Escribe Laura Álvarez Goyoaga.
Hace unos días atrás, cuando caminaba por la peatonal Sarandí desbordada de turistas, tuve la oportunidad de escuchar cómo uno de los guías explicaba a su grupo, entre otras peculiaridades de Uruguay, que nuestro país es el único en el mundo donde la Semana Santa se llama oficialmente “Semana de Turismo”. Les contó que durante esa semana nuestro país se “detiene”, cierran las oficinas públicas, los bancos, las escuelas y liceos, e incluso muchas empresas privadas que aprovechan para darle licencia a sus empleados. En concordancia con el espíritu festivo, les recomendó los múltiples espectáculos musicales y festivales diversos que tienen lugar en esas fechas a lo largo y ancho del país.
A juzgar por la expresión de los destinatarios de la información, esta curiosidad les llamó poderosamente la atención. Pero el guía no se preocupó de agregar detalles adicionales a sus afirmaciones disruptivas. No les explicó que ese cambio fue parte de un proceso de secularización iniciado a mediados del siglo XIX, que convirtió a Uruguay en el país más secularizado de Latinoamérica. Tampoco que la tendencia anticlerical que determinó este cambio tuvo un eje protagónico en la figura de José Batlle y Ordoñez, político y periodista del Partido Colorado. Ni que este cambio de denominación fue uno (el más exitoso) dentro de un paquete que incluía además llamar, al día de la Epifanía, el Día del Niño, a la fiesta de la Inmaculada, Día de las Playas, y a Navidad, Día de la Familia.
Para informarnos sobre todas estas cosas, contamos con un excelente y amigable material: el libro que el cardenal Daniel Sturla escribió años atrás, titulado ¿Santa o de Turismo? Calendario y secularización en Uruguay, y que hoy, con actualizaciones, es reeditado en el marco del décimo aniversario de su autor al frente de la Arquidiócesis de Montevideo.
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En sus páginas, Sturla explica que esta denominación proviene de la ley de feriados de 1919, «una de las características transacciones de nuestra historia, culminación de un proceso de ‘descristianización’” a lo largo del cual se quitaron los crucifijos de hospitales y oficinas públicas (1905) y se eliminó la enseñanza de la religión en las escuelas (1909), todo ello en medio de apasionadas polémicas sobre la laicidad y la separación de la Iglesia del Estado resuelta en la Constitución de 1917.
En un documentado recorrido, el libro refiere lo que significa el calendario como hecho decisivo en la vida de las comunidades, ayudándonos a comprender que esta “movida” política no fue original ni particularmente innovadora. El cardenal Sturla nos recuerda que el control del almanaque, evaluado como una herramienta de poder, se convirtió en ese período en objeto de atención y debate por parte de políticos y legisladores. La Revolución Francesa y la Unión Soviética recurrieron a estrategias similares. A vía de ejemplo, el calendario revolucionario soviético de 1929 a 1940, sobre una base de cálculo racional del tiempo, se aseguró de evitar el descanso semanal simultáneo para todos los trabajadores, dificultando la observancia de las viejas festividades religiosas que habían sido tradicionales en el Imperio Ruso.
A partir del relato, desde una perspectiva diferente de este período de nuestra historia del que poco se sabe aunque mucho se habla, con un estilo narrativo ágil y atrapante, ¿Santa o de Turismo? Calendario y secularización en Uruguay incluye el plus de la transcripción textual de los debates que se daban en la escena pública de entonces. Ardorosas discusiones de hace un siglo atrás, que consagraron en la escena pública un gran absurdo: Semana de Turismo es un feriado laico, pero para fijar su fecha precisa año a año, el Estado uruguayo debe aguardar a que se fije por parte de la Iglesia la fecha en que caerá la Semana Santa.
Lectura más que recomendable, para entender en forma cabal la historia nacional, las corrientes de pensamiento que buscaron imponer una impronta particular a la sociedad uruguaya, y los distintos actores que forjaron nuestra identidad.