Reflexión sobre la Virgen de los Treinta y Tres, patrona del Uruguay. Por Mons. Alberto Sanguinetti Montero.
Cuando nos acercamos a una imagen de María Santísima en primer lugar y fundamentalmente nos relacionamos con María, madre de Dios, elegida desde la eternidad, que engendró y dio a luz al Verbo hecho carne y que ahora está en los cielos junto a su Hijo glorioso.
Como enseña el Concilio II de Nicea, (787 d. C), “el honor de la imagen se dirige al original, y el que reverencia una imagen, reverencia a la persona en ella representada”. Por ello, alabamos, bendecimos, le suplicamos, proclamamos bienaventurada a santa María, en su santa imagen de Agraciada Virgen de los Treinta y Tres.
Contemplamos la imagen
Junto con esa realidad común a toda advocación, cada imagen y titulo tiene una palabra propia, acentúa algo de la Virgen, establece una relación particular.
Por eso, empezamos por dirigir nuestros ojos hacia ella. Miramos a la Virgen de los Treinta y Tres: ella nos representa y nos proclama su pura y limpia concepción, su inmaculada concepción.
Ella no nos mira, sino que aparece como aquella que es mirada por Dios, en quien el Altísimo ha puesto sus ojos y la ha colmado de su gracia desde el primer momento de su existencia: la ‘agraciada’, la ‘llena-de-gracia’, la que ni un instante fue rozada por el pecado, que en todo momento fue llevada por el viento del Espíritu Santo. Por eso está con sus manos juntas, su mirada recogida, su cabeza inclinada, sus vestidos en movimiento. Toda su gracia y belleza reflejan la belleza de la hija de Sion, llena de gracia y limpia hermosura. Toda ella es hermosa. Y ella, en humildad y sencillez acepta la mirada de gracia del Padre y se deja conducir por el Santo Espíritu.
La inmaculada concepción de María y su exención de todo pecado es para nosotros débiles y pecadores un mensaje de esperanza: Dios no solo perdona, sino también eleva. Él quiere y puede hacernos santos e inmaculados en su presencia por el amor (Ef 1, 4).
En un mundo que desespera de la santidad, que pone como ideal de libertad los propios deseos, María santísima nos llama a acoger la gracia del Espíritu Santo y colaborar con él, para alcanzar la verdadera libertad, la entrega a la voluntad del Padre.
En un pueblo cerrado en sí mismo y en valores terrenos: el bienestar, la salud, el deporte, la realización personal, estamos llamados a anunciar la belleza del plan de Dios para con nosotros, realizado por Cristo y contemplado en María.
El saludo de nuestros mayores es una proclamación del milagro de Dios en la Virgen toda santa y de esperanza en la gracia. “Ave María purísima. r./. sin pecado concebida”.
Hacemos nuestras las palabras del papa san Juan Pablo II en Florida, en 1988, ante ella:
“Con vosotros contemplo esta imagen de María Inmaculada, que es vuestra Patrona, y veo en Ella la victoria de nuestro Dios. María es para nosotros ‘el signo inmutable e inviolable de la elección por parte de Dios’ (Redemptoris Mater, 11). De esta forma, también en nosotros se cumplen las palabras proféticas que brotaron de sus labios: ‘Desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada’” (Lc 1, 48).
Imagen y nombre: un memorial de nuestra historia
La talla de 36 centímetros fue elaborada en cedro americano por manos guaraníes a mediados del siglo XVIII. Ella, pues, nos liga con nuestras primeras raíces: los guaraníes cristianos, que pusieron nombre a nuestros ríos y parajes, nos dieron el mate, poblaron nuestra campaña, colaboraron en la fundación de ciudades y en los trabajos por la independencia. Ellos se entregaron libremente al Evangelio y trajeron consigo la fe, el amor al culto, con la música y el canto sacro, el amor a la Virgen.
Esta imagen, desde 1779, estaba en el Pintado y en 1809 funda la Villa de San Fernando de la Florida. Allí la encuentran los Treinta y Tres Orientales con Lavalleja y las tropas que se unían, el gobierno provisorio, la sala de representantes. Como buenos católicos a ella oran, bajo su protección se ponen, ante ella dan gracias al Altísimo por las victorias, como la batalla de Sarandí.
Es desde entonces que espontáneamente la gente de Florida, que fue testigo de esos hechos, empezó a llamarla “la Virgen de los Treinta y Tres”. Por eso, celebramos el bicentenario, no de la imagen, que es anterior, sino del comienzo de este nombre, que rememora unos hechos y, en ellos, toda nuestra historia.
Su solo nombre es una evocación. Cuando uno en el extranjero dice que la patrona del Uruguay es la Virgen de los Treinta y Tres (ha de escribirse con letras, no números), enseguida debe dar una explicación de nuestra historia, para entender su nombre.
