El proyecto de evangelización digital uruguayo llega a miles de personas cada día. Aquí, tres historias que reflejan su alcance y esperanza.
Winston La Paz tiene ochenta y tres años y se despierta todos los días a las seis. A veces, si la noche fue difícil, se queda un rato más. Pero nunca hasta tarde. Ni siquiera los domingos.
El 5 de junio de 2016 era domingo y se levantó antes de las ocho. Prendió la radio, sintonizó Oriental, y escuchó La alegría del Evangelio, la audición del cardenal Daniel Sturla. Fue ahí, en esa voz que hablaba desde un estudio, que oyó —por primera vez— el nombre La Palabra en vos (LPV). Se estrenaba ese día.
“Fue una alegría tan grande, es una maravilla, algo providencial”, dice. Pedro Gaudiano y Cecilia Marona, dos creadores del proyecto, son amigos suyos. “Hicieron como los japoneses: copiaron y mejoraron”, agrega entre risas. “Tienen una humildad enorme. Aceptan comentarios, escuchan. Supieron guiar un proceso que tocó el Espíritu Santo. Sopló fuerte”.
En 2016, Winston vivía en Montevideo con su esposa, Marlene Cámera. Le dice ‘Mona’ desde que eran novios. Se casaron cincuenta y nueve años atrás, en la parroquia Nuestra Señora de Luján y Santa Isabel de Hungría, en Cardona, departamento de Soriano, de donde ambos son oriundos.

Aquel domingo, cuando se estrenó LPV, Winston compartió el audio en el grupo de WhatsApp de la parroquia Nuestra Señora del Rosario y Santo Domingo, donde participaba desde 1991 al mudarse al barrio. Fue así que se convirtió en uno de los primeros difusores del proyecto. “Evangelio significa buena noticia, y LPV nos da la posibilidad de empezar cada día con la buena noticia”.
Winston usa WhatsApp desde 2010, mucho antes de que la mayoría lo hiciera en Uruguay. Empezó un año después de que la aplicación se creara, tras un viaje a Europa. “Me llevo bien con la tecnología porque fue mi trabajo durante toda la vida. Pertenecí a la generación pionera de la informática en el país, allá por los sesenta”.
En julio de 2020 regresó a Cardona y se instaló en un hogar de ancianos. Su esposa comenzaba a manifestar síntomas de Alzheimer, y él no estaba dispuesto a dejarla sola. “La enfermedad no se detiene. ‘Mona’ está muy disminuida. Además del deterioro cognitivo, está disminuida físicamente”.
Mientras ‘Mona’ estuvo bien, escuchaban juntos LPV durante el desayuno. Hoy, en el hogar, Winston encontró un espacio para integrarse a una pequeña comunidad llamada “Cireneos uno de otros”, inspirada en Simón de Cirene, que reúne a pacientes católicos del residencial. Allí comparte cada día los audios de LPV.
“A veces vuelvo a escuchar los audios hasta tres veces por día. Tomo nota. Los vuelvo a escuchar. Como dice un amigo muy querido, que es dominico: hay que ‘rumiar’ la palabra. Es como el rumen de las vacas, que tienen cuatro estómagos. Lo que rumian es lo que van pasando, lo que van procesando”.
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La voz de Carolina del Vecchio, de cincuenta y un años, llega desde Córdoba. Acento suave, inconfundible. Al otro lado del teléfono, alcanza con oírla para adivinar la tonada.
“Tengo una amiga uruguaya, Catalina Dabezies, que formaba parte de la administración de LPV. En Argentina tenemos un grupo de lectura de mujeres y ella está ahí”.
Un día, Catalina habló de LPV. No fue una gran charla. Pero alcanzó para despertar algo en Carolina. “Venía de una búsqueda larga. Estaba un poco alejada de la fe”. Aunque fue bautizada, recibió la primera comunión y creció en una familia católica practicante, había empezado a probar otros caminos de espiritualidad: desde yoga hasta piedras energéticas.
Carolina empezó a recibir el evangelio meditado todos los días. “La propuesta me pareció interesante, cercana, atractiva”. Al principio, no tenía un momento fijo para escucharlo. Hasta que se le ocurrió una rutina: cada mañana, al salir rumbo al trabajo, apagaba la radio del auto y ponía LPV. El trayecto le dura unos cuarenta y cinco minutos. Tiempo suficiente.

