El P. Carlos “Charly” Olivero vive y trabaja desde el año 2002 en la Parroquia de Caacupé en Villa 21-24 y Zavaleta de Buenos Aires
Publicado en Entre Todos N° 451
En el año 2002, el P. Carlos “Charly” Olivero, conocido como uno de los «curas villeros» de Buenos Aires, fue enviado por sus formadores y por el entonces Cardenal Bergoglio a vivir a la Parroquia de Caacupé en Villa 21-24 y Zavaleta. En ese entonces el P. Charly era seminarista, hasta que fue ordenado sacerdote en 2005. Admite que las personas que viven en la villa, “los villeros”, son muy creyentes ya que “muchos son inmigrantes y vienen del campo (de otras provincias argentinas, de Paraguay, de Bolivia) trayendo su cultura, su fe y sus tradiciones cristianas; y también porque la Iglesia estuvo a su lado cuando el Estado no estaba. Por esa razón, la Iglesia es como la Madre del barrio, toda la vida pasa por ahí”, explica el sacerdote. En la siguiente entrevista el P. Charly Olivero cuenta cómo es vivir en la villa, la realidad social que presencia día a día y cómo es la relación de los vecinos con la fe.
¿A qué se debe lo de “cura villero”?
Después del Concilio Vaticano II y de la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano de Medellín, la Iglesia Argentina, del mismo modo que lo hicieron otras iglesias de la región, se preguntaba de qué manera vivir entre los pobres, reconocer y valorar la religiosidad popular. En ese contexto había un grupo de sacerdotes de la Arquidiócesis de Buenos Aires que se reunía a pensar, discutir y discernir. Comprendieron que debían irse a vivir a los barrios más pobres de la ciudad, las villas. Por esa razón en 1969 el Arzobispo de Buenos Aires creó el Equipo de Sacerdotes para las villas de Emergencia, que luego sería conocido como el equipo de los “curas villeros”.
En la ciudad de Buenos Aires es particular la conformación territorial de estos barrios, porque las villas son grandes y populosas, y cada villa es una parroquia. Ese dato no es menor, porque en general, en otras ciudades, el territorio parroquial abarca distintas realidades. Una de las primeras constataciones de ese primer equipo fue que las personas de estos barrios no distinguen entre la vida de fe y la vida social, porque toda la vida se lee desde la fe. Por eso la tarea del equipo siempre apuntó a cuidar la religiosidad popular a través de la celebración y la catequesis, pero también se debieron afrontar diversos desafíos sociales. Estos fueron cambiando a través del tiempo (erradicaciones, infraestructura, violencia, narcotráfico).
Los sacerdotes comprendían que no podían enfrentar esos desafíos en soledad y se reunían, pues se necesitaban unos a otros. Fue muy importante que fueran un equipo, y que el punto de encuentro fuera compartir el territorio y el trabajo. Esa es tal vez la principal diferencia con otros grupos que comparten una inclinación hacia los pobres o una ideología. La denominación de cura villero, en el último tiempo, se fue extendiendo a otras ciudades del país.
En la actualidad, ¿en qué villa está viviendo y trabajando? ¿El Papa Francisco, en ese momento Cardenal Bergoglio, participó en la elección de ese lugar?
Vivo desde 2002 en la Parroquia de Caacupé, en Villa 21-24 y Zavaleta, que se ubica entre los barrios porteños de Barracas, Parque Patricios y Nueva Pompeya. Se trata de una villa de fuerte inmigración paraguaya, con un territorio de 63 hectáreas y con una población estimada de 80.000 personas. Llegué de seminarista, no estaba bien en el seminario, y el entonces Card. Bergoglio estaba hablando de los caminos personalizados de la formación. De acuerdo con los formadores y con Bergoglio me fui a vivir a la Parroquia de Caacupé, donde el Padre Pepe di Paola era cura párroco. Fui ordenado sacerdote en el año 2005, y mi destino siguió siendo el mismo.
