Apuntes sobre la pastoral. Escribe el diácono Juan de Marsilio.
Estas líneas quieren aportar algunas humildes sugerencias a las parroquias que no tengan equipo de pastoral social (que no tengan equipo formal: ya es pastoral social anunciar el Evangelio). Quien necesite una mano o quiera darla, así como también quien tenga alguna propuesta, queda invitado a enviar mail a pastoralsocialmontevideo@gmail.com.
¿Quién es el pastor?
Desde el Antiguo Testamento es claro: “El Señor es mi pastor” (Salmo 23, 1 a). Lo reafirma Jesús cuando dice “Yo soy el Buen Pastor” (Jn 11 a). Desde el papa hasta el agente pastoral laico de una parroquia o capilla, todos somos ovejas del rebaño de Cristo. Cuando Francisco pedía “pastores con olor a oveja” solo llamaba a hacer lo que Dios manda. Toda tarea pastoral que hagamos, hemos de hacerla con humildad de oveja, no por el rumbo que se nos antoje, sino por donde quiera llevarnos el Buen Pastor. Como todo en la Iglesia y en el universo, la pastoral social es de Dios, no de fulano o mengano, clérigo o laico.
Discernir
Porque Cristo es el pastor, y a diferencia de las organizaciones sociales, que deciden por voto o por consenso, en tanto se ocupa de un servicio eclesial, más que decidir, el equipo de pastoral social discierne sinodalmente lo que Dios quiere que se haga. Por eso es común, entre cristianos, decir que algo “lo debemos rezar juntos”, en lugar de “pensarlo” o “discutirlo”. Hay que pedir en serio la guía del Espíritu, iluminar el tema con la Palabra, darse tiempo, escucharse, pensar los asuntos con la cabeza y con el corazón. Y hay que tener paciencia, porque nuestra maratón ya va para los dos milenios, y antes que llegar primero, importa que lleguemos todos y a tiempo (y como sabemos pero a menudo olvidamos, los tiempos de Dios no son los de los hombres). Otra cosa que también solemos olvidar: la eficacia de Dios no es la del mundo, porque al mundo le importa la productividad, el resultado medible, y Dios ama los encuentros, los vínculos, las personas y todas esas cosas fundamentales que Wall Street no valora.
No inventar el huevo duro
Ni tampoco el paraguas o el agua tibia. Es decir, las Escrituras, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia son un vastísimo repertorio de principios, estrategias, experiencias, estilos y todo lo que se requiera para ir de parte de Dios a encontrarnos y vincularnos con el prójimo necesitado. Lo central de ese kit de herramientas es Dios mismo. ¿O no nos dijo Jesús que estaría con nosotros hasta el fin de los días? También nos prometió la constante ayuda del Espíritu Santo. Y sabemos de sobra que donde se hallan el Hijo y el Espíritu, no falta el providente amor del Padre. No es que la tarea no requiera de nosotros creatividad e inteligencia, pero es para la táctica de los detalles, no para la estrategia. Lo importante es discernir lo que Dios quiere que leamos en los signos de los tiempos. Cada vez que lo hacemos, volvemos a las fuentes de la gracia, que por eterna es siempre nueva, renovadora e innovadora.
Un miembro del cuerpo
La pastoral social no flota en el vacío. Es —cuando se hace lo que se debe— un miembro del cuerpo de la Iglesia, a nivel parroquial, zonal, diocesano, nacional y finalmente universal. No es un quiste, bienintencionado y caritativo pero autónomo, desconectado y ni mucho menos a contrapelo del ser y del quehacer comunitarios. No es equipo de catequesis, pero si atiende padres con hijos, ofrece la catequesis. No es equipo económico, pero si hace venta económica, consigue recursos para la parroquia. No es equipo de liturgia, pero reza con las personas que atiende. No es obligatorio ni imprescindible que un ministro ordenado integre el equipo, pero es conveniente siempre que se pueda.
