En el marco de la celebración por los 200 años de la devoción a nuestra patrona, desde el pasado 15 de agosto, una réplica exacta de su imagen está recorriendo cada comunidad parroquial de Montevideo. Compartimos un texto de Mons. Carlos Parteli sobre la historia de la devoción y el lugar que ocupa en nuestra fe popular.
Presentación
En 1961 Monseñor Parteli publicó este opúsculo sobre la Virgen de los Treinta y Tres. En la proximidad de la celebración del medio milenio de evangelización en América Latina, comenzamos a prepararnos con una novena de años que va de 1984 hasta el 12 de octubre de 1992. En esta vuelta a nuestras raíces se inscribe la re-edición de este folleto.
En sus años de joven sacerdote Monseñor Parteli ejerció los ministerios sacerdotales en la ciudad de Florida. Acostumbrado a mirar la realidad, no se limitó a la superficie, a la actualidad de su entorno, sino que escrutó en profundidad. Y la profundidad de las situaciones humanas es siempre la historia. De esa mirada contemplativa, animada de hondo impulso pastoral, nació esta meditación histórica sobre la relación entre la imagen que se venera en Florida, Altar de la Patria, y los Treinta y Tres Orientales.
Esa imagen de la Patrona del Uruguay, providencialmente conservada hasta ahora, viene desde el fondo indígena de nuestra cultura hispano – guaranítica. La república cristiana de los guaraníes le dio forma, tomando la materia de los árboles del Paraguay. Más tarde fue nuestra raza gaucha la que conservó y rindió culto a Nuestra Señora en esa imagen. En medio de las turbulencias cuando fraguó la Patria Oriental, allí estuvieron los representantes de la Patria Vieja, a los pies de esta bendita imagen. Hoy también, cada mes de noviembre, nos reunimos, o Ella misma nos reúne en la Florida. En esa imagen sagrada vemos el hilo conductor que une, en unidad histórica y cultural, todas las etapas históricas de la Patria.
Agradecemos, pues, a Monseñor Dr. Carlos Parteli, Arzobispo de Montevideo ý Presidente de la Conferencia Episcopal del Uruguay la autorización para editar nuevamente este folleto, que será leído con provecho de la Fe y del patriotismo.
Mons. Daniel Gil Zorrilla – Obispo de Tacuarembó
Tacuarembó, 12 de octubre de 1984.
La Virgen de los Treinta y Tres
Justificación de su nombre histórico
La Virgen de los Treinta y Tres está en el alma del pueblo uruguayo.
En la hora de su glorificación no parece necesario fruncir el ceño y entregarse a polémicas eruditas para reivindicar su historicidad.
De todas maneras el sentido crítico de nuestro tiempo reclama ese estudio.
La imagen es pequeña; mide tan solo treinta y seis centímetros de alto. De característico estilo barroco dieciochesco, reproduce el tipo de las Vírgenes de Murillo: abundancia de ropas, amplitud de pliegues y movimiento, suntuosidad del manto, y cierto preciosismo en el rostro y en las manos.
Los señores Monestier Hnos., al restaurarla en 1909, comprobaron que la madera tallada es de cedro de las Misiones. Este dato, sumando a lo mucho que se sabe acerca del desarrollo de la escultura en las Misiones Jesuíticas del Paraguay, nos permite barruntar el origen de la imagen.
En el pequeño museo de recuerdos de las Misiones que se conserva en el Seminario de Uruguayana, hay una talla de la Inmaculada de tamaño y forma casi idénticas a la Virgen de los Treinta y Tres.
Tres tipos produjo la imaginería jesuítica del Paraguay: el netamente indígena, tosco, que revela la mano inexperta; el corriente y vulgar, y por último el tipo de escultura superior, punto terminal de un proceso artístico completo.
