Visitamos la capilla San Isidro Labrador de Pueblo Edén.
Llegar a Pueblo Edén exige reducir la velocidad. Corrijo…las velocidades. La velocidad del vehículo en el que se llega; porque la ruta es sinuosa, con curvas cerradas, ondulaciones pronunciadas y carriles estrechos. La velocidad de la cabeza; porque las dinámicas de trabajo, de socialización y de convivencia son muy diferentes a la de la ciudad. Y, sobre todo, la velocidad espiritual; aquella que se encuentra en el silencio y en la reflexión.
Ese es el cambio de velocidades que uno necesita para llegar a este pueblo de unos cincuenta habitantes —que aumenta a poco más de dos centenas, si se incluyen las zonas aledañas— y que en la capilla San Isidro Labrador tiene uno de sus puntos fundamentales.
El 8 de agosto de 1917, Don Román Furtado, presentó a las autoridades fernandinas el plano con el fraccionamiento de parte de su campo, que estaba ubicado a orillas del arroyo Pintado. Ese día es el que se establece como fecha de fundación de la Villa de Mataojo de San Carlos, actual Pueblo Edén.
Según el libro Pueblo Edén, 100 años de historia e historias, de Gustavo Bazerque Martín, editado por la Intendencia de Maldonado al cumplirse el centenario de la localidad, el nombre actual parte del «boca a boca» entre vecinos, y surge de las bondades paisajísticas y de estilo de vida del lugar.
La tranquilidad reinante en las manzanas de perfecta cuadratura se conserva a pesar de los cambios que se han dado en los últimos años en la zona, y que tienen mucho que ver con la producción rural —con el desarrollo de viñedos, olivares— y establecimientos turísticos.
La llegada de nuevos habitantes —temporales y permanentes—, nacionales y extranjeros, que ven en el pueblo la posibilidad de vivir la vida a otro ritmo, ha provocado la suba de precios de las propiedades y el desarrollo de emprendimientos gastronómicos o asociados a este estilo de vida.
Lugar de oración y encuentro con Dios
En la calle El Sabiá, entre Los Cardenales y el Mirlo —habrá notado el lector que todas las calles llevan el nombre de pájaros autóctonos— está ubicada la capilla San Isidro Labrador. El templo, de un blanco impoluto con un techo externo a dos aguas de dolmenit anaranjado oscuro, fue fundado el 27 de setiembre de 1928. Construido con aportes de vecinos, fue inaugurado por fray Cristóbal Sabort y finalizada por fray Domingo Orsetti, ambos capuchinos.
La capilla es pequeña, simple, pero sumamente cálida y llama a la oración. El lugar del presbiterio tiene sus paredes de piedra a la vista… desde hace un año. No es que hace un año se haya puesto piedra a la vista, sino que siempre estuvo ahí. Fue en una reparación del revoque que la piedra fue descubierta y se decidió dejarla así. De hecho, se tiene planeado en un futuro seguir descubriendo esa estructura de piedra.
Junto al altar, del lado derecho, una imagen de la Virgen de los Treinta y Tres y, junto a la Patrona del Uruguay, la de san José con el niño Jesús. En el lado izquierdo destaca una estatua de san Isidro Labrador y una más pequeña de María.
En la pared, detrás del altar de mármol blanco y gris, está el sagrario apoyado sobre una piedra y arriba un ícono de Jesús crucificado.
Los bancos de madera, perfectamente alineados, acompañan el orden y pulcritud que acompañan un ambiente silencioso y reflexivo.

Un poco de aire
“San Carlos tiene una situación social complicadísima, con una sensación de que la gente está a la deriva. Acá venís diez minutos y estás en otra realidad”. Estas palabras son del padre Alfonso Dittler (58), párroco de San Carlos Borromeo (fundada en 1763), y San Pio X e Inmaculada Concepción (fundada en 1959). Además, es responsable de las siete capillas de esas dos parroquias de la ciudad fernandina. Esto último hace que parte de su ministerio también se desarrolle en la zona rural del departamento de Maldonado, incluida la capilla San Isidro Labrador.
