menos que nunca!!! Sabiendo que Dios está allí esperándonos, con una presencia tan real y verdadera como la del Sagrario, aunque no sustancial, que está hablándonos desde sus páginas, invitándonos a un encuentro renovado con él y los hermanos (o con Él en los hermanos); enseñándonos una vez más el Camino verdadero para alcanzar la Vida, mostrándonos su amor manifestado en cada obra de la creación y en cada momento de la Historia de Salvación … para que podamos descubrir como sigue actuando , creando y salvando en nuestras vidas hoy … ¿Cómo podemos pasar un día sin la Sagrada Escritura, sin “escuchar con los ojos” la Palabra de Dios?
1 Aunque los usemos como sinónimos, al elegir uno de estos nombres hacemos acentuaciones algo diferentes, lo que daría para conversar mucho, pero lo dejamos para otro momento.