Será el primer arzobispo mártir de Latinoamérica
El próximo domingo 14 de octubre, a las 10 de la mañana de Roma (5 menos en Uruguay), se celebrará la canonización de 7 nuevos santos para la Iglesia. Entre ellos se destacan las figuras de Papa Pablo VI y de Mons. Óscar Romero. Además el Papa canonizará a Nazaria Ignacia de Santa Teresa de Jesús, el P. Vincenzo Romano, María Caterina Kasper, el P. Francesco Spinelli y Nunzio Sulprizio. Compartimos con ustedes una pequeña de quien será el primer santo salvadoreño.
Sus primeros años de vida y juventud
Oscar Arnulfo Romero nació en Ciudad Barrios, departamento de San Miguel, República de El Salvador, el 15 de agosto de 1917, día de la Asunción de la Virgen María. Su familia era humilde y con un tipo modesto de vida. A muy temprana edad sufrió una grave enfermedad que le afectó notablemente en su salud.
Estudió con los padres Claretianos en el Seminario Menor de San Miguel desde 1931 y posteriormente con los padres Jesuitas en el Seminario San José de la Montaña hasta 1937. Ese año es enviado a Roma para estudiar en el Colegio Pío Latino Americano.
Fue ordenado sacerdote a la edad de 25 años en Roma, el 4 de abril de 1942. Continuó estudiando en esa ciudad para completar su tesis de Teología sobre los temas de ascética y mística, pero debido a la guerra, tuvo que regresar a El Salvador en 1943 y abandonar la tesis que estaba a punto de concluir.
Su vida de sacerdote y sus destinos pastorales
Su primera parroquia fue Anamorós en el departamento de La Unión. Pero poco tiempo después fue llamado a San Miguel donde realizó su labor pastoral durante aproximadamente veinte años. El padre Romero era un sacerdote sumamente caritativo y entregado. No aceptaba obsequios que no necesitara para su vida personal.
Fue elegido Secretario de la Conferencia Episcopal de El Salvador y ocupó el mismo cargo en el Secretariado Episcopal de América Central. El 25 de abril de 1970, la Iglesia lo llamó a proseguir su camino pastoral elevándolo al ministerio episcopal como Obispo Auxiliar de San Salvador, que tenía al ilustre Mons. Luis Chávez y González como Arzobispo y como Auxiliar a Mons. Arturo Rivera Damas.
Esos años como Auxiliar fueron muy difíciles para Monseñor Romero. No se adaptaba a algunas líneas pastorales que se impulsaban en la Arquidiócesis y además lo aturdía el difícil ambiente que se respiraba en la capital. En El Salvador la situación de violencia avanzaba, con ello la Iglesia se edificaba en contra de esa situación de dolor, por tal motivo la persecución a la Iglesia en todos sus sentidos comenzó a cobrar vida.
Cambio de diócesis
Luego de muchos conflictos en la Arquidiócesis, la sede vacante de la Diócesis de Santiago de María fue su nuevo camino. El 15 de octubre de 1974 fue nombrado obispo de esa Diócesis y el 14 de diciembre tomó posesión de la misma.
En medio de ese ambiente de injusticia, violencia y temor, Mons. Romero fue nombrado Arzobispo de San Salvador el 3 de febrero de 1977 y tomó posesión el 22 del mismo mes, en una ceremonia muy sencilla. Tenía 59 años de edad y su nombramiento fue para muchos una gran sorpresa, el seguro candidato a la Arquidiócesis era el auxiliar por más de dieciocho años en la misma, Mons. Arturo Rivera Damas (de hecho fue su sucesor).
Arzobispo de San Salvador
El 12 de marzo de 1977, se dio la triste noticia del asesinato del padre Rutilio Grande, quien fue un buen amigo para Monseñor Romero y su muerte le dolió mucho.Un nuevo fraude electoral impuso al general Carlos Humberto Romero para la Presidencia. Una protesta generalizada se dejó escuchar en todo el país.
En el transcurso de su ministerio Arzobispal, Mons. Romero se convirtió en un implacable protector de la dignidad de los seres humanos, sobre todo de los más desposeídos; esto lo llevaba a emprender una actitud de denuncia contra la violencia.
