Cuando lo nombraron cardenal el 4 de enero de 2015, Daniel Sturla estaba en Maroñas con unos jóvenes que estaban de misión. Todos los años, entre 1.000 y 1.500 chicos participan de una actividad así en verano. ¿Qué puede llevar a un chico a dedicar los mejores días de la temporada a anunciar el Evangelio?
María Inés Calvo es una de los 67 que estaban aquella mañana con el arzobispo de Montevideo en esa zona de la capital. Sturla acompaña estas actividades organizadas por la Sociedad San Juan desde que comenzaron en 2013. A la primera misión en Maroñas fueron 27 chicos, luego 50 y 67. En 2016 fueron 80 los universitarios que se trasladaron al Cerro de Montevideo entre el 26 de diciembre y el 6 de enero.
“Me invitó una amiga, la misión era en esa fecha y ni lo dudé. Me entusiasmaba mucho ir. Soy católica desde siempre pero antes no conocía a Jesús. Hace unos años me encontré más de cerca con Él, experimenté su alegría, y tengo deseos de que otros lo conozcan”, cuenta la chica de 26 años y estudiante de Psicopedagogía. Además de lo trascendental está lo humano, claro: “Me divierte mucho, me da alegría. Y en la medida que ves el bien que le hace a la gente, más ganas te da de compartirlo”, indica.
María Inés reconoce que los primeros años de trabajo en Maroñas fueron más difíciles, que “se lanzó” creyendo que valía la pena. Pero este año, en el Cerro, escuchó el testimonio de Santiago y se le terminaron de ir todas las dudas. Este hombre es de Maroñas y ahora integra el grupo Volver a Empezar, que todas las semanas se reúne en el barrio donde hicieron misión entre 2013 y 2015: “Yo no dejé de tener problemas, tengo los mismos que ustedes -le contaba a los del Cerro-. Pero les puedo decir que desde que conocí a Jesús puedo ver el vaso lleno, de manera diferente, encararlo con esperanza y alegría porque lo vivo con Jesús”, compartió. Y la chica apunta: “Esa es la razón por la que dedicamos diez días a hablar de Jesús: tres años después, 50 personas pueden decir que les hablaron de Él y les cambió la vida”.
Es cierto que esos días de enero son los mejores de la temporada, pero poco le importa a María Inés, que por el contrario destaca lo positivo de ir de misión por esas fechas. “La gente está más sensible, muchos quieren volver a empezar y necesitan un mensaje de esperanza. Y a nosotros también nos da un gran impulso porque conocemos gente muy sencilla que tiene un corazón enorme. Empezamos el año con mil propósitos y planes”, cuenta entusiasmada.
Volvió a haber Misa
Que en Maroñas se haya formado una comunidad de creyentes después de tres años de misión de los jóvenes no es excepción. Algo similar ocurrió en Florencio Sánchez, pueblo de Colonia, donde ahora se celebra Misa todos los domingos. Eso, gracias a que tres años seguidos una veintena de universitarios cercanos a los Jesuitas dedicaron una semana de sus vacaciones para hablar de Dios allí.
Rodrigo Bertinat fue uno de esos jóvenes. Sus padres son de ese pueblo y no dudó en ir hace tres años, cuando lo invitaron por primera vez.
En las campañas organizadas por los jesuitas participan unos 150 universitarios que se dividen en ocho grupos. Cada uno va al pueblo asignado y se hospeda en una Iglesia o donde sea.
De a poco, la gente del pueblo se va acercando a Dios. “El primer año es más complicado, algunos ni se enteran y no van a los encuentros. Pero este año, que fue el tercero en el lugar, una tarde se reunieron más de 100 personas y estaba claro que durante el año habían profundizado en la fe. Yo siempre estuve en los talleres de niños y la mayoría se acordaba de nosotros y se notaba que habían crecido y aprendido”, dice Rodrigo, que tiene 20 años y estudia Ingeniería.
Tener rostro
El chico explica cómo es esto de recorrer casa por casa. “Tenés que tener rostro”, aclara al comenzar. Saludan, cuentan lo que hacen y, si tienen acogida, invitan a las actividades de la tarde, que tienen cierta continuidad año a año. “Capaz que cierran la puerta o dicen que son de otra religión. Pero otros se entusiasman y conversan”.
“Si se puede hablar de religión, mejor. Pero la idea no es caer con la Biblia. Al principio es un poco vergonzoso para todos, pero cuando la gente quiere hablar, se genera un lindo clima. Te llegan muchas cosas, ves que la gente tiene fuerza, querés ser como ellos, imitar algo de su vida. En otros casos, te ponés en su lugar”, comparte el joven, que durante el año anima a un grupo de niños del Colegio Seminario. En esta última misión le tocó visitar a muchos ancianos viudos y conversaron más sobre su vida y su familia.
¿La fecha es un obstáculo? En 2015, en parte lo fue para Rodrigo, que cumplía años y tenía que dar un examen. Pero al final se decidió a ir y después no entendía cómo lo había dudado. “Lo que se vive es muy fuerte, muy lindo. Es un abrazo muy grande de la gente y de Dios. Son días en los que crezco en mi fe y al compartir con los demás (…). Es muy lindo. La comunidad, el grupo, el crecimiento en la fe, todo eso me hace querer volver”, comparte.
Ellos también evangelizan
Juan Manuel Lemes, al igual que María Inés, también señala lo positivo de ir de misión los primeros días del año. En su caso, lleva algunos veranos yendo a Rivera entre el 3 y el 10 de enero con un grupo de jóvenes cercanos a los Salesianos.
En esa zona del país hace más calor, no hay playa y los niños están de vacaciones, con menos actividades para entretenerse. “Nosotros llevamos una propuesta, esa semana compartimos con ellos su tiempo libre”.
