El artista visual y plástico uruguayo reinterpreta una pintura histórica y rescata una devoción desconocida en América.
Los primeros dibujos de Santiago Zabala fueron de mujeres embarazadas con alas. No los pensaba demasiado. Las imágenes salían solas. Era una forma de lo femenino que se repetía sin que él la buscara.
En paralelo a su carrera en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de la República (Udelar), se interesó por estudiar Sagrada Escritura y Arte Sacro. En esta etapa leyó el capítulo doce del Apocalipsis, donde se describe a una mujer embarazada que grita de dolor porque está a punto de dar a luz. Ahí estaba. La misma que él había dibujado una y otra vez, sin saber por qué.
En su casa-taller de Punta Gorda, Zabala —cincuenta y tres años, montevideano, licenciado en Artes, Artes Plásticas y Visuales— tiene sus obras a la vista. Algunas son religiosas. Otras no. Desde mediados de marzo, apoyada sobre un caballete, está la más reciente: su versión de la Madonna dei Debitori —la Virgen de los Deudores—.
“La Madonna mira de frente y el niño integra al visitante que entra a la escena. Para mí, la lectura personal viene desde el rostro, lo encuentra en Jesús y él te lleva a ver la mano de ella con las tres rosas, que hablan de mucha simbología”, explica. Pero hay algo más: un papiro que reposa sobre los ropajes de la Virgen. En él, escrito en latín, se lee: In gremio matris sedet sapientia patris —“En el regazo de la madre se sienta la sabiduría del padre”—.

Se la mostró a muy pocas personas. Especialmente pocas. No porque no quisiera compartirla, sino porque no es suya del todo, ya que fue un encargo que recibió desde Italia. “Yo trato de colaborar y ser la bisagra de lo que me pidieron”, dice a Entre Todos en la tarde del Martes Santo. Lo que sigue es un resumen de la entrevista.
¿Cuándo y cómo llegó por primera vez a esta advocación de la Virgen?
Todo comenzó en octubre del año pasado cuando viajé a Italia por trabajo, iba a exponer en Florencia y empezar a preparar otra exposición en Roma. Estuve un par de meses. El viaje, al ser relativamente largo, lo aproveché para conocer gente y charlar.
Conocí a unos tanos que ya son casi amigos, sinceramente, porque están sensibilizados por el arte al igual que yo. Un día, ellos sintieron que yo debía conocer a Gilberto [Di Benedetto, artista y galerista italiano], quien encontró en 2004 la famosa pintura de autor anónimo del siglo XVII en una cueva ubicada en las afueras de Roma, donde muchos cristianos se habían escondido cuando eran perseguidos por las fuerzas napoleónicas. [N. de R.: En Bassano Romano, una localidad italiana de la provincia de Viterbo, región de Lacio]. No sé por qué pensaron en que yo debía conocerlo. Quizás por mi perfil y mi manera de vivir el arte.
Con Gilberto nunca nos habíamos visto. En nuestra primera charla intercambiamos nuestras ideas, nuestros sueños, nuestros objetivos, nuestra manera de vivir el arte y la fe. Él me contó la historia de lo que había vivido al encontrar la pintura y me compartió que sentía la necesidad de sacarla de Roma y darla a conocer al mundo. Yo no la conocía.
Enseguida me preguntó si podía, y quería, dar a conocer la historia en Uruguay e incluso, hasta más ambicioso, a las Américas. Lo que me propuso hacer fue, a partir de la pintura que él había encontrado, una nueva en mi lenguaje, inspirada en ella, y volverla a pintar para América.
¿Qué le llamó la atención de la imagen y la devoción?
[La imagen] tiene distintos tiempos de lectura. La obra original no tiene un estilo ortodoxo de tal época. Es medio transición, tiene grandes apoyos en la tradición de las madonas de Constantinopla y una iconografía tradicional. Eso me interesó. Siempre me atraen los artistas o las obras que son bisagras entre distintas épocas porque son eslabones claves: se apoyan en lo que vieron pero dan un paso más y se abren a lo que puede venir después.
