El sacerdote argentino encontró en las redes sociales una forma de hablarle a una generación de católicos de mediana edad, de manera interactiva y dinámica.
Es instagramer. Es youtuber. Es podcaster. Es creador de contenido. Es técnico superior en marketing digital. Edita videos, diseña posteos, publica material en redes sociales: Instagram, YouTube y TikTok. Se presta a todo: ‘trivias’, ping-pong, conversaciones. Es un hombre de redes, con la habilidad de generar contenidos que capturan la atención y la interacción de miles.
Pablo Savoia es todo eso.
Pero antes de ser todo eso, es sacerdote.
Nació el 10 de agosto de 1980 en Capital Federal, cuando la ciudad aún se llamaba así. Faltaban dieciséis años para que tomara el nombre de Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Nació allí porque su madre eligió darlo a luz en una clínica de la capital. Pero nunca vivió ahí. Creció en el conurbano, en Ciudadela, en la zona oeste, lejos del bullicio porteño, donde la vida transcurría de otra manera, a otro ritmo.
Es el segundo hijo de Selva —ama de casa— y Horacio —empleado de un banco—, quienes se separaron cuando él tenía ocho años, y ambos conformaron nuevas familias. Tiene dos hermanos: Ariel, seis años mayor, y Paula, diez años menor. “Siempre viví en barrios de clase media. Mi familia es de clase media, no con abundancia, pero normal. Nunca me faltó nada, yo no tengo conciencia de que me haya faltado nada, pero tampoco me sobraba”.
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“Cuando era niño, no recibí ningún mensaje, ni positivo ni negativo con respecto a lo religioso. Mi madre no estaba en contra ni nada, pero no practicaba la fe. No éramos de ir a misa ni a nada. Mi papá tenía una actitud más anticlerical, algo de lo que me enteré después”.
Su primer recuerdo religioso data de cuando tenía seis o siete años. Fue un Viernes Santo, y en la televisión se transmitía en directo el vía crucis multitudinario que recorría la Avenida de Mayo, una de las avenidas más importantes de Buenos Aires. “Le pregunté a mamá qué era eso. Y ella, con mucha precisión teológica, pero con poca pedagogía me dijo: ‘Dios se murió’. A nivel teológico es perfecta la afirmación. Pero yo me quedé angustiado. ¿Cómo que Dios se murió? Yo no era religioso, pero me parecía que el concepto de que Dios se había muerto no era positivo”.

No tuvo formación religiosa hasta que comenzó el secundario en el Instituto Padre Elizalde, en Ciudadela, donde la fe se presentó por primera vez de manera formal.
—¿Ahí fue tu primer acercamiento a la fe?
—Sí, realmente. Nunca había ido a una misa, ni a una parroquia. No tenía conciencia de nada. Empecé como un contacto un poco más sistemático, porque en la primera clase de catequesis, la profesora nos tomó una prueba de diagnóstico para ver qué sabíamos. Eran veinte preguntas. Me acuerdo que respondí una sola porque se la copié a mi compañero de banco. La respuesta era la Virgen María. La última pregunta era si estábamos bautizados, si habíamos recibido la primera comunión y si estábamos confirmados. Yo puse, textualmente: “Creo que estoy bautizado —porque me pareció haber visto algunas fotos de lo que era mi bautismo—, no tomé la comunión y no estoy confirmado”. La profesora me llamó, junto con otros cinco compañeros, que se ve que éramos los que no teníamos ningún sacramento, y nos invitó a la parroquia para prepararnos a recibirlos.
Al principio no quería ir. La propuesta tenía lugar fuera del horario escolar y eso no le atraía. Pero pronto se empezó a imaginar las consecuencias: sus calificaciones podrían verse afectadas, o tal vez recibiría alguna amonestación. Así que, lo que inicialmente le parecía una opción, terminó por ser una obligación más que cumplir.
Empezó a participar de la catequesis en la parroquia Santa Juana de Arco. El catequista, miembro de la Acción Católica, lo invitó a un campamento. Allí, entre jóvenes de su misma edad, encontró un espacio que lo atrapó, y comenzó a formar parte de la vida parroquial.
A los dieciséis años, viajó por primera vez a Jujuy, al norte de Argentina, para participar de una misión. Aquella región, marcada por la pobreza y la vulnerabilidad, le mostró una realidad ajena a todo lo que había conocido hasta entonces. “Yo todavía no pensaba ser cura, estaba en mi mambo como todo adolescente, pero me impactó ver el sufrimiento de otros”.
Esta experiencia marcó el primer paso de su historia vocacional.
“Un año y pico después de la misión, fui a la parroquia a participar de una reunión. Llegué temprano y entré a la capillita del Santísimo. Fue muy loco porque sin ningún tipo de conversación previa, ni nadie me había preguntado, me vino sola la pregunta: ‘¿Por qué no ser cura?’. Me agarró un miedo, un miedo terrible. Me decía: ‘No, no puede ser, no puede ser’. Agarré mis cosas y me fui, pero se me había instalado la pregunta. Desde ese momento, todo empezó a orientarse hacia esa pregunta. Empecé a buscar, empecé a preguntar. La pregunta se iba haciendo como una certeza un poquito más grande. En ese momento estaba de novio con una chica de la parroquia. Terminamos. Toda mi vida comenzó a orientarse hacia eso. Hice retiros, encuentros de discernimiento vocacional, hasta que llegó un punto en el que dije: ‘Sí, es esto’”.
