Reflexión del mensaje del papa, por Leopoldo Amondarain.
El papa Francisco subrayó que el año 2025 va a ser un año caracterizado por la esperanza, siendo el tema central de este año jubilar: “peregrinos en la esperanza”. Por dicho motivo, me pareció oportuno hacer algunas reflexiones sobre la virtud teologal de la esperanza.
Cuando pronunciamos la palabra virtud solemos pensar en las virtudes morales, es decir, en el comportamiento del hombre. Pero hay tres virtudes que les llamamos teologales, que son la fe, la esperanza y la caridad, que son virtudes que Dios infunde en el alma al momento del bautismo, que garantizan la presencia y acción del Espíritu Santo en el hombre, y que caracterizan la vida del cristiano.
La fe es como una esposa fiel, la caridad como una madre puro corazón, y la esperanza es una niña que vino al mundo en la Navidad. Las tres van caminando juntas, y en medio de ellas va la esperanza. La esperanza es como la hermana menor, que da la sensación de dejarse arrastrar por sus dos hermanas mayores, aunque en realidad es ella la que hace andar la fe y a la caridad, porque es la virtud que nos vincula con el futuro, siendo el motor de todas las grandes búsquedas de la humanidad.
La esperanza es el oxígeno del que toda persona necesita para poder respirar y crecer. Consiste en desear alcanzar algo que está fuera de nosotros. Es un poder interior y una potencia espiritual que nos religa a una realidad trascendente y distinta de nosotros. Es como un ancla que tira hacia el cielo, es decir, a lo que esperamos y todavía no tenemos.
La gran pregunta del que no cree es: ¿los creyentes: qué esperan? Frente a esa pregunta, los cristianos contestamos: hay alguien con mayúscula que es Dios que nos ha prometido algo. Por eso esperamos.
Por tanto, la esperanza se fundamenta en un hecho ya pasado, que es la existencia de las promesas divinas y en su realización ya comenzada. Y a su vez, toda ella está dirigida al futuro, que es el establecimiento del Reino de Dios.
Además, esperamos no porque las cosas vayan bien, ya que la esperanza no se funda en la marcha de los acontecimientos, sino en las promesas de Dios y su Palabra. Por tanto, vayan como vayan las cosas, nosotros tenemos igual esperanza, porque Dios nos ha prometido algo. Incluso, podemos decir que no sabemos bien qué es lo que esperamos, pero sí sabemos en quién esperamos. Esperamos en el Dios que se ha hecho hombre y ha entregado su vida en la cruz por cada uno de nosotros. Por lo tanto, tenemos la certeza y la experiencia de la fidelidad de Dios que cumple sus promesas. Le prometió a David un descendiente que reinará para siempre, y lo cumplió. Ese descendiente fue Cristo, el Señor.
En definitiva, la esperanza nos permite comprender qué es lo típico del cristianismo, qué es tener confianza en Cristo, apoyándose en sus palabras y en la promesa de Dios.
En el polo opuesto de la esperanza se encuentra la desesperación, que es la actitud a la que el hombre verdaderamente profundo llega si no conoce a Cristo, porque se da cuenta de la hondura del mal que nos aflige y de la incapacidad de superarlo con las propias fuerzas.
Este convencimiento de hallarse en una situación sin salida y en una impotencia radical, constituye el punto de partida del cristianismo. La esperanza carece de sentido si se olvida esta verdad.
Esto está expresado en la doctrina del pecado original, porque en el fondo nos enseña que tenemos en nosotros una complicidad innata con el mal, y no tenemos fuerzas suficientes para superar esa tendencia.
Cuando el hombre se da cuenta de la hondura de su mal y que no puede superarlo con sus propias fuerzas termina lanzando un grito desgarrador. Ese grito encuentra eco en el corazón de Dios, lo cual hace que envíe a su Hijo Jesucristo, en el cual y por el cual podemos vencer al mal. Entonces el corazón se llena de esperanza.
«La esperanza es el oxígeno del que toda persona necesita para poder respirar y crecer»
Lo que más dificulta la esperanza es la pretensión de que nosotros nos pertenecemos únicamente a nosotros mismos, y que no poseemos más de lo que nosotros podemos adquirir. No se dan cuenta que solos no pueden vencer la complicidad que hay con el mal, y para vencerlo es necesario que venga otro con mayúscula que es Cristo.
