Tras veinticinco años en Etiopía, el sacerdote y misionero salesiano uruguayo asumirá en agosto como nuevo superior de la congregación en la región que también abarca a Eritrea.
Su delgadez no parece frágil, sino firme, como un hilo bien trenzado. Lleva el cabello largo, oscuro y algo enredado, con entradas marcadas que podrían leerse como un mapa del tiempo. La barba, apenas salpicada de canas, registra su paso por los años, aunque su vitalidad no se ha debilitado. En cambio, ha conservado durante décadas los lentes, su cruz de madera, colgada de un hilo negro. Y, aunque vive en Etiopía desde hace veinticinco años, su tono uruguayo permanece intacto.
Ignacio Laventure —de cincuenta y dos años, nacido en Montevideo, donde se formó como salesiano, y ordenado sacerdote en el año 2000— partió como misionero a Etiopía en agosto de 2001. Desde entonces asumió diversos roles: maestro de novicios, consejero, vicario y secretario ‘inspectorial’. En junio pasado fue nombrado nuevo superior de la ‘visitaduría’ salesiana en Etiopía y Eritrea —países vecinos en el Cuerno de África— para el periodo 2025-2031.
Su función será acompañar las trece obras salesianas de Etiopía y las tres que hay en Eritrea. “La inspectoría abarca los dos países, pero desde el año 2000, salvo un período muy corto; no hay relación política entre ellos. Por eso es muy difícil poder visitar las comunidades de Eritrea. Hay un delegado que anima las comunidades de Eritrea y, cada tanto, visita Etiopía”.
Con una diferencia horaria de seis horas entre Uruguay y Etiopía, Laventure dialogó con Entre Todos una fría tarde de julio en Montevideo, a través de una llamada por WhatsApp. Lo que sigue es un resumen de la entrevista.
Desde que está en Etiopía ha trabajado en dos realidades: oratorios y centros juveniles y la formación de jóvenes etíopes que buscan ser sacerdotes o hermanos coadjutores. ¿Cómo ha sido esa experiencia?
Fue muy interesante. Cuando me mandaron a trabajar en la formación, al principio, lo viví como un desafío. En el primer oratorio que trabajé no había ningún católico, incluso entre los animadores. Pero, con el tiempo, fue una gran riqueza poder compartir el carisma salesiano con jóvenes etíopes que, en definitiva, son quienes deben apropiarse del carisma y hacerlo propio.
En Etiopía, los católicos son minoría: representan apenas el 0,1% de la población, en su mayoría son ortodoxos y musulmanes. En este momento estamos celebrando cincuenta años de la presencia salesiana en Etiopía, y ya casi el 80% de los salesianos son etíopes. Eso habla de cómo el carisma realmente entró en toda África, pero también en este país. La verdad, para ser menos del 1% de la población, no nos podemos quejar.

¿El carisma salesiano se vive de igual forma en Etiopía que en Uruguay?
En cierta forma hay algunos aspectos que sí, en otros… cada cultura y cada lugar es diverso, ¿no? Algo que he visto como salesiano es el espíritu de familia, una característica de nuestro carisma. Y donde uno va, se siente en casa. En Etiopía siempre me sentí como en mi casa.
Después está la riqueza de la cultura de cada lugar que enriquece al carisma. En este momento, en la inspectoría somos salesianos de diez países distintos, con los desafíos que eso conlleva pero con la riqueza también: cómo cada uno, viniendo de lugares distintos del mundo, podemos vivir la misma fe y el mismo carisma y a la vez enriquecerlos con nuestras culturas.
¿Qué es lo que más extraña de Uruguay y cómo ve a este país a la distancia?
Quiero mucho a Uruguay y lo llevo siempre conmigo. Extraño muchas cosas, pero las sigo teniendo presentes, como el mate —que, gracias a Dios, no me ha faltado nunca—. Soy muy futbolero y todavía sigo los partidos de Nacional a la distancia. También extraño a mis amigos. Cuando uno deja su país y conoce otras realidades, aprende a valorar muchas cosas. Uno piensa que todo el mundo tiene acceso a la educación o a veces al agua, a poder bañarte todos los días, o a tener un colchón. Mientras vivía en Uruguay, esto no me lo cuestionaba.
Por lo general, visito Uruguay cada dos años y me quedo entre un mes y mes y medio. Uruguay es muy parecido a Europa en el sentido de la secularización. Por un lado, creo que la separación de la Iglesia del Estado es muy positiva porque hace que quienes la integran lo hacen realmente por una cuestión de fe. Creo que se ha perdido un poco el “cristianismo social”. Algo que siempre me llamó la atención de Uruguay era escuchar frases como: “Soy cristiano, pero no practico”. Eso, en realidad, no tiene sentido. Si uno es cristiano, vive su fe. Y, por otro lado, el que haya una Iglesia minoritaria, hace que sea una comunidad fuerte.
Del mundo salesiano veo la falta de vocaciones, pero también que trabajan mucho. Tengo contacto con muchos salesianos del Uruguay. Es la realidad de un mundo distinto, de un mundo marcadamente más occidental, más materialista, que a veces no cuida tanto lo espiritual.
