En el marco del ciclo de católicos en política, conversamos con Ana Cristina García, del Partido Independiente, para conocer su experiencia de fe y su vocación política.
«En estos días días estuve tratando de preparar y de leer para no cometer ningún error, o hacer alguna afirmación que no estuviera contemplada dentro de nuestra teología y del análisis de la realidad a la luz de los valores de Jesús”, explica Ana Cristina García mientras coloca encima de su escritorio varios papeles con frases destacadas y distintas anotaciones. “Porque a veces uno acomoda al Señor según lo que le sirve, todo lo adaptamos a nuestra realidad”, agrega, instantes antes de sentarse y volver a acomodar una pila de documentos y carpetas a su derecha, que ya estaba suficientemente ordenada.
Solamente un mate y un termo parecen estar fuera de lugar dentro de la escena. “Esto me lo dejó Pablo”, se justifica con una sonrisa, casi como adivinando la siguiente pregunta que podría recibir.
Para Ana Cristina son días de mucho trabajo. Ella es candidata a diputada por el Partido Independiente, y acaban de recibir distintos envíos con cientos y cientos de listas, prontas para repartir. Pero no parece en absoluto cansada, sino entusiasmada: “Elegí este partido porque aquí encontré los valores que me representan como mujer católica. Siento que es el lugar en el que debo estar para poder trabajar por una sociedad más justa para todos. Lo hago con esperanza y convicción”.
Una vida de servicio
Hay dos tipos de personas. Aquellos que buscan su tranquilidad, en una insulsa comodidad limitada por su zona de confort, y quienes tienen una postura activa y ponen en sus hombros el desafío de buscar una mejor realidad para todos. O, al menos, para Ana Cristina es así.
“Es imposible estar de brazos cruzados cuando sabés que el otro está mal. La política es una vocación, para mí es como el matrimonio. De hecho, hace cuarenta años que estoy casada y nosotros compartimos nuestros objetivos día a día, nos interesamos por el otro y construimos una familia. Sin embargo, la política es una vocación que, entre todas las demás, puede ser la que requiera más amor. ¿Cómo es posible que, como cristianos, seamos indiferentes cuando los demás pasan necesidades o cuando el mundo es injusto? Con más razón tenemos que actuar”, afirma con convicción.
Desde los cuatro años hasta sus dieciocho, Ana Cristina fue al colegio Nuestra Señora del Huerto, que por aquel entonces solamente recibía alumnas. Su primer acercamiento político comenzó con la participación, más que nada, en diferentes iniciativas sociales de la institución. Durante su adolescencia, las visitas al conventillo Mediomundo se hicieron cada vez más frecuentes. Y al mismo tiempo, sus inquietudes por lograr cambiar esa realidad.
“Recuerdo que teníamos compañeras que eran del conventillo, y que tenían hermanitos allí, entonces íbamos para ayudarlos con lo que se llamaba ‘deberes vigilados’, y también apoyo escolar. Después empecé a leer trabajos de Juan Pablo Terra referidos a la pobreza infantil, y eso me cambió la vida”, reconoce.
«La política es una de las formas más elevadas de demostrar amor, porque busca el bien del prójimo»
Ana Cristina García
Precisamente, una publicación de Terra en 1985 manifestaba que la pobreza infantil constituía la mitad de todos los pobres en el país, situación muy similar a la actualidad: “¡No es posible que no logremos dar respuestas desde el sistema político! Imaginate, en aquel momento nacían cincuenta mil niños por año o incluso más. Ahora ese número es muy inferior, de hecho, el año pasado nacieron treinta mil, y eso hace que no sean tantos para brindarles una solución si lo miramos únicamente desde números absolutos. También recuerdo otro texto de Juan Pablo Terra llamado Mística, desarrollo y revolución. Tenía dieciséis o diecisiete años cuando lo leí, aunque salió en 1969, el mismo año en el que nací. Me emociona leerlo, porque habla de la necesidad de ocuparnos del otro. Lo tengo guardado en un lugar destacado de mi biblioteca”.
Inquieta en su corazón, Ana Cristina buscó sumarse a algún movimiento político. Estaban en dictadura, pero eso no le impidió participar de un encuentro. Y de otro. Y de otro más. Cuando tomó conciencia de la situación, ya estaba dentro del Partido Demócrata Cristiano, aunque su inconformidad no la hacía compartir la totalidad de las ideas que escuchaba.
“Era 1984 cuando salíamos de dictadura y había una gran movida política. Por aquel entonces, Juan Pablo Terra sugería formar algo aparte, porque había cosas que no apoyábamos, y estaba de acuerdo en eso. Al final me distancié y quedé sin rumbo. En paralelo me casé y me dediqué a mi vida profesional hasta que apareció en el 2002 el Partido Independiente. Vi el empuje de Pablo, a quien ya conocía, y me di cuenta de que era un proyecto serio y desde cero. Ahí pensé: ‘Ya está, encontré lo que buscaba’. Por supuesto, estoy muy contenta aquí”, recapitula.