En el año 2008 inauguramos el Hogar de Cristo, un centro para acompañar a las personas que tenían problemas con las drogas, en particular con la pasta base de cocaína. Fue un Jueves Santo, y Bergoglio le lavó los pies a seis chicos y una chica con problemas de adicción. Los curas villeros nos seguimos reuniendo con frecuencia, y vamos visitando todos las villas y asentamientos, y acompañándonos.
¿Qué tipo de actividades y encuentros se realizan en la Parroquia de Caacupé?
Las actividades parroquiales son de lo más variadas. En Caacupé hacemos lo que se hace en las parroquias: celebramos los sacramentos, visitamos a los enfermos, acompañamos a los difuntos y sus familias, organizamos la catequesis, grupos de apoyo escolar, tenemos grupos para las distintas edades, tenemos escuelas primarias, secundarias, jardines de infantes, comedores, escuelas de oficios. También tenemos hogares, un club, escuela de música y centros para acompañar personas que se complicaron con la droga.
El 95% de los agentes pastorales de nuestra comunidad son los mismos vecinos y vecinas de nuestros barrios, que se organizan para acompañar la vida y celebrar la fe. Hay en general una linda predisposición misionera en muchos de ellos.
¿Cómo describiría la realidad social de Villa 21-24 y Zavaleta, y cuál es la relación de los vecinos con la fe?
Los villeros son en general muy creyentes, creo que por varios factores: muchos son inmigrantes y vienen del campo (de otras provincias argentinas, de Paraguay, de Bolivia) trayendo su cultura, su fe y sus tradiciones cristianas; y también porque la Iglesia estuvo a su lado cuando el Estado no estaba. Por esa razón, la Iglesia es como la Madre del barrio, toda la vida pasa por ahí.
Los problemas más importantes están vinculados justamente con esa ausencia del Estado como garante de justicia. La instalación del narcotráfico trajo consigo su propia ley, con un incremento de la violencia y la marginalidad. Los problemas de infraestructura acompañan a estos barrios desde siempre, aunque eran más acentuados en los tiempos del primer equipo de curas villeros. Sigue habiendo en nuestros barrios muchos lugares sin agua, cloacas, con instalaciones de luz precarias y peligrosas, etcétera. Aún así, la vida en la villa es linda, las casas son chicas y la calle es entonces el lugar del encuentro. A la tarde uno puede ver a los vecinos tomando mate en la puerta de la casa, los domingos se ayudan a construir unos a otros, la Navidad se celebra en la calle y hay una inmensa fiesta.
Relacionado al consumo de drogas en la villa, ¿se podría decir que la emergencia en adicciones es una prolongación de la emergencia social?
Las vacantes en los colegios son insuficientes, a esos mismos colegios les resulta muy difícil contener a los jóvenes, casi no hay ofertas para el tiempo libre, como clubes, o centros culturales, y hay poco acceso a la salud. En definitiva, hay muy pocas oportunidades pero mucha droga. En un contexto tan adverso, los procesos de consumo pronto se vuelven muy problemáticos y adictivos. Por eso, cuando en tiempos de crisis se profundiza la dificultad social de acceder a los derechos y las familias tienen menos recursos humanos y económicos para contenerse, se profundizan también los problemas con las drogas. La emergencia en adicciones es entonces una profundización de la emergencia social.
Desde su lugar como sacerdote, ¿cómo cree que puede ayudar a mejorar esta realidad?
Estamos convencidos de que no alcanza con proveer respuestas, sino que también hace falta reconstruir el tejido social. Por eso nuestras comunidades se organizan desde la fe y el cuidado para recibir la vida, y acompañarla en todos sus recorridos. La villa tiene mucha comunidad y poco acceso a los derechos. Nuestra tarea es también favorecer la organización de las respuestas y reclamar al Estado que mejore su presencia. Me gusta lo que va pasando en las villas con la Iglesia, aunque tenemos grandes pobrezas y dificultades. Tal vez lo mejor que tenemos es que no hay asistentes y asistidos, sino una comunidad en la que nos cuidamos unos a otros. La fe es muy importante en la reconstrucción del tejido social. La paciencia, el perdón, la solidaridad, la hospitalidad… el lazo social es parte de la Evangelización.
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Totalmente de acuerdo y lo más importante que falta en Argentina es el Diálogo social