Sus planes de vida iban por otros caminos. De chico, soñaba con ser astronauta: “Me gustaba el tema de las galaxias, los cálculos de velocidad, la física”. Más tarde, pensó en estudiar profesorado de matemática y contabilidad, dado su gusto por las ciencias exactas. Incluso consideró seguir los pasos de su padre y convertirse en empleado de banco: “De chico, jugaba a llenar papeles del banco. Mi viejo traía papeles vacíos y yo los llenaba”.

Con dieciocho años, recién terminado el secundario, ingresó al seminario. El 21 de octubre de 2006, recibió la ordenación sacerdotal en el Santuario de Lourdes, en Santos Lugares, para la Diócesis de San Martín, en Buenos Aires. Su primer destino como cura fue la parroquia Santa Juana de Arco, la misma a la que concurrió por primera vez y descubrió su fe. Entre 2010 y 2012 estudió la licenciatura en Teología Dogmática en la Pontificia Universidad Gregoriana. Tras su regreso a Argentina, fue derivado a la parroquia Nuestra Señora de Merced, en Villa Ballester, primero como administrador y desde 2018 como párroco.
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“Siempre me sentí muy cómodo con las redes sociales y el manejo de la tecnología, pero no soy un nativo digital. Mi primera computadora la tuve a los quince años. No tenía internet, era todo muy incipiente”.
Su cuenta de Facebook la creó en 2008, pero no la utilizaba estrictamente para la evangelización digital, porque tampoco existía dicho concepto. Era para más bien para su uso personal. En 2020, ante la llegada de la pandemia, las cosas cambiaron. Al cerrarse las actividades presenciales y reducirse la vida parroquial, las plataformas digitales empezaron a tomar fuerza y otras formas de intervención.
“Durante la emergencia sanitaria hice un curso básico a distancia sobre contenidos digitales. Como a mí me gusta hablar, me surgió la idea de hacer un podcast”.
Su inserción en la evangelización digital fue en 2021 a través de un podcast que tituló Parresía: de esto sí se habla, disponible en YouTube y Spotify, y que cuenta con una decena de capítulos. “Parresía significa hablar con valentía, arrojo y compasión”.
Su intención era llegar a personas que tuvieran entre veinticinco a cincuenta años, que hubieran tenido alguna experiencia de fe previa, pero en la actualidad estuvieran alejados de Dios, de la institución, o peleados con la fe, o en alguna situación de ruptura.
El poder en la Iglesia, la homosexualidad, los jóvenes y la sexualidad. Son algunos de los temas que aborda. Para él, son cuestiones “un poco fronterizas, un poco polémicas” y propone “revisarlas” desde una mirada “un poco más adulta”, dirigida a personas de entre veinticinco y cincuenta años.
“Necesitaba tener un lugar para poder interactuar con quienes escuchaban el podcast. Porque, al tratar temas un poco fronterizos y más polémicos, se generan preguntas, devoluciones. Entonces empecé a usar Instagram para interactuar con quienes lo escuchaban. Me mandaban mensajes privados y yo respondía. No podía dimensionar la llegada que tenía el podcast. Empecé a sentir la necesidad de dedicarle más tiempo a responder los mensajes y a producir más contenido. Pero, sobre todo, a interactuar. Porque la evangelización digital no se trata solo de proponer contenido —ya sea un capítulo de podcast, un video o un posteo—, sino de participar en el diálogo que se genera a partir de ellos”.
Así presenta su podcast en redes sociales: “Como un espacio para pensar temas que, a veces, desde la fe no pensamos o callamos”.
Por falta de tiempo, decidió pausarlo. Sin embargo, tiene en mente retomarlo en algún momento y ya tiene algunos temas pensados para futuros capítulos.
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En sus redes sociales, todo se mezcla: homilías, memes, videos explicativos, poemas de su autoría, ‘trivias’, reacciones y opiniones sobre hechos polémicos.
—Las redes son tus vías de expresión.
—Sí, claro. Pero siempre opino con una mirada pastoral. Tengo opinión de muchas cosas que no digo públicamente. Cuando ya las publico es con la intención de generar un debate sano y, sobre todo, que pueda aportar a las personas que están frente al mismo problema. Por ejemplo, respecto a lo que sucedió en Olga [una parodia del pesebre viviente], sé que hay muchos que lo consumen y que son parte de esta generación a la que yo le quiero hablar. Probablemente lo hayan visto y alguna fibra les haya tocado, y tengan su opinión respecto al tema.
Entre veinticinco y cincuenta años. Esa es la generación a la que quiere llegar. No por casualidad, sino porque siente que ahí hay algo por decir.
