Visitamos el característico templo ubicado en la zona de la Cruz de Carrasco, que es una de las iglesias jubilares en este año santo.
Quienes se aproximan a la intersección de Avenida Bolivia y Camino Carrasco, lo pueden ver con claridad. El templo de la parroquia Nuestra Señora del Perpetuo Socorro y San Óscar Romero —con su frente blanco, recientemente impermeabilizado— destaca sin mayor dificultad entre las construcciones bajas del barrio Cruz de Carrasco. De hecho, su estructura es inmensa, tanto por dentro como por fuera.
Mientras las primeras luces de la mañana se filtran con facilidad entre las ramas desnudas de los plátanos, movidas por una persistente brisa invernal, un grupo de vecinos comienza a concentrarse frente a la entrada del templo, sobre Camino Agazzi. No hay más que una llamativa bandera en un alambrado sobre Camino Carrasco, de tono rosa intenso, con la frase «Venta económica, Parroquia La Cruz» en color blanco.
Es la fría mañana del jueves 24 de julio, y aunque el tímido sol se hace presente, no alcanza para secar los charcos en los senderos de tierra que conducen al templo.
Cuando los relojes se aproximan a las diez y media, ya hay más de veinte personas colaborando en su interior. Es que se desarrolla algo más que una simple venta económica. Se celebra la solidaridad, la vida compartida en comunidad.
Iglesia de puertas abiertas
La historia de la Cruz de Carrasco comienza en el año 1900, a partir de un gran camino que unía la zona de la Unión con el Paso Carrasco.
Hacia 1934 se produce el fraccionamiento del campo al sur de Camino Carrasco, mientras que la primera capilla de Camino Carrasco se construye sobre 1943. Es en 1951 que se inaugura el templo actual, proyecto del arquitecto Terra Arocena con un estilo neobizantino.

“Tenemos diferentes iniciativas en el territorio. Todos colaboramos, cada grupo tiene su autonomía, tanto para proponer como para gestionar. Como párroco me da mucha tranquilidad, es algo que enriquece a toda la parroquia. La cruz no pesa cuando se lleva entre muchos”, dice el padre Fernando García de Ritis.
Para este año, la parroquia Nuestra Señora del Perpetuo Socorro y San Óscar Romero fue designada como iglesia jubilar en el marco de las actividades por el año santo. Esto generó la llegada de nuevos fieles: “Fue una noticia que recibimos con mucho gozo, como una oportunidad de ser verdaderamente casa de puertas abiertas. Tenemos una pastoral de acogida para recibir justamente a aquellos que se acercan al templo. Los fieles que nos visiten podrán poner su sello en la credencial del peregrino, pero también encontrarán a un hermano que les dará la bienvenida y los ayudará en lo que precisen. Es un servicio valioso, porque dejan de lado sus actividades personales para dar este servicio a la comunidad. Es una experiencia muy linda”.
Tejer comunidad
El reloj se aproxima al mediodía, y el encuentro con algunos miembros de su comunidad se desarrolla en una amplia sala del templo. Una larga mesa de madera está rodeada por diez, veinte, cincuenta bolsas y cajas. Tal vez más.
Ropas, telas, hilos… incluso juguetes. Los colores se mezclan sobre las paredes blancas de la habitación. Contra una de ellas, tres máquinas de coser casi pasan desapercibidas. Sobre otro de los muros, dos más. Indudablemente, allí funciona un taller de costura. Para muchos el espacio parecería un caos, pero a la vez es absolutamente acogedor.
De la conversación participan Omaira, Graciela y el párroco, aunque con el paso de los minutos el número se duplicará. “Graciela integra la secretaría, además de otros equipos de trabajo. Omaira también participa de distintos equipos de trabajo, y es una de las responsables laicas”, presenta el P. Fernando García, para posteriormente aclarar: “Tenemos tres responsables laicos y tres secretarios parroquiales. Acá no hacemos distinción entre los miembros, no hay jerarquías ni rangos. Es una forma espontánea de vivir la misma sinodalidad que buscamos en la comunidad”.
Sin duda, hablar de puertas abiertas no es solo una metáfora para ellos. La parroquia cuenta con distintos tipos de propuestas para los vecinos del barrio: desde grupos formativos hasta iniciativas solidarias.

