Reportaje al padre salesiano Santiago Christophersen, quien hace 29 años es misionero en Angola.
Las tardes de otoño en Uruguay tienen características especiales en cuanto al clima. En la rambla de Montevideo, disfrutando del sol y con una brisa bastante fresca, nos esperaba un sacerdote salesiano. Lo conocimos en la inauguración de la Casa de la Palabra de Barros Blancos; de noche y con el tapabocas puesto no pude identificarlo muy bien. Por eso, el día de la entrevista, teníamos que tener alguna referencia de su persona. “Estoy tomando mate, con boina negra, un libro y vestido de blanco”, fueron los detalles que el misionero uruguayo residente en Angola nos brindó por teléfono. Al instante, miramos hacia el Río de la Plata y allí estaba, saludándonos y con una enorme sonrisa: habíamos encontrado a Santiago. Sin más preámbulo y mirando al fotógrafo con el horizonte en su retina, comenzó la entrevista.
La lógica de Dios
“Estoy acumulando frío porque después vivo en el calor. Traje Tabaré para leer un rato, me encantan los libros viejos”, comentó Christophersen cuando elogiamos la buena elección de los elementos que lo acompañaban. Sus vacaciones se postergaron un año debido a la pandemia, aunque Dios sabe por qué hace las cosas. Durante su estadía en Montevideo acompañó a su papá en una intervención quirúrgica, festejó su cumpleaños número noventa, y luego, sin esperarlo, en su último adiós. Si a alguien le quedaban dudas sobre los tiempos de Dios, este es un testimonio perfecto.
Su papá fue quien le presentó a la familia salesiana: “A través de ellos conocí la figura del sacerdote y la actividad misionera de la Iglesia. La vida comunitaria, en parte, me resultó nueva, pero luego me di cuenta de que había vivido eso con mi familia desde siempre”, recuerda Santiago.
La importancia de lo simple
Nació en Montevideo por cuestiones clínicas, pero dio sus primeros pasos en la octava sección del departamento de Flores, en un paraje llamado Chamangá. Su familia es oriunda de ese lugar. Cursó sus estudios en la ciudad de Trinidad y es el más chico de los tres hermanos. Durante su infancia no participó de misas porque no tenían capilla cerca. Recuerda que su madre los acompañaba espiritualmente. “Mamá compraba el CLAM y nos leía las lecturas alrededor del fuego. Nos enseñó a rezar. La naturaleza nos acompañó mucho y encontrábamos a Dios ahí. Crecí en un hogar con raíces cristianas”, cuenta con emoción el poronguero.
Mezcló su infancia entre juegos y labores rurales. “En el campo se aprende mucho, cuando quieres acordar pasas del juego al trabajo, sin darte cuenta. Siempre había mucha cosa para hacer”, relata.
La gente del interior del país, sobre todo aquella de los trabajadores rurales, le enseñó valores importantísimos que aplica en su vida. “Me transmitieron la sencillez, la sinceridad, el respeto. También la dureza y el espíritu de sacrificio; por ejemplo, estar preparado para las inclemencias del tiempo, rescatar un animal herido. Me enseñaron a hacer muchas cosas, pero bien hechas; eso cada vez se encuentra menos”, afirma con convicción.
«Tenemos que mirar más a Dios y entender lo que nos pide»
Cosa de Dios
Recibió a Jesús por primera vez en el Colegio Maturana al igual que el sacramento de la confirmación. En esos momentos comenzó a mirar de otra manera el estilo de vida de los hijos de san Juan Bosco.
“Al principio pensé que lo de ser misionero era un metejón. El padre Carlos Techera y mi padrino, el padre Mateo Méndez, me dijeron que el demonio y Dios trabajan con herramientas parecidas, y hay que avivarse y darse cuenta quién es quién. Mateo me dijo que cuando hay algo que viene y se va por un tiempo, no hay que darle bolilla, pero si hay una idea o sentimiento que se va encendiendo cada vez más, eso es cosa de Dios”, transmite con sencillez.
“Le dije a Techera que quería ser misionero. Me preguntó desde cuándo tenía ese pensamiento y le respondí que desde hacía tres años; abrió unos ojos grandotes. Hice la experiencia de seminarista en Talleres de Don Bosco, estuve dos años. Al tiempo pedí para ir de misión. En ese momento estaba el Proyecto África, los sacerdotes eran destinados a Angola”, relata con ojos iluminados.
Reflejo de Jesús
“Ser salesiano es decirle a un gurí, con tu vida, compañía y amistad, que Dios lo ama y está con él. No es suficiente decirle que Dios existe, hay que mostrarle que está cerca y lo acompaña. Te quiere vivo y te salvó. Poder hacer ese camino con un gurí que no cree en él, y que luego cambie de opinión, es un golazo”, así resume el significado de la misión de los sacerdotes de Don Bosco en el todo el mundo.
Vive en Angola desde hace veintinueve años y está encargado de la pastoral juvenil. Estuvo en comunidades lindísimas, y cada una le aportó vivencias especiales como persona, salesiano y misionero. “Estuve seis meses en ese país y luego me trasladaron al Congo democrático, que en aquel tiempo se llamaba Zaire. Estuve cuatro años en un instituto de teología salesiano. Mis compañeros eran de Mozambique y Zaire. En 1996 regresé a Uruguay donde monseñor Carlos Collazzi me ordenó sacerdote. Luego volví al Congo”, recuerda Santiago.