Lo general y lo particular
Tiene muchos aspectos, la pastoral social, tantos como la vida en sociedad. Ningún equipo puede ni debería abarcarlos todos, porque el que mucho abarca poco aprieta y, como escribió don Antonio Machado, “el hacer las cosas bien/importa más que el hacerlas,”. Sin olvidar lo general, hay que particularizar para priorizar, teniendo en cuenta las necesidades en el territorio y las posibilidades concretas de la comunidad, de manera de atender, dentro de lo que se pueda, los problemas más sentidos por la población con la que se trabaje, y derivar a otros agentes, eclesiales o no, a las personas a las que se pueda escuchar pero no ayudar en términos prácticos. Sin embargo, sea que se lleve adelante una olla, se repartan canastas, se dé ropa o se abra una policlínica, lo más importante es comunicar el amor de Dios por sus hijos y nuestros hermanos, y eso sólo se puede hacer amando a Dios y a las personas, con compasión, amabilidad, buen humor y generosidad. Como escribe el papa León, citando a Francisco, en el tercer numeral de la convocatoria a la IX Jornada Mundial de los Pobres, que tendrá lugar el próximo 16 de noviembre:
“La pobreza más grave es no conocer a Dios. Así nos lo recordaba el papa Francisco cuando en Evangelii gaudium escribía: «La peor discriminación que sufren los pobres es la falta de atención espiritual. La inmensa mayoría de los pobres tiene una especial apertura a la fe; necesitan a Dios y no podemos dejar de ofrecerles su amistad, su bendición, su Palabra, la celebración de los Sacramentos y la propuesta de un camino de crecimiento y de maduración en la fe» (n. 200). Aquí se manifiesta una conciencia fundamental y totalmente original sobre cómo encontrar en Dios el propio tesoro. Insiste, en efecto, el apóstol Juan: «El que dice: “Amo a Dios”, y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve?» (1Jn 4,20).
«Quien movido por Cristo ayuda a los más necesitados, lleva a Cristo, pero resulta que se encuentra con Cristo, que le da por recompensa la vida eterna»
Sabia inconciencia
Quien movido por Cristo ayuda a los más necesitados, lleva a Cristo, pero resulta que se encuentra con Cristo, que le da por recompensa la vida eterna, cuyas primicias gozamos ya. Es el “a mí me lo hicieron”, del discurso de Cristo sobre el juicio final, en el Evangelio según San Mateo (Mt 25, 31 – 46). Esperamos un premio eterno: no podemos ignorarlo, porque la Palabra lo dice, la Iglesia lo predica y nosotros lo anunciamos, también cuando hacemos pastoral social. No obstante, debemos recordar que esas almas benditas se sorprenden ante su premio y preguntan cuándo hicieron todas esas cosas buenas por el Señor. Todo lo que demos, alimentos, ropa, tiempo, escucha o consuelo, debemos darlo sin que la mano izquierda sepa lo que da la derecha (Mt 6,3).
Sin proselitismo
Dar testimonio y hacer proselitismo, aunque muchos las confundan, son cosas que se dan de patadas entre sí. El proselitista condiciona, da sólo si el que recibe se vuelve uno de los suyos, e incurre así en una especie de soborno religioso, similar al que se da en la mala política, pero peor. El buen samaritano que ayudó al judío vapuleado por los bandoleros no le exigió, como requisito para auxiliarlo, que dejase de adorar en el Templo de Jerusalén y pasase a hacerlo en el Monte Gerizim. Cuando se trabaja en pastoral social —como en todo momento de la vida cristiana, salvo al pecar— se anuncia a Cristo con las actitudes, acciones y palabras, pero no se le niega ayuda a nadie porque no se bautice, traiga sus hijos a la catequesis o empiece a concurrir a misa. Cerrar un servicio social de la Iglesia porque no genera conversos parecería una decisión miope.
Los pobres somos todos
Jesús no despreciaba a los más pobres. Cristo no nos desprecia por nuestras limitaciones y fragilidades. Un concepto y un sentir imprescindible para la pastoral social es no ponerse por encima de nadie, cultivar día a día la humildad, pues la soberbia y la vanidad son pecados muy hábiles para hacernos tropezar sin que nos demos cuenta. Para poner un ejemplo: hablarle a un vecino uno o dos escalones por encima de él, podría ser percibido como un menosprecio. Todos somos pobres, y reconocer que necesitamos a Dios es el primer paso para permitirle que nos enriquezca hasta lo infinito. Por eso, alguna versión de la Biblia traduce la primera bienaventuranza según san Mateo de este modo: “Felices los que están conscientes de su necesidad espiritual” (Mt 5,3).
Dios proveerá de sobra
La pastoral social requiere prolija contabilidad, regateo de precios, escrupulosa rendición de cuentas. No es tarea para arrebatados e imprudentes. Sin embargo hay que recordar que en todas las multiplicaciones de panes y peces, los evangelios dejan claro que donde Jesús alimenta, lo hace en abundancia. No hay que abatatarse: como escribe san Pablo, “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” (Rom 8, 31 b). Hay que salir a la cancha, a conseguir los recursos y a usarlos bien, dispuestos a sudar la camiseta, pero seguros de que tenemos el mejor DT.