“Por un lado se ofrece una pastoral bíblica, para que la dimensión de la Palabra de Dios fuera transversal a todas las actividades que realizamos, y también hay espacios de formación permanente. Por ejemplo, cuando llega setiembre ya sabemos que hay un curso de Sagrada Escritura. También hay encuentros de convivencia, fraternidad y crecimiento personal, como las escuelas de perdón y reconciliación, los talleres de oración y vida, o el Pan de la Palabra (celebración online de lunes a viernes, al estilo lectio comunitaria, que comenzó durante la pandemia y en que el foco es seguir el evangelio de cada día). Después hay otros espacios de oración, como adoración eucarística o rezo del rosario. Además, tenemos la parte catequética, que también incluye la preparación a los sacramentos. Estamos particularmente en un florecimiento de la catequesis infantil y adolescente, lo cual es bueno porque la pandemia atacó especialmente a estos grupos. La catequesis de adultos siempre se movió mucho por esta zona”, explica el P. García.
Pero sus actividades también tienen un trasfondo solidario. También hay algunos programas de Pastoral Social, como un taller de costura, el reparto de alimentos, las colectas (en adviento, de juguetes para las canastas navideñas; en cuaresma, de útiles escolares o ropa). “En la pandemia no nos detuvimos. Llegamos a repartir cuarenta canastas solidarias por mes, con plena confianza en la providencia divina”, acota el sacerdote.
“La parte cultural también nos interesa. Hacemos un esfuerzo para ofrecerle al barrio distintas actividades. Por ejemplo, en setiembre tendremos un encuentro solidario de coros en la parroquia, en el que se juntarán alimentos no perecederos. En diciembre del año pasado se donaron juguetes a instituciones que trabajan con familias en situación de vulnerabilidad. Muchos eran niños hijos de madres privadas de libertad, y otros huérfanos. Nos llegaron comentarios muy bonitos, con mucho agradecimiento, y ese feedback nos anima, pues, a seguir adelante”, agrega Omaira, con un distintivo acento caribeño.
En su caso, llegó al país justo antes de que llegara la pandemia de Covid-19 a Uruguay. Su plan original era quedarse por dos meses para visitar a su hijo, que hacía más de cuatro años que había venido a nuestro país. Pero, con la aparición del virus, las fronteras se cerraron. “No podía conversar con nadie ni tener contacto en ningún lado, y ahí fue que me refugié en la fe. Decidí venir a la Iglesia que tenía a mano, que era esta. Pienso que Dios me trajo hasta aquí. El pueblo uruguayo me recibió de brazos abiertos, con mucha hospitalidad. Ahora me pregunto si debo regresar a Venezuela”, reconoce.

Un “cura de barrio”
En algún momento de nuestra vida, nos realizamos una pregunta crucial: ¿Cuál es nuestra vocación? En el caso de Fernando, soñaba desde niño ser arquitecto, pero durante su adolescencia se planteó un panorama distinto: o ser padre de familia, o ser padre de comunidad.
“Mi vocación aparece en un momento determinante. Treinta años atrás, cuando uno se acercaba a la juventud y adultez, ya proyectábamos qué queríamos ser. Yo sentía que el Señor me llamaba, pero no entendía para qué. Hice un año de discernimiento y sentí su llamado”, recuerda el párroco.
Según el P. García, fue un proceso por demás movilizador: “El Señor fue muy bueno conmigo, porque me acompañó en ese camino y siempre puso en mi recorrido hermanos que me sostuvieron en cada paso. Lo otro es que, como cura, participé en funerales de algunos sacerdotes mayores. Cuando ves que, al pie del panteón, quienes le estaban dando sepultura eran sus mismos hermanos en el ministerio, absolutamente emocionados, me pareció impactante…”. La voz del padre se entrecorta, y sus ojos se vuelven brillosos. “Yo no tengo familia propia, no tengo ni esposa ni hijos, pero mi comunidad es mi familia, como sucede en muchas parroquias. Cuando vine aquí no conocía absolutamente a nadie. Me siento muy cómodo, muy contenido”.
Cuando llegó a la parroquia de la Cruz de Carrasco, el P. García lo hizo tras permanecer catorce años en la parroquia Jesús Obrero de Paso de la Arena, en el que comenzó como seminarista y permaneció como diácono, luego sacerdote, posteriormente administrador parroquial y finalmente párroco. “Los primeros diez años de ministerio los desarrollé ahí. Llegué con veintitrés o veinticuatro años, y fue una experiencia absolutamente espectacular, porque aprendí con ellos a ser sacerdote. Me despedí ya casi cuarenta. Cada templo tiene su forma de organizarse y su visión de las cosas, cuando llegué a la Cruz me tuve que adaptar a un contexto diferente, pero siempre dije que quería ser un cura de barrio. Si tengo que pasar raya, estos siete años y medio como párroco fueron muy positivos”.

En pocas palabras, ¿cómo definirían esta comunidad?
—Hay una unidad muy grande, todos colaboran de una u otra forma— responde Ana.
—Es un lugar de encuentro, de crecimiento y de fortaleza en el camino de fe— comenta María Esther.
—Es una comunidad atravesada por el evangelio, porque tiene su corazón puesto en Cristo— agrega el P. Fernando.
—Hay un grupo grande, lindo, fundamentalmente muy solidario, en el que todos los días aprendemos algo—reflexiona Graciela.
—Es una familia, porque es donde crecés— concluye Omaira.
¡Visitá la Iglesia jubilar!
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La parroquia tiene actividades especiales para este año santo.
Sus misas son de martes a sábados a las 17 horas y los domingos a las 10 horas, pero cada primer viernes de mes también hay celebración eucarística a las 8 horas (con Laudes) y a las 17 horas (con Vísperas).
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