El tema que plantea la devoción también tiene distintos tiempos de lectura. Lo económico y el manejo del dinero ocupan un lugar, ya sea en una persona, una familia o un país. Para mí Dios y la Virgen son muy realistas y saben atravesar en cada tiempo las cosas concretas y directas de todos los días.
Después surge algo interesante: aparecen otras ideas en torno a la palabra deuda. A mí me pasó y me lo planteo cada vez que me pongo a pintar. La palabra deuda empieza a ocupar otro lugar: ¿Qué es la deuda? ¿Cuáles son mis deudas con otros? ¿Le debo algo a otra persona y no lo reconozco? No es solo un tema económico. Esa primera lectura te lleva, sin darte cuenta, a preguntarte cuál es tu deuda con Dios.

¿Cómo fue después el proceso?
Siempre me sucede que cuando se me presenta una idea no me puedo controlar. La charla con Gilberto fue en Roma y recuerdo que ese mismo día empecé a dibujar. ¿Dónde la empecé a dibujar? En Roma y Florencia, porque viajaba permanentemente. La terminé de pintar en Uruguay hace un mes [N. de R.: La entrevista se realizó el martes 15 de abril]. En Florencia, cuando llegaba después de un largo día, me sentaba a leer e investigar sobre la devoción y empezaba a dibujar. No me podía controlar [risas].
A medida que la idea fue tomando forma, empecé a intercambiar imágenes con Gilberto por el celular. Cuando trabajo para comunidades o para la Iglesia, me gusta trabajar en equipo. Una vez que la imagen se iba definiendo, intercambiamos ideas de cómo la tenía que representar. Hasta que el dibujo no estuviera definido, y no fuera del agrado de Gilberto y su comunidad, vino la etapa del color.
¿Qué aspectos de la imagen decidió reinterpretar o transformar y por qué?
Yo la tenía que expresar con mi tono de voz, mi propio estilo, mi propia forma, mi propia paleta de color y mi propio trazo. Además, con los elementos simbólicos de la tradición cristiana que debía y quería respetar. Me apoyé en la imagen que ya existía pero la muestro con mi forma. Por otro lado, está la simbología del color: qué significan el azul, el verde y el púrpura. Utilicé colores más vivos, pero elegí controlarlos al servicio del relato.
Si uno ve las pinturas anteriores, junto con la que me pidieron, su estructura y su composición son las mismas. Son únicas, cada una, pero son diferentes por cómo están ejecutadas, la distribución y la ejecución de cada autor. No hay que copiar ni repetir, porque si no el arte está muerto.
¿Por qué la Virgen tiene sangre en la frente y en la boca?
Hay dos milagros asociados a esta imagen. El primero ocurrió cuando unos niños jugaban en un templo, se pelearon, golpearon la pintura que estaba en una pared, y la imagen comenzó a sangrar. A partir de ese momento, la gente empezó a acercarse, a rezarle y ocurrieron algunos milagros. El segundo hecho ocurrió durante la restauración de otra pintura: cuando se retocaron los labios, esta también comenzó a sangrar.
¿Hay alguna fecha o lugar posible para la presentación de la imagen en Uruguay?
Todavía no hay una fecha definida ni un lugar confirmado.
Hace un tiempo mencionó su deseo de fundar una Escuela de Arte Sacro en Uruguay. ¿En qué etapa está ese proyecto?
Está en una etapa clave, muy importante. Hay un interés por parte de la Iglesia. Lo conversé con el cardenal [Daniel Sturla] e instituciones privadas, que lo consideraron importante. Estamos todos de acuerdo. Con eso a mí ya me basta. Después serán los tiempos de Dios. Falta algo no menor, que es aterrizar en algo concreto: dónde, cuándo y cómo [risas]. Pero el diagnóstico está hecho.
El arte sacro, para la Iglesia, es fundamental, porque la liturgia y la misa son una obra de arte en sí misma. Cada cosa tiene que estar en su lugar, de acuerdo a una gran composición, que procura estar en armonía y en orden, y buscando la gran belleza que es Dios. No es solamente aprender a pintar. Cuando uno agranda más su cabeza, ve que la gran obra de arte es su vida, y lo que hace la pintura es hacer visible eso y documentarlo.
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