La congregación de las Hermanas Carmelitas de la Caridad de Vedruna llegó a Montevideo en 1934 y se expandió por el interior del país por medio de religiosas y laicos.
Joaquina de Vedruna atravesó diversas etapas en su vida: fue laica, esposa, madre, viuda, abuela y fundadora de una congregación religiosa. Siempre con la mirada puesta en Dios.
Nació en Barcelona, España, el 16 de abril de 1783. Fue la quinta de ocho hermanos. A los doce años manifestó su deseo de ingresar al convento de las Carmelitas Calzadas, pero mientras esperaba ser admitida, obedeció a sus padres, y a los dieciséis años se casó con Teodoro de Mas (1774-1816), abogado y militar español, con quien tuvo nueve hijos, de los cuales tres murieron a temprana edad.
Con treinta y tres años quedó viuda. Sus hijos crecieron y ella pensó que era el momento para entrar en el claustro, pero el encuentro con su director espiritual, el capuchino Esteban de Olot, la animó a fundar un instituto de vida consagrada orientado con fines apostólicos: educación y salud, servicio que ella ya desempeñaba hacía tiempo.
El 26 de febrero de 1826, asociada a nueve compañeras, fundó la congregación de las Hermanas Carmelitas de la Caridad. Bajo su liderazgo, las Hijas de la Madre Vedruna comenzaron a servir como personal sanitario y asistencial en hospitales y casas de caridad, y se convirtieron en las primeras maestras rurales religiosas que tuvo la Iglesia española.
Los últimos años de vida de Joaquina de Vedruna estuvieron marcados por la enfermedad, que la obligó a usar un sillón de ruedas. Falleció el 28 de agosto de 1854 en Barcelona, víctima de la epidemia colérica. Para entonces, su congregación ya se había expandido a siete diócesis, estaba presente en veintiséis obras y tenía unas ciento cincuenta religiosas, además de un noviciado en marcha.
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Las reseñas históricas dicen que tras la muerte de Joaquina, la congregación de las Hermanas Carmelitas de la Caridad se extendió, primero, en diversas regiones de España y luego a América Latina. Las reseñas históricas dicen que las primeras hermanas llegaron a Uruguay en 1934, y que el 4 de marzo de ese año se hicieron cargo del colegio Santa Elena, ubicado en el barrio Buceo, Montevideo.
Las reseñas históricas dicen que en la década del cincuenta su presencia se amplió, dado que las hermanas viajaban en tranvía al asentamiento La Chacarita, ubicado entre Camino Maldonado y Géminis, donde colaboraban en la catequesis. Las reseñas históricas dicen que en 1962 la congregación asumió la dirección del colegio y liceo Sagrado Corazón de Jesús, en Punta de Rieles, que había sido fundado y dirigido desde 1902 por la Asociación de Enseñanza Católica para Niñas.
Las reseñas históricas dicen que el carisma vedruna se extendió al interior del Uruguay en 1975, a Isidoro Noblía, Cerro Largo, donde las religiosas se hicieron cargo de la capilla Nuestra Señora de Fátima. Las reseñas históricas dicen que, en 1977, llegaron a Melo, a la parroquia Santa Cruz, y que en 1978, el obispo Roberto Cáceres les solicitó que atendieran la primaria del colegio Agustín de la Rosa. Las reseñas históricas dicen que, en 1982, la congregación se instaló en Treinta y Tres, en la parroquia El Salvador, en el barrio Tanco de la capital olimareña.
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Hoy, el carisma vedruna sigue presente en tres lugares: Montevideo, Isidoro Noblía y Melo. Sin embargo, solo hay presencia de religiosas en Montevideo, en el colegio y liceo Sagrado Corazón de Vedruna, y en Melo, en la parroquia Santa Cruz, dado que el colegio Agustín de la Rosa pasó a ser administrado por la diócesis. En Noblía, el carisma late, en tanto, a través del laicado.
Las religiosas se retiraron del colegio Santa Elena en 1987 y de Treinta y Tres en 1992.
