Las asociaciones de fieles constituyen uno de los tesoros de la vida de la Iglesia Católica de mayor raigambre en todo el mundo. Escribe el Dr. Fernando Aguerre.
Con el nombre de fraternidades, confraternidades, hermandades, o cofradías, muchas de ellas tienen una prolongada vida de siglos. En el Nuevo Mundo, las primeras manifestaciones de la piedad popular aparecieron en 1494, en la recién fundada villa de Isabela, al norte de la isla de la Española, hoy Santo Domingo. En poco tiempo saltarían desde la plataforma caribeña al resto del continente. Así, tanto en México como en Perú, las celebraciones dirigidas por la jerarquía de la Iglesia encontrarían su eco popular en la organización de diferentes cofradías. Con la implantación progresiva en América de pueblos y vecinos, “conquistar es poblar” se afirmaba, las prácticas de piedad venidas desde España adquirieron colores propios en cada lugar. En el Río de la Plata, y en concreto en Montevideo y la Banda Oriental, también aparecieron esas asociaciones de fieles laicos. El historiador José Torre Revello menciona algunas de las cofradías fundadas en Montevideo en la segunda mitad del siglo XVIII. Entre ellas: la “Cofradía de la Virgen del Carmen y Benditas Ánimas del Purgatorio”, La “Cofradía de la Virgen de los Dolores”, la “Cofradía de San José y de la Caridad”, la “Cofradía de San Benito de Palermo” y la “Cofradía del Santísimo Sacramento y de la Pura y Limpia Concepción de María”.
La Iglesia reconoce el derecho fundamental de los fieles a fundar, dirigir e integrar asociaciones “para fines de caridad o piedad, o para fomentar la vocación cristiana en el mundo; y también de reunirse para conseguir en común esos mismos fines” (Código de Derecho Canónico, c. 215). Los fieles laicos dirigen y administran estas asociaciones privadas de acuerdo con sus estatutos y bajo la autoridad del obispo diocesano. Así, en muchos documentos se recomienda a los fieles que tengan “en gran estima las asociaciones que se constituyan para los fines espirituales” antes mencionados (c. 327 CDC).
En Montevideo, el más antiguo de los papeles que hace mención a la Cofradía del Santísimo Sacramento, es un acta eleccionaria de la Junta de Gobierno del 17 de abril de 1744, aunque es probable que su origen se remontara al año 1740. Con la aprobación de las constituciones reformadas por parte del Vicario Apostólico, Dámaso Antonio Larrañaga, en diciembre de 1837, la cofradía fue elevada a archicofradía. Desde ese momento, los vínculos entre esta asociación de fieles y la jerarquía de la Iglesia han sido fluidos y permanentes. En la rica historia de la Archicofradía del Santísimo Sacramento que se va acercando a su tercer siglo, lo que es mucho decir para nuestro Uruguay, hay un hecho que la vincula con el futuro papa Pío IX, cuya memoria se conserva en Montevideo en el nombre del colegio que los PP. Salesianos establecieron en 1877, en la entonces Villa Colón. En el año 1824 llegó a Montevideo una misión enviada por el papa León XII, que estaba integrada por Mons. Juan Muzi, delegado apostólico y dos asistentes, el Pbro. Juan María Mastai Ferretti —quien muchos años después al ser nombrado romano pontífice eligió llamarse Pío IX—, y el Pbro. José Sallusti. Los tres integrantes de la misión permanecieron en Montevideo por más de diez semanas, entre el 4 de diciembre de 1824 y el 18 de febrero de 1825, estadía que fue fundamental para la designación del Pbro. Larrañaga como Vicario Apostólico en el Uruguay. El P. Sallusti dejó un relato vivo y entrañable de aquella misión en suelo oriental. Entre otros comentarios que recoge V. Cicalese en su libro Los Esclavos del Sacramento, decía Sallusti de la Iglesia Matriz:
“Entre todas las iglesias de la América meridional vistas por mí, no he encontrado otra más bella que esta, que aun colocada en el centro de Roma tendría su mérito particular”.
Durante esos días, la todavía Cofradía del Santísimo Sacramento encargó al futuro papa Pío IX, entonces un joven sacerdote de 31 años, “para que a su llegada a Italia comprara un terno para esta Cofradía y lo remitiera”; a tales efectos le entregó 37 onzas de oro. El sacerdote cumplió el encargo y en el año 1827 remitió el juego de casulla, capa pluvial y dalmáticas, que los hermanos de la cofradía entregaron a la Iglesia y que se conservan hasta el presente custodiados en la sacristía de nuestra catedral.
En 2024 la Archicofradía del Santísimo Sacramento continúa reuniéndose cada tercer domingo en la misa de 11 “para fomentar la vocación cristiana”, y lo hace en el mismo templo en el que conoció al futuro papa Pío IX, al igual que al cardenal Eugenio Pacelli —el futuro papa Pío XII— en 1934 y al papa san Juan Pablo II en 1987 y 1989.
El 16 de enero de 2023, el papa Francisco al referirse a la celebración del próximo Jubileo del año 2025, que tendrá como lema «Peregrinos de esperanza», alentó a los miembros de las cofradías a «dejarse animar por el Espíritu Santo y a caminar, como lo hacen en las procesiones», a “estar cercanos al Evangelio”, a “colocar a Jesucristo en el centro de su vida” y a “acudir a menudo a los sacramentos”. Con estas intenciones siguen caminando hoy los hombres y las mujeres que integran la venerable Archicofradía.