La Vicaría para la Catequesis realizó su habitual encuentro de febrero con el foco puesto en la necesidad de comprender la importancia litúrgica dentro de su servicio.
“¿Quién de ustedes alguna vez —si es mentira luego se confiesan con el cardenal— ha ojeado el Misal romano?” preguntó el padre Martín Miranda. “No cuentan los curas o las hermanas”, advirtió, mientras los presentes mezclaban risas con asombro, y una cuarta o quinta parte de ellos levantaba la mano.
“¿Y el ritual de bautismo?”, continúo el sacerdote. Esta vez, el número de respuestas afirmativas fue menor. “¿Y el matrimonio?”, insistió el cura de la diócesis de Salto. Otra vez, el mismo escenario: menos manos levantadas. “Ahí está la clave, porque la liturgia es indispensable para el servicio catequético, es una fuente de aprendizaje maravillosa”, complementó, antes de seguir con su ponencia.
El marco de este sencillo ejercicio fue el tradicional encuentro de catequistas que la Vicaría para la Catequesis organiza dentro de nuestra arquidiócesis cada mes de febrero. Como en otras oportunidades, estas instancias resultan fundamentales para ahondar en distintas herramientas pedagógicas y de fe, además de poder desarrollar alguna temática en particular. El pasado sábado 24 de febrero fue el turno de la liturgia.

El P. Martín Miranda durante su exposición. Fuente: Romina Fernández
La cita del catequista
Faltaban cinco minutos para las nueve, pero cerca de un centenar de personas ya estaban en sus posiciones. El salón de actos del colegio Seminario los esperaba con varias filas de asientos previamente dispuestas, según el número de inscripciones previas. Mientras tanto, los pasillos del centro eran testigos de innumerables saludos y conversaciones. La satisfacción de los presentes era, sin duda, evidente.
Veinte minutos después, Javier Velázquez les dio la bienvenida a los catequistas, que a esa altura de la mañana ya eran doscientos. Antes de las diez, el número total eran casi trescientos, y quienes llegaban iban agregando sus propias sillas al final de la sala.
El itinerario se repartió en distintas etapas: una bienvenida, un saludo del cardenal Daniel Sturla, un repaso del recorrido de la vicaría en estos últimos años (a cargo de Gladys Yanayacu), una ponencia sobre la liturgia (con el P. Miranda), un espacio para intercambiar opiniones y un repaso de los cursos disponibles para este año, además de los nuevos materiales de estudio (catequesis prematrimonial).
Entre estas actividades, la que ocupó un mayor tiempo fue la exposición sobre la liturgia como herramienta de aprendizaje para el catequista. Durante una hora, el sacerdote logró captar la atención de los presentes con diversas preguntas para motivar la reflexión e información que les sirviera a los catequistas como insumo para su tarea.
Un servicio sin fronteras
El proceso fundacional de Quebracho inició el 10 de noviembre de 1912, cuando Víctor Bernasconi fraccionó unos terrenos de la zona. El agrimensor generó poco más de cincuenta manzanas, cuatrocientos solares y una quincena de calles.
Quebracho comenzó con una vida tranquila y aislada, de la que participaban únicamente cien habitantes. De acuerdo con el censo de 2011, su población no alcanzaba las tres mil personas. Un registro de 2022 indicó que sus habitantes eran más de cuatro mil.
Este pequeño pueblo, ubicado al noroeste del departamento de Paysandú, es uno de los sitios en los que el padre Miranda oficia como párroco. “¡Es lo más parecido a la época de Jacinto Vera!”, reconoció, instantes antes de iniciar su ponencia. El sacerdote también es párroco de otras comunidades y capellán de dos colegios, pero su experiencia en Quebracho es, por demás, pintoresca.
“No importa en dónde celebremos, debemos intentar respetar las celebraciones. Ahora estamos en un momento en el que es común querer recortar las misas, no hacerlas tan largas. Pero no olvidemos que cada parte del rito tiene su propio significado”, explicó el padre Miranda.
De acuerdo con el sacerdote de la diócesis de Salto, hay que ser cautos en este aspecto: “¡Tengamos cuidado! Los catequistas no solo deben guiar la fe de las personas, sino que también tienen como responsabilidad custodiar el gran tesoro que constituye la misa”.
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La Liturgia y el Concilio
“El Concilio Vaticano II se preparó mucho antes incluso de la aparición de san Juan XXIII. En nuestra Iglesia ya tenían participación varios movimientos que ameritaban una reflexión sobre sí misma. Por eso él hablaba de abrir la ventana para que entrara aire fresco y lograr dialogar con el mundo de aquel entonces”, advirtió el P. Miranda.
El concilio posibilitó la aparición de cuatro grandes documentos: Dei Verbum, Lumen Gentium, Gaudium et Spes y Sacrosanctum Concilium. El último de ellos fue, precisamente el primero en publicarse. ¿Su temática? La liturgia.
“Cuando la Iglesia comienza a dialogar sobre su naturaleza y comunicarse con este mundo actual, no propone desarrollar estrategias sobre cómo interactuar con los paganos o con el mundo moderno, sino que el primer documento del concilio es, providencialmente, un material sobre la trascendencia de la sagrada liturgia. Lo primero para la Iglesia fue remarcar que su estudio es la primera escuela de nuestra vida espiritual”, aseguró el sacerdote.
El encuentro con Cristo
Durante su disertación, el P. Miranda hizo énfasis —en reiteradas ocasiones— en la necesidad de estudiar la liturgia.
El sacerdote se refirió a cómo San Agustín, uno de los llamados Padres de la Iglesia y de los pensadores cristianos más influyentes de los primeros siglos tras la venida de Cristo, nos recuerda durante el período de la patrística que no se accede a la verdad sino a través del amor, y no se puede querer aquello que se desconoce. Además, recordó que san Pablo VI mencionaba la necesidad de ampliar el conocimiento sobre aquello que se desea anunciar.
“San Agustín y Pablo VI nos recuerdan que debemos conocer para amar, y si amamos vamos a poder anunciar verdaderamente. No hay acción más importante, más humilde, más sagrada de la Iglesia que la liturgia. Y la liturgia es la acción de Cristo sacerdote”, explicó el P. Miranda.
El sacerdote de la diócesis de Salto concluyó con una reflexión particular: “Desde ese momento, comienza un amplio proceso de profundización del kerigma a través de la catequesis. Se profundiza en ese contenido, le damos forma a ese conocimiento y desemboca —porque la catequesis es solamente una etapa en el proceso de evangelización—, en la celebración de los sacramentos. En el caso de los niños, no los preparamos para la primera comunión, sino para el verdadero encuentro con Cristo, que es lo que nos hace cristianos. Así como nosotros cuando comemos un alimento lo asimilamos, en la eucaristía pasa algo diferente: comemos a Cristo pero somos asimilados por él. Esa experiencia se nutre, se renueva y se afirma en la vida litúrgica, que contiene una tradición de más de dos mil años de celebración”.
Por: Leandro Lia
Redacción Entre Todos