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Es miércoles 13 de noviembre de 2024, son las siete y cuarto de la tarde. En el colegio y liceo Sagrado Corazón de Vedruna, ubicado en Camino Maldonado 6641, en el barrio Punta de Rieles, al noroeste de Montevideo, está por comenzar la reunión quincenal del laicado vedruna.
La sala no es grande. Se esperan unas seis personas. La mesa, cuadrada y pequeña, tiene un mantel blanco con bordados. En el centro, la imagen de la Virgen de los Treinta y Tres y de santa Joaquina de Vedruna, rodeadas de otros materiales propios de la espiritualidad.
“Los laicos pertenecemos a la congregación, tenemos nuestras reglas y nuestros estatutos”, dice Marianela Lioret, de cincuenta y tres años. Comenzó sus estudios en el colegio Sagrado Corazón a los cinco años. Su madre es exalumna, al igual que sus tres hermanas. Sus primos también lo son. “Por medio de mi madre, vivimos la espiritualidad vedruna toda la vida, desde que estaba en su vientre”.
El laicado vedruna en Montevideo surgió en marzo de 2007 por iniciativa de Ana Rodríguez, religiosa fallecida en agosto de 2018. “Ella empezó a buscar a exalumnos porque quería formar el grupo de laicos, una idea que había traído de Argentina, donde había fundado el mismo grupo”, cuenta Lioret. La propuesta se replicó luego en Melo, donde se formó un equipo de seis o siete laicos.
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Andrea Guedes es una de las seis hermanas Carmelitas de la Caridad de Vedruna que vive actualmente en Uruguay. Nació el 21 de abril de 1964 en Melo, y es la mayor de cinco hermanos. Conoció a las religiosas de la congregación a los dieciséis años, cuando trabajaba en la secretaría del consejo pastoral de la Catedral de Melo. A través de ellas, descubrió a santa Joaquina de Vedruna y su espiritualidad.
El carisma vedruna la cautivó profundamente, hasta que un día les preguntó a las hermanas si podía formar parte de la congregación. Ingresó al aspirantado en 1986, con veintidós años. “Mi vida religiosa transcurrió principalmente en Argentina. Me fui para allá en 1988 para hacer el noviciado durante dos años. De 1991 a 1997 hice el juniorado en Montevideo, en Flor de Maroñas, mientras trabajaba como maestra en el colegio. En 1997, tras hacer los votos perpetuos, me destinaron a Pozo Hondo, en Santiago del Estero, donde estuve seis años. Luego, fui destinada a la ciudad de Merlo, en la provincia de Buenos Aires, donde funcionaba el noviciado y que hoy es casa de inserción. Allí permanecí catorce años. En total, pasé veintitrés años en Argentina. En 2018 regresé a Uruguay”.
Guedes es la coordinadora de las dos comunidades en Uruguay y se desempeña como ecónoma en las de Argentina y Uruguay, aunque en su momento también asumió ese rol para los doce países que conforman la provincia Vedruna-América: Brasil, Chile, Colombia, Cuba, Perú, Puerto Rico, Haití, República Dominicana, Estados Unidos, Venezuela, Argentina y Uruguay.
Además, es maestra desde hace cuarenta años y ejerce como tal. En el colegio Sagrado Corazón dicta clases de matemática, ciencias naturales y sociales en quinto y sexto de primaria, además de ser tutora de ambos grupos. Pero su labor no se limita a eso. En 2019, comenzó a trabajar como maestra suplente en siete escuelas públicas de Punta de Rieles y barrios vecinos. Desde la Dirección General de Educación Inicial y Primaria saben que es religiosa, y ella asegura que nunca ha tenido problemas.
“Nosotros tenemos muy presente la opción por los pobres”, dice, mientras toma un ejemplar del libro Joaquina de Vedruna: cuatro vidas en una, de María Teresa Llach (Editorial Claret, 2021). Lee de la contratapa: “Joaquina de Vedruna tuvo un centro, Jesucristo. Una tarea múltiple, el despliegue de su amor de forma concreta (…) con una preferencia: los más desvalidos y vulnerables”. Luego deja el libro sobre una silla y añade: “Esta es una síntesis de nuestro carisma. Nos dedicamos a la salud, a la educación y a la marginalidad”.