“Fue un público que fui a buscar a propósito. Me parece que en la evangelización digital, si uno quiere hablarle a todos, no le habla a nadie. Entonces es mejor segmentar. Tendría que ver las métricas, pero creo que el 70% de la comunidad digital está en ese rango etario. Después de la pandemia, me da la sensación de que los jóvenes de hasta veinticinco años desaparecieron de las comunidades. O por lo menos esa es la experiencia que yo viví en mi comunidad. En las celebraciones de fines de semana en mi parroquia, la asamblea está compuesta en gran medida por gente de estas edades”.
—¿En qué se caracteriza ese público?
—Creo que es un público que se ha cansado de ciertos discursos de los últimos años, por lo menos en Argentina, y que hoy están con la experiencia de querer algo que los llene desde otro lugar.
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El plano del video se divide en dos. Del lado izquierdo, aparece una entrevista del cantante argentino Luciano Pereyra. La periodista le pregunta:
—¿Cómo es tu relación con Dios?
—Soy muy creyente. Si tenés a Dios te tenés a vos.
—Si tenés a Dios te tenés a vos —repite la periodista.
—Porque a veces uno se aleja de uno mismo y, cuando encontrás a Dios, te encontrás a vos mismo. Y esto está muy bueno. A mí me pasó.
—No sabía que eras tan, tan, tan religioso. ¿Vas a misa?
—Sí, claro.
—¿Todos los domingos?
—No, todos los domingos no.
A la derecha, la cara de Savoia. No dice una palabra, solo hace gestos con la mano o asiente con la cabeza. Más tarde, en la edición, agrega algunas palabras o frases del entrevistado. Son sus reacciones. Lo mismo hizo con declaraciones de otras figuras, como el imitador Martín Bossi, el futbolista Ángel Di María y el periodista Luis Novaresio.
“La idea surgió porque algunos seguidores me mandan este tipo de videos por privado. Hay muchos videos a los que no reacciono, pero con otros sí. Ver el testimonio de alguien que uno conoce por las redes o por la televisión, que dice algo acerca de la fe, me parece que provoca una identificación muy grande. No los publico para moralizar en el sentido de: ‘Uy, ¡qué bien!’ o ‘¡Qué mal lo que dijo o lo que no dijo!’. Si uno ve los comentarios, siempre aparecen los católicos más moralizadores. Me enoja mucho leer a personas que critican la experiencia del otro. Ese tipo de comentarios los dejo, porque creo que esas personas se queman solas. Parecen que tuvieran cerrazón mental. No les pongo ‘Me gusta’, ni les respondo”.
—¿Lees todo lo que te mandan?
—Sí, leo todo. Si yo no contesto algo es porque no estoy de acuerdo o porque no quiero entrar en una polémica que me parece estéril.
—Ser evangelizador digital te ha dado una exposición, ¿cómo te llevás con las críticas?
—Al principio, súper mal. No tengo problemas con quienes piensan distinto a mí. Tengo un problema con quien me ataca. Hubo gente que me dijo que me replanteara mi vida de cura, que le hacía mal a la gente. Estas cosas me calaban, me entraban todas las balas, ¿no? Lo llegué a tratar en terapia. Con el tiempo me di cuenta de que no son opiniones, son ataques.
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Savoia está en busca de estrategias para hacer que su proyecto de evangelización digital sea sostenible. Él se encarga de todo: desde guionar lo que dice frente a la cámara hasta diseñar los posteos, editar los videos, escribir los mensajes y responder a los comentarios. En la edición del podcast, contaba con la ayuda voluntaria de Gastón Natale, productor argentino de radio y televisión.
“Yo no sé de dónde saqué esta cosa histriónica o bancarme la exposición. Mis viejos y mis hermanos tienen un perfil sumamente bajísimo. Nunca aparecerían delante de una cámara”.
Además de ser párroco de Nuestra Señora de la Merced, en Villa Ballester, es docente de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica Argentina (UCA), acompaña a los seminaristas de la Diócesis de San Martín y asesora al equipo de comunicación diocesano. Además, representa a la comunidad argentina ante el Dicasterio para la Comunicación de la Santa Sede que reúne a líderes de cada país.
—¿Te inspiraste en algún sacerdote, religiosa o laico para emprender el proyecto de evangelización digital?
—Sí, pero no como inspiración del contenido. En ese sentido traté de hacer mi propio camino.
Junto con los sacerdotes Jorge Reinaudo —que hace contenido para adolescentes—, Luis Zazano y el laico Pablo Martínez, fue uno de los pioneros en la evangelización digital en Argentina. En 2023, los cuatro organizaron el primer encuentro nacional de evangelizadores digitales de Argentina, que se realizó en Buenos Aires y que contó con la participación de veintisiete misioneros digitales. En 2024, el segundo encuentro se realizó en la ciudad de Córdoba y participaron sesenta misioneros digitales.
Cada misionero digital tiene su propio estilo, su propio público.
El de Savoia está claro y definido, y ha sido precisamente ese estilo el que lo ha llevado a sumar casi sesenta y nueve mil seguidores en Instagram.
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