Reflexión sobre el poder transformador del Crucificado que nos muestra la sabiduría y el amor de Dios.
Por el P. Daniel Kerber
Durante su segundo viaje misionero, entre los años 50-52, Pablo llega por primera vez a Europa. Allí funda las comunidades cristianas de Filipos y de Tesalónica, con las que más tarde va a mantener correspondencia. De allí baja hasta Atenas, que era centro de la cultura griega de la época, donde entra en diálogo con sus filósofos: “cada día discutía en la plaza con los que allí se reunían. También algunos filósofos epicúreos y estoicos comienzan a discutir con él:
“Unos decían:
—¿De qué habla este charlatán?
Y otros:
—Parece que es propagandista de dioses extranjeros” (Hch 17, 17s.).
Pablo, que también conocía la cultura griega, pronuncia en el Areópago un discurso ante los atenienses que están ávidos de las últimas novedades. Las palabras de Pablo son un ejemplo bien logrado de la retórica griega, el arte de persuadir con la palabra. El tono, el vocabulario, los giros, muestran a un Pablo inteligente y conocedor de la jerga en que se manejaba su auditorio, y que no escatima esfuerzo en comunicar su mensaje. Después de todas las vueltas propias del lenguaje que utiliza, cuando llega al centro de su exposición anunciando la resurrección de Jesús de entre los muertos, los atenienses se burlan de él y otros le dicen que lo escucharán sobre eso en otra ocasión (Hch 17, 31ss.).
La estrategia de Pablo tuvo como fruto “un fracaso”. Apenas algunos adhieren a Pablo y creen.
El relato de los Hechos continúa inmediatamente con la partida de Pablo de Atenas a Corinto (Hch 18, 1). El verbo que se usa para la partida de Pablo tiene un matiz negativo, como si Pablo hubiera “tenido que salir” de Atenas después de su fracaso).
No sabemos si Pablo hace una reflexión sobre su estrategia de comunicación en Atenas, sin embargo podemos ver algunas señales. Años después, cuando escribe a la comunidad en Corinto, hace alusión a su primera predicación entre ellos, y podemos tomar algunos pasajes como cierta evaluación de su propio obrar. (Sugiero leer con atención el pasaje de 1Co 1, 10 – 2, 5). En el inicio del capítulo 2 parece inevitable pensar que Pablo, cuando se refiere a su actuación en Corinto, tuviese en mente su predicación en el Areópago:
“Cuando yo fui a hablarles del designio secreto de Dios, lo hice sin hacer alardes de retórica o de sabiduría. Y, estando entre ustedes, no quise saber de otra cosa sino de Jesucristo y, Jesucristo crucificado. Me presenté ante ustedes débil y temblando de miedo, y cuando les hablé y les prediqué el mensaje, no usé palabras sabias para convencerlos. Al contrario, los convencí haciendo demostración del Espíritu y del poder de Dios, para que la fe de ustedes dependiera del poder de Dios y no de la sabiduría de los hombres” (1Co 2, 1-5).
Pablo parece haber aprendido de la experiencia de Atenas y por eso su proceder en Corinto cambia. Ya no se vale de la sabiduría de la retórica ni de la fuerza de la palabra humana. Sin embargo este cambio no es solo un cambio de estrategia sino que, es para Pablo, el doloroso aprendizaje de dar a luz la Palabra, como lo expresará también a los Gálatas: “Hijos míos, otra vez sufro dolores de parto, hasta que Cristo se forme en ustedes” (4, 19). La predicación es “palabra de la cruz” (1Co 1, 18) y el predicador también tiene que pasar por su escandalosa pobreza para poder comunicarla, para darla a luz. Sin embargo esa pobreza de la cruz y de la palabra, nos salva, pues Cristo se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (2Co 8, 9).

Un Dios que nos amó hasta el extremo./ Fuente: Cathopic
Pablo se reconoce enviado a predicar:
“Porque no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el Evangelio. Y no con palabras sabias, para no desvirtuar (literalmente “vaciar”) la cruz de Cristo. Pues la predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan ―para nosotros― es fuerza de Dios” (1Co 1, 17-18).
El apóstol, que se ha encontrado en el camino de Damasco con Jesús Resucitado se transforma en su heraldo. ¿Cómo se entiende aquí que anuncie a Cristo, y este crucificado, sin hacer alusión a la resurrección? Cuando Pablo habla de la Cruz, no está tomando en cuenta solo el hecho puntual de la crucifixión, sino que a través de la parte nombra el todo. Pablo solo conoció al Resucitado, pero Jesús resucitó después de haberse entregado en la cruz. Y esta entrega, el apóstol la entiende en clave personal: “´Me´ amó y se entregó (en la cruz) ´por mí´” (Gal 2, 20); el Resucitado ha mostrado su salvación entregándose hasta la muerte, y por eso fue levantado. Esta entrega, este amor entregado es “fuerza y sabiduría de Dios”. Por eso Pablo deja que sea esa fuerza la que se manifieste, no la “fuerza” que él atribuía en Atenas a la palabra sabia del hombre.