La delicadeza de líneas de la Virgen de los Treinta y Tres puede caber perfectamente en esta tercera categoría. Si a la madera y al estilo de la época añadimos que la devoción a la Inmaculada Concepción se difundió en América merced a los Padres de la Compañía de Jesús exclusivamente, podemos deducir con fundamento que la Virgen de los Treinta y Tres procede de las Misiones.
En el siglo dieciocho los Padres Jesuítas poseían en La Calera, en las cercanías de Florida, una estancia de la que se conserva el sólido edificio principal. Nada más natural que ellos, devotos de la Inmaculada, trajeran consigo una imagen de esta advocación, de sus excelentes talleres guaraníes.
En los límites de la estancia había un arroyo que desde entonces comenzó a denominarse con el bello nombre de Arroyo de la Virgen, nombre que felizmente todavía conserva.
Es indiscutible que algo relacionado con la Virgen hubo en sus cercanías. En nuestro país los lugares geográficos toman el nombre de algún accidente u objeto del paraje: Paso de la Cruz, Paso del Molino, Piedra Sola y mil otros más.
No es nada extraño que cerca del vado de un arroyo, en las inmediaciones de una estancia de religiosos, hubiese un pilar o un tronco con una imagencita de la Virgen. Y menos puede extrañar que, siendo los religiosos de la Compañía de Jesús, la estatua fuera de la Inmaculada y proviniera de las Misiones.
Aunque no se conozcan documentos escritos que atestigüen estas cosas, las coincidencias son tan elocuentes que resulta más difícil dudar que creer.
La primitiva capilla del Pintado, construída en 1779 en las cercanías del arroyo de La Virgen, fue dedicada a la Reina de los Ángeles, bajo la advocación de Nuestra Señora de Luján, por voluntad expresa del indio Antonio Díaz, donante del terreno. Esto está perfectamente documentado.
Las devociones nacen al calor del ambiente. Todo mejicano es devoto de la Virgen de Guadalupe; y todo aragonés de la Virgen del Pilar. Si el indio Díaz, hombre de pocas letras y menos viajes, erige un templo a la Virgen de Luján (téngase presente que la Virgen de Luján no es otra que una copia de la Inmaculada de Murillo, con un manto de seda sobrepuesto) es obvio que ese amor a la Virgen de Luján lo adquirió en el ambiente, en donde no había pueblo ni parroquia, pero había una estancia de religiosos, pregoneros entusiastas del dogma de la Inma- culada, entonces aun no definido por la Iglesia.
Años después (1805) el Obispo de Buenos Aires, Mons. Benito Lué y Riega, erige la Parroquia de Nuestra Señora de Luján del Pintado.
Los jalones son los corrientes y habituales en la Iglesia: la parroquia de N. Señora de Luján sigue al templo de N. Señora de Luján, y éste fue consecuencia de la primitiva hornacina con la misma imagen.
No puede dudarse —es obvio— que la parroquia tenía una imagen de la Virgen de Luján en su altar. ¿Cuál fue esa imagen?
La Virgen de los Treinta y Tres, por todos los motivos dichos, se ajusta exactamente a aquel marco histórico. Si no fue la Virgen de los Treinta y Tres, debió ser otra parecida. ¿Dónde está aquélla estatua? ¿Quién tiene noticia de ella? Si no hay que multiplicar los entes sin necesidad, según el viejo adagio, tampoco hay motivo para multiplicar sin necesidad las estatuas de la Virgen en el Pintado, y luego del traslado del pueblo entero con su parroquia, en la nueva población de Florida Blanca.
En síntesis: sabemos con certeza que al fundarse la parroquia en 1805, había una imagen de la Virgen. Sabemos que la de los Treinta y Tres está en Florida desde tiempo inmemorial, y la tradición, como se verá después, asegura que los Treinta y Tres Orientales le rindieron homenaje en 1825. No hay la menor noticia ni se conoce motivo alguno para pensar que haya habido otra distinta, en aquéllos tiempos. Tampoco es válida, como se verá enseguida, la suposición de que la Virgen de los Treinta y Tres fue traída después de la Conquista de las Misiones. Luego debemos dar por sentado, sin la menor duda, que la Virgen de los Treinta y Tres estaba en su altar de la Iglesia de Florida en el año 1825.
