Compartimos con ustedes la columna del P. Francisco Lezama que saldrá publicada en el próximo número del quincenario Entre Todos
El viernes 8 de octubre se cumplen 170 años del tratado por el que se cerraba un larguísimo período de enfrentamientos conocido como la Guerra Grande. Allí, sin vencidos ni vencedores, comenzó una nueva etapa en la vida de nuestra Patria.
Sabemos que los enfrentamientos entre orientales no desaparecieron después: guerras civiles, dictaduras, revoluciones siguieron hiriendo el rostro de una sociedad que, al mismo tiempo, se iba construyendo a partir del encuentro de diversos: migrantes y criollos, urbanos y rurales, hombres y mujeres que forjaron el Uruguay que hemos heredado.
En esta etapa actual de nuestra historia, en la que en Uruguay vivimos una democracia reconocida internacionalmente, la concordia social sigue siendo un desafío. Ya hace unos años, los obispos nos alertaron sobre esto en un documento que llevaba como título: “Construyamos puentes de fraternidad en una sociedad fragmentada”. En ese momento, más allá de las legítimas discrepancias que sobre cualquier voz se pueden tener, algunos desde una perspectiva política “chiquita” trataron la cuestión como si se restringiese al terreno partidario.
Tres años después, con un cambio de partido de gobierno, con todas las novedades que trajo la pandemia, la preocupación por una sociedad cada vez más fragmentada debería alcanzar a todos los que queremos construir un Uruguay por otros senderos: solidario, justo, fraterno. Quienes solo buscan “llevar agua para su molino”, y acentúan los enfrentamientos por sí mismos, por encima de los reales problemas de nuestra gente, tendrán quien los juzgue.
Mientras tanto, no podemos mirar para otro lado. No podemos seguir pateando para adelante temas que tenemos que afrontar, como la realidad de nuestros compatriotas que viven en las cárceles, como la violencia de género que sigue llevándose vidas, como el maltrato que sufren niños, niñas y adolescentes, y tantos otros que son expresiones de esta realidad fragmentada en la que vivimos.
Los cristianos estamos llamados a estar en primera línea, poniendo el hombro para hacer realidad el deseo de Artigas: “Que en lo sucesivo solo se vea entre nosotros una gran familia de hermanos”.