Se realizó una nueva jornada misionera en los cementerios de nuestra capital, en coordinación con los voluntarios de Iglesia Joven.
Acompañar en el dolor y transmitir un mensaje de aliento. Ese es el objetivo de cada Misión de la Esperanza que realiza Iglesia Joven Montevideo, en colaboración con distintos movimientos parroquiales.
Como es habitual en el marco de la conmemoración de Todos los Fieles Difuntos, los misioneros visitaron el Cementerio Central, Cementerio del Buceo, Cementerio de La Teja, Cementerio del Norte y Cementerio del Cerro.
Cada 2 de noviembre es una oportunidad para recordar que la muerte no es el final, sino el comienzo del descanso eterno junto a Dios.
Una experiencia única
Salir. Mojarse. Protegerse. Volver a salir. Volver a mojarse. La mañana del 2 de noviembre transcurre con intermitencias para los voluntarios misioneros distribuidos en distintos cementerios de la capital.
El pronóstico de mal tiempo —que incluye casi un cien por ciento de probabilidades de lluvia y la posibilidad de tormentas eléctricas— no impide que algunas decenas de jóvenes acompañen a quienes van a recordar a sus seres queridos.
“Todos los 2 de noviembre, junto con la Arquidiócesis de Montevideo, organizamos la Misión de la Esperanza. Vamos con los jóvenes a distintos cementerios y acompañamos a la gente para rezar con ellos. Sabemos que es un momento de sufrimiento, de dolor para muchos, entonces, con mucha libertad y amor, los voluntarios les proponen rezar juntos para acompañarlos desde la oración, les entregan un folleto y comparten con las personas para tratar de llevar un poco de paz y de alivio”, aclara el P. Marcelo Marciano, en un móvil de Canal 10, mientras los jóvenes —en su mayoría integrantes de la parroquia Stella Maris— siguen con sus actividades. Junto con el P. Sebastián Pinazzo, son los dos sacerdotes presentes entre los misioneros.

“Nosotros siempre venimos al Cementerio Central y buscamos traer alegría y esperanza a la gente que viene a visitar a sus difuntos en un día tan especial. Mi rol es el de ser un misionero más, estar acompañando y transmitir esa esperanza de que acá estamos de paso y que lo que nos espera es el cielo”, explica José, uno de los voluntarios.
No obstante, para algunos jóvenes se trata de su primera experiencia en este tipo de misión. Ese es el caso de Leticia, que integra la parroquia Stella Maris de Carrasco y que, de hecho, no recuerda haber entrado nunca a un cementerio.
“Nunca vine, entonces cuando mencionaron la actividad me interesó mucho y quise saber más sobre la propuesta. Con una amiga de la comunidad nos preguntamos: ¿por qué no dejamos los compromisos que tenemos para dedicar nuestro tiempo a los demás, al prójimo y a las almas que realmente lo necesitan? Porque hay muchísimas almas que no tienen a nadie que pida por ellas, entonces hay que tenerlas presente para que logren reunirse con Jesús y estar en el cielo. Siendo mi primera vez en un cementerio, no esperaba nada de esto. Creo que fue algo duro al principio porque no me imaginaba vivir esta experiencia, pero luego me acostumbré a esta realidad y la comencé a comprender de otra manera. Es lindo ver que, a pesar del clima, de la lluvia y del viento, la gente dedica su tiempo con una sonrisa en la cara y con buen talante”, afirma Leticia.
Para ella se trata de una actividad tan recomendable como necesaria, incluso para el mismo misionero: “Por un lado es especialmente lindo saber que hay personas que dejan todo de lado para escuchar el testimonio del otro, compartir con ellos y rezar por sus fallecidos. Es una experiencia que realmente vale la pena y en la que seguro volveré a participar el año que viene. Pensás que son muchas horas, pero se pasan volando. Se lo recomiendo a todos los jóvenes, porque participar te hace ser más consciente de que somos útiles para los demás y que también podemos rezar por nuestros difuntos y por quienes nos necesitan”.

La esperanza de la vida eterna
A las nueve y media de la mañana era la convocatoria de la parroquia Stella Maris, pero la partida fue pasadas las diez. Prácticamente al mismo tiempo que llegaron los voluntarios al Cementerio Central, también apareció la lluvia, y con la caída de las primeras gotas tuvieron que modificar sus planes sobre la marcha.
Los primeros minutos de misión fueron para invitar a las personas a participar de la celebración eucarística, y a rezar juntos el rosario. El resto de la jornada fue de oración.
La misa comenzó puntualmente a las once y media de la mañana, tal como lo indicaba el programa de los misioneros —y un oportuno cartel en el acceso al cementerio—. La celebración fue presidida por el P. Álvaro García, párroco de San José y San Maximiliano Kolbe, en compañía del P. Manuel Fernández, el P. Sebastián Pinazzo y el P. Marcelo Marciano.
Durante su homilía, el P. García optó por reflexionar sobre los sentimientos que experimentamos cuando recordamos a un ser querido: “Hay una mirada pesimista que nos dice que, en el caso de los difuntos, su memoria depende su existencia de un familiar o amigo, y que cuando ella se desvanece, desaparece. La memoria es muy importante; está metida en nuestra vida, en la experiencia personal de cada uno de nosotros, y en ella encontramos agradecimiento, alegría por lo compartido, tristeza, y muchas veces culpa. La Iglesia nos invita a mantener viva esa memoria, pero, sobre todo, para rezar por ellos y su descanso eterno”.
“La gracia de Dios sigue actuando y nos sigue unificando. En estas fechas es importante que, además de todo el recuerdo que hacemos de nuestros difuntos, tengamos la gratitud de saber que Dios sostiene nuestra existencia y nos recuerda que él venció a la muerte, porque él es la resurrección y la vida”, concluyó.

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