“Muchas veces vuelvo a escuchar el audio dos o tres veces. Al manejar, a veces se me escapa algún detalle, o algo me queda resonando, o quiero profundizarlo. Así, comienzo el día diferente: en paz y en oración”.
En octubre de 2019, a Carolina le diagnosticaron cáncer de mama. A los pocos meses, apareció metástasis ósea, que agravó su cuadro. Durante ese tiempo, en el que tuvo que mantenerse en resguardo por las sesiones de quimioterapia, LPV cumplió un rol fundamental en su vida.
El 4 de diciembre fue operada y le quitaron los ovarios, porque su cáncer era hormonal. Cuatro días después, justo el día en que la Iglesia celebra la Solemnidad de la Inmaculada Concepción, sintió la necesidad de ir a misa. Fue a la parroquia más cercana: María Madre del Redentor y de los Santos Juan y Pablo, conocida como Parroquia Urca. Allí conoció a la Sociedad San Juan, una comunidad que la abrazó y le devolvió la fe.
“LPV me llevó a abrirme de nuevo hacia la fe. Hoy la fe la elijo yo. Soy católica por decisión propia. Y estoy feliz de serlo”.
En Argentina, Carolina comparte LPV con quienes la rodean: sus padres, su contador, sus amigas. Conocía otras iniciativas similares, pero con formatos distintos: un mismo sacerdote que habla siempre, o solo la reflexión, sin la lectura del evangelio. “LPV es única tal como es: por la lectura, la reflexión, la canción. No le cambiaría nada”, dice entre risas.
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Gary García nunca dejó de considerarse un hombre de fe. Pero hubo etapas en las que dudó de la Iglesia católica. Iba a misa, pero no entendía. Buscó un lugar en el protestantismo evangélico, aunque no se sentía cómodo.
En 2017, una de sus hijas, Joaquina, lo convenció de viajar a Salta. Allí se realizó un encuentro mundial de jóvenes en el Cerro de la Inmaculada Madre del Divino Corazón Eucarístico de Jesús. Ese viaje lo marcó.
Antes de volver a Punta del Este —donde vive desde hace casi treinta y cuatro años— conoció a Gabriela Cabrera, una mujer que ya recibía LPV. Ella empezó a reenviarle los audios. “Me pareció espectacular. Son como las vitaminas del día. Cada mañana no puede faltar el desayuno físico, pero tampoco el desayuno espiritual”.

Él comenzó a reenviar los audios a familiares y amigos. Después armó un grupo de WhatsApp, al que llamó “Contagiemos fe”. Más tarde creó otro, y luego uno más. Hoy tiene tres grupos donde comparte a diario todo lo que recibe de LPV. Calcula que le manda a unas cuatrocientas personas en total.
“Apenas recibo LPV, lo reenvío. Puede ser a la medianoche o a las seis de la mañana. Incluso si estoy de viaje, con diferencia horaria, apenas tengo datos móviles, los reenvío. Es una prioridad. Sé que hay mucha gente que espera este mensaje. Muchos de ellos no iban a la iglesia y ahora se están animando a integrarse. Estoy convencido de que el evangelio puede salvar una vida. Puede evitar un suicidio, puede cambiarlo todo”.
A sus cincuenta y tres años, Gary se siente —dice— un misionero. No solo digital. Es catequista. Ha preparado grupos para la primera comunión y la confirmación. También tiene un grupo de oración en Salta, adonde volvió ocho veces después de aquella primera peregrinación que lo trajo, otra vez, a la Iglesia católica.
Desde que recibe LPV, Gary construyó un hábito. Un rito. Cada mañana abre la Biblia, busca la lectura del día, la lee en silencio. Después, recién después, escucha el audio. “Confío plenamente en que la Biblia está inspirada por Dios, porque de ella siento que brota luz. Es mi sintonía diaria: siempre con la Biblia abierta”.
Un mensaje que se viraliza por el mundo
Desde el equipo de La Palabra en vos, estiman que más de cien mil personas escuchan los audios cada día en los cinco continentes. El número exacto es imposible de calcular ya que el contenido se comparte por WhatsApp y se reenvía. Actualmente, hay cuatro comunidades de Whatsapp, con veinticinco grupos cada una.
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3 Comments
Excelente. Muchas gracias.
Excelente información gracias por compartir vuestras experiencia
La recibía diariamente pero desde hace unos días no me llega . Grs