Sobre el Monasterio de la Visitación y las monjas salesas, o visitandinas. Séptimo artículo de la serie, por el Pbro. Gonzalo Abadie.
Finalmente comienza la edificación del Monasterio de la Visitación, en Montevideo, en el terreno adquirido en la calle Canelones entre Ibicuy y Cuareim (hoy Gutiérrez Ruiz y Zelmar Michelini). Mientras continúa la recolección de fondos en el extranjero, el gobierno eclesiástico y civil —el cual tutela toda acción de la Iglesia invocando el pretendido ‘derecho de patronato’ del presidente de la república— se ponen de acuerdo en encomendar al Pbro. Isidoro Fernández la misión de conseguir en Europa fundadoras salesas para el nuevo monasterio.
Fracasada la tentativa española, el sacerdote viaja a Roma a comienzos de octubre de 1855. Se entrevista con Pío IX, quien así retoma contacto con los remotos anhelos de la hermana Juana María García de Zúñiga, que le habían sido confiado treinta años antes, cuando en sus años juveniles participó de la Misión Muzi en esta parte del mundo.
Involucrado, otra vez, en aquella historia de supervivientes, el santo padre impulsa la solicitud, que llama a las puertas del Monasterio de la Visitación de Milán. La Hna. Luisa Beatriz Radice es elegida como la madre superiora a cargo de la fundación en Montevideo.
El padre Isidoro Fernández, por su parte, presenta en la Santa Sede la petición de las doce “señoras que aspiraban a ser religiosas” en el flamante convento en construcción. Siete de ellas terminarían siendo hermanas fundadoras, junto a las venidas de Italia. Las firmantes decían estar prontas para lanzarse a la aventura, ya que las hermanas Juana y María Rosa García de Zúñiga ofrecían su propio hogar de la calle Rincón para que pudiera procederse a la fundación, mientras no se inaugurara el convento de la calle Canelones. La tenaz vocación femenina, montevideana, había franqueado la muralla del ‘no’, había horadado la roca, silenciosamente, durante cuarenta años. Y estaba a punto de ver la luz. O, al menos, eso creían.
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Después de esto se empezó la obra del monasterio, a pesar de que hubiesen declarado que no precisaba menos de 40 mil pesos, además de los 8.000 que se habían desembolsado. Por lo cual don Isidoro encargó a D.ª Ascensión Alcain, que se fuese a Buenos Ayres, y después a Río Janeiro a pedir limosna, lo que se hizo con buen resultado.
Mientras tanto, don Isidoro Fernández, munido de las autorizaciones del señor Vicario Apostólico don José Benito Lamas, fue encargado de la misión de ir a Europa a buscar a las fundadoras, con Letras patentes de 6 de abril de 1855, con las cuales pudiese legitimarse cerca de las autoridades civiles y eclesiásticas de Europa, y hacerse reconocer como persona de toda confianza del mismo señor Vicario, y encargado de recibir, acompañar y custodiar en el viaje a Montevideo, a las religiosas que fuesen destinadas para el nuevo Instituto con todas las precauciones y atenciones, suministrando todos los gastos y con el decoro conveniente.
En consecuencia y relación a dichas Letras patentes del Sr. Vicario Apostólico Lamas, el Sr. Presidente de la República, con su Rescrito de 11 de abril de 1855, autorizaba, al dicho Sr. presbítero Fernández, a cumplir con la misión que le había confiado el Sr. Vicario Apostólico para transportarse al Reino de España y sacar, de uno de los monasterios de Salesas, a algunas religiosas que pudiesen servir a la dirección del Monasterio de la Visitación que se quería establecer en la ciudad de Montevideo.
La superiora del monasterio de Madrid, a quien se dirigieron por cartas, en prevención de si estaría dispuesta a hacer esta fundación, contestó el 12 de julio de 1855 a D.ª Ascensión Alcain:
«Debo decir a Ud. que tengo el sentimiento de no poder complacerla en la solicitud que hace de una o más religiosas para esa fundación. Y como veo, hasta la evidencia, que los mismos obstáculos tienen el segundo monasterio de esta ciudad y los otros dos que hay en España en otros puntos, no les he comunicado su pretensión, porque aun los propuestos hechos en el Reino, no hemos podido admitir.
Primeramente, este país está en una posición tal, que no permitirían salir de él a religiosas, y al presente ya han prohibido admitirlas. En segundo lugar, no nos aventuramos a pasar a puntos tan remotos, que están en continuas convulsiones políticas y variedad de Gobiernos, que unos deshacen lo que otros permitieron. En fin, son tantos los inconvenientes, que me veo obligada a decir a Ud. claramente que no podemos ir las de este Reino».
El Sr. presbítero Fernández se dirigió pues a Roma a principio de octubre 1855, y se presentó a Su Santidad Papa Pío IX con todas las credenciales que acreditaban su comisión por parte de ambas autoridades, civil y eclesiástica de la República del Uruguay, como también la solidez y fianza que ofrece la empresa de la fundación de un monasterio de religiosas Salesas en la ciudad de Montevideo, pidiendo las licencias, gracias y privilegios necesarios, y el permiso de llevar a Montevideo las religiosas fundadoras, sacándolas o del monasterio de Roma, o de cualquier otra ciudad donde se pudiesen alcanzar.
