El rabino Daniel Dolinsky llegó hace diez años—con su esposa y sus tres hijos— a nuestro país. Lidera la Nueva Congregación Israelita de Montevideo y en estos días nos abrió la puerta de su comunidad para hablar de su fe, la sociedad uruguaya y las relaciones judeocristianas. Aquí parte de este diálogo.
¿Qué significa ser rabino?, ¿existe una vocación rabínica?
Primero que nada, está bien llamarla vocación. Tanto la palabra como el concepto vocacional, —o sea, la decisión de encarar el servicio rabínico— tienen el mismo sentido que aquel que abraza su vocación sacerdotal en la tradición cristiana. El camino es similar, sin dudas con distinta fe, con distinto contenido.
Lo rabínico está más cercano al concepto del educador, no tanto a lo sacerdotal; el rabino es un guía, pero también un maestro y no es un sacerdote en el sentido ritual antiguo que le atribuía al sacerdote la representatividad. Es decir, el rabino es un líder dentro de la comunidad, pero en el sentido del concepto latino primus inter pares: alguien que es más conocedor que el resto, pero es un par más en la comunidad. El judaísmo tiene una mirada muy horizontal de la existencia y no hay nadie que se atribuya ni la representatividad de Dios, ni la representatividad de la comunidad por encima de la comunidad para representarla ante Dios.
Es un guía por conocimiento —por decisión vocacional—. Su expertise está en el conocimiento de lo que es la experiencia judía, ya sea por el conocimiento de la normativa, por el conocimiento de las costumbres y por la interpretación. Porque el gran poder en la tradición judía es la interpretación, es la capacidad de repensar aquello que fue dicho. Es como si todo nos hubiera sido dado en algún tipo de código que nosotros tenemos que decodificar, y esa decodificación es la exégesis, la capacidad de la comprensión no literal del mensaje es la que nos va haciendo crecer. Y el rabino toma sobre sí la búsqueda de la exégesis. Y por ello se vuelve un maestro guía para la comunidad. ¿Se tiene que hacer exactamente lo que el rabino dice? No, quizás se pueden tomar otros caminos, pero en general hay un respeto a la autoridad rabínica, o sea, la autoridad viene de la ley y del conocimiento.
¿Cómo nace en el joven Daniel Dolinsky la vocación rabínica?
Como toda vocación nunca está claro dónde empieza y más bien está ligado a intereses que van surgiendo a lo largo de tu vida. Yo diría que lo rabínico es algo que en parte va surgiendo porque otras personas inspiran en vos ese apego a tener un acercamiento a lo que es el judaísmo en sí mismo. Pero, por otro lado, hay algo innato que viene contigo y que es muy difícil poner en palabras, que tiene que ver por ahí con una vocación de servicio, con un pensar en el otro, con poder entender que hay un mundo más allá de uno. Y esas cosas van dando vuelta en tu interior cuando entran en contacto y se entrecruzan con el conocimiento, empezás a entender que el conocimiento que vos tenés no termina en vos, sino que empieza vos, vos sos solo el punto de partida.
Y entonces, ¿qué hacer con todo ese tesoro maravilloso? Bueno, quizás la ofrenda que vos intentas hacer al mundo. El tema es que después te das cuenta que la ofrenda es también tu propia vida. En la tradición cristiana esto es mucho más fuerte, porque tenés que decidir que no vas a tener una familia y que vas a dedicar tu vida a lo divino; en el judaísmo no es así, yo tengo mi familia, tengo mi esposa, mis hijos.
Pero es muy interesante porque ese Daniel en su adolescencia decide ir creciendo en esto, pero en principio es una profundización de sus conocimientos judíos. Obviamente que lo que te va pasando es que ningún escalón termina siendo el último de la escalera, vos sentís que querés más, que te falta, que soñás con más, que buscás más y como muchas cosas en la vida que son búsqueda, lo rabínico también es una búsqueda. Entonces seguís subiendo escalones hasta que en un momento te das cuenta que el escalón que te lleva al lugar que querés llegar es la vocación rabínica y tomás la decisión de ingresar al seminario rabínico y dedicar tu vida a profundizar, ya en la búsqueda de esa mezcla entre el conocimiento y la autoridad, porque la ordenación rabínica te da esa autoridad para poder ejercer desde el conocimiento que fuiste adquiriendo.
En una entrevista del semanario Voces, hablando de tu vocación, decías que en tu familia estaba muy presente la idea de una vida judía significativa.
