Sobre el Monasterio de la Visitación y las monjas salesas ―o visitandinas―. 9.º artículo de la serie. Por Gonzalo Abadie.
Retomamos la historia narrada en el Monasterio de la Visitación, que interrumpimos momentáneamente con la serie de artículos sobre el cardenal Newman. Cuando estaba a punto de concertarse la partida de las monjas de Milán hacia Montevideo, estas recibieron informes desalentadores acerca de la situación política y de intrigas contrarias a la instalación del monasterio en la ciudad rioplatense.
Se suman otras dificultades: la oposición de los parientes de la madre Radice, elegida como superiora de la misión y la opinión negativa del médico acerca de su salud, desaconsejando el viaje. La madre Radice interpone su firme decisión de realizar la fundación como sea y suplica al arzobispo de Milán que autorice la misma.
Este resuelve consultar al papa Pío IX: ¿ofrece seguridad Montevideo para una fundación? En su respuesta, el papa se remonta treinta años atrás, y deja algunas líneas que descubren su recuerdo de Montevideo, y su conocimiento personal de las hermanas Zúñiga, aunque no las nombre, y de la antigua determinación de fundar un monasterio de Salesas, y de la casa, incluso, que entonces pensaban destinar para ese fin. Un documento imperdible, una joyita en la historia de la Iglesia del Uruguay. Y así, por designio de la Providencia, el joven sacerdote que en el verano montevideano de 1824-1825 aseguró que haría lo posible para ayudar a aquellas mujeres, cumplió con su palabra treinta y un años más tarde, al ocupar la cátedra de Pedro.
Parecía ya ser este un negocio acabado [= un asunto exitoso], pero el enemigo no se desalentó. Con otra batería procuró echarlo todo a perder. En el momento en que llegaba el decreto con todos los documentos necesarios, no faltando otra cosa sino la autorización de Su Excelencia el Señor Arzobispo de Milán.
En este mismo momento las más atemorizantes noticias acerca de la ciudad de Montevideo le venían a nuestra respetable madre Ángela Margarita Caccia por unas personas muy dignas de fe, que le manifestaban que no hubiera podido subsistir un monasterio de religiosas en medio de tantas perturbaciones políticas y con tantas personas contrarias a todo establecimiento religioso. Desde entonces todo pareció unirse para oponerse a este proyecto, que parecía no tener ya a Dios por autor.
Serias dificultades, obstáculos insuperables se presentaban a cada paso. Su Ex. el Sr. Arzobispo de Milán, que se había mucho interesado en este negocio, se hallaba entonces ausente de su diócesis. Se anunció pues con toda solicitud a los dignos eclesiásticos de su corte los tristes informes que se acababan de recibir, y nuestra respetable madre Ángela Margarita, oído el parecer de los mismos, muy contrario a tal fundación por tan graves dificultades, escribió al Sr. Isidoro Fernández, imponiéndolo de las noticias recibidas, de las oposiciones de los superiores, y que además le parecía inconveniente el enviar un número de religiosas menor de lo que ella había indicado, por lo cual, salvo la suprema deliberación del arzobispo, las religiosas de Milán no podrán ir a tan lejanas regiones.
El Sr. Fernández, con carta escrita de Roma el 23 de abril de 1856, declara primero la grande sorpresa y sensible pesar que le causó la lectura de la carta de la respetable madre Caccia y contestó como sigue: «Todos los documentos que se han producido y las varias cartas escritas desde Montevideo, aun recientes, acreditan que no solo no hay oposición de ninguna clase en Montevideo, sino que toda la población, sin excepción, aprueba, desea y contribuye por esta obra tan apreciable.
»La Corte Pontificia durante los meses desde que presenté mi solicitud para esa fundación, ha podido reflexionar, examinar esa empresa, y aun pedir todos los informes necesarios, y no solo no ha hallado obstáculos, sino que ha concedido su licencia y aprobación.
»Varias cartas de la misma reverenda madre superiora que patentizaban su buena y decidida voluntad, como asimismo de las demás religiosas, fueron causa de que se pidiera ―y la Santa Sede que mandara― que las santas fundadoras se tomasen del Monasterio de Milán.
»Y a pesar de que se propusiera un número menor de lo que señalaba la dicha superiora, se remite siempre a la voluntad del arzobispo y de la misma superiora el deliberar cuántas deben ser las religiosas fundadoras. En mi precedente carta lo he dejado todo a su voluntad.
»La grandísima distancia de Montevideo sería espantosa si las religiosas tuviesen que viajar e ir a vivir en países donde los herejes o infieles están mezclados con los católicos, o bien están dominando, pero en Montevideo el pueblo es todo católico desde su principio, y eminentemente católico, y actualmente se halla en completa paz y en la mejor situación que nunca.