Nuestro S.º Padre Pío IX le manifestó la mejor intención y agrado en este negocio, acordándose de las súplicas y recomendaciones que le hicieron cuando se hallaba en Montevideo en 1824, y lejos de encontrar algún defecto en los documentos que le había presentado, los aprobó completamente, y mandó luego que fuesen transmitidos a la Secretaría para la ejecución, y a más de esto encargó las religiosas Salesas de Roma de convidar a aquel monasterio que les parecería más a propósito para que se emplease en esta empresa, y la elección se fijó sobre el Monasterio de la Visitación de Milán.
Fue pues en el mes de noviembre de 1855 que nuestra respetable hermana, la Madre Juana Carlota Rossi, superiora de nuestro Monasterio de Roma, escribió a nuestra muy amada hermana Ángela Margarita Caccia, entonces superiora de nuestro Monasterio de Milán, para preguntarle si su comunidad podría secundar los piadosos deseos de nuestro SS.º Padre el Papa, tocantes a la fundación de un monasterio de la Visitación en la ciudad de Montevideo, en América.
Esta proposición era bien capaz de asombrar el corazón más generoso; pero no el de esta alma de fe. Se hubiera dicho que ella vislumbraba desde entonces lo que el seguimiento de las circunstancias debía poner claro a la evidencia, y que ella percibía, en medio de las oposiciones de la prudencia humana, aquella Voluntad divina a quien nadie puede hacer resistencia. Porque ella se sintió fuerte y constantemente estimulada a no volver atrás delante de los sacrificios que debían necesariamente esperarse. Y supo también persuadir a su comunidad, que muy pronto se halló en sus mismas disposiciones.
Esta digna madre, que obraba en vista de Dios en un despojamiento perfecto de todo interés propio, fijó luego su elección sobre el sujeto que juzgaba más capaz de ser puesto a la cabeza de esta grande empresa.
Nuestra respetable madre, Luisa Beatriz Radice, entonces depuesta, había estado de superiora durante seis años, los más críticos para la Lombardía. Los acontecimientos de 1848 le habían dado mucha experiencia y lo que más importa, su celo por la perfecta observancia, su rara prudencia, y su perfecta confianza en Dios, parecían haber crecido en medio de las dificultades; estas calidades fueron el motivo que hizo resolver a la digna Madre Angélica Margarita, a desprenderse de tan preciosa coadjutora, que había sido desde su noviciado la querida amiga de su corazón.
En consecuencia de todo esto, contestó en modo afirmativo a la superiora de Roma, y al Sr. presbítero don Isidoro Fernández, que también le había dirigido una solicitud. El señor Conde Comendador don Juan Vimercati, que estaba en Roma, y muy apreciado por el Santo Padre el Papa, tuvo también su parte en este negocio, porque mucho animó, a la superiora de Milán, a no retirarse de tan santa empresa.
El Sr. presbítero Fernández presentó, a la Sagrada Congregación de Obispos y Regulares, la súplica que las señoras que aspiraban a ser religiosas en Montevideo dirigían a Su Santidad para obtener las fundadoras. Doce eran las nombradas: D.ª Ascensión Alcain, D.ª Juana María García de Zúñiga, D.ª Juana Rodríguez, D.ª Rosa Eduviges García de Zúñiga, D.ª Matilde Carta, D.ª María Josefa Romero, D.ª Francisca Romero, D.ª Marcelina Del Valle, D.ª María Josefa Vargas, D.ª Ángela Prego, D.ª Beatriz Correa y D.ª Tomasa Pérez. (De estas, solo siete hicieron la santa Profesión).
En dicha súplica exponían, humildemente, cómo habían alcanzado las licencias necesarias de las autoridades locales, y que tenían comprada la casa, donde ya se habían empezado los primeros trabajos, que, para no demorar más, y aprovechar pronto de los frutos que se esperaban de tan grande empresa, habían encargado a un bueno y respetable sacerdote, para que procurase algunas religiosas Salesas y las llevase a Montevideo, para dar prontamente principio a la fundación del nuevo Instituto; y que a este efecto, en el ínterin, mientras la obra no estuviera acabada y reconocida propia a su destinación, las Otorgantes se obligaban sólidamente a sostener la empresa.
Además, dos de ellas, es decir, las hermanas Juana María y Rosa García de Zúñiga, daban la casa de su habitación y propiedad, junto con el Oratorio, donde podrán hospedar y permanecer dichas religiosas y entrar otras aspirantes y dar, en el ínterin, principio al Instituto, para transferirse a su tiempo al nuevo monasterio, con la condición expresa de que la misma casa, por cualquier acontecimiento, y hasta que no esté dispuesto otro local propio para las religiosas y su Instituto, quede destinado a este uso exclusivamente, y sin limitación de tiempo.
Todo lo cual estando así arreglado, las Otorgantes imploraban el Apostólico Beneplácito de la Santa Sede, para que todo esté hecho canónicamente, y descienda sobre ellas y el Instituto que se iba a erigir, la Apostólica Bendición.
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