Ni me acordaba que había dicho eso, pero creo que es tremendamente especial haberlo puesto en esos términos. Significativa quiere decir que tenga un sentido. Porque a veces en pos de la fe nosotros cancelamos el sentido, es como que perdemos la perspectiva de buscarle un sentido para que todo se vuelva especial. Significativo y especial para mí van de la mano, son dos cualidades que le dan riqueza a lo que hacemos, a lo que sentimos, a lo que pensamos. Yo lo que quería expresar con esa frase es que cuando lo que hacés no lo hacés solo por repetir, o solo porque alguien te lo dice, o solo porque hay que hacerlo, sino porque estás convencido, porque hay un llamado adentro tuyo, eso no tiene precio.
Y en ese concepto, ¿dónde entra la familia?
Nosotros somos seres de unicidad y contexto. O sea, nosotros somos quienes somos porque somos nosotros, pero también el contexto. Entonces, el primer contexto para cada uno de nosotros es el contexto familiar. De hecho, en muchas familias disfuncionales o familias con dificultades, terminan afectadas personas que están dentro de ese micromundo que a priori no deberían estar perjudicadas, así como en determinados micromundos familiares, alguien tiene una oportunidad que si hubiera estado en otro micromundo familiar no la hubiera tenido. Por lo tanto, es muy importante fortalecer el mundo de la familia. La familia es básica. Yo creo que en buena parte del mundo que está por venir pasa por fortalecer el concepto de familia. Creo que es algo muy actual entender el mundo en su multidimensión y globalización que nos propone la espiritualidad a partir de poner la familia en su lugar.

¿Y en dónde entra el concepto de vida?
Yo creo que ahí entra nuestra creencia en Dios. Dios es maravilloso y a veces lo ponemos tan lejos que nos perdemos esa maravilla. Dios nos dio algo increíble que es —creo— un mundo absolutamente diverso donde cada existencia es única e irrepetible. No hay dos iguales. Y tampoco hay una lógica absoluta en la existencia. No hay que vos digas dos más dos, cuatro, y el mundo entonces siempre va a ir para el mismo lado. La matemática es certeza, la vida es misterio. Entonces, si Dios hizo una vida de misterio, ¿por qué nosotros vamos por la vida buscando respuestas? A mí me encantaría que nosotros vayamos buscando preguntas, que nos generemos ese desafío de vivir, que vaya más por aceptar el misterio que por la necesidad de respuestas. Yo entiendo que como seres humanos limitados, a diferencia de Dios, necesitamos las respuestas como para tranquilizarnos. Es tan increíble vivir en el misterio. Nosotros nos preocupamos por querer ser jóvenes siempre, o que nos salga todo bien siempre, o que esté todo ya, o que salga como yo quiero, qué necesidad. Nuestra vida tiene mucho más de misterio y duda que de certezas.
Dios nos dio esta vida y este universo, y creo que muchos ponen a Dios tan lejos. O le tienen miedo, o lo ven como a un Dios que levanta el dedo y castiga, o levanta el dedo y premia. Pero Dios es compañía, Dios es amor, Dios es la vida, creo que eso nos está faltando mucho más y creo que ayudaría mucho al mundo de hoy.
Hace diez años tu familia y tú están en Uruguay y capaz que esta pregunta es difícil de contestar, pero… ¿qué significa ser judío hoy en Uruguay en 2025?
Para mí es un placer, un privilegio que tengo, estar en esta sociedad tan inclusiva, una sociedad que abraza. A mí me preocupa que podamos cuidar ese Uruguay moderado, cuando te aparecen algunos saltitos en el discurso que uno dice “ojo con esto”, discursos de antagonismos o extremismos aparecen e irrumpen, pueden ser cautivadores y pueden generar algún tipo de empatías entre los que no encuentran respuestas en el sistema. Toda esa moderación que hace que esta sociedad sea valiosa como grupo humano puede estar puesta en peligro o en riesgo.
Yo me siento plenamente identificado con mi vida y mi familia en esta sociedad uruguaya. Me siento uruguayo, en una sociedad en la que hay otra forma de mirar, otra forma de pensar, otra forma de interactuar; que no quiere decir que estemos todos de acuerdo, pero entender que hay otras sensibilidades para construir, eso es algo valioso que tiene Uruguay. Y yo hace diez años aprendí a conocerlo y hoy puedo decir que abrazo esa causa como un valor central. Y creo que hay una comunidad judía que vive en ese marco, vive su ser uruguayo, se siente absolutamente integrada en la sociedad, siente que puede dar su mejor contribución, y eso es lo que a mí me hace una caricia en el alma. Yo siento que ser el mejor judío que puedo ser, es ser el mejor miembro de la sociedad uruguaya que puedo ser. O sea, la sociedad la hacemos entre todos.
¿Qué es lo que une a un judío, cualquiera sea su origen, su nacionalidad, su compromiso religioso con Jerusalén?