II
Viene ahora el otro punto: ¿Es cierto que los Treinta y Tres Orientales inclinaron ante Ella su bandera tricolor y la invocaron pidiendo su protección sobre la campaña libertadora?
Después del desembarco en la Agraciada, los soldados de la Patria conquistan los pueblos, y uno tras otro —Soriano, Colonia, San José, Guadalupe y La Florida— enarbolan los viejos colores de Artigas.
El 14 de junio los representantes de los pueblos de la Provincia se reúnen en Florida, en la casa de Doña Ana Hernández, contigua a la Iglesia, y declaran instalada la Asamblea Soberana.
Lavalleja resigna en sus manos el poder que ejercía de hecho, para ofrecer dice el acta «el homenaje de su reconocimiento, respeto y obediencia al Gobierno Provisorio y jurar ante los Padres de la Patria y ante el Cielo, observador de sus íntimos sentimientos, prodigar, para salvarla hasta el último aliento»…
La tradición, sintetizada por el historiador Montero Bustamante, completa la narración de la Jornada: «A mediodía el Brigadier Lavalleja y los miembros del gobierno provisorio, asistidos de los funcionarios civiles y jefes militares, y seguidos por el pueblo que llenaba la plaza mayor, donde formaba cuadro el Ejército de la Patria, se dirigieron a la iglesia parroquial, donde se cantó el solemne Te Deum, y el Párroco dio la bendición a héroes y pueblo.
La Bandera Tricolor se inclinó entonces, por primera vez, ante la imagen sagrada de la Virgen, titular de la Iglesia, y próceres y soldados doblaron reverentes la rodilla»…
La misma tradición dice que el 25 de agosto los asambleístas, antes de ir a la Piedra Alta para la lectura solemne del Acta de la Independencia, que haría el Pbro. Juan Francisco Larrobla, Presidente de la Asamblea, asistieron a la misa y al Te Deum, oficiados ante el altar de la Virgen.
Mario Falcao Espalter, investigador meritorio y católico sincero, publicó, en 1915, un folleto en el que intenta negar estos hechos y hasta pone en duda que la imagen se encontrara en Florida en el año 1825, pues supone que ella fue traída años después por Rivera, como uno de los tantos trofeos de su conquistas de las Misiones.
Dado que el estudio de Falcao reúne todas las objeciones posibles, basta con destruirlas, una por una, para dejar a salvo la verdad de la Tradición tan arraigada en el alma popular.
El argumento fundamental de Falcao se basa en la inexistencia de documentos escritos. Como se ve, es un argumento negativo que, por sí solo, no prueba nada ni a favor ni en contra.
Pero si a falta de documentos escritos ponemos una tradición sólida, ininterrumpida y bien documentada, que armoniza perfectamente con el proceso histórico, la posición negativa debe ser desechada, porque ella sí carece de base.
Cierto es que no hay un acta ni una crónica escrita de la época, que atestigüe el homenaje de los Treinta y Tres; pero cierto es también que no tienen por qué existir.
Nunca fue costumbre, ni entonces ni ahora, de levantar actas de una oración. Y mal podría pedirse una crónica periodística, no habiendo periódicos en Florida en aquellos días. Si los había en Montevideo, no está probado que tuvieran corresponsales en Florida y, aún teniéndolos, no es probable que se publicaran esas noticias bajo las narices de Lecor.
