Escribe Bárbara Díaz.
El pasado 31 de julio, el santo padre anunció que concederá a san John Henry Newman el título de doctor de la Iglesia. Esta noticia fue motivo de júbilo para tantos creyentes que tienen a Newman como un gran santo y un gran sabio, que contribuyó grandemente al desarrollo teológico y a la restauración del catolicismo en Gran Bretaña. Por esto me pareció oportuno dedicar este espacio a darlo a conocer.
Newman nació en Londres en 1801, se educó en Oxford y se preparó para ejercer el ministerio sagrado en la Iglesia anglicana. En la Universidad era muy conocido por sus sermones ―muchos de los cuales han sido editados― y por su empeño en el estudio teológico. En esa época, el anglicanismo se había teñido de librepensamiento, y muchos pensaban ―y predicaban― que todas las religiones eran igualmente válidas, y que la adhesión a una fe no pasaba de ser una simple opinión. Escribe al respecto: «El Liberalismo en religión es la doctrina según la cual no existe una verdad positiva en el ámbito religioso sino que cualquier credo es tan bueno como otro cualquiera. […] Se manifiesta incompatible con el reconocimiento de una religión como verdadera, y enseña que todas han de ser toleradas como asuntos de simple opinión» (Biglietto Speech).
La búsqueda de la verdad fue en él una constante y punzante realidad, fue un camino de espinas, en el que se enfrentó con colegas universitarios, con antiguos amigos, con miembros de la propia familia…
En 1832 realiza un viaje a Italia que le permitió conocer una sociedad católica. No obstante, «Roma y lo que Roma significa en lo doctrinal y religioso constituyen para él un polo de atracción y al mismo tiempo un motivo de repulsa», escribe José Morales (141). No se siente atraído por las manifestaciones de piedad popular típicas del sur de Europa, aunque su ánimo se siente tocado por lo que Roma significa para los cristianos. Su búsqueda se hace más ferviente. Prueba de ello es la poesía que escribió en 1833, Lead kindly light ―Guíame, luz amable―, que condensa magníficamente el sufrimiento y la esperanza de su alma:
«Guíame, Luz bondadosa, en medio de la penumbra que me rodea; ¡guíame!/La noche es oscura y estoy lejos de casa; ¡guíame!/Mantén mis pasos firmes; no pido ver la escena lejana; un paso me basta […] Hasta que la noche se aleje/y con la mañana las caras de los ángeles sonrían/las que yo amé y por algún tiempo perdí».
En una sociedad que se descristianizaba con rapidez, Newman quiere anclarse en la verdad de la existencia de Dios: «Para mí este es el problema de esa Verdad primera y primordial de la existencia de Dios. Si no fuera por esa voz que habla tan claramente a mi conciencia y a mi corazón, yo sería ateo, panteísta o politeísta al mirar el mundo» (Apologia pro vita sua).
Al regreso de Italia, se unió con otros intelectuales en lo que se llamó después el Movimiento de Oxford o «tractariano», ya que sus miembros publicaban tracts, es decir, folletos breves en los que exponían sus opiniones teológicas y se enfrentaban al anglicanismo liberal. En los comienzos, el movimiento pretendía reencauzar la Iglesia Anglicana en su credo, sus sacramentos y su liturgia. Los tractarianos consideraban que era necesaria una vuelta a los orígenes, una reforma en profundidad, ante la realidad de una institución que veían en proceso acelerado de secularización. La solución que encontraron fue la de una «vía media» entre el catolicismo y el protestantismo, que exploraron durante algunos años pero que, al cabo del tiempo, consideraron fracasada.
Como Agustín, la búsqueda ardua de la Verdad lo apasionaba, le causaba dolor, pero no podía renunciar a ella: la reconocía en la voz de su conciencia, pero aún no era capaz de comprenderla. La búsqueda debía continuar.
En ese camino, comprende que fe y razón han de ser dos rutas hacia la Verdad con mayúscula. Y el tracto 73 afirma la importancia de la razón en el conocimiento de la fe, si bien es consciente, asimismo, de sus límites.
Durante toda esta década, Newman se empeña con fervor al estudio de los Padres de la Iglesia. Considera que allí va a obtener la respuesta a sus dudas y la solución a las ansias de reformar la Iglesia de Inglaterra. No sabía aún que la respuesta sería la conversión. En este camino lo acompañan algunos amigos mientras que otros se distancian de él:
«Me encuentro tan hostigado y atacado por todas partes, por amigos y enemigos, que prefiero no decir nada; si cumpliera mi deseo no expresaría ni escribiría ninguna cosa más… Desconfío de mi juicio, y tengo miedo de hablar» (citado en José Morales, 182).
El sendero emprendido lo lleva cada vez más cerca de la Iglesia católica, aunque aún tiene dudas. Decide entonces escribir un tratado sobre el desarrollo de la doctrina cristiana ―Essay on the Development of Christian Doctrine― y se dice a sí mismo que el resultado de esta investigación decidirá su futuro. Efectivamente, muchos protestantes reprochaban a la Iglesia católica que había «añadido» creencias que no estaban en la primera cristiandad. El trabajo de Newman le mostró que era posible mantener la integridad de la fe y, a la vez, entender que las verdades creídas son susceptibles de un desarrollo o crecimiento en comprensión, como había ocurrido con algunas de las controversias teológicas de los primeros siglos.
Estos hallazgos le hicieron abandonar su parroquia de Saint Mary, su condición de ministro anglicano y, luego, renunciar a su puesto en Oxford (la Universidad requería que sus miembros fueran anglicanos, y Newman ya no se consideraba tal). Aún pasó algún tiempo hasta que decidió su conversión, que se produjo en 1845.
Un poco antes había escrito a su hermana Jemima:
«Una convicción clara de la sustancial identidad entre Cristianismo y sistema Romano ocupa mi mente desde hace tres años. Nada accidental me atrae hacia fuera de donde me hallo. Apenas he asistido a cultos Romanos; no conozco Católicos en el extranjero. No me atraen como grupo. Me dispongo, sin embargo, a dejar todo» (cit. en Morales, 215).
Su conversión provocó admiración y escándalo, ansias de imitación y confusión. Así lo consigna uno de sus colegas en el Movimiento de Oxford que se mantendría dentro del Anglicanismo:
«Se ha ido en un sencillo acto de deber, sin pensar en sí mismo, abandonándose por entero en las manos del Altísimo. Así son los hombres en quienes Dios se apoya. Se diría no tanto que nos ha dejado como que ha sido trasplantado a otra parte de la Viña, donde pueda usar todas las energías de su mente poderosa» (E. Pusey, cit. en Morales, 219).
Bibliografía:
Morales Marín, José: «Veinte años decisivos en la vida de John Henry Newman: 1826-1845». Scripta Theologica, 2018, 10(1), 123-221.
Santayana, Enrique: «Conciencia, desarrollo de la doctrina cristiana y fe. Pensamiento y vida de san John Henry Newman». Salmanticensis 67, 2020, 349-380.


1 Comment
…vez, entender que las verdades creídas (debiera decir reveladas) son susceptibles de un desarrollo o crecimiento en comprensión