Define la vida humana como una misión; la suya es ser cristiano, salesiano, sacerdote y misionero.
Costumbres uruguayas
“La primera vez que me fui hice terrible ceremonia para dejar el termo y el mate. Sentí que me estaba diciendo: tengo que dejar de ser uruguayo. Allá a ochocientos kilómetros de Angola, en Luena, abrí un armario y encontré unos kilos de yerba, un mate y una bombilla, y dije: “esta es la mía”… (risas).
Con el paso del tiempo y las vivencias adquiridas se dio cuenta de que los valores que una persona recibe no tiene por qué dejarlos, si no integrarlos, porque no se puede renegar de su esencia y tradiciones. “Lo nuevo siempre tiene lugar, no dejas de ser uruguayo, sino que lo sos en otra realidad. A los angoleños les gusta el mate. Al principio les parece amargo, después de un tiempo lo incorporan a su cotidianeidad”, cuenta.
Siempre que visita Uruguay dedica tiempo para mirar a su equipo preferido, aunque reconoce que no es buena idea seguir el partido. “Soy bolso perdido, pero soy una desgracia. Cuando llegué pensé hacerme una panzada de partidos. Cada vez que me instalo a ver uno entero, Nacional pierde, soy yeta. Ahora opté por irme para la cocina y desde allí le doy un vistazo”, cuenta el encargado de llevar camisetas de la selección uruguaya a las tierras africanas. “Adoran a Suárez y a Cavani. A Luis le llaman ´el que muerde´”. Ellos conocen de fútbol. El africano se quedó con aquel partido entre Uruguay versus Ghana, en Sudáfrica. Les dolió mucho que un paisito les ganara. Reconocen que los uruguayos no somos agrandados”, opina.
Un mensaje que trasciende fronteras
El sol dio lugar a la noche y el frío comenzó a sentirse. La charla continuó a pocos metros, al resguardo del edificio donde vive su mamá. Sin duda nos interesaba conocer detalles de la vida de ese país, y sobre todo cómo se vive la fe. La cultura angoleña es difícil de describir. Están saliendo de la oralidad hacia lo escrito. La palabra es muy fuerte y conviven varias religiones.
“Hay una Casa de la Palabra en cada hogar, toda la comunidad se reúne en torno al fuego, desde los más chiquitos a los más grandes. Se transmite de generación en generación. Por cuestiones de la guerra, la gente se trasladó hacia la ciudad. Se convirtieron en urbes muy grandes. La vida familiar y comunitaria se hizo añicos. Es muy difícil recuperar eso. En las aldeas solo quedan niños y veteranos. Los que quieren estudiar y a los que les encanta la luz eléctrica y el agua potable, se van para las grandes ciudades”, describe Christophersen.
En cuanto a la relación cantidad-calidad, el misionero destaca que las iglesias se llenan, pero que en lo global no significa mucho. Asegura que tienen que remar para desestructurar el desorden y recomenzar.
“El gran desafío de la vida cristiana en Angola es darse cuenta que la Palabra de Dios te cambia la vida. No te hace llegar, te hace caminar; no es un estatuto, es un una misión, don y tarea. El bautismo es el primer peldaño de una escalera muy larga”, asegura.
«Crecí en un hogar con raíces cristianas»
No te olvides del pago
“Vi diferente a la Iglesia uruguaya, está en un momento interesante. El hecho de recibir a hermanos latinoamericanos impactó muchísimo. Es un aporte grandísimo. Antes, parecía que nos autoabastecíamos; ahora, que nos abrimos generosamente, veo un mosaico muy lindo. Cuando la Iglesia está más mosaicada es mejor en todo, en la liturgia, en el arte, en la catequesis, etcétera”, opina.
El padre Santiago dejó estos mensajes para cada uno de los lectores: “Dios te soñó y tiene un sueño para ti; qué feliz serías si lo descubrieras, plenamente feliz de poder realizarlo. ¡Encamínate!”.
“Los hermanos que no creen, abran su corazón al Dios de la vida. Unan datos, hechos, personas, señales, Dios se manifiesta por todos lados. Estamos distraídos o ensimismados en otras cosas o luchando la vida, que a veces no te deja verlo ni sentirlo. Cuando tienes un poco de tiempo para disfrutar, sentir el amor, el sacrificio, Dios aparece”.
Hay que seguir andando
El superior de la congregación es Martín Lazarte, quien espera su retorno con una nueva tarea. “Me dijo que me necesita para abrir una nueva comunidad allá, en Huambo, un lugar bellísimo. Es un desafío dado el nivel de expectativa que tiene la gente de ese lugar por la llegada de la congregación. Desde hace veinte años que estamos diciendo que vamos. Ahora se abre esta posibilidad porque tenemos hermanos salesianos angoleños. En agosto comenzamos ese nuevo trabajo”, cuenta con ansias.
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Querido Santiago que feliz de “haberte escuchado” en esta entrevista! Sos un fuera de serie y tu vida es inspiradora! Me encanto ver que sos el mismo de siempre!! No cambies nunca!! Esa sencillez y cercanía que te caracterizan son un don de Dios que te las dio como herramientas para tu misión. Que tengas éxito en tu nueva misión y conta con nuestras oraciones. Un abrazo con inmenso cariño
Marcela y Juan