El homenaje de Lavalleja y sus compañeros (no es necesario afirmar que estuvieron los treinta y tres todos juntos) es lógico y verosímil. Primero, porque está demostrada de muchas maneras la religiosidad de todos aquellos hombres; y segundo, porque estaba en las costumbres de la época el poner todas las grandes empresas bajo la protección divina. El juramento de Lavalleja es «ante los Padres de la Patria y ante el Cielo, observador de sus íntimos sentimientos»… Hay infinidad de ejemplos que demuestran esta costumbre en el Río de la Plata.
Suponer lo contrario sería agraviar la memoria de aquellos buenos católicos, siempre rodeados de sacerdotes, entre los cuales descuella el piadoso Larrobla, Párroco de Canelones y Presidente de la Asamblea de la Florida. ¿Qué cosa más natural que una misa o un Te Deum en la plaza o en la iglesia, al lado de la casa en donde se reunían?
¿Qué cosa más natural, en hombres de fe profunda que imploran la protección de la Virgen en el momento emocionante de crear un Estado Independiente, y ante la perspectiva de batallas difíciles y de resultados inciertos en las cuales se jugaban la vida, y de las cuales dependían el éxito de la empresa?
Pero, además de verosímil y lógico, el hecho es cierto a secas, porque está aseverado por una tradición fidedigna, que vale tanto o más que un papel escrito.
III
Falcao Espalter afirma con toda frescura que «el movimiento moderno alrededor de la Virgen de los Treinta y Tres está en la placa de mármol, que mandó poner al pie de su altar monseñor Mariano Soler en el año 1892. Antes de esa fecha monseñor Yéregui, en Carta Pastoral de 1887, mandó que se conservara como objeto de tradición la imagen de Nuestra Señora de Luján del Pintado».
Luego se pregunta cómo nació esa convicción en los dos prelados, y en tren de suposiciones dice: «En mi opinión nació de haber visto en los libros parroquiales, examinados en sus Visitas Pastorales a la Florida, el regalo del Gral. Oribe a la Virgen del Pintado, de una corona de oro, en el año 1857, el mismo de la muerte de Oribe. Se dice que Oribe regaló esa corona por ser la Virgen de la Florida la que recibió el homenaje de los Treinta y Tres»…
«Yo creo haber descifrado el enigma admitiendo que la gran amistad que unió al señor Oribe y al presbítero Majesté, párroco entonces del pueblo, fue lo que determinó el obsequio».
A Falcao lo venció la fantasía; él, tan exigente del documento escrito, se pone aquí a fantasear sin documentos y sin nada.
Los dos prelados mencionados, y especialmente el antecesor de ambos, monseñor Jacinto Vera, primer obispo de Montevideo, puede ser que se hayan molestado en examinar el libro de inventario, en donde figura la corona con el nombre del donante. Pero seguramente, más que por la lectura de un inventario, conocieron el hecho histórico de boca de los sacerdotes y de los feligreses, muchos de los cuales —todos los que tenían más de cincuenta años— habían sido testigos oculares. Una carta del año 1862 (que luego estudiaré) revela que monseñor Vera hacía tiempo que conocía todo esto. ¡Cuán lejos estamos del 1892 que supone Falcao!
¿Con qué derecho supone que los dos prelados que nombra no tuvieron otro fundamento de su convicción que la corona de Oribe, y con qué derecho todavía atribuye el regalo de la corona a la amistad que unía a Oribe con el párroco Majesté?
Esas son puras imaginaciones suyas, que por lo demás no encierran ningún enigma.
¿Qué misterio puede encerrar un obsequio a la Virgen? ¿No están llenos el mundo y la historia, de templos, de altares y de mil objetos de culto ofrendados a María por su devoto?
¿Qué enigma es que Oribe, hombre piadoso y generoso constructor de la Iglesia de la Unión y benefactor de muchas otras, haya cumplido un voto, regalando una corona a la Virgen de su devoción?
Esto que es tan obvio, por otra parte está perfectamente documentado: Oribe regaló la corona porque era devoto de la Virgen de los Treinta y Tres. ¿Y por qué el segundo Jefe de los Treinta y Tres era devoto de la Virgen de los Treinta y Tres? Basta hacer la pregunta para contestarle.
