Martin Bergengruen es un agradecido a Dios por el talento que le dio. Tuvo de maestros a Federico García Vigil, en lo orquestal, y a Sara Herrera, a nivel coral. A lo largo de su carrera trabajó en varias instituciones educativas: el Colegio Alemán, St. Patrick’s College, Greenland School, St. Andrew’s School y Los Pilares.
Su año se divide en dos. En el primer semestre prepara Un canto a la esperanza, un espectáculo sinfónico-coral con canciones populares de The Beatles, Queen y ABBA. En la segunda mitad del año organiza Navidad para la Paz, el concierto de villancicos que tiene cuatro objetivos: apostólico, musical, cultural y solidario. «Lo importante es dar el mensaje de Jesús», dice.
Actualmente cuenta con catorce instrumentistas —cinco violines, tres chelos, dos flautas traversas, dos trompetas, un piano y una batería—. En los primeros años contaban, además, con un oboe y un corno.
La primera edición se realizó el 19 de diciembre de 2001, en la Catedral de Montevideo, y contó con la presencia de Mons. Nicolás Cotugno y varias autoridades políticas. La iniciativa volvió en 2003 y desde ese momento no paró. En estos años los escenarios fueron varios: el Salón de los Pasos Perdidos del Palacio Legislativo, el Colegio Seminario, el Punta Carretas Shopping y algunos puntos del interior. También se realizaron conciertos a beneficio del Liceo Jubilar y la Fundación Pérez Scremini.
El pasado jueves 24 de noviembre, el coro dirigido por Bergengruen volvió a presentarse en la Iglesia Matriz. Esta vez la puesta en escena fue de una veintena de músicos y ochenta coreutas, entre ellos jóvenes y adultos. El día después, el músico recibió en su casa a Entre Todos para conversar de su vida, su trabajo y la historia del tradicional espectáculo.
¿Cómo nació su pasión por la música?
Mi pasión por la música es de niño. Fui a clases de música desde los seis años y Estudié piano durante catorce años. Cuando se casó mi hermano mayor, mi madre me pidió que me ocupara del coro. Apenas sabía tocar un acorde (risas). Esos fueron mis comienzos. En mi familia tocábamos violín, viola, cello, piano y guitarra. Mi abuelo era alemán y fue quien trajo todos sus instrumentos. Hay una tradición fuerte. De la parte de mi padre viene la parte sinfónica y del lado de mi madre viene la parte coral.
No tuve claro desde el principio dedicarme a la música. A los veintidós años había entrado a la Facultad de Ingeniería y después estuve con los salesianos. Quise ser sacerdote. Estuve un año consagrado. Cuando salí me puse de novio y dije «voy a intentar por la música». Si esto no funcionaba, iba a ir por otra cosa.
Tengo dos licenciaturas. Las carreras las hice en la Escuela Universitaria de Música en paralelo y duraron siete años. Fui el primero en todo el país en recibirme. Dirigir orquesta y dirigir coro tienen similitudes, pero también diferencias. Me recibí en 1999.
Cuando empecé a organizar mi vida y ver de qué trabajar, comencé a hacer coros, juntando familias. Desde los abuelos hasta los nietos. Enseñaba flauta, guitarra, piano y canciones. Fue así que en 1995 conformé el coro Montepilar. Después, al ver que no podía vivir solo de los conciertos, empecé a enseñar a niños. Me encanta trabajar con ellos. Yo quiero a los niños y ellos me quieren a mí. Lo que aprendo de los niños me sirve para la orquesta y lo que aprendo de la orquesta me sirve para los niños.
¿Cómo conecta la música con la fe?
Considero que la música te obliga a pensar. No podés estar en blanco. Cuando uno canta tiene que pensar, sentir y querer. Y si todavía tenés el espíritu cristiano de Jesús todo es mucho mejor. En el coro tengo gente creyente y no creyente, pero de alguna manera tienen que aceptar la propuesta de Navidad. Para los que son menos creyentes la música es un paso previo a la fe. El coro le hace bien a mucha gente porque puede cantar y expresarse. Hay personas que tienen menos fe y para ellos la Navidad es prepararse con estas canciones. Pensar, sentir y querer te hace más humano y te ayuda a buscar a Dios.
¿Qué ventajas y desventajas le encuentra al trabajar con niños y con adultos?
Los niños tienen cierta frescura. Los conciertos son símbolo de familia. Me gustaría tener más jóvenes. Hago un proceso bastante rápido que funciona. Voy repitiendo repertorios parecidos a lo largo del año. En el coro tengo personas que hicieron diez años seguidos el mismo concierto y hay otros que arrancan de cero. Solo cambio dos o tres canciones. Eso ayuda porque crear un repertorio dura un año. Orquestar todo lleva cientos de horas. A lo último junto a los niños y los instrumentos. Lo que da más trabajo es el coro. Los niños cantan villancicos que conocen y a la orquesta se la contrata y se le paga. Trabajamos dos horas por semana para preparar el coro.
La parte digital me ayuda mucho porque grabo un video con partituras para que los integrantes del coro sientan la base de sonido, vean la partitura y además escuchen el canto por separado. Lo escuchan en su casa para redoblar el esfuerzo del aprendizaje.
Me gusta trabajar con los niños. Tengo paciencia con ellos. Eso funciona bien. En este nivel se llega a lo que se puede, porque a los niños en estas latitudes les cuesta mucho hacer dos o tres voces. Estamos en un continente donde todo es monódico, algo distinto a lo que ocurre en Europa y África, donde el trabajo es más armónico.
¿Cómo surgió el concierto anual de Navidad para la Paz?
Fue en 2001, tras los atentados del 11 de setiembre. Contemplar eso fue increíble. En ese momento me pregunté por qué no hay paz. Y con mi fe en Jesús me pregunté qué podía hacer. Entonces trasladé algo que hice mucho con mi familia en Nochebuena, que era cantar antes de abrir los regalos. Cantábamos entre diez y quince canciones, de las cuales la gran mayoría eran alemanas y el resto en español y en otros idiomas. Tengo la tradición de cantar villancicos en todas las navidades.
Para el concierto propuse hacer villancicos orquestados, de distinto nivel y varias combinaciones. El día anterior al primer concierto de Navidad para la Paz llegué con la última partitura. Fue una locura de componer. El Señor nos bendijo y salió todo bien. Eso permitió abrir caminos. Por año hacemos dos o tres conciertos de Navidad para la Paz. Este año haremos cuatro.
El mensaje central de cada concierto es que Jesús es el camino para encontrar la paz, que también es un sinónimo de alegría.
Actualmente se está desarrollando otro conflicto, que es la guerra Rusia-Ucrania. ¿Cuál es su mensaje para esta ocasión?
El mensaje sigue siendo el mismo. La única manera de solucionar conflictos, nudos y problemas es Jesucristo. Lo que está sucediendo en Ucrania es terrible, pero también me preocupa ver que la gente está conflictuada en la vida cotidiana. Veo jóvenes y adultos que se sienten deprimidos. Veo personas, gobiernos y países sin fe, sin valores. Los grandes se portan peores que los chicos. Si la música y nuestro testimonio pueden ayudar a la gente a que se abra, lograremos el cometido del concierto.
Perfil de Martin Bergengruen
- Nació el 2 de octubre de 1963 en Montevideo.
- Estudió dirección de orquesta y dirección de coro en la Escuela Universitaria de Música.
- Actualmente es docente en Los Pilares y St. Andrew’s School.
- Está casado con María Macarena Etcheverry y es padre de Lukas, Andrés, Juan, Mateo y Felipe.