Por tanto, la esperanza está hecha de realidad, humildad y confianza. De realidad y humildad por la conciencia de los propios límites. Y de confianza porque nos hace salir de nosotros mismos y abandonarnos en manos de otro que es Cristo.
La espiritualidad cristiana comienza el día que uno descansa en Dios todo el peso de su ser. “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré” dice el Señor en el evangelio de Mateo. Al dar ese paso empezamos a ser cristianos de verdad.
Todo esto se aprecia muy bien en Abraham, nuestro padre en la fe. Confiando en las promesas de Dios salió de su tierra hacia un país que iba a recibir en herencia y se puso en camino sin saber a dónde iba, pero creyendo en la palabra de Dios. Esto nos muestra que lo propio de la fe no es fundarse en la experiencia, la cual es limitada e incluso descorazonadora. El cristianismo empieza cuando Dios habla y hay un hombre que cree y obedece.
La fe-esperanza de Abraham, que se renueva en nosotros, nos hace sobrepasar el pasado y responder a la llamada del Espíritu que nos lleva hacia delante. Nos hace caminar de maravilla en maravilla, o como escribe san Pablo, de gloria en gloria. Aceptando las muertes y despojos sucesivos que ello comporta. Siendo fieles a la ley del crecimiento espiritual que el salmo 84 expresa de manera muy elocuente: “¡Felices los que encuentran su fuerza en ti, al emprender la peregrinación! Al pasar por el valle árido, lo convierten en un oasis; caen las primeras lluvias, y lo cubren de bendiciones; ellos avanzan con vigor siempre creciente hasta contemplar a Dios en Sion”.
La fe no consiste únicamente en creer que Dios existe, es sobre todo creer que Dios interviene en la historia, cosa que al hombre le parece inverosímil. Que en el corazón de la trama de los acontecimientos ordinarios que están marcados por los determinismos de los hechos físicos, por el encadenamiento de los hechos sociológicos, y por las características de las psicologías de las personas, creer que en medio de todo eso hay irrupciones y acciones de Dios es lo que a muchos les cuesta creer. Sin embargo, eso es lo que en el fondo significa creer en Dios. Y es gracias a eso que se desvela el Dios vivo, el Dios que viene y entra en nosotros en una relación personal y deja lejos al Dios abstracto de los filósofos.
Con la sola razón podemos comprender al Dios creador, pero no que Dios interviene en el día a día y viene a nosotros con una relación salvadora. Esto es lo que la fe en la esperanza nos permite ver.
En la carta a los Hebreos leemos: “ya que estamos rodeados de una verdadera nube de testigos, despojémonos de todo lo que nos estorba, en especial del pecado, que siempre nos asedia, y corramos resueltamente al combate que se nos presenta”.
La vida cristiana es presentada como una carrera. Y la carta a los Hebreos añade: “estamos rodeados de testigos”, los cuales nos dan ánimo para seguir corriendo en la carrera. Aquí se está aludiendo a los santos, que son los testigos de la verdad de la resurrección del Señor por la obra que la gracia de Dios ha hecho en ellos. Con esto se aprecia que un nuevo modo de ser es posible, mediante la fuerza y el poder del Señor, y por lo que el Señor ha realizado en ellos. Les ha dado un corazón misericordioso y reconciliado, los ha hecho capaces de perdonar a los enemigos, los ha hecho capaces de ser castos, y los ha hecho capaces de ser compasivos.
Por lo tanto, la contemplación de los santos, ayuda a nuestra esperanza. Y nos permite ver que el Señor actuó en la vida de esas personas, y por lo tanto puede actuar igualmente en la nuestra. Y si estoy atento a él, me daré cuenta de que está actuando en mi vida, a pesar que el mundo esté sumergido en la violencia, injusticia, sensualidad y avaricia. A pesar de todo eso es posible una humanidad nueva
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Muy lindo.
Yo tengo un sueño, y tengo la esperanza que se va a hacer realidad, porque tengo fe en Dios. La fe es lo último que se tiene que perder. Sin esperanza creo que la vida tiene poco sentido.