Los padres Andrés Chiribao y Joaquín Diez decidieron servir a Cristo y comenzaron con emoción y alegría su nuevo ministerio.
La Catedral luce colmada, como era de esperarse. Mientras comienza la celebración, el aroma a incienso perfuma el aire, mientras todos los sacerdotes se terminan de ubicar en sus respectivos lugares. La procesión de las decenas y decenas de curas hacia el presbiterio demanda casi cinco minutos. Mientras tanto, muchos de los fieles, familiares y amigos de Andrés y Joaquín, registran el momento con sus celulares.
La celebración transcurre con normalidad hasta la lectura del evangelio. Posteriormente, una silla es ubicada frente al altar. El cardenal Daniel Sturla se ubica en ese lugar, a la vez que el padre Guillermo Buzzo se dirige hacia el ambón.
“Acérquense los que van a ser ordenados presbíteros…”. La voz del padre Guillermo Buzzo resuena en el amplio interior de la Iglesia Matriz. Todos sus bancos están ocupados, pero reina el más absoluto silencio.
Los dos seminaristas escuchan sus nombres, se ponen de pie y responden “Aquí estoy”. Acto seguido, se da el habitual diálogo con el arzobispo de Montevideo.
—Querido padre, la santa madre Iglesia pide que ordenes presbíteros a estos hermanos nuestros
—¿Sabes si son dignos?, le pregunta el cardenal Sturla.
—Teniendo en cuenta la consulta hecha al pueblo cristiano, y con el voto favorable de las personas a quienes compete darlo, doy fe de que son dignos— le responde el padre Buzzo.
—Con la ayuda de Dios y de nuestro Salvador, Jesucristo, elegimos a estos hermanos nuestros para el orden presbiteral— ratifica el arzobispo.
Instantes después, el Card. Sturla se pone de pie y comienza una homilía tan particular como especial. Incluso, en varios momentos, su voz se entrecorta por la emoción. ¡Y no es para menos! Porque, en una sociedad tan compleja como la que nos toca vivir, dos nuevos jóvenes decidieron responder que sí al llamado de Dios y seguir los pasos de Cristo, entregando su propia vida para ser mediadores del Padre con los hombres y anunciar el evangelio con alegría.

Un regalo inmerecido
“Queridos hermanos, estamos celebrando una fiesta y estamos con una alegría que nos desborda. Recién el rector del seminario, el padre Guillermo, llamó a Andrés y a Joaquín, y ellos respondieron ‘aquí estoy’. Aquí están ellos, con sus vidas, rodeados de sus familias —los que están presentes y aquellos que estarán acompañando desde el cielo—, cada uno con sus historias de vida”, fueron algunas de las primeras palabras con las que el cardenal Daniel Sturla comenzó su homilía, para posteriormente recordar el recorrido de la fe de los dos seminaristas y el impacto de este llamado.
“La ordenación sacerdotal toca lo más profundo del corazón, del alma; imprime carácter, deja un sello indeleble en el alma (…) Hoy les vamos a hacer cuatro preguntas clave a Andrés y Joaquín, y quisiera detenerme en la cuarta”, dice el arzobispo, antes de dirigirse al ambón y continuar con su prédica:
«¿Quieren unirse cada día más estrechamente a Cristo, sumo sacerdote, que por nosotros se entregó al Padre como víctima santa, y consagrarse a Dios junto con Él para la salvación de los hombres?
¡Ah! Entonces se trata de algo que toca el ser profundamente. Es una experiencia de configuración con Cristo. Todos nosotros bautizados ya hemos sido configurados con Cristo, pero ellos ahora lo son de un modo especial, porque se unen a su ofrenda, realizada de una vez y para siempre en el Gólgota, pero que se renueva y se actualiza en el altar. Andrés y Joaquín van a estar unidos especialmente a la eucaristía y, por lo tanto, a la ofrenda de Cristo. Serán hostia con la hostia, y sus vidas configuradas con Cristo, como ofrenda agradable al Padre.

El sacerdote está unido a la ofrenda que hace, y esto es un don que nos sobrepasa por todos lados. Y es que la vida cristiana es un regalo maravilloso, inmerecido. Ser hijos de Dios, ser de la familia de Dios… Y también lo es la eucaristía. ¡Qué cosa más inmerecida! Lo recordamos antes de comulgar: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme” (…) Dios, que por amor nos ha creado y por más amor nos ha redimido —incluso con la sangre de su Hijo— quiere nuestro amor. ¡Pero si somos unos pobres hombres, si somos pecadores! El Dios inmenso requiere nuestra respuesta y está loco de amor por nosotros. Y quien siente el amor de Cristo, sabe que no se lo puede guardar para sí. ¿Cómo voy a conocer este amor y no querer que otros también lo conozcan? ¿Cómo voy a recibir el perdón de mis pecados y no querer que otros también tengan este gozo? Porque nos absuelve Cristo por la sangre de su cruz, y ustedes, Andrés y Joaquín, van a ser ministros del perdón».
El cardenal estaba visiblemente emocionado.
Antes de finalizar su prédica, el arzobispo contó que habitualmente realiza una peregrinación, en oración, por distintos templos de Montevideo, para agradecer al Señor por las ordenaciones sacerdotales, y al finalizar, en la Iglesia del Cordón, le hizo un pedido especial a nuestro primer obispo:
“Allí, donde está el corazón de Jacinto Vera, le pedí que tuvieran un corazón semejante al de Cristo, que está reflejado en ese pastorazo que fue el beato Jacinto. Él lo plasmó en su lema, ―‘Jacinto triunfará por María’―, y por esas cosas de la providencia de Dios estamos celebrando las ordenaciones ―que iban a ser el 3 de mayo con nuestros santos patronos―, este 24 de mayo. (…) Hoy ustedes, sacerdotes de Cristo, hostia con la hostia santa, entréguense como buenos pastores según el corazón de Jesús, siguiendo el modelo de Jacinto Vera, y sepan que la Auxiliadora, en cuyo día hoy reciben este don, estará siempre, cada día con ustedes, como Madre dulce y tierna, pero también poderosa”.

Servidores de Dios
A medida que transcurren los minutos, se acerca el momento esperado de la ceremonia: la imposición de manos y la oración de consagración. El arzobispo unge sus manos con el santo crisma, para recordarles la misión primordial a la que han sido llamados: a bendecir, a perdonar los pecados, pero, sobre todo, a prestarle su voz a Jesús Resucitado y decir, sobre el pan y el vino, las mismas palabras que escucharon los apóstoles en la última cena.
Los obispos y sacerdotes colocan sus manos encima de las cabezas de Andrés y Joaquín, quienes se encuentran de rodillas. La procesión hasta los nuevos presbíteros se repetirá por segunda ocasión, una vez que ya hayan recibido los ornamentos sacerdotales y otros signos propios de su nuevo ministerio.
Este momento de alegría culminará al finalizar la celebración, con una interminable fila por la nave central para saludar a los ya ordenados sacerdotes. Aunque, en realidad, la alegría no cesa, porque nuestra Iglesia tiene dos nuevos obreros para su mies.

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1 Comment
Gracias a Dios Trino por estos nuevos sacerdotes y rogamos a la Virgen los tenga bajo su manto