Recordemos las palabras de san Juan Pablo II: “Vosotros bien sabéis que la historia de vuestra patria está ligada a esta santa imagen. Con su mismo nombre, ‘La Virgen de los Treinta y Tres’, el pueblo ha querido recordar a los héroes que se pusieron bajo su amparo”.
“Sí, esta imagen nos pone en ininterrumpida conexión con las generaciones de vuestro pueblo que han ensalzado a María, que han acudido a su protección, que se han dejado guiar por su ejemplo. Esta imagen de la Virgen es una llamada y a la vez un signo de la presencia de la Madre de Dios desde los orígenes de vuestra nación. Gracias a Ella, ¡cuántas familias han mantenido la unión y el amor!, ¡cuántos jóvenes han encontrado su camino vocacional!, ¡cuántas personas han recuperado la paz y la serenidad!… Ahora es ya como un memorial de la historia de cada uno de vosotros, de cada familia, de todo el Uruguay”.
Esta comunión con el pasado es también un desafío y una responsabilidad.
La que invocamos como capitana y guía, nos llama a combatir bajo sus banderas y a caminar por su caminos.
Personalmente, como familia, Iglesia, estamos llamados al gran combate de la fe, esperanza y caridad. Primero en nuestra alma, en nuestro corazón, para que realmente Cristo reine, seamos suyos, vivamos como siervos de Dios, consagrados al culto del Dios: que nuestro alimento sea hacer la voluntad del Padre y llevar a cabo la obra que nos ha encomendado (cf. Jn 4, 34).
Este combate y este camino es también social y cultural. Nuestro pueblo, nuestra educación, nuestras leyes, la vida social, en muchas cosas se han apartado de la razón y de la luz de Cristo. Estamos llamados a dar testimonio, para que la mirada de la vida y de la muerte, del trabajo, la familia, la corporeidad y la sexualidad, de la vida social y del auxilio a los pobres, sean vistas y enseñadas según la verdad.
La Agraciada Virgen de los Treinta y Tres, la Inmaculada, presente en nuestra historia, nos guía a poner la confianza en Dios y a proclamar, como ella, la grandeza del Señor, de palabra y con los actos. “Nosotros, que recibimos un reino inconmovible, hemos de mantener la gracia y, mediante ella, ofrecer a Dios un culto que le sea grato, con religiosa piedad y reverencia” (He 12,28).
El espacio: geografía, su casa, el santuario.
La Virgen de los Treinta y Tres está unida a la geografía. Los pueblos están situados, ligados a la tierra. A nosotros Dios nos ha bendecido en esta región del sur, rodeados y atravesados por ríos y arroyos, abiertos al mar, con una pradera fértil y generosa.
La Virgen de los Treinta y Tres, con su presencia en Florida, significa la presencia en estas tierras de Cristo, el Evangelio, la Iglesia con sus sacramentos, su culto y su misión evangelizadora.
Por eso, con las palabras de Isabel, le decimos, cada uno, y juntos, como pueblo: “¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a visitarme?” (Lc 1, 43). A ella y por ella damos gracias a Dios por esta bendita tierra y por su presencia en ella.
A su vez, la Virgen de los Treinta y Tres tiene casa y recibe en su casa: su Santuario en Florida. La Virgen de los Treinta y Tres está enlazada con el santuario. Por eso, el gesto más propio de la devoción a ella es ir a su casa y entrar en el santuario para ponerse a sus pies.
Es oportuno ir a su casa en la Peregrinación Nacional, para rezar la Súplica, pero también en otros momentos, presentarle a los hijos, darle gracias.
María y la Iglesia son una única realidad. La Virgen de los Treinta y Tres, al tiempo que protege a la Iglesia que peregrina en el Uruguay, la representa y llama a descubrir la gracia de Dios en ella. Así, pues, al entrar en la casa de la Virgen, que es la casa de la Iglesia ―por eso se llama iglesia― renovamos nuestra entrada en la Iglesia por la fe y el bautismo, sellados por la unción del Espíritu. Pedimos crecer en la vida que Cristo nos comunica en y por la Iglesia: por la escucha de la predicación del Evangelio, por la oración y los sacramentos, por la comunión entre nosotros y con los obispos y el papa.
Nuestro pueblo ha sido perseguido en su fe y se le ha impuesto una desconfianza y distancia de la Iglesia. María Santísima, Virgen de los Treinta y Tres, nos impele a dar testimonio de la belleza y santidad de la Iglesia, Esposa inmaculada del Cordero. En nuestro árido y secularizado país, anunciamos el perdón y la gracia, las maravillas que Dios nos regala en su seno.
Agraciada Virgen de los Treinta y Tres, protégenos.
¡Conocé más sobre nuestra patrona!

Este libro presenta y comenta la oración con que la Iglesia le reza a la Virgen de los Treinta y Tres, su historia, su presencia, de distintas formas —en lugares, personas, acciones, arte—. Acompañan reflexiones para mejor comprender la Santa Imagen y su mensaje. “Atráeme y correremos tras el olor de tus perfumes” (Ct 1,4).