Don Felipe Irureta, primer senador por Florida, compañero de armas de Oribe e íntimo amigo suyo, tenía una hija que se casó en Florida en el año 1885 con don Francisco Dubois, dos años antes de que Oribe regalara la famosa corona.
Poseemos el testimonio categórico de esta mujer, testimonio absolutamente fidedigno por las cualidades morales eminentes del testigo y por su perfecto conocimiento de lo que atestigua. Su testimonio lo recogió directamente de sus labios, en el año 1917, el párroco de Florida don Crisanto López, y se conserva en un cuaderno manuscrito, que actualmente debe encontrarse entre los papeles del finado padre Juan Faustino Salaberry S. J.
Dice así:
«En 1857 el General Oribe regaló a la Virgen de Luján una coronita de oro. El General vivía en la Unión, y pidió a Felipe Irureta, de esta ciudad, de quien era amigo, la medida de la cabeza de la Virgen de los Treinta y Tres, siendo más tarde remitida y entregada al cura vicario. Esta corona fue ofrecida por el Gral. Oribe en acción de gracias, por haberse salvado él y su familia de un naufragio, en que estaba por caer el vapor en que venía embarcado para Montevideo. Él decía que la Virgen de los Treinta y Tres le debía esta gracia, y que siempre se encomendaba a ella al comenzar sus batallas».
Adviértase que, cuando Oribe hizo el regalo, doña María no era una chiquilina, sino mujer casada. Afirma por lo tanto cosas que conoció personalmente gracias a la amistad del prócer con su familia. Las palabras finales: «Oribe siempre se encomendaba a ella al comenzar sus batallas» descubren confidencias íntimas, que solo en rueda familiar pueden manifestarse. Ellas demuestran además, que su devoción databa de antiguo en su larga carrera militar, comenzada brillantemente en aquellas memorables e inolvidables jornadas del año 25.
La ansiosa súplica juvenil en víspera de la guerra de liberación y su gratitud por el éxito alcanzado crearon en su espíritu aquella confianza que le movía a invocarla al comenzar la batalla y a hacerle promesas en momentos de peligro. Al terminar sus días, como último homenaje le envió esa corona de oro que aún hoy despierta honda emoción en todos los peregrinos que llegan a Florida.
Supongamos por un momento que esa pequeña estatua hubiese sido traída por Rivera como botín de su conquista de las Misiones, como —sin el mínimo fundamento— presume Falcao.
¿En ese caso sería concebible que Oribe la rindiera un culto tan cordial y afectivo como para invocarlo en las batallas, y tan extraordinario como para ofrendarle una valiosa corona? ¿Quién concibe a Oribe rindiendo homenaje a un trofeo de guerra de Rivera, nada menos?
El testimonio de la Sra. Irureta de Dubois tiene un respaldo categórico en una carta que se conserva en el archivo diocesano de la curia floridense. Es una carta del año 1862, en que el cura de Florida, don José Letamendi, da cuenta a monseñor Vera de unos lamentables hechos acaecidos en el pueblo, y de haber escondido, por prudencia, la preciada corona.
Sin preámbulos ni explicaciones, el padre Letamendi escribe a su obispo: «El teniente Portugez, con consejo de Irureta, depositó la corona de oro que regaló Oribe»…
Esta lacónica manera de escribir evidencia que Mons. Vera conocía perfectamente el caso de la corona, y que conocía a ese «Irureta», cosa que por lo demás se comprueba con otras varias cartas del mismo archivo. ¿A qué viene ese consejo de Irureta, presentado al prelado como razón justificante de la ocultación de la corona, si Irureta no hubiese ejercido algo así como un protectorado —reconocido por el obispo— sobre tan preciado objeto?