El P. Alfonso es argentino, de la Diócesis de Paraná, y llegó como misionero a Uruguay poco antes que comenzara la pandemia de covid. Primero estuvo en la parroquia de Gregorio Aznárez y desde febrero es el párroco de San Carlos. De hecho, es uno de los tres misioneros de la diócesis argentina que están en Maldonado. Algo que no es nuevo, ya que hay nueve nacionalidades diferentes representadas en algo más de veinticinco sacerdotes presentes en todo el territorio diocesano (que incluye los departamentos de Maldonado, Rocha y Lavalleja).
«Creo que la gente viene acá buscando paz, porque está intoxicada del ruido, de los vehículos, de la ciudad; buscan este lugar para estar más en contacto con la naturaleza. El papa Francisco, en la (Carta Encíclica) Laudato si’ , hablaba mucho de la tierra como ‘casa común’ y cuidarla. Creo que tiene que ver con la opción de algunas personas a vivir en estos lugares. No optan por este lugar porque haya mucha cosa, me parece que es para bajar varios cambios y, en el caso de los creyentes, esta capilla es un espacio obligatorio”, cuenta el sacerdote. Y agrega: “antes el que podía se escapaba una vez cada tanto, ahora, si puede, lo hace semanalmente”.

Igualmente, el P. Alfonso matiza: “Si bien esto es lindísimo, también hay que tener un temperamento especial para bancarse un invierno acá, porque no hay ningún servicio cercano, hay que ir a Maldonado o a San Carlos. Para el que disfruta de la soledad y está bien equipado, es bárbaro, pero para el que no está por elección, en una época de depresión y angustia no es fácil. Si uno no cultiva la dimensión espiritual es difícil ”.
Para el P. Alfonso el furor por la localidad en los últimos años vino de la mano del turismo. Y en ese contexto también hubo un incremento sustancial de la cantidad de gente que llega por la fiesta patronal, el día de san Isidro Labrador, que siempre se celebra en torno al 15 de mayo. “Se habla que este año llegaron unas cinco mil personas. Todo quedó colapsado. Teníamos misa acá, a las 12:30 el domingo, y llegué 1:20 porque no se podía entrar por el tránsito”, recuerda.
La gente vino ese día desde todo el país, principalmente de Montevideo y Maldonado. En la preparación de esa fiesta, el sacerdote se reunió con toda la comunidad local, con la comuna, con la policía y con una agrupación ecuestre. “La capilla es un lugar de reunión. Por ejemplo, el día de la fiesta patronal una madre de un niño con problemas de salud puso un pelotero para recaudar fondos, porque está la idea de que sea para el pueblo”, añade.
Hacia adelante
El sacerdote hace un recuento del grupo que forma la comunidad de la capilla, y dice que son aproximadamente un 10% de los habitantes del pueblo y alrededores. Y proyecta hacia el futuro: “me encantaría hacer cada tanto una misión, venir con un grupo y recorrer los hogares, ver la situación, porque vengo una vez cada dos semanas. Por lo que voy conociendo del pueblo, la gente es macanuda y pacífica”.
La capilla, hasta el atardecer y está a cargo de un grupo pequeño que vive en la zona, y la idea del P. Alfonso es rearmar una comunidad propia, con grupos de catequesis. Además de la celebración de la misa los segundos y cuartos sábados de mes; los primeros y terceros sábados has adoración eucarística y celebración de la Palabra con comunión. Por su parte, todos los martes hay un grupo de oración de la Virgen de Salta, con cuya imagen hay una capillita al lado del templo. A esto se suma la celebración de bautismos y casamientos en el templo. “Hay un tema muy lindo con la gente que viene a este lugar, están buscando donde estar con alguien, o estar a solas para encontrarse a sí mismos”, concluye el sacerdote.