Los primeros conflictos de Monseñor Romero surgieron a raíz de las marcadas oposiciones que su pastoral encontraba en los sectores económicamente poderosos del país y unido a ellos, toda la estructura gubernamental que alimentaba esa institucionalidad de la violencia en la sociedad salvadoreña, sumado a ello, sus críticas a las nacientes organizaciones político-militares de izquierda, quienes fueron duramente criticados por Mons. Romero en varias ocasiones por sus actitudes de idolatrización y su empeño en conducir al país hacia una revolución.
A raíz de su actitud de denuncia, Mons. Romero comenzó a sufrir una campaña extremadamente agobiante contra su ministerio arzobispal, su opción pastoral y su personalidad misma, cotidianamente eran publicados en los periódicos más importante, editoriales, anónimos, donde se insultaba, calumniaba, y más seriamente se amenazaba la integridad física de Mons. Romero.
Este calvario que recorría la Iglesia ya había dejado muchos sacerdotes y laicos asesinados. La Iglesia sintió en carne propia el odio irascible de la violencia que se había desatado en el país. Resultaba difícil entender en el ambiente salvadoreño que un hombre tan sencillo y tan tímido como Mons. Romero se convirtiera en un «implacable» defensor de la dignidad humana y que su imagen traspasara las fronteras nacionales por el hecho de ser: «voz de los sin voz».
Los últimos meses
Muchas de los sectores poderosos y algunos obispos y sacerdotes se encargaron de manchar su nombre, incluso llegando hasta los oídos de las autoridades de Roma. Mons. Romero sufrió mucho esta situación, le dolía la indiferencia o la traición de alguna persona en contra de él. A pesar de esto sintió el apoyo de los dos papas que guiaron a la Iglesia durante su vida como obispo: Pablo VI (quien será canonizado el mismo día que Mons. Romero) y San Juan Pablo II.
Uno de los hechos que comprobó el inminente peligro que acechaba sobre la vida de Mons. Romero fue el frustrado atentado dinamitero en la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús, en febrero de 1980, el cual hubiera acabado con la vida de Monseñor Romero y de muchos fieles que se encontraban en el recinto de dicha Basílica.
El domingo 23 de marzo de 1980 Mons. Romero pronunció su última homilía, la cual fue considerada por algunos como su sentencia de muerte debido a la dureza de su denuncia: «en nombre de Dios y de este pueblo sufrido… les pido, les ruego, les ordeno en nombre de Dios, cese la represión”.
El lunes 24 de marzo de 1980, Monseñor Óscar Arnulfo Romero Galdámez fue asesinado de un certero disparo, aproximadamente a las 6:25 p.m. mientras oficiaba la Eucaristía en la Capilla del Hospital La Divina Providencia, exactamente al momento de preparar la mesa para recibir el Cuerpo de Jesús. Fue enterrado el 30 de marzo y sus funerales fueron una enorme manifestación popular.
Camino de santidad
En 1994 su sucesor en la Arquidiócesis de San Salvador, Mons Arturo Rivera y Damas, inició su proceso de beatificación. En el año 2000 la Congregación para la Doctrina de la Fe comenzó el estudio de todos los discursos de Romero. En 2005 el postulador de la causa, el obispo italiano Vincenzo Paglia, aseguró públicamente que “Romero no era un obispo revolucionario, sino un hombre de la Iglesia, del Evangelio y de los pobres”.
La mañana del 3 de febrero de 2015, Su Santidad el Papa Francisco recibió en audiencia al cardenal Angelo Amato S.D.B, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos y autorizó a ese dicasterio a promulgar, entre otros, el decreto de martirio del Siervo de Dios Óscar Arnulfo Romero y Galdámez, arzobispo de San Salvador (El Salvador), reconociendo así, de manera oficial que su asesinato fue por odio a la fe.
El 6 de marzo de 2018, el Santo Padre Francisco recibió en audiencia a Su Eminencia Reverendísima el cardenal Angelo Amato, S.D.B., Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos. Durante la audiencia, el Sumo Pontífice autorizó a la Congregación a promulgar el decreto relativo al milagro atribuido a la intercesión del Beato Óscar Romero, por lo que tan sólo resta la celebración de la ceremonia de canonización.
Fuente: http://www.romeroes.com/