Esta carta demuestra que Mons. Vera conocía la corona, conocía su origen, y conocía los motivos que movieron a Oribe a ofrecerla, por lo menos tan bien como la hija de Irureta, cuyas son las declaraciones arriba transcritas.
En esta declaración, corroboradas por la carta del padre Letamendi, está la clave del enigma de que habla Falcao, y no en la amistad del caudillo y del cura. Aun supuesto que existiera tal amistad, ella no explica un regalo de ese tipo a la Virgen. En todo caso explicaría un regalo personal al amigo.
Bastante antes, en 1849, cuando Majesté estaba en un convento de Buenos Aires sin soñar que algún día sería párroco de Florida, Oribe ya había regalado dos campanas a esa iglesia floridense.
—¿En virtud de que amistad hizo ese regalo?
Con todo lo dicho queda ampliamente demostrado que el movimiento en torno a la Virgen de los Treinta y Tres no nació en 1892 con la placa de mármol colocada en Florida por monseñor Soler, sino que viene de mucho más atrás. Es anterior a Soler, a Yeregui y al mismo Mons. Vera. Ya existía cuando Oribe andaba batallando en las cuchillas del Uruguay y en las pampas argentinas.
IV
Hay más todavía. Desde 1933 en adelante, siendo yo vicario cooperador de la Catedral de Florida, todos los primeros viernes le llevaba la comunión a una piadosa anciana, que tenía seguramente más de noventa años, aunque no recuerdo toda la cifra con exactitud. Era doña María Inés Vidal de Guichón, perteneciente a una de las más distinguidas familias y de más antiguo abolengo de Florida. Tenía una notable lucidez mental y conservaba vivísimos los recuerdos de su juventud, entre ellos los que se referían a la Virgen de los Treinta y Tres. Recordaba los mínimos detalles de la modestísima iglesia de mediados del siglo, del altar de la Virgen, de la novena, de las fiestas, y de las procesiones y rogativas que se le hacían en tiempo de sequía.
Le pasé el dato al padre Salaberry S. J. que en aquel tiempo estaba recogiendo material para escribir un libro acerca de la Virgen de los Treinta y Tres. Vino a Florida, visitó a D.ª Inés en su casa, y la interrogó labrando acta de sus declaraciones.
Lamentablemente la muerte truncó luego su labor; de todos modos esa declaración debe estar entre sus papeles. Recuerdo esa frase: «Desde que me conozco, es decir, desde 1850 por lo menos, siempre he conocido esta imagencita con el nombre de la Virgen de los Treinta y Tres».
Tanto impresionó al Padre Salaberry la frescura mental de Doña Inés que poco después promovió la venida a Florida, para interrogarla, del Tribunal que entendía en el Proceso de Beatificación de Mons. Jacinto Vera, presidido por el hoy arzobispo de Montevideo cardenal Antonio Mª Barbieri.
Si en 1850 la Virgencita de Florida era llamada «de los Treinta y Tres», bien puede suponerse que el nombre venía de bastante más atrás.
Otro anciano, de más de noventa años también, un vasco de las chacras, de nombre Echevarría, que había venido de muchacho al Uruguay, dijo lo mismo en sus declaraciones, en su idioma atravesado: «Desde que vine de España, a la edad de quince años, siempre Virgen Treinta y Tres».
Se puede ir más lejos todavía. Los libros de Fábrica de la Parroquia de N. S.ª de Luján (archivo diocesano) registran minuciosamente los gastos efectuados en diversas épocas, con motivos de los actos de culto a la patrona.
Marchando hacia atrás logré formar esta lista:
Octubre 12 de 1856: … al maestro carpintero Matías Fanes, por unas andas para la Virgen de Luján, $9.00.
Diciembre 17 de 1856: … a Tiburcio del Marco, por música de la novena de Ntra. Sra. de Luján y su misa solemne, 30 patacones.