Evangelizar con acciones
Los papeles encima de su escritorio son elocuentes. Para Ana Cristina, el católico tiene la responsabilidad de sumergirse en el complejo mundo de la política. Frases de san Juan Pablo II, del papa Francisco e incluso de san Juan XXIII, se intercalan entre diferentes extractos de documentos y encíclicas.
“Suena reiterativo, pero es importante que los cristianos tomemos conciencia de que no podemos quedarnos inactivos ante los acontecimientos de nuestra sociedad, tenemos que animarnos a hablar, a actuar, a opinar y proponer. Distintos papas hablan al respecto, por ejemplo, el papa Francisco dice, textual: ‘Que los laicos nos involucremos en la política es una obligación’ —los laicos cristianos, por supuesto—, aclara antes de seguir. ‘Nosotros no podemos —y lo cito textual—, jugar a Pilato, lavarnos las manos. Debemos inmiscuirnos en la política porque es una de las formas más altas del amor, porque busca el bien común’. Buscar el bien común…”, enfatiza. Acto seguido, un leve golpeteo en la mesa y una sonrisa de satisfacción aparece en su rostro. “Los cristianos deben trabajar en política”, repite una vez más y en voz alta, para sí misma.
«Todos estamos llamados a manifestar nuestra fe en el lugar que nos toque. No podemos ocultar lo que somos»
Ana Cristina García
La candidata a diputada por el Partido Independiente considera que es especialmente necesario que las mujeres —y, sobre todo, católicas— tengan un rol activo en política y que se encuentren identificadas y fortalecidas por la Palabra de Dios: “Me parece necesario que nos manifestemos y que trabajemos juntas por un mejor país. Es injusto cuando juzgan a las mujeres católicas como apáticas, limitadas en la vida de la sociedad o por lo menos no muy modernas. Es desconocer que Jesús dignificó a la mujer, pero con todas las fuerzas que la palabra dignificar implica. San Juan Pablo II escribió Mulieris Dignitatem, una carta apostólica preciosa en 1988, en la que define la dignidad de todas las mujeres, en tanto es inherente a todos los seres humanos. Y nadie valoró más a la mujer, le dio sentido, más que Jesús, incluso generó el escándalo de los fariseos porque no apartó ni a las prostitutas, todos eran iguales para él. Toda su vida fue una dignificación de la mujer. El mensaje de Jesús es la proclamación de la igualdad, la dignidad, la fraternidad y la solidaridad entre toda clase de personas. Su mensaje también para las mujeres es una muy buena noticia”.
La importancia de la familia
Ana Cristina nació hace sesenta y dos años, y es hija de padres gallegos. Su padre vino desde Lugo, de la Ribeira Sacra, en una aldea pequeña entre montañas, y en Uruguay conoció a su madre. Tuvieron dos hijas, y siempre las criaron con una mirada de fe. “No recuerdo haber tenido nunca una crisis de fe, siempre fue parte de nosotros. Es común que a las personas en algún momento les pasara, pero gracias a Dios nunca me sucedió. A veces lo cuento y no me creen”.
Ella sentía una vocación docente que la llevó a estudiar profesorado de biología en el Instituto de Profesores Artigas, y una vez finalizada su formación, estudió antropología en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. “Si me pongo a pensar, creo que esto de hacer antropología vino por haber sido hija de inmigrantes, que no hablaban, entre comillas, correctamente el español, que eran juzgados por su forma de comunicarse y porque trabajaban mucho, y de ahí vino mi interés por otras culturas”, explica.
“Hoy el antropólogo trata de tender puentes. Desde ese rol también es interesante lo que los católicos podamos aportar, porque nuestro país y fundamentalmente Montevideo, más que pretender la laicidad, impone una cultura anticlerical. Te diría que en un lugar como la Facultad de Ciencias y de la Educación, te podés encontrar directamente con un jacobinismo marcado, que es desafiante”.
Ana Cristina vivió ese desafío en carne propia. Cuando se acercó a su título de grado, ella cursó las dos vertientes, arqueología y antropología cultural. Y en esta última optó como temática de estudio el tema “Mujeres que eligen consagrar su vida a Dios en clausura”: “¡Pensaban que estaba loca! Cuando definí el tema ya sabía que, académicamente, me iba a costar por todos lados. En aquel entonces fui a hablar con mis tutores y defendí mi posición para investigar este tema, sabiendo que debía tener una cautela epistemológica enorme. Recuerdo que pedí todos los permisos correspondientes y entré al monasterio de clausura de las Hermanas Carmelitas en el Prado en dos o tres oportunidades. Solo teníamos una hora para hablar, el resto era silencio. Cuando estaba ahí supe que esas mujeres son como joyas, son diamantes para nuestra Iglesia. Dedican su vida para comunicarse por Dios y pedir por sus hermanos, con una generosidad enorme y con un amor que difícilmente podamos alcanzar. Cuando hablás con ellas, te das cuenta que no están alejadas del mundo, sino que están un paso más allá. Fue un trabajo y una defensa emocionante”.
Por: Leandro Lia
Redacción Entre Todos