Hacia caminos concretos de integración. Escribe Teresa Cometto.
Visitar una cárcel es una experiencia que no deja a nadie indiferente. Tras los muros y barrotes no hay solo condenas, hay personas con historias interrumpidas, heridas profundas y, al mismo tiempo, semillas de esperanza que esperan un terreno fértil para germinar.
Uruguay enfrenta hoy una situación crítica: más de 16.400 personas privadas de libertad en un sistema hacinado y deteriorado, con una densidad carcelaria del 123%, y que alcanza el 153% en el caso de mujeres. Las cárceles, que deberían ser lugares de rehabilitación, terminan convirtiéndose muchas veces en escuelas del delito, donde las personas sufren violencia, problemas de salud y falta de oportunidades educativas y laborales. Esto a pesar de los muchos esfuerzos de los operadores y autoridades carcelarias.
Las cifras de reincidencia son un signo doloroso de esta realidad. No se trata de que falten leyes ni castigos, sino de que faltan caminos concretos de integración. Cuando alguien sale en libertad, se enfrenta a muros invisibles: prejuicios sociales, vínculos familiares fracturados, ausencia de trabajo y la tentación de volver al delito. Lo que debería ser un renacer se transforma en un abismo. Y allí comprendemos que la verdadera seguridad requiere con urgencia proyectos de vida sólidos que eviten el retorno al delito.
En la pastoral penitenciaria aprendí que cada encuentro con una persona privada de libertad es una oportunidad de anunciar la buena noticia: Dios ama incondicionalmente, y nadie está condenado para siempre a sus errores. Pero descubrí también que el compromiso debe ir más allá de los muros. Por eso me uní a ACDE (Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresas) para formar el grupo Liberados, un espacio donde empresarios y voluntarios ponen su vocación y talento al servicio de quienes comienzan de nuevo.
Fue allí en Liberados donde conocí la Fundación Fénix, y por fin un modelo sólido de rehabilitación que articula espiritualidad, desarrollo humano, valores desde el deporte (a través del rugby) y trabajo como pilares de un proceso de transformación.
El proceso comienza adentro
Para lograr una verdadera reinserción es indispensable comenzar el trabajo al menos un año antes de la liberación. Ese tiempo es clave para sembrar disciplina a través del deporte, recuperar autoestima con talleres de desarrollo humano, fortalecer la espiritualidad como motor de sentido y preparar habilidades para el trabajo digno.
Estos cuatro ejes permiten que la persona entienda que su historia no está definida por un delito. La reinserción empieza cuando alguien se reconoce capaz de otra cosa, cuando se le brinda un espacio seguro para crecer y cuando se generan experiencias de confianza y comunidad.
Continuar después de la libertad
El día de la liberación no puede ser el final, sino el comienzo de un acompañamiento distinto. Fundación Fénix ofrece un hogar de medio camino en Maldonado, la Casa Fénix, que brinda alojamiento, contención y formación en oficios como electricidad, sanitaria, gas o aire acondicionado. Desde ACDE se ha desarrollado un programa de voluntarios de acompañamiento y junto a Manpower se focalizan oportunidades laborales aptas para el perfil de cada liberado.
Los resultados son alentadores: más de 280 personas participan de los programas, más de 65 han recuperado su libertad y cuentan hoy con oportunidades laborales, y solo un 23% reincide.
Este número contrasta con las estadísticas habituales y demuestra que el círculo vicioso puede romperse.
Una responsabilidad compartida
La reinserción no es un asunto exclusivo del Estado ni de las organizaciones sociales. Es un desafío de toda la sociedad. Cada empresa que abre un puesto de trabajo, cada vecino que brinda una oportunidad, cada institución educativa que acepta a un liberado en sus aulas contribuye a reducir la reincidencia y a construir una comunidad más justa y segura.
La seguridad no se logra solo con más rejas ni con penas más largas, sino con proyectos de vida que eviten el retorno al delito. En un país pequeño como Uruguay, donde las distancias son cortas y los lazos comunitarios fuertes, no podemos permitirnos descartar vidas ni resignarnos a que la cárcel sea una puerta giratoria.
Una invitación a la esperanza
Mi camino comenzó en la pastoral penitenciaria, siguió con ACDE y hoy se profundiza en Fundación Fénix. En cada etapa confirmé que la reinserción es posible, que hay historias que cambian cuando alguien confía y acompaña. He visto personas que recuperaron vínculos familiares, que encontraron trabajo estable, que hoy ayudan a otros a no caer en el mismo camino.
Por eso, esta nota no es solo un testimonio, sino una invitación concreta. A visitar una cárcel y dejarse tocar por esa realidad. A ofrecerse como voluntario en la pastoral penitenciaria, en ACDE o en Fundación Fénix. A abrir oportunidades laborales en nuestras empresas y cooperativas. A acompañar espiritualmente y a rezar por quienes buscan un nuevo comienzo. Y también a promover, desde nuestras comunidades, una cultura del encuentro que no excluya a nadie.
Jesús mismo nos interpela: “Estuve preso y me visitaste” (Mt 25,36). Cuando un liberado encuentra un nuevo rumbo, no solo gana él: ganamos todos. Gana su familia, gana la comunidad, gana el país entero. Porque cada vida recuperada es una victoria del Evangelio y una semilla del reino. Que no falte nuestra mano tendida para acompañar este proceso.