Escribe José María Robaina, de la Pastoral penitenciaria
Todos quienes desde la Pastoral Penitenciaria concurrimos a las cárceles al encuentro de personas privadas de libertad, lo hacemos con el propósito de anunciarles el amor misericordioso de un Dios que los quiere, los perdona, los abraza y tiene para ellos un proyecto de vida que no pasa por la cárcel sino por el ejercicio responsable de su libertad. Vamos, en definitiva, a ofrecerles un sentido de vida.
Vamos, asimismo, con la convicción de que la mayoría de esas personas poseen la aptitud para volver a empezar, para comenzar a gestar un futuro distinto, para escribir una nueva historia.
No obstante, no se nos oculta la enorme dificultad a la que se enfrentan, una vez liberadas, para lograr una inserción social positiva.
Por un lado porque la cárcel, en general, no proporciona a las personas privadas de libertad condiciones mínimas que propendan a su rehabilitación. Y por otro lado, porque la sociedad exhibe, en general, un sentimiento de indiferencia, cuando no una actitud estigmatizadora y discriminatoria frente a la persona liberada.
Se configura, entonces, una situación de exclusión ―no exenta de una dosis de crueldad― que impide a la persona liberada su reintegro a la comunidad, afectando su dignidad y el pleno ejercicio de sus derechos.
Y como frente a toda realidad deshumanizante, que aleja a la sociedad del proyecto de Dios ―y esta lo es― los cristianos debemos comprometernos, incidiendo sobre esa realidad para ir al rescate de la persona sufriente, imagen de Dios y hermano nuestro, carne de nuestra carne y sangre de nuestra sangre.
Por eso nuestra tarea evangelizadora supone siempre la participación en la tarea de transformar la realidad, de construir el Reino de Dios, que consiste, precisamente, en hacer la vida más sana, más feliz, más humana, en especial para los últimos. Nuestro compromiso cristiano supone convertir la historia de los hombres en un verdadero proceso de liberación y fraternidad, convertirla en historia de salvación.
Desde esta óptica la problemática de la reinserción de los liberados en la sociedad no nos puede resultar ajena; no es un problema de otros sino que, por el contrario, reclama de nosotros una actitud inspirada en el sentido de la justicia ―del respeto de los derechos― y en el sentido de la compasión, que al decir de Adela Cortina desde su concepción cristiana, “…es una empatía que se da cuenta de que cuando el otro está sufriendo, hay que salir y comprometerse para aliviar su dolor, porque yo no puedo ser feliz si al otro le va mal. De mi proyecto de vida feliz forma parte que al otro le vaya bien, estamos ligados y no puedo ser feliz si no estoy trabajando para que al otro le vaya bien.”
Quizás nos preguntemos cómo podemos contribuir a la reinserción de las personas liberadas. Seguramente de muy diversas formas, pero hay algunas, elementales, que están al alcance de todos; una de ellas es superar la mirada estigmatizante sobre dichas personas, promoviendo ese cambio de mirada en la sociedad; otra forma es brindando oportunidades de inserción laboral cuando tenemos la oportunidad de hacerlo.
No queremos finalizar este artículo sin mencionar con satisfacción el proyecto Liberados, que impulsa actualmente la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa (ACDE). Dicho proyecto tiene el objetivo de brindar oportunidades laborales a personas liberadas del sistema carcelario, generando procesos de reinserción sostenibles mediante la participación activa del sector público y privado. Un proyecto inspirado en un humanismo cristiano que pone a la persona como centro en el seno de la comunidad, que es donde se realiza plenamente; por eso la coordinadora y líder del proyecto Liberados, Teresa Cometto, puede decir: “Liberados no es solo un proyecto; es una visión de un Uruguay más inclusivo y equitativo”.
Un claro ejemplo de cómo la sociedad civil puede contribuir a que la sociedad toda alcance niveles mínimos de humanidad, a través del respeto de la dignidad y los derechos de la persona.
Por: José María Robaina
Pastoral penitenciaria