El sacerdote jesuita Cristóbal Fones estuvo nuevamente en Montevideo y compartió su música con más de un centenar de personas.
El pasado 12 de marzo, en la Universidad Católica, el sacerdote jesuita Cristóbal Fones llevó adelante un espacio de oración cantada. Esta instancia, que busca a través de la música llevar a un encuentro personal con Cristo, reunió a más de un centenar de jóvenes y pudo seguirse en el canal web de ICMtv.
Unas horas antes, Entre Todos tuvo la oportunidad de dialogar con el sacerdote chileno sobre el vínculo de la música, la oración y la espiritualidad jesuita. Compartimos con ustedes parte de esta charla.
¿Qué nace en primer lugar en tu vida: la pasión por la música o el descubrimiento del amor de Dios?
No creo que pueda separarlos. Yo creo que aprendí a amar no solo a Dios, sino también a las personas, cantando. Desde que era niño, la música siempre ha sido mi forma de amar, de querer a Dios, a otros y a mí mismo.
No me siento un apasionado de la música per se, más bien me siento una persona apasionada por los otros seres humanos; y la música ha sido un vehículo para expresar esa pasión, ese amor.
No soy alguien que haya estudiado o escuche demasiada música… Interpreto mucha música porque quiero amar, entonces me sale natural hacerlo así.
Esto lo aprendí en familia, lo desplegué como joven y en la Compañía me lo han potenciado muchísimo.
Todos estamos llamados para llevar a Dios a nuestros hermanos, a ser instrumentos de su amor. ¿Cuándo descubrís que la música es uno de tus vehículos para propiciar en los demás este encuentro con Jesús?
La toma de conciencia fue progresiva. Creo que cuando entré a los jesuitas entendía la música como algo ornamental ―que era como la entendía gran parte de la Iglesia en esos días―, para embellecer la liturgia o entretener a la juventud.
Pero me fui dando cuenta que la música tiene algo de sacramental. No solamente media algo, sino que lo significa simultáneamente. Para muchas personas ―y me incluyo― ciertas canciones son una manera de conmemorar nuestra relación con el Señor y también momentos muy personales.
Las canciones van adquiriendo un valor muy diferente. No es solo embellecer sino que también facilitar y promover una experiencia espiritual. En ciertos aspectos vehiculiza y actualiza la experiencia de Cristo.
Y el ser sacerdote jesuita, ¿es parte de esta vivencia, la fomenta?
Yo he aprendido a posteriori que en la tradición de la Compañía de Jesús, desde sus orígenes, el arte en general y la música en particular han estado muy vinculados a la evangelización.
Las misiones jesuíticas, Matteo Ricci, Francisco Javier… El lenguaje simbólico, en el fondo, está siempre para conectarnos con otras cosas que el lenguaje meramente racional no puede alcanzar. Y eso es propio del catolicismo; nosotros tenemos sacramentos que usan el lenguaje simbólico.
Con la música pasa algo semejante que permite otras resonancias para acceder de una forma más honda al misterio de Jesús. Claramente, la evangelización como la entendían mis hermanos hace cuatrocientos años era bastante diferente a como la entendemos hoy, pero el que sigue propiciando la experiencia de encuentro es Jesús.
No pretendo que mis canciones conviertan a nadie o los lleve a Cristo. Cristo ya está en ellos pero tal vez alguna canción ablanda el corazón, permite bajar defensas o regala algún lenguaje, que hace conectar con lo que él hace en cada uno de nosotros.
Y eso lo voy reforzando con mi vocación jesuita, que apunta a una experiencia personal del Señor muy honda, que nosotros lo tenemos condensado en la experiencia de los ejercicios espirituales. Es por esta razón que muchas de mis canciones se utilizan en los ejercicios o en ambientes de oración y tal vez no tanto en un ambiente litúrgico.
Tu música es parte de una camada que nació hace ya unos años y que coincidió en el esfuerzo de evangelización en Chile. ¿Cómo se hace para repetir esta experiencia en otros lugares?
En Chile, efectivamente, hace veinticinco años estábamos Fernando Leiva, Marcela Salas y yo. Hoy en día hay una comunidad muy robusta de personas que componen, graban. Algunos que dedican más tiempo, otros tal vez part time. Pero sí se ha generado una masa crítica que alimenta esto.
Creo que en Chile, en su momento, hubo un tema ambiental. Luego de la salida de la dictadura la música católica salió del ambiente litúrgico y de las peñas, a estar presente también en la vida cotidiana y eso la llevó a los cassettes, a los CD, a las radios y a los celulares ―ahora a través de plataformas de streaming―. Paso del encuentro comunitario a la vida más personal y cotidiana.
En ese proceso algunos fuimos respondiendo a esta necesidad pastoral de mucha gente que pedía música para esos momentos. También Radio María y las misiones de la Universidad Católica generaron mucho material.
Ahora, ¿qué hace que esto pueda ser tomado como un bloque, una cantidad de gente unida? Te podría decir que es puro cariño. Nosotros nos llamamos, nos buscamos, nos saludamos en los cumpleaños, nos acompañamos, nos hacemos favores… No entramos en la línea de la competencia, sino que colaboramos. Creo que esto es un testimonio para mucha gente.
Por último, esto es algo intencional: pastoralmente, por un lado; por otro, se cuida espiritual y afectivamente. Y tercero, podría afirmar que es algo que a nosotros también nos ha evangelizado. No es algo solo hacia afuera, sino que con esto nosotros hemos crecido como personas y como creyentes.
¿Cómo le llega hoy un católico a su entorno en un ambiente marcado por la confusión, la dispersión y la sobre saturación de datos?
No podemos pretender ser expertos en todos los temas. Hay muchas cosas que están pasando y que también se están reflexionando dentro de la Iglesia. Uno no puede saberlo todo y desde las redes sociales también existe esa presión de estar siempre al día. Te diría que para todo esto la respuesta de Dios es el amor.
Hay muchas cosas que no sabemos, e incluso por amor hacemos o decimos cosas que están equivocadas, pero incluso así nos toca involucrarnos con esas personas que están en esas cosas con y por el amor. Ese amor incluye, escucha y se compromete ―no le da lo mismo lo que haga el otro―. Creo que con la pelea retrocedemos.
Antes de condenar lo que desconocemos, o nos atemoriza, debemos acercarnos al otro. Y es ahí cuando estamos involucrados, no solo empatizando, sino discerniendo, formándonos, y dando una voz de aliento. Por ahora me conformo con ser puente, no con ser muro.
¿Ves una Iglesia preparada para estos desafíos?
De ninguna manera (risas). Pero