Mensaje para la 56° Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones
El sábado 9 de marzo se publicó el mensaje del Santo Padre para la 56° Jornada Mundial de Oración por la Vocaciones, que este año se celebrará el domingo 12 de mayo. La carta lleva como título “La valentía de arriesgar por la promesa de Dios”.
El Papa Francisco comenzó el mensaje recordando las dos grandes instancias que la Iglesia dedicó a los jóvenes en los últimos meses; el Sínodo de obispos y la Jornada Mundial de la Juventud en Panamá. “Dos grandes eventos, que han ayudado a que la Iglesia prestase más atención a la voz del Espíritu y también a la vida de los jóvenes, a sus interrogantes, al cansancio que los sobrecarga y a las esperanzas que albergan”, señaló.
La promesa y el riesgo
El Sumo Pontífice centró su reflexión en “cómo la llamada del Señor nos hace portadores de una promesa y, al mismo tiempo, nos pide la valentía de arriesgarnos con él y por él”. Para esto utilizó la escena evangélica de la llamada de los primeros discípulos en el lago de Galilea (Mc 1,16-20).
En el pasaje evangélico Simón, Andrés, Santiago y Juan están realizando su trabajo diario como pescadores. Al reflexionar sobre la escena el Papa Francisco escribió: “En ciertos días, la pesca abundante recompensaba el duro esfuerzo, pero otras veces, el trabajo de toda una noche no era suficiente para llenar las redes y regresaban a la orilla cansados y decepcionados”.
Añadió el Obispo de Roma que “Estas son las situaciones ordinarias de la vida, en las que cada uno de nosotros ha de confrontarse con los deseos que lleva en su corazón… A veces se obtiene una buena pesca, otras veces, en cambio, hay que armarse de valor para pilotar una barca golpeada por las olas, o hay que lidiar con la frustración de verse con las redes vacías”.
El encuentro
Más adelante, el Santo Padre remarcó que “Como en la historia de toda llamada, también en este caso se produce un encuentro. Jesús camina, ve a esos pescadores y se acerca… Así sucedió con la persona con la que elegimos compartir la vida en el matrimonio, o cuando sentimos la fascinación de la vida consagrada: experimentamos la sorpresa de un encuentro y, en aquel momento, percibimos la promesa de una alegría capaz de llenar nuestras vidas”.
También señaló que la llamada del Señor “no es una intromisión de Dios en nuestra libertad; no es una ‘jaula’ o un peso que se nos carga encima. Por el contrario, es la iniciativa amorosa con la que Dios viene a nuestro encuentro y nos invita a entrar en un gran proyecto, del que quiere que participemos, mostrándonos en el horizonte un mar más amplio y una pesca sobreabundante”.
“En definitiva, la vocación es una invitación a no quedarnos en la orilla con las redes en la mano, sino a seguir a Jesús por el camino que ha pensado para nosotros, para nuestra felicidad y para el bien de los que nos rodean”, agregó el Pontífice.
Una vocación para los demás
Para el Papa Francisco seguir la vocación “requiere el valor de arriesgarse a decidir. Esto significa que para seguir la llamada del Señor debemos implicarnos con todo nuestro ser y correr el riesgo de enfrentarnos a un desafío desconocido se nos pide esa audacia que nos impulse con fuerza a descubrir el proyecto que Dios tiene para nuestra vida”.
El Santo Padre también explicó en su mensaje que esta vocación se vive en la Iglesia, que “es nuestra madre, precisamente porque nos engendra a una nueva vida y nos lleva a Cristo; por lo tanto, también debemos amarla cuando descubramos en su rostro las arrugas de la fragilidad y del pecado, y debemos contribuir a que sea siempre más hermosa y luminosa, para que pueda ser en el mundo testigo del amor de Dios”.
En su reflexión, el Obispo de Roma argumentó que las vocaciones “nos hacen portadores de una promesa de bien, de amor y de justicia no solo para nosotros, sino también para los ambientes sociales y culturales en los que vivimos, y que necesitan cristianos valientes y testigos auténticos del Reino de Dios”.
La vida consagrada
Luego, el Papa Francisco se refirió a que en algún caso se “puede sentir la fascinación de la llamada a la vida consagrada o al sacerdocio ordenado. Es un descubrimiento que entusiasma y al mismo tiempo asusta, cuando uno se siente llamado a convertirse en ‘pescador de hombres’ en la barca de la Iglesia a través de la donación total de sí mismo y empeñándose en un servicio fiel al Evangelio y a los hermanos”.
Advirtió que esta elección de vida “implica el riesgo de dejar todo para seguir al Señor y consagrarse completamente a él, para convertirse en colaboradores de su obra”. Pero aseguró “no hay mayor gozo que arriesgar la vida por el Señor” y animó a los jóvenes “No seáis sordos a la llamada del Señor. Si él os llama por este camino no recojáis los remos en la barca y confiad en él. No os dejéis contagiar por el miedo, que nos paraliza ante las altas cumbres que el Señor nos propone. Recordad siempre que, a los que dejan las redes y la barca para seguir al Señor, él les promete la alegría de una vida nueva, que llena el corazón y anima el camino”.
El «sí» de María
Ante el llamado de Dios, el Sumo Pontífice reflexionó que “no siempre es fácil discernir la propia vocación y orientar la vida de la manera correcta”. Por eso llamó al “compromiso renovado por parte de toda la Iglesia –sacerdotes, religiosos, animadores pastorales, educadores– para que se les ofrezcan, especialmente a los jóvenes, posibilidades de escucha y de discernimiento”.
Finalmente, llamó a los jóvenes a poner los ojos en María. “Su misión no fue fácil, sin embargo no permitió que el miedo se apoderara de ella. Su sí fue el ‘sí’ de quien quiere comprometerse y el que quiere arriesgar, de quien quiere apostarlo todo, sin más seguridad que la certeza de saber que era portadora de una promesa”.