La parroquia atraviesa un proceso de cambio que inició hace poco más de dos años.
Corría el año 1959 cuando un valiente grupo de vecinos, con la ayuda del padre Luis Delgado, construyó una humilde y sencilla capilla. El templo era parte del territorio parroquial del Santuario Nacional de la Medalla Milagrosa y San Agustín, que estaba a cargo, desde 1892, de los sacerdotes de la Congregación de la Misión de San Vicente de Paul (vicentinos).
El 16 de octubre de 1966 se la declaró parroquia, pero la primitiva capilla lucía cada vez más envejecida. Por eso, en 1982 se comenzó a estudiar la posibilidad de un nuevo templo y se presentó un proyecto a Adveniat, organismo de colaboración internacional del episcopado alemán que financia distintos proyectos en América Latina y el Caribe.
La respuesta fue afirmativa y se comenzó su construcción el 19 de agosto de 1983. El predio de Pernas 2984 permaneció en obras por dos años hasta que se inauguró un domingo 15 de setiembre, con una celebración presidida por Mons. Gottardi, por entonces arzobispo de Montevideo.
Hablar de su historia con los vecinos es recordar constantemente el legado del padre Pablo Peralta. Pero, desde su partida el 22 de febrero de 2022, su comunidad recibió distintos sacerdotes que proporcionaron su ayuda.
“Nos sostuvimos entre nosotros y con el apoyo de cada uno que se acercó” explicó Alba, miembro de la comunidad hace setenta y cinco años, para posteriormente reflexionar sobre el momento que atraviesan: “Es como si estuviésemos empezando a caminar de nuevo, porque venimos de un período que fue complicado para nosotros, en el que no tuvimos un párroco estable, aunque tampoco estuvimos solos. Recuerdo especialmente la ayuda de Mons. Jourdan, por ejemplo, con quien nos sentimos muy amparados. También contamos con la ayuda del Card. Sturla en alguna oportunidad. Ahora estamos esperanzados con la llegada del padre ‘Cheba’. Es un cura joven y con mucho empuje”.
Una vida de servicio
“Nunca pensé en ser sacerdote. Como todo joven, ya tenía mis proyectos propios. Me imaginaba como esposo, padre de familia, trabajando en una empresa y disfrutando de mis vacaciones. En relación con Dios, pero sin un compromiso mayor. El Señor me llevó con mucha pedagogía y mucha paciencia, según sus tiempos, que son perfectos”, reconoció el P. Sebastián Alcorta, quien es desde marzo el administrador de la parroquia.
Su experiencia vocacional fue particularmente desafiante: “Hoy en día me considero el sacerdote más feliz del mundo, pero en su momento me costó. Vengo de una familia consolidada, preciosa, y siempre me proyecté de esa manera. Tuve una relación muy bonita de un año y medio con una chica muy católica que incluso me impulsó a involucrarme más con Dios. Estudié administración de empresas y llegué a trabajar en el Banco República por cinco años, en la gerencia general de la institución. Estaba comodísimo, pero me daba cuenta de que estas cosas no me terminaban de hacer feliz. Le abrí las puertas al Señor para que me mostrara qué quería para mí, aunque deseando en el fondo que no fuese el sacerdocio. No fue fácil la pulseada, pero el Señor siempre gana”, recordó entre risas.

Fachada de la parroquia San José Obrero sobre la calle Pernas, en el barrio Villa Española. Fuente: R. Fernández
El P. Alcorta —coloquialmente llamado ‘Cheba’—, ingresó al seminario a sus 24 años y se ordenó sacerdote el 24 de febrero de 2019. “Fue la mejor elección que pude haber hecho. Hoy miro para atrás y me doy cuenta de que, en realidad, mis preocupaciones eran vanales. La mayor renuncia fue a mis propios planes. Dios nos ama con locura, y quería responderle con mi vida”, afirmó.
Crecer en la fe
“La comunidad de la parroquia San José Obrero es pequeña en comparación con otros templos cercanos. En la misa dominical hay entre veinte y veinticinco fieles, a veces tal vez treinta, pero la mayoría gente adulta. Es una situación que se repite en otras parroquias, pero especialmente afecta a la comunidad porque están en un proceso de cambio. Desde mi llegada, hace tres meses, nos estamos empezando a conocer y planificando cómo crecer y compartir más con los vecinos”, expresó el P. Alcorta.
Además de las celebraciones eucarísticas de cada domingo a las diez de la mañana y de cada miércoles a las cinco de la tarde, existen otras propuestas para la comunidad. Una de ellas consiste en una merienda compartida antes de la misa del miércoles. Otra son los encuentros de formación y adoración cada tercer sábado de mes. “Son en la mañana, tenemos primero una charla formativa, luego compartimos todos un momento de oración ante el santísimo y posteriormente compartimos un almuerzo en comunidad”, desarrolló el administrador parroquial.
“Dios nos ama con locura, y quería responderle con mi vida”
Pbro. Sebastián Alcorta
De acuerdo con Alba, la comunidad está agradecida con el trabajo de ‘Cheba’: “Cada iniciativa la recibimos con alegría y esperanza. Sabemos que los seminaristas le absorben muchas horas y eso le genera una responsabilidad muy importante, pero agradecemos mucho lo que hace por nosotros”.
Un grupo cercano
María del Carmen es catequista desde hace cuarenta y dos años. Encabeza un grupo de catequesis para niños, que está conformado por cinco o seis niños. Es vecina de la parroquia San Juan Bautista, pero siente que su corazón está en el templo del barrio Villa Española.
“Llegué originalmente al barrio hace tres décadas y la realidad de aquel entonces era otra. Ahora soy catequista allá, pero, a pesar de que me mudé y que San Juan Bautista me queda cerca, prefiero venir para acá. Me considero más útil en esta comunidad”, confirmó. Dentro de sus aspiraciones está poder establecer un grupo de chicos y jóvenes más numeroso: “Capaz no logramos captarlos mucho. Sin dudas somos una comunidad muy unida, pero también de gente grande. Los chicos que hacen catequesis mantienen constancia hasta los sacramentos y luego va disminuyendo su participación, como ocurre en otros grupos parroquiales”.
“Nos tenemos que aggiornar más con la tecnología”, le complementó Roxana, quien también participa activamente con la comunidad, antes de aclarar: “Somos varios más, pero por problemas de salud u otras complicaciones no están participando. Diría que somos una mínima expresión de la comunidad”.
Roxana destacó la época en la que las distintas parroquias trabajaban de manera coordinada en los distintos barrios: “Antes, por ejemplo, teníamos los encuentros interparroquiales, que eran muy divertidos y nos conocíamos con otras comunidades. Había actividades tipo kermesse que estaban muy buenas, pero ya no tenemos esas propuestas a nivel de cada zona de la arquidiócesis. Incluso había encuentros para arreglar el templo o pintar. Tenemos que apuntar a eso y a manejar los medios que ellos tienen para comunicarse. Somos una comunidad abierta, y creo que la clave está en que nos preocupamos por el otro. Tal vez somos pocos, pero muy unidos”.
Por: Leandro Lia
Redacción Entre Todos