Entrevista realizada por el quincenario Entre Todos al P. José Buzzo, sacerdote de la Prelatura del Opus Dei, actualmente en Asia del este.
El padre José Buzzo es un sacerdote uruguayo, sanducero, ingeniero en computación, ordenado sacerdote en 2005. Es doctor en Derecho Canónico, y desde el año 2014 vive en Hong Kong, donde se desempeña como vicario regional de la Prelatura del Opus Dei en Asia del este.
Hace unas semanas estuvo en Uruguay por temas familiares, y aprovechamos a entrevistarlo para que nos contara su interesante labor en tierras con culturas tan distantes de Montevideo, como son la de los países de Asia del Este.
¿Qué significa para un sacerdote uruguayo, vivir la fe cristiana y su ministerio en un lugar con una cultura tan diferente a la de Uruguay, como es Hong Kong?
Mirá, en primer lugar, un privilegio poder ver con tus ojos cómo arraiga la semilla del Evangelio en culturas tan lejanas a nuestra experiencia. Naturalmente, también un desafío: ¿cómo comunicar el mensaje según los modos y el lenguaje propios de esos lugares? Son culturas milenarias. Uno aprende mucho, también de los no creyentes: está lleno de gente buena.
Estoy muy agradecido porque los obispos de las diócesis en las que está presente la Prelatura del Opus Dei en Asia del Este. Me han recibido siempre con esa hospitalidad propia de los orientales. Me da alegría ver que el aún modesto trabajo que realizamos se complementa muy bien con el trabajo de las diócesis. Era el deseo del Vaticano II al establecer las prelaturas personales. En aquellas tierras de misión, las diócesis dedican sus mejores energías a la atención pastoral de los fieles. Especialmente al catecumenado. En Hong Kong se bautizan alrededor de tres mil adultos y tres mil bebés cada año. Los fieles laicos de la Prelatura, de un modo natural, simplemente por su amistad personal. Los sacerdotes, también a través de la confesión y la dirección espiritual (a las que dedicamos abundantes horas). Ofrecemos una formación espiritual a los fieles que lo deseen, fomentando el deseo de santidad en la vida diaria, que es el carisma del Opus Dei. En algunas diócesis se pasa por un tiempo de escasez de vocaciones sacerdotales y a los párrocos a veces les cuesta conseguir tiempo para este acompañamiento. A su vez, nosotros no seríamos capaces de encargarnos de una parroquia.
Otro motivo de alegría es que, a través de ese esfuerzo, Dios fomenta vocaciones, no solo para la Obra: varios chicos han ido al seminario diocesano. Y hace pocos días una joven a la que acompaño espiritualmente me escribió para compartir su alegría: ha decidido ingresar a un instituto de vida consagrada.
Usted atiende pastoralmente diversos países asiáticos. Nos decía que también viaja regularmente a Corea del Sur, Taiwán y Macao. ¿Cómo se vive la fe cristiana en esos sitios?
La fe se vive sustancialmente del mismo modo en todos lados. Claro, uno nota un especial aprecio por lo ritual o el pragmatismo propio de aquellas culturas. Se vive con conciencia de ser una minoría, y lo comunitario es importante. Hay variedad de iniciativas católicas de caridad y educación. Pero cada uno de esos sitios responde diversamente ante el mensaje cristiano. En Taiwán, los católicos no llegan al 1%: la gente es muy, muy amable, pero hay un importante apego a las tradiciones ancestrales chinas. Creo que en China continental hay una apertura mayor. En Hong Kong y Macao, por motivos históricos, ha habido mayor exposición al cristianismo, y los católicos son más del 5%. En Corea del Sur, la presencia católica ha crecido mucho estos años y es de alrededor de un 15%.
¿Cuáles son las principales dificultades y las principales riquezas que encuentra la Iglesia en Asia?