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Guedes vive junto con otras dos religiosas: María Isabel Dopereiro, de ochenta y ocho años, y Elena Álvarez, de ochenta y dos años.
Álvarez nació en Montevideo, en el barrio La Comercial, donde vivió poco tiempo antes de mudarse con su familia al barrio Buceo. Allí pasó su infancia y conoció a las hermanas Carmelitas de la Caridad de Vedruna en el colegio Santa Elena, donde cursó la primaria.
Cuando tenía entre dieciocho y veinte años, le confesó a sus padres que quería ser religiosa. Ellos se opusieron. Pero la decisión de ella era firme: “Si ustedes no me dejan, yo me voy a ir igual”. Sus padres no se tomaron en serio su advertencia. Y ella, al cumplir la mayoría de edad, a los veintiún años, se marchó.
El noviciado estaba en Argentina. Una religiosa la recibió en la casa de su familia mientras esperaban viajar con las otras aspirantes que ingresarían. “Tenía que ir con ellas porque sola no iba a ir. Pero no sabía qué necesitaba. La cédula de identidad la tenía y el tema económico ya estaba resuelto porque viajaba con ellas, no tenía que pagar nada”, relata Álvarez.
Sin embargo, no pudo embarcar en el primer viaje porque sus documentos estaban vencidos. Se alojó entonces en otra casa de familia, esta vez de la única religiosa uruguaya, hasta que se resolvió su situación. Dos o tres días después, compraron su pasaje, y finalmente partió hacia Buenos Aires, donde ya la esperaban. Tenía veintiún años.
Luego regresó a Uruguay, donde trabajó en casi todas las obras de Vedruna, menos en Treinta y Tres. Desde finales de 2018 vive en el colegio Sagrado Corazón. “Está jubilada, pero su función principal es mantener la presencia del carisma y ocuparse de los asuntos litúrgicos”, dice Guedes sobre su compañera.
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Carlos Treosti, de cincuenta y ocho años, es el esposo de Marianela Lioret desde hace treinta y cuatro años. Se conocieron en el barrio, vivían en la misma cuadra, y comenzaron su noviazgo cuando él tenía veintiún años y ella quince. Tienen dos hijos: una mujer de treinta y dos y un varón de treinta, ambos exalumnos del colegio Sagrado Corazón. Nunca se alejaron de la comunidad Vedruna porque la sienten como su hogar, pero la creación del laicado les permitió volver a involucrarse activamente.
Horacio Miqueiro, de sesenta y cuatro años, conoció la espiritualidad a través de su esposa, Miriam Laguna, quien fue docente y directora de primaria del colegio Sagrado Corazón, y falleció el 18 de noviembre de 2022. “Ella participaba activamente como laica, y juntos hicimos el compromiso de laicado. Su impronta quedó en el colegio”.
Treosti y Miqueiro visitan residenciales y hospitales para llevar la comunión a enfermos y apoyan a comunidades de la parroquia Santísima Trinidad (Camino Maldonado 5842). “Hay un buen vínculo con los dominicos. Los laicos de Vedruna trabajamos en diferentes capillas de ellos, y los sacerdotes utilizan las instalaciones del colegio para realizar sus encuentros”, dice Miqueiro.
Lourdes Soto, de sesenta años, es exalumna del colegio Sagrado Corazón y tiene dos hermanas que también lo son. “Mi mamá siempre estuvo muy enamorada de la figura de Joaquina, a quien conoció por ser del barrio. Siempre nos inculcó el amor de Jesús”. Trabajó durante dieciocho años en la portería de la institución educativa. Se jubiló este año, pero sigue presente en varias tareas y actividades. “Esta es mi casa”, dice.
En 2024, además de cumplirse noventa años de presencia de la congregación de las Hermanas Carmelitas de la Caridad de Vedruna en Uruguay, se celebran diez años desde la formal institución del laicado, con la aprobación de sus propios estatutos. “Las vocaciones para la vida religiosa están bastante flojitas, pero el laicado resurge y es fuerte”, concluye Guedes.
Por: Fabián Caffa
Redacción Entre Todos