Por el Card. Daniel Sturla
El papa Pablo VI dejó escritas páginas muy hermosas sobre diversos temas que siguen siendo muy actuales hoy a la hora de evangelizar, pero quizás, de las que más reflejan sus sentimientos y pensamientos más profundos, son aquellas donde dejó, como un legado, su “meditación ante la muerte”. Es un texto que hace bien leerlo y releerlo. Allí el papa sufrido, que vio frustradas sus esperanzas de una primavera eclesial posconciliar ante el duro invierno de las deserciones y de la contestación, canta la belleza de la vida:
“… esta vida mortal es, a pesar de sus vicisitudes y sus oscuros misterios, sus sufrimientos, su fatal caducidad, un hecho bellísimo, un prodigio siempre original y conmovedor, un acontecimiento digno de ser cantado con gozo y con gloria: ¡la vida, la vida del hombre!”.
El libro del Deuteronomio, en el Antiguo Testamento nos dice (30, 19):
“Hoy te he dado a elegir entre la vida y la muerte, entre bendiciones y maldiciones. Ahora pongo al cielo y a la tierra como testigos de la decisión que tomes”.
Elegir la vida supone muchas veces un gran desafío ante el dolor, la enfermedad que nos golpea, la tristeza que nos invade, o la confusión de nuestra conciencia por el pecado que hemos cometido. Moisés, Elías, Job, Jonás, se plantearon delante de Dios o incluso le suplicaron, que les diera muerte: “más vale morir que vivir”, pero el Señor, una y otra vez, les abrió caminos inesperados, los confirmó en la certeza de su amor y los invitó a elegir la vida.
El demonio odia la vida del hombre sobre la tierra, es el padre de la mentira, es el que confunde la conciencia, el que nos pinta la realidad con los colores más oscuros, el que atenta contra la esperanza. La esperanza es esa “hermana pequeña”, al decir de un poeta, que hace que recomencemos cada día, más allá de las vicisitudes dramáticas que, a veces, debamos atravesar.
Jesucristo ha venido para que tengamos vida y la tengamos en abundancia. Defender la dignidad de la vida humana desde la concepción hasta la muerte natural es fidelidad al evangelio, gratitud a Dios, deber de buen hijo.
Este octubre primaveral, quedará ensombrecido por la votación, programada para esta semana en el Senado, de la ley de eutanasia, a la que se quiere llamar de “muerte digna” y a un procedimiento artificial pero cuyo desenlace se llamará “muerte natural”. Es un avance más de la cultura de la muerte que recurre a la confusión y al eufemismo.
Los cristianos experimentamos el deber de señalar la belleza de la vida, no porque desconozcamos los sufrimientos y oscuridades de la vida, sino porque aun desde el dolor o la enfermedad, desde la tristeza o la depresión, tenemos la certeza que ilumina nuestro ser y cantamos, como Pablo VI, el hecho bellísimo de la vida humana, mientras esperamos que, un día, la hermana muerte nos lleve a la vida más plena, en el abrazo de la Trinidad Santísima.