La predicación de la cruz es una locura, un escándalo: “Nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, locura para los gentiles” (1Co 1, 23); sin embargo esta locura para los hombres muestra ser sabiduría de Dios, pues en ella somos salvados. Pues la sabiduría y la fuerza se muestran no por lo que aparentan sino por sus frutos. Y si la cruz, ante la que nos podemos escandalizar, tiene como fruto la salvación, entonces es fuerte y es sabia. “Pues lo que en Dios puede parecer una tontería, es mucho más sabio que toda sabiduría humana; y lo que en Dios puede parecer debilidad, es más fuerte que toda fuerza humana” (1Co 1, 25).
El obrar de Dios en la historia
Este reconocimiento de Pablo del modo de obrar de Dios que prefiere lo más débil, lo más pequeño, es corroborado a lo largo de toda la historia de la salvación. Dios prefiere a Abel (el menor) sobre Caín (el mayor). Los preferidos entre los doce hijos de Jacob son los más pequeños, José y Benjamín, y es justo a través de José que el Señor salva a sus hermanos. Es paradigmática en este sentido la elección de David (cf. 1Sam 16). Cuando Samuel va a casa de Jesé, padre de David, para ungir al nuevo rey de Israel, y entra el hermano mayor, Samuel piensa: “con toda seguridad este es el hombre que el Señor ha escogido como rey”. Pero el Señor le dijo: “No te fijes en su apariencia ni en su elevada estatura, pues yo lo he rechazado. No se trata de lo que el hombre ve; pues el hombre se fija en las apariencias, pero yo me fijo en el corazón” (1Sam 16, 6s.).
Hacer el elenco de todos los lugares en los que aparece la predilección por lo débil, lo pequeño en la historia de salvación sería interminable. Simplemente cito el cántico de María: «Mi alma canta la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador, porque ha mirado “la pequeñez de su esclava”» (Lc 1, 46).
El proceder de Dios de complacerse, elegir y salvar a través de lo más débil y pequeño es sin duda una locura y un escándalo para la sabiduría humana que piensa que los medios eficaces son el dominio, el poder y la riqueza. Para una sociedad así ¿cómo no va a ser locura y escándalo la debilidad de la cruz? (Este pensamiento de la sociedad parece que muchas veces se cuela en decisiones y procedimientos de ciertos estamentos eclesiales, que muestran confiar más en el poder, en el dominio, en la grandeza de los números… Convendría leer aquí la victoria que Dios concede a su pueblo a través de Gedeón cuando sale a la guerra. Dios le dice que son demasiados hombres para la batalla, que si ganan, lo atribuirán a sus propias fuerzas, y partiendo de 32.000 hombres, Dios va descartando: primero quedan 10.000, que para Dios siguen siendo muchos, al final son 300, el resto con el que Dios obra su sabiduría y su fuerza (cf. Jueces 7).
«Pues la sabiduría y la fuerza se muestran no por lo que aparentan sino por sus frutos. Y si la cruz, ante la que nos podemos escandalizar, tiene como fruto la salvación, entonces es fuerte y es sabia».
Cristo crucificado y la palabra de la Cruz
¿Cómo comprende Pablo entonces esa sabiduría y fuerza de Dios en la predicación de la cruz? Para comprender esto, leamos el texto de la primera carta a los Corintios y veamos el paralelismo entre 1, 18 y 1, 23-24.
Lo que afirma en 1, 18 de la predicación de la cruz, que es fuerza de Dios, en el versículo 24 lo va a afirmar del mismo Cristo. Esto marca la continuidad que se da entre Cristo en su misterio pascual y la predicación de este Cristo crucificado y resucitado. De esta manera la predicación es la actualización del poder de Dios que se desplegó en la pascua. Dios que obra en el escándalo y debilidad de la Cruz, sigue obrando en el escándalo y debilidad de la predicación. En el poderoso obrar de Dios a través de la debilidad y la locura de la cruz y de la predicación, se muestra la sabiduría y el poder de Dios.
No solo para Pablo la cruz es manifestación de la sabiduría y del poder de Dios, que se muestra en la debilidad y la pobreza. Hay otro apóstol, para quien la cruz también tiene un lugar muy especial. En la primera carta de Juan el autor confiesa: “Dios es amor” (1Jn 4, 8). Ahora bien ¿cuándo descubre Juan que Dios es amor? Lo había expresado un poco antes en la misma carta: “En esto conocemos lo que es el amor: en que él dio su vida por nosotros” (3, 16). Este Juan que la tradición identifica con el discípulo amado, es el que estaba a los pies de la cruz (Jn 19, 25) y que es testigo de lo que allí sucede. Creo que no nos alejamos mucho de la realidad si vemos que en esa ocasión en que el discípulo amado ve a Jesús entregar su vida entonces comprende y confiesa: Dios es amor.
De este modo, para Pablo la cruz es sabiduría de Dios, y para Juan es el lugar donde se muestra acabado el amor de Dios. Se muestra así también la íntima relación entre sabiduría y amor que nos trae a la memoria el viejo adagio: “no se puede conocer lo que no se ama”.
2 Comments
Excelente el artículo del Padre Kerber!!
Su pluma profunda pero expuesta de forma sencilla, nos hace más amena aún una lectura tan rica.
Muchas gracias por este artículo.