Lo característico de estas actividades organizadas por los que siguen a Don Bosco es lo que ellos llaman “oratorio festivo” una tarde de juegos y alegría con los niños de la zona. “Se intenta evangelizar desde los juegos y la cercanía. Transmitirles que Jesús es amigo, contarles quiénes son los Reyes Magos, profundizar en el valor de la amistad. Es una catequesis ajustada a la edad”, explica Juan Manuel.
Cuando se lleva a los chicos de regreso a su casa, muchas veces se aprovecha para visitar a sus familias. “Les contamos lo que hacemos, qué nos mueve, damos nuestro testimonio”. Y la reunión siempre tiene un saldo positivo. “No vamos a dar sino a encontrarnos. Doy lo mío, pero me llevo muchas cosas. La gente de ahí también evangeliza, y más cuando lo vivimos en una sintonía de oración y Misa todos los días”.
Juan Manuel tiene 22 años y es coordinador de Juventud Misionera Salesiana, un grupo que funciona en el Juan XXIII. Está con los alumnos de 5° y los acompaña a lo largo del año en ese espacio que define como “lugar de búsqueda de fe, donde uno se cuestiona qué es ser cristiano, muy enfocado al llamado al servicio que hace Jesús”. Los chicos participan de encuentros semanales y cada 15 días van a una tarde de oratorio a alguna parte más carenciada de la ciudad. La misión de verano es en cierta medida el cierre de ese año y se complementa con un componente de retiro, con tiempo de oración, Misa y dinámicas que buscan la reflexión.
De lo más gratificante
“Es muy gratificante poder acompañar a los jóvenes en su crecimiento. Es muy común que a esa altura de la vida tengan altibajos en su fe, les parezca que Dios es lejano. Y se ve cómo el servicio y el encuentro con los niños pobres les abren los ojos. Escuchar los testimonios de otros los hace crecer, sentir ganas de ir buscando a Dios, de ir conociéndolo. Nosotros los ayudamos con preguntas, con nuestros testimonios. Yo me identifico mucho porque lo viví bien fuerte cuando hice la experiencia en 5°, en ese momento mi vida cambió mucho”, relata este estudiante de Ingeniería. En la misión este tipo de procesos se viven de modo más intenso y verlo en los más chicos es para Juan Manuel “de lo más gratificante”. “Es un cierre, todo lo trabajado durante el año adquiere una dimensión mucho más grande”.
Claro que esto implica trabajo y el animador vuelve “agotado”. Pero –paradoja- “con las pilas recargadas, lleno de ganas, con proyectos nuevos, agradecido y con esperanza de que esos días den fruto en los chicos y en el barrio”.
Con el trabajo
El mensaje central del Opus Dei es que cualquiera puede hacerse santo a través de su trabajo, y por eso las misiones que organiza esta institución de la Iglesia católica son en realidad días de trabajo. Consisten en ir a algún lugar y ayudar con una tarea. No es una misión en sentido estricto, pero en todo caso implica a jóvenes que dan generosamente su tiempo y es excusa para que los beneficiados se interesen por aquello que los mueve.
Este año hubo cuatro grandes, dos de varones y dos de mujeres. Josefina Antoniol, estudiante de 6° de liceo, fue en febrero con otras 38 chicas a Tacuarembó, donde acondicionaron dos centros CAIF.
“Nosotros le llamamos ‘promoción social’, y si bien todas estas actividades tienen el mismo nombre todos los años, en realidad siempre son distintas, cada vez es una experiencia diferente. Las tareas pueden ser las mismas (pintar, arreglar, limpiar), pero cambia el lugar, la gente, y el grupo”, cuenta.
Además de los ratos de trabajo, los asistentes comparten la convivencia, van a Misa todos los días y tienen algunas charlas de formación. Este año hizo especial calor en la semana elegida para ir a Tacuarembó, pero eso no fue impedimento para las jóvenes.
“Todo eso te deja de importar porque trabajás por los demás. Capaz que los beneficiarios directos de este trabajo ni se entera, pero Dios lo ve”, resume Josefina.
¿Qué sentido tiene?
María Inés Calvo se pone en el lugar de los que no tienen fe, para los que es difícil entender qué sentido tiene ir a un barrio carenciado y hablar de Jesús, cuando en realidad seguramente haya otras necesidades urgentes que resolver. ¿No sería más fácil ayudar a solucionar sus problemas reales?, se pregunta. Y ella misma responde: “Los católicos les llevamos lo más grande que tenemos. No le podemos resolver ni cambiar la vida a nadie y sabemos que el único que puede hacerlo es Jesús. Al principio no te lo crees mucho, pero después se ve cómo es así, la gente dice que conocer a Jesús le cambió la vida”.En el Departamento de Misiones de la Iglesia católica de Uruguay calculan que todos los años en los meses de enero y febrero son entre 1.000 y 1.500 los jóvenes que hacen una misión.Sturla, uno más
Mons. Daniel Sturla acompaña las misiones de la Sociedad San Juan desde que se hizo la primera, en 2013. Siempre muy cercano a los jóvenes, se integra al máximo con ellos. Por ejemplo, María Inés Calvo recuerda que en una ocasión llovió demasiado y él estaba, como uno más, empapado rearmando la carpa bajo el diluvio.
La mañana del 4 de enero de 2015, Sturla fue con dos misioneros a hacer su audición semanal en la radio. En el camino de regreso, lo sorprendió un mensaje desde Roma que le comunicaba que lo habían elegido cardenal. Los misioneros de Maroñas lo recibieron con un festejo y la convivencia siguió según estaba previsto, con el agregado de que por la tarde llegaron los canales de televisión y los curiosos.
Por Carolina Bellocq