Aun así, creo que la presencia salesiana en Uruguay —al igual que en la propia Iglesia— es de un valor muy grande que a veces, no sé si se reconoce tanto, pero ha forjado gran parte de lo que es el país.

¿Cómo ha cambiado Etiopía durante estos años?
Cuando llegué en 2001, hacía poco tiempo había terminado la guerra entre Etiopía y Eritrea, y por unos cuantos años vi de a poco un cierto crecimiento del país en muchos aspectos. Pero ahora, lamentablemente, hemos retrocedido bastante. Hace dos años hubo una guerra —que no fue civil porque no fue en todo el país— en la que el gobierno entró en conflicto con un grupo étnico en particular de una de las regiones del norte.
Etiopía no existe para el mundo, lamentablemente. Se calcula que en estos dos años de guerra hubo más de un millón de muertos. Creo que eso muy poca gente lo sabe. Y ahora, estamos viviendo todas las consecuencias de ese hecho: mucha gente que todavía está desplazada, muchos jóvenes sin futuro que dicen “¿para qué estudiar?”, “¿para qué pensar en lo que vamos a hacer si en un minuto puede cambiar todo?”. Otros jóvenes intentan salir hacia países árabes, y eso ha fomentado el tráfico humano.
La situación política es muy compleja. Hay mucha tensión y desconfianza entre los distintos grupos étnicos. A veces mi familia me pregunta cómo están las cosas; respondo: “En una tensa calma”. En un momento se puede ir todo al diablo o seguir así. A esto se suma lo económico y la baja en la población.
¿Y cómo ha cambiado usted?
Y espero haber madurado un poco. En lo personal, fui cambiando mi mirada en que lo importante no es tanto lo que uno hace, sino lo que uno es. Yo creo que lo importante, en definitiva, es la centralidad de Dios. A veces uno viene con muchas ideas, con ganas de hacer mil cosas, como si lo esencial fuera la acción. Pero con el tiempo fui comprendiendo que lo fundamental no está tanto en lo que uno hace, sino en ser un cristiano con el corazón disponible. Sentí que esa centralidad de Dios fue creciendo en mí, que fui madurando en ese sentido. Porque no se trata de resolver todos los problemas de la gente, ni de hacer un montón de cosas, sino de ser testigo de lo que él quiera. Es Jesús quien llama, y el llamado es a estar, a ser, más que a hacer.
Creo que eso, en estos veinticinco años, me ha ayudado a estar más sereno frente a las realidades que tengo que ver, que a veces son muy dramáticas, y si no es por la fe de uno, diría, ¿qué puedo hacer? Hay cantidad de cosas que no se pueden cambiar o son muy difíciles de cambiar. Y yo creo que he madurado y crecido mucho en ese aspecto, en la centralidad de que, en definitiva, si estoy acá es solo por Jesús, ¿no?
¿Cómo sostiene esta doble vocación, como sacerdote y como misionero?
Yo creo que si Dios llama, te da las herramientas para la misión. La vida cristiana siempre es una respuesta. Creo que mi vocación salesiana misionera es una respuesta al que me llamó, que es Dios. Entonces, ¿quién me sostiene después de estos veinticinco años? Es Dios, es decir, es una cuestión de fe. El que llama es quien sostiene. No es que decidí por mi cuenta. No. Yo respondí a aquel que creo que me llamó.
Hay que abrazarse a la cruz en los momentos de dificultades y en los momentos de alegría. Es como dice san Pablo: “Sé en quién he puesto mi confianza”. Hay momentos en los que extraño y me pregunto: ¿qué estoy haciendo acá?, ¿por qué no vuelvo a Uruguay? A veces he tenido esos momentos, pero pasan muy rápidos. La verdad que estoy muy contento de estar acá y agradecido con la vocación que Dios me dio.
¿Cómo ve estos seis años que tiene por delante en este nuevo servicio?
No voy a mentir: todavía lo estoy digiriendo un poco. El 24 de agosto asumiré como nuevo provincial. Lo estoy viviendo con alegría porque es una forma de acompañar a los hermanos, de estar presente, de ser parte de esta historia. Y con un poco de miedo también, porque me enfrento a algo nuevo.
Pero sobre todo con esperanza. Siempre me gustó lo que decía Francisco [N. de R.: Se refiere a Francisco Javier Bronchalo, sacerdote español]: “El cristiano no es un optimista, sino un hombre de esperanza”. ¿Y por qué? Porque el optimista piensa que mañana va a ser mejor. El que tiene esperanza no sabe si mañana va a ser mejor o no, pero sabe que Dios está con él.
Quiero ser un hombre de esperanza. No sé lo que me va a pasar o lo que me espera en estos seis años, pero tengo fe y esperanza de que Dios va a caminar conmigo. Habrá momentos difíciles, momentos de crecimiento, desafíos que resolver, y también alegrías: como ver a los salesianos convertirse en sacerdotes o hermanos. Pero siempre con esta mirada de esperanza de que Dios camina conmigo. Estoy muy sereno y confiado. La oración me sostiene.
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