La parroquia Inmaculada Concepción, de Paso de las Duranas, es un templo centenario que atraviesa un particular momento de cambio.
Mariela se considera hija de la comunidad. Es que sus padres se conocieron en un grupo de jóvenes de la parroquia Inmaculada Concepción y, durante sus cincuenta y siete años de vida, muchos de sus recuerdos tienen que ver con el característico templo de Paso de las Duranas. Caminando por sus pasillos, asistiendo a misa, disfrutando de sus propuestas.
Eran otros tiempos. Y también otra realidad. Los grupos de jóvenes eran llamativamente numerosos, y las memorias de aquella época distan mucho de la realidad.
“Mis padres incluso se casaron acá. Su caso fue como el de muchos, porque había juventud y mucha familia que venía a misa y participaba de distintos grupos, incluso de misión. Cuando me confirmé, éramos ochenta y tres. ¡Ochenta y tres!”, remarca un par de veces, para posteriormente aclarar: “Y eran todos de acá. Hoy lo pensamos y es un disparate, una locura. Cada vez que lo recuerdo me doy cuenta de cuánto hemos cambiado. Los jóvenes estaban muy presentes, algo nos pasó como sociedad”.
La historia de Mariela es bien conocida por muchas integrantes de la comunidad, entre las que se encuentra Cristina (75). En su caso hace solo nueve años que se integró al templo, pero siente que es como si hubiese sido mucho tiempo antes: “Conozco sobre la parroquia porque tuve el privilegio de participar de la investigación por nuestro centenario. Venía de otra comunidad —la del Líbano— donde estuve más de veinte años. Allá fui catequista, preparé jóvenes, estuve en grupos de Liturgia y Biblia. Acá se trabajaba mucho con la parroquia del Líbano, incluso se preparaban celebraciones en conjunto, vía crucis y varias actividades más. Pero empecé a conocer mucho más cuando leía documentos antiguos que tenemos guardados, tratando de reconstruir el aporte que los laicos hicieron en todas estas décadas, para que no quede en el olvido. Era secretaria parroquial, y ahí supe de la participación de Mariela en la comunidad”.
Tradición de fe
Corría 1889 cuando Carlos Casaravilla ofreció un terreno suyo para construir un oratorio público. La sencilla capilla se materializó apenas un año después, más concretamente el 8 de diciembre, bajo la advocación de la Inmaculada Concepción, que da nombre al templo.
Precisamente, en su interior hay una imagen, traída desde Barcelona, en honor a la Inmaculada Concepción, dogma de la Iglesia católica proclamado por Pío IX en 1854, en el que se recuerda que la Virgen María estuvo libre del pecado original desde su concepción.
Años más tarde, los Oblatos de San Francisco de Sales comenzaron a participar en el templo y se ocuparon de su administración. En 1900 ya eran capellanes de la llamada “capilla de Casaravilla”, situación que se materializó cuando, en 1914, la adquirieron. Cinco años después, el 30 de octubre de 1919, se instituyó como parroquia.
Originalmente había una única nave, pero en 1938 comenzó la reforma del templo para tener tres, además de otras características propias de las construcciones de estilo románico. El 5 de junio de aquel año se colocó la piedra fundamental con la bendición de Mons. Aragone, y dos años después —en Nochebuena— se celebró la primera eucaristía con la parroquia en reforma. La parte posterior de la nave lateral izquierda (la capilla del Sagrado Corazón) quedó finalizada en 1945, y se colocó el altar de mármol.
Los siguientes años también fueron de cambios para los vecinos de la parroquia: en 1952, Mons. Barbieri aprobó los planos del frente del nuevo templo, mientras que el año siguiente hubo una ceremonia, presidida por el arzobispo, en la que se realizó la bendición y colocación de la cruz en el nuevo campanario. En los años siguientes hubo algunas reformas menores, hasta que en 1976 se modificó la fachada y, en 1980 y 1981, se renovó el piso de todo el templo, que perdura hasta la actualidad.
Memoria agradecida
“Yo sé que, si me voy, la parroquia funciona igual”. La frase del P. Mario Bortignon todavía resuena en la memoria de Mariela. Es que, en paralelo con aquellas reformas, los Oblatos hicieron crecer a su comunidad. Hablar de su huella y legado es hacer referencia a sus más de ciento veinte años de dedicación y servicio, e, indudablemente, a la memoria del P. Bortignon (párroco durante cuarenta y cuatro años).
“Siempre fue una parroquia activa, en la que el P. Mario nos dejaba hacer y se encargaba de que todo saliera bien. Nos hacía leer y releer muchas veces las lecturas y practicar las celebraciones. ¡Podíamos estar horas haciéndolo! Pero también era generoso en todo sentido. Por ejemplo, él sabía que los jóvenes venían a una misa en particular, pero invitaba a que esa celebración la hicieran los salesianos, que no eran parte de su congregación, porque decía que ellos tenían un carisma especial. También le pagaba el curso de catequista a laicos de la comunidad para que se pudieran formar”, puntualiza Mariela.
Para Cristina, fue complejo cuando, en marzo de 2024, los Oblatos de San Francisco de Sales dejaron de participar en la comunidad: “Cuando se fueron lo vivimos con mucha incertidumbre, fue un momento de angustia. Compartimos muchos momentos juntos. Es imposible que no recuerde cuando tuve que bajar con Yandri una escalera mientras se apoyaba en mis hombros porque él estaba grave. Cuando se internó nos repartíamos y hacíamos guardias, coordinábamos por el grupo de Whatsapp de la parroquia. Ahora estamos contentos con Alejandro e Ignacio, pero cuando ellos se vayan también lo vamos a sufrir obviamente, porque la vida parroquial es así”.