Es el entendimiento de lo espiritual como puente en la existencia de un pueblo. Hubo más chances de que el pueblo judío desapareciera de la faz de la tierra, hubo más chances que los judíos decidieran abandonar y dejar de ser judíos, que las chances que había de que continuaran con su propuesta, con su conexión con Dios. A lo largo de la historia hay algo, hay un valor, hay una pulsión de continuidad, hay un acompañamiento también de la divinidad en esto de decir que este pueblo siga existiendo y hay como puntos altos con los cuales la tradición judía eligió conectar y se juró a sí misma nunca desconectar. Quizás uno de esos puntos altísimos es la tierra de Israel y Jerusalén como centro. ¿Cuándo lo vemos? Si nosotros abrimos el texto bíblico, vamos a leer en los Salmos, por ejemplo en el Salmo 135, donde los judíos están en Babilonia llorando por Jerusalén. O sea, lo dicen los textos comunes que tenemos en la tradición judeocristiana, nuestros antepasados comunes cuando son expulsados por los babilonios y están en lo que era el otro lado del mundo para aquella época, sus canciones religiosas son la añoranza a Jerusalén y el deseo de volver allí, y si no volvemos ahí lloramos por no poder volver. Es un concepto de un lugar en el mundo que representa una expresión de la espiritualidad. Esa añoranza en aquel momento se resolvió en ochenta años. Los judíos volvieron, tuvieron la oportunidad con los persas de continuar, vinieron los griegos, fue más difícil, vinieron los romanos, se complicó, los volvieron a echar. La segunda expulsión duró casi dos mil años. Durante esos dos mil años, los judíos, en cada festividad de la Pascua y en cada festividad del año nuevo decían: «el año próximo en Jerusalén». Esa es la forma de terminar todos los rituales judíos de la Pascua y del año nuevo. Entonces, cuando un pueblo durante dos mil años, a pesar de que no le dieron en ningún momento la oportunidad de volver, dice “pero yo no me olvido”, dice “yo quiero volver ahí”. ¿Qué representa eso? La vuelta a la soberanía, pero en realidad es la conexión con la tierra, la espiritualidad y la propia decisión de volverse a ser un pueblo. Porque un pueblo disperso es un pueblo mucho más fácil de estar expuesto a la asimilación que un pueblo concentrado y una de las formas de supervivencia es la continuidad clara. El pueblo judío añora a Jerusalén y a su tierra prometida, que deviene del mandato de cuando salieron de Egipto y marcharon a la tierra que le había sido prometida a Abraham. Todo ese mensaje hace que la relación entre el pueblo y la tierra de Israel haya sido, sea y va a ser, hasta la eternidad, mientras vaya con Dios.
¿Cómo ha sido la relación de la comunidad judía con la comunidad católica acá en Uruguay?
Uruguay tiene un un dato poco conocido, que obviamente en un país laico es algo no tan valorado, pero creo que como dato global y como dato de reflejo de la sociedad es central. Las relaciones judeocristianas empezaron a transitar en el mundo un estadio de normalización a partir del Concilio Vaticano II, que fue en la década del 60. En 1958, aquí se constituyó la Confraternidad Judeocristiana del Uruguay. O sea, años antes. Fue la primera en Latinoamérica y una de las primeras en el mundo. ¿Por qué? Porque había personas de bien, obvio, pero porque había una sociedad en la cual esto era natural, era posible. A nadie le sorprendía que un rabino, un cura y un pastor se reunieran cuando en el mundo esto era impensado. Acá a nadie le sorprendía que el cura, el rabino y el pastor se veían a sí mismos como tres uruguayos sentándose a tomar un café o mate; así empezó en la casa del pastor Márquez. Claramente que antes de eso también hubo charlas, te estoy hablando de un punto de marcar un hito institucional, no hay chance que un día se levantaran y dijeran: “Bueno, vamos a tomar el primer café y fundamos la ‘confra’”. Y alrededor de ellos había no menos de veinte personas que formaron esa primera confraternidad —tanto judíos como cristianos—, ninguno de ellos un día se levantó y dijó: “che, hoy a la noche vamos a tener una reunión para fundar esto”. Evidentemente el diálogo era ya algo marcado en la sociedad, grabado a fuego en el ADN de esta sociedad.
Entonces eso es genial y es central para entender, no solo las relaciones judeocristianas, sino para entender los vínculos entre partidos, o las construcciones de consensos en las autoridades, o que el presidente lo es de todos los uruguayos. Yo creo que había una gran madurez —que espero no perdamos en el tiempo—. Es un tremendo valor.
Volviendo a la pregunta, creo que las relaciones judeocristianas en Uruguay son buenísimas, por encima de la media de Latinoamérica. Obviamente que hoy, en todos los países hay consejos de judíos y cristianos, o espacios abrámicos donde hay diálogo o todo lo que quieras, y está divino y hoy no podríamos decir Uruguay es de punta; pero si Uruguay es sincero, es auténtico, eso es incluso mucho más valioso de si sos el número uno, o el mejor.