Hubo una Misa en la que se consagró el nuevo altar y se dedicó el templo
Cuando hay un cumpleaños, la familia se reúne. Y si el aniversario es redondo, más. Vienen los primos lejanos, los amigos de la infancia, los que están siempre y los que solo aparecen en esas ocasiones. La persona homenajeada viste sus mejores galas y un grupito colabora para que todo salga bien. Hay regalos, sorpresas, detalles de familia que todos saborean. Eso, eso mismo, se vivió el pasado sábado en Punta Carretas, donde la Parroquia de Nuestra Señora del Sagrado Corazón celebró sus primeros 100 años de vida.
La iglesia lucía preciosa. Con su jardín del frente nuevo, con sus luces cambiadas, con la puerta de vidrio y con la alfombra roja. Con carteles del centenario, con sillas alquiladas y con una afluencia que colmaba todos los espacios desde bastante antes de la hora de comienzo de la Misa. Estaban los de ahora y los de antes, los más cercanos y algunos un poco alejados.

El templo estaba colmado para la Misa por los 100 años /F. Gutiérrez
El cardenal Daniel Sturla presidió la Misa pero no estuvo solo, ni mucho menos. Estaban con él el nuncio apostólico, Mons. Martin Krebs, y el Obispo Auxiliar Mons. Pablo Jourdan. El párroco Daniel Kerber, los vicarios Henry Santana y Robert Silva. Y anteriores párrocos como Paul Dabezies o Aurelio Vázquez, y amigos de distintas épocas como Robin Traverso, Fabián Silveira, Sebastián Alcorta o Ricardo Villalba, entre otros.
La comunidad, feliz. Desde las niñas que entraron con la procesión llevando las reliquias de santos hasta los jóvenes que hicieron las lecturas, desde el señor que acercó el incienso hasta las damas que colocaron el mantel; todos colaboraron. También hubo coro, dirigido por Martin Bergengruen.
Para la ocasión se hizo un nuevo altar de mármol y en él se colocaron las reliquias de cuatro santos -Francisco de Asís, Juan XXIII, Vicenta María, Marcelino Champagnat- y una beata, María Felicia de Jesús Sacramentado, Chiquitunga.

Reliquias de santos que fueron colocadas en el altar principal del templo /F. Gutiérrez
El altar es el lugar central de la Iglesia, y a él dedicó unas palabras el Cardenal en la homilía. Dijo: “El altar es el lugar donde se da el encuentro, el beso entre Dios y los hombres. Está en el centro de nuestras miradas, es cabeza del sacrificio y del banquete. Es el ara en el cual el sacrificio de la cruz se perpetúa sacramentalmente para siemnpre hasta la venida definitiva del Señor. También es la mesa junto a la cual se reúnen los hijos de la Iglesia para dar gracias a Dios y recibir su cuerpo y su sangre”.
Antes de que comenzara propiamente el rito de dedicación del altar, se cantó la letanía de los santos para pedir su intercesión. Luego, sí, empezó un momento cargado de gestos y símbolos.
El celebrante principal, en este caso el Cardenal, se revistió con un delantal o mandil y ungió con óleo el mármol. Luego lo esparció por toda la superficie, mientras el párroco fue ungiendo también otras partes del templo. Se colocó incienso sobre el altar y la iglesia entera se volvió brumosa y perfumada, antes que se colocaran los manteles y se prendieran las velas del ara y de todos los altares laterales. Entonces siguió el ofertorio y todo continuó como de costumbre.
En nombre de la comunidad, un laico agradeció por la ceremonia. Luego el párroco invitó a continuar los festejos en el colegio cercano, con las bebidas acercadas por la gente. El Arzobispo quiso hablar también y manifestar así su alegría, que es la de toda la Iglesia al ver una comunidad alegre y renovada. “Que esta felicidad se transforme en testimonio de anunciar a Cristo a tiempo y a destiempo”, invitó.
En la parte trasera del templo, cerca de la entrada, se bendijo una placa conmemorativa de la fecha de dedicación solemne y consagración del nuevo altar. Al salir, los invitados recibían un paquete con un recuerdo conmemorativo: un azulejo con la imagen de la Virgen venerada.

Tras la consagración del nuevo altar, colocaron los manteles /F. Gutiérrez