»Como estoy encargado de conducir a América a algunos religiosos franciscanos, estos podrían muy bien custodiar a las religiosas en el viaje, y si fuera necesario, procuraría un padre jesuita que pudiera servir de director [espiritual], quien luego podría quedarse en Montevideo, donde están establecidos sus correligionarios».
Concluye la carta el S.or Fernández suplicando a la R.da madre superiora que no tema ni se desaliente y no desista de hacer un bien tan grande a las almas y a la religión en favor de ese pueblo, sino que haga los mayores esfuerzos para quitar todas las dificultades y las oposiciones, y para allanar todas las cosas, porque este es un negocio de Dios.
Mientras la decisión de este negocio estaba envuelta en tantas tinieblas, Dios, cuyos medios son infinitos, puso gran valor y resolución en el alma de nuestra querida madre Luisa Beatriz, que pareció entonces como una roca contra la cual todas las dificultades se quebrantaban.
La oposición que halló en la ternura de sus parientes no fue de las menores. Ellos la querían muchísimo. Tenían por ella una estima que iba hasta la veneración, y por tanto, venían a consultarla en sus penas y dudas, y hallaban en ella una amiga, una consejera, una madre. Por eso después de haber tocado y puesto en obra todos los medios imaginables, tentaron ellos mismos lo imposible para estorbar su partida.
Tanto afecto la conmueve vivamente. A pesar de todo eso, ella impone silencio a la voz de la naturaleza, y les suplica que no se opongan a los designios de Dios, que no la priven de la gracia que Él le hace, y alcanza llevarlos a la resignación.
Ganada esta primera batalla, luego de que su Excelencia el señor arzobispo, a su vuelta de Roma, se dignó visitar nuestra pequeña Visitación, se echa de rodillas, y le ruega encarecidamente que no mude de parecer por el motivo de la opinión del médico tocante su salud. Le asegura que otro profesor en medicina juzga que ella puede emprender el viaje y acaba conjurándole a no dar a otra el mérito del sacrificio que su Divino Maestro pide a ella misma.
Una oferta tan generosa, no pudiendo ser originada sino de la vocación divina, consuela a este digno Prelado y le arranca un consentimiento, que su corazón paternal no podía resolverse de dar. A pesar de todo eso, antes de venir a una decisión final, su Excelencia no dejó de intentar todos los medios para asegurarse de su divina voluntad.
Desconfiando de sus propias luces, se dirigió a nuestro Santo Padre el Papa, que había sido el primer motor de esta empresa. La carta que su Santidad se dignó contestarle fue para nuestra respetable madre Luisa Beatriz, y para sus compañeras, un estímulo poderoso a solicitar la partida. He aquí cómo se expresa el Beatísimo Padre: «Señor Arzobispo muy amado: me pregunta si los medios materiales de que trata el presbítero Fernández, natural de Salta, en la América Meridional, sean suficientes y seguros para conceder el permiso a aquellas de entre las Salesas de Milán que estuvieran destinadas a salir hacia Montevideo, sobre el Río de la Plata, para fundar allá un monasterio del Instituto de su Santo Fundador.
«La pregunta es de tal suerte, que no puede de ningún modo satisfacerse por falta de informes ciertos, seguros, irrefragables, que son propios de quien ve, oye y toca con sus manos lo que quiere probar.
Diremos, sin embargo, que en Montevideo existía el deseo de abrir un monasterio de Salesas desde 30 años y más atrás, lo que hemos oído personalmente y hemos visto la casa que querían destinar a este uso algunas señoras piadosas provistas de bienes de fortuna, y que Nos hemos conocido.
»Se ve que este piadoso designio dura todavía, o porque vivan todavía las personas que nos lo manifestaron, o porque fue transmitido en aquellas o aquellos que entraron en la herencia.
»Añadiremos que el presbítero Fernández, por las noticias que tenemos de él, parece que merezca confianza. No podríamos decir más.
»Pero usted sabe muy bien que hay unas cosas que es preciso ejecutar con prudencia, pero que no puede ser separada de la confianza en Dios, autor de todas las buenas obras.
»Fue dicho a los Apóstoles que fuesen sine seculo et sine pera [sin bolsa y sin alforja]; y a las buenas religiosas, que no son apóstolas, se podrá decir que vayan con bolsa y con alforja, pero que la una y la otra no estén separados de la confianza de hallar en Montevideo la artesa con la necesaria harina para el sostenimiento. […]
»Reciba la Apostólica Bendición y comuníquela a las Religiosas Salesas que nos escribieron, a las cuales la compartimos de todo corazón.
»Dado en Roma, Santa María la Mayor
Día de julio de 1856
(firma) Pius P. IX».