Pregunta difícil, porque Asia es grande, y yo, luego de siete años, sigo siendo un “recién llegado”. Te cuento una anécdota. Un chico que estuvo varios años en contacto con el Opus Dei, recibió los sacramentos de la iniciación cristiana, y entendió bien su vocación apostólica. Un día invitó a varios de sus amigos, todos paganos, a una residencia de la Obra. Les explicó brevemente acerca de la Iglesia católica y el Opus Dei y luego los llevó a la capilla del centro para mostrarles cómo él rezaba y hacía su examen de conciencia. Les indicaba qué hacer y decir en cada caso. En aquella región no hay casi prejuicios contra la Iglesia o las instituciones católicas. La gente está bien dispuesta a conocer más de nuestra fe. Lo que este chico hizo me recuerda a aquél “ven y verás” del Evangelio.
Nada de grandes explicaciones: los llevó y les mostró. Muy en sintonía con la mentalidad práctica china: hechos, no palabras. Él estaba convencido de haber descubierto algo muy bueno para él, y no dudó un segundo en compartirlo con sus amigos. De ese modo tan sencillo se transmite la fe en aquellas tierras. Además de las evidentes riquezas, en esa anécdota podemos entrever una dificultad: que ese joven o sus amigos pensaran (no ocurre en este caso, porque lo conozco) que vivir la fe o, más específicamente, vivirla en el espíritu del Opus Dei es, antes que nada, “algo que hay que hacer”. Confucio era un moralista, y dice cómo hay que vivir. Como explicó Benedicto, ha repetido Francisco, y recordó el cardenal aquí en su reciente carta pastoral, ser cristiano no es un código de conducta ni una filosofía, sino un encuentro personal con Jesucristo que me cambia desde dentro.
¿De qué forma se hizo presente la Iglesia católica para responder a los planteos existenciales y materiales que la pandemia trajo, sobre todo en los países asiáticos?
En primer lugar, con la creatividad de la caridad. Los católicos se han movilizado para atender a los más desfavorecidos por la situación de emergencia sanitaria. Hong Kong tiene, proporcionalmente, la Caritas más grande del mundo: los fieles son generosos y se han desarrollado multitud de iniciativas, también para la pandemia.
Algunas personas de la Prelatura, por ejemplo, han podido conseguir donaciones de tapabocas para las familias más necesitadas de las escuelas diocesanas de Hong Kong. Estas suelen estar, a propósito, en los barrios menos favorecidos. Recuerdo que una donación de 4000 tapabocas reusables fue para los diecisiete preescolares diocesanos hongkoneses. Pero las mascarillas son demasiado grandes para los niñitos de esas edades. Así que surgió la idea de que cada niño debía identificar, entre su familia o vecinos, quien estuviera más necesitado y obsequiarle lo recibido. De ese modo, a temprana edad, se fomentaba en ellos la alegría de dar.
¿Cómo viven los cristianos de esos lugares, este tiempo de pandemia?
Con temores, con sentido de responsabilidad social, intentando seguir las normativas de las autoridades, con esa disciplina que quizá a nosotros nos cuesta un poco más. Pero también con fe. Durante la pandemia, se ha intentado acompañar espiritualmente a las personas, en sus angustias de cara al futuro, etc. En mi vida personal y en mi labor pastoral, me ha sido de gran ayuda aquella frase de Pablo a los Romanos: “todas las cosas cooperan al bien de los que aman a Dios” (8, 28). El fundador del Opus Dei, san Josemaría, meditó mucho este versículo y lo resumía con un “todo es para bien”. Lo que salta a la vista, al pensar en el Covid-19, son los problemas que ha causado o acentuado. En esas reuniones personales o grupales he podido constatar que la fe en el amor de Dios por nosotros ayuda a todos a ver, más allá de lo aparente, los bienes que nos ha aparejado, a tener esperanza, y a ver en todo esto una ocasión para salir de nosotros mismos y servir a los demás.
2 Comments
Que grande es el Señor. Aún continúa suscitando corazones dispuestos a encontrarse con El y llevarlo a los puntos más alejados, para dar a otros la maravillosa experiencia cristiana. Bto sea
Muy bueno y ejemplarizante,!!!