Comunidad comprometida
Desde la partida de los Oblatos, la parroquia fue asumida por el clero secular. En la actualidad están como referentes de la comunidad el P. Ignacio Donadío —como administrador parroquial— y el P. Alejandro Korahais.
“Recorremos este camino con mucha alegría y entusiasmo. Estamos en un proceso de escucha y también de aprendizaje”, puntualiza el P. Donadío, quien se ordenó en abril.
—En estos meses que llevás en la comunidad, ¿cómo podrías definirla? ¿Qué particularidades encontraste por acá?
—¡Pa! Me dijiste que serían preguntas sencillas— dice entre risas. Se toma unos instantes para pensar y continuar con su respuesta.
“Creo que es una comunidad muy activa, con ganas de hacer mucho. Y también abierta, sobre todo con el otro, con el que viene de otro lado. Reciben muy bien a las personas de otras comunidades y eso es un lindo aspecto. También veo que es un grupo humano alegre, que le gusta celebrar, y que respeta mucho los espacios de oración. Desde nuestro lugar eso nos motiva a crecer juntos”, complementa.
Por su parte, el P. Korahais —quien es, además, vicario de la educación en nuestra arquidiócesis y director del Liceo Jubilar—, destaca la unión de los fieles para desarrollar sus distintas tareas: “Todos mis compromisos los puedo realizar porque atrás tengo una comunidad que me respalda, tan sencillo como eso. Es como los futbolistas, que cuando les preguntan qué es lo más importante y ellos no te hablan solo del club, sino fundamentalmente de la familia que los apoya. Bueno, en mi caso, mi familia es mi comunidad. Gracias a su paciencia y su respaldo es que puedo sobrellevar todo eso. Estar acá y participar de sus actividades es como un descanso para mí”.
“Más allá de vivir nuestro ser cristiano como una familia, el hecho de continuar el proceso que empezaron los Oblatos es una linda responsabilidad y nos genera mucha admiración. Pensar en todos los sacerdotes que pasaron, en el trabajo que hicieron con el Colegio Mariano, que está enfrente, y tantas cosas más. Obviamente siempre va a estar el dolor porque una congregación deja el país, pero bueno, también asumimos confiados en que el Señor sabe los tiempos de todos y nos ayuda a superar las dificultades. Lo que te puedo decir es que es una comunidad viva, comprometida y con muchas ganas de servir —hay desde una olla hasta grupos de Liturgia, Biblia, oración, etcétera—, pero con un amor inmenso a la Virgen María y a la Eucaristía”, complementa.
Vida parroquial
En el templo hay todo tipo de actividades. Por ejemplo, los lunes y miércoles se desarrolla un servicio de olla, en el que se reúnen a las seis de la tarde, preparan los alimentos, rezan y luego parten al encuentro de los más necesitados. También cada lunes funciona la Academia Mariana, entre las dos y las cinco de la tarde. Hay catequesis para niños los domingo después de la misa (a las once de la mañana), un grupo llamado Pan de Vida (de ministros de la eucaristía), un equipo para matrimonios, el grupo Jesús Misericordioso (que funciona el cuarto sábado de mes y en el que rezan, reflexionan sobre el evangelio dominical y luego comparten una merienda), un equipo de canto o el grupo Alfareros, que se enfocan en transitar un momento distendido, de diversión, música y oración. Tanto Alfareros como Jesús Misericordioso superan la treintena de integrantes.
Pero también hay un grupo de iniciación cristiana para adultos los viernes a las siete y media de la tarde, que está guiado por los seminaristas Joaquín Díez y Marcelo Santagna. Precisamente, el primero de ellos se ordenará diácono este año camino al sacerdocio el próximo en la misma parroquia: “Este año tendré la gracia de ordenarme diácono acá, en un lugar en el que me recibieron de brazos abiertos y en el que estoy muy cómodo. Llegamos este año y nos encontramos con una comunidad con mucha fe y devoción, con una gran formación y con ganas de seguir caminando juntos. En este año pude ayudar en un grupo de consagración a la virgen en mayo, y luego se propuso comenzar un camino de iniciación cristiana para adultos. En ese grupo participo con Marcelo todos los viernes; es un honor poder acompañarlos e ir descubriendo en ellos como Dios va actuando, y cómo se van enamorando y conociéndolo a Él”.
Por su parte, para Marcelo, su propósito es acompañar el proceso de fe de la comunidad: «Me integré a la comunidad desde marzo de este año. El obispo nos pidió hacer esta actividad pastoral que desarrollamos como seminaristas en alguna parroquia. En ese marco fue que me designó junto con Joaquín, que además, Dios mediante, se ordenará diácono el mes que viene. Mi actividad básicamente es acompañarlos durante el fin de semana. Los sábados estoy de tarde y participo de los distintos grupos, como por ejemplo Jesús Misericordioso o Alfareros. También participo de alguna actividad puntual que haya, como llevar la comunión a algún vecino enfermo o estar en algún taller. Muchas veces participo de la misa de las siete de la tarde y luego de la del domingo a las diez de la mañana, que es la celebración más concurrida. En alguna ocasión también estoy con la catequesis de niños, pero básicamente la idea es estar a disposición».
Por: Leandro Lia
Redacción Entre Todos