El maltrato hacia las personas mayores adopta formas visibles y otras naturalizadas. Los últimos datos oficiales revelan una realidad preocupante en Uruguay.
Los datos son contundentes. El 82,8 % de los casos de violencia hacia personas mayores en Uruguay, registrados en 2024, corresponde a mujeres, y el 17,2 % a hombres.
Y a esos números se suma uno más, igual de inquietante: la mayoría de las agresiones proviene del entorno cercano a la víctima. En más de la mitad de los casos, quienes ejercen la violencia son personas allegadas: hijos e hijas (56,9 %); nietos o nietas (7,5 %); sobrinos o sobrinas (7,5 %) y parejas o exparejas (5,5 %).
Estas cifras se dieron a conocer el pasado 15 de junio por el Instituto Nacional de las Personas Mayores (Inmayores), dependencia del Ministerio de Desarrollo Social (Mides), en el marco del Día Mundial de Toma de Conciencia del Abuso y Maltrato en la Vejez.
Gianella Massera, presidente de la Sociedad Uruguaya de Gerontología y Geriatría, considera que estos números “son preocupantes” y, al mismo tiempo, “cortos”, ya que los adultos mayores sufren diversas formas de violencia, muchas de ellas invisibles. “A veces el maltrato se considera un acto voluntario, pero en muchas ocasiones es involuntario”.
Las formas invisibles del maltrato
La violencia hacia los adultos mayores no siempre se ve. No se limita a insultos, agresiones o abandono. Así lo advierte Inmayores en su nueva campaña.
Está en la consulta médica donde no los miran, no les hacen las preguntas necesarias y terminan sobremedicados.
Está en la casa donde hablan de ellos como si no existieran, donde toman decisiones sin consultarles y usan su hogar sin permiso. Está en los cobros excesivos y en los préstamos hechos a su nombre sin consentimiento.
Está en la prohibición de salir, en el aislamiento y en la exclusión. En las críticas a su forma de ser, a sus gustos y a sus vínculos. En la insistencia para que hagan cosas que no quieren.
Está en el uso de términos como “abuelo” o “abuelito” sin que exista un vínculo familiar.
Está en no darles el tiempo suficiente para realizar acciones simples, como subir al ómnibus o hacer un trámite en el banco.
Esa violencia no siempre se ve.
¿Un fenómeno complejo?
Ricardo Alberti —sociólogo, máster en Gerontología Social y consultor— considera que la violencia hacia las personas mayores no tiene una forma nítida: “No existe una violencia física que no esté acompañada, de algún modo, por una violencia moral, patrimonial o psicológica. No hay una violencia patrimonial que no conlleve también algún tipo de violencia psicológica. Y no existe una violencia psicológica que no implique, en cierta forma, también violencia física o patrimonial”.
Según un informe del Servicio de Atención a Personas Mayores de la Intendencia de Montevideo (IM), presentado en 2024, la mayoría de las situaciones se da en el ámbito intrafamiliar. Para Alberti, la violencia que ocurre en ese entorno es “confusa”, porque muchas veces está “naturalizada”: “La persona que la vive no la percibe como tal. Es común escuchar: ‘Yo nací en un hogar en el que se gritaba y se golpeaba’”.
Massera considera que esta situación se puede revertir a través de la educación desde la primera infancia. “Los niños tienen que ver cuál es la importancia de todas las personas, incluidas las mayores; y entender que todas necesitan su dignidad, tienen sus derechos y deben reivindicarlos, aunque parezcan obvios”.
La cultura de la vejez
Uruguay es un país en vías de envejecimiento. El censo de 2023 reveló que las personas mayores de sesenta y cinco años representan el 16% de la población, lo que equivale a aproximadamente 545.301 personas. Por otro lado, la expectativa de vida promedio llega a los 78,3 años.
Sin embargo, el modo en que se vive la vejez no es igual en todas partes. “La cultura occidental es muy distinta a la oriental”, explica Massera. “En los países orientales, las residencias de larga estadía son prácticamente inexistentes, porque la familia continúa albergando a la persona mayor”. En China, por ejemplo, el respeto por los mayores es un valor cultural arraigado: suelen vivir con sus hijos y nietos, y se espera que, llegada la vejez, sean los nietos quienes asuman su cuidado.
En cambio, en los países del Occidente, entre los que se encuentra Uruguay, la situación es diferente: “Los niños pasan diez horas fuera de sus casas porque sus padres trabajan y los ancianos van a los residenciales cuando no tienen más remedio porque son muy veteranos y tienen dificultades”.
Por su parte, Alberti señala que uno de los roles de las personas mayores, poco visibilizado, es el de ser modelo para las nuevas generaciones. “Los niños tienen ahora, por suerte, abuelos activos. ¿Los van a ver envejecer? Sí, pero permanecerán activos por mucho más tiempo. Cuando esos niños sean adultos mayores, van a recurrir a ese modelo mental”.
El papel de la Iglesia
“El momento humano de los adultos mayores es un momento de desarrollo espiritual”, dice Alberti. “Tienen un bagaje de experiencia vital que les permite avanzar en ese camino. Están liberados de muchas cosas que antes les exigían: la vorágine del trabajo, la crianza de los hijos, la necesidad de ganar dinero para vivir. Y, por otro lado, están en un momento de júbilo y de evaluación, que favorece ese crecimiento interior”.
El sociólogo expresa su deseo de que, en el futuro, en la Iglesia uruguaya exista “una pastoral del adulto mayor, que no sea endogámica con la de salud”, como ya ocurre en países como Chile, Argentina, Brasil y Colombia. “Estas pastorales trabajan en dos ejes: la espiritualidad y la capacidad de trabajar por los derechos de otros. Al hacerlo, también trabajan por sus propios derechos”.
Pero más allá de esta propuesta concreta, Alberti advierte que “la Iglesia debería darse cuenta que es una Iglesia de adultos mayores, y por lo tanto tendría que ponderar su participación y crear una comunidad más acorde”, que contemple, por ejemplo, los horarios de las celebraciones y el acceso a los templos.
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