Junio 27 de 1855: … a Matías Fanes, por la hechura de un nicho para la Virgen de Luján, $38.00.
14 de febrero de 1854: al platero Juan Díaz, por la hechura de un platillo, un vaso, y limpiar el cáliz, la custodia y la corona de la Virgen, 30 ps.
(Adviértase que esta corona es anterior que la de Oribe. Debe ser la de plata que aún hoy tiene habitualmente la Virgencita).
A José Azambulo, por cuatro varas de damasco de seda para el frontal del altar de la Virgen de Luján, 12 ps.
A M. P., por la hechura de la peana del altar de la Virgen de Luján, dos ps.
A S. A., por achicar la mesa del altar de la Virgen de Luján, dos ps. seis r. y dos vintenes.
A C. L., por colocar las campanas, que en el año de cuarenta y nueve regaló el Gral. Dn. Manuel Oribe, llevándose las viejas, y dos fierros para la colocación de las mismas, 6.00 ps.
Diciembre de 1841… por doce reales de limosna de la novena de la Virgen del Luján…
Esta es la última referencia que encontré. Pertenece a un informe de ingreso y egreso elevado por el cura Alonso Méndez al vicario apostólico, don Dámaso Larrañaga, al terminar su mandato en la Parroquia de Florida.
Esos doce reales de limosna de la novena de la Virgen aparecen perdidos en una larga enumeración de cosas triviales: sueldos de sacristanes, gastos de escobas, de velas, de cuerdas de campanas…
El cura no habla de innovaciones. Tan solo registra los gastos de rutinas; por eso anota juntas las escobas y la Semana Santa, las velas y las cuerdas de las campanas, con la novena de la Virgen.
Si en 1841 se dedicaban nueve días a la Virgen de Luján, es de suponer que en 1825, tan solo dieciséis antes, también se honraba dignamente a la patrona de la parroquia, cuya imagen ocupaba el lugar de preferencia en el modestísimo templo.
Aquella imagen está todavía en Florida; pero, más que el centro de un templo, ocupa hoy el corazón de un pueblo entero.
Allá está en su camarín, blanco de las miras afectuosas y de las súplicas encendidas de millares de devotos.
Allá está bendiciendo, con gesto maternal y recatado a las caravanas de peregrinos que vienen de todos los confines de la patria. Con los hijos de los soldados de ayer, que llegan a sus plantas trayendo en el alma la misma fe, los mismos anhelos, el mismo amor y las mismas esperanzas de sus mayores.
Himno a la Virgen de los Treinta y Tres
Coro
Estrella del alba, del paterno día
que el sol de la patria miraste nacer
nuestra voz te aclama «Capitana y Guia»
como fuiste un día, de los Treinta y Tres
Estrofas
1- En los torvos ojos de la tribu huraña
tus ojos pusieron luz de amanecer,
y en sus fieros labios, que crispa la saña
puso sus blanduras tu nombre de miel
2- Fuiste toda nuestra, Virgen campesina,
flor de nuestra tierra, como el macachí;
se doraba el trigo bajo tu hornacina
e iban los corderos balando hacia Ti.
3 – Tuya fue la gloria de la audaz cruzada,
se inclinó a tus plantas, su invicto pendón,
sus héroes juraron, bajo tu mirada,
la Carta Sagrada de emancipación.
4 – Porque nunca fuiste sierva del pecado
y tus libres manos no esclavizó el mal,
por eso te hicimos, Virgen del Pintado,
el signo inviolado de la Libertad.
Música: A. González S.D.B.
Letra: P. A. Mossman S.D.B.


1 Comment
Sigo aprendiendo Historia de la Virgen de los Treinta Tres, patrona indiscutible de nuestra Patria.
Creo haber estado en la ciudad de Florida en la fiesta de esta pequeña Virgencita, en dos o tres veces.. .
Nuestro pedido debe abarcar a todos los países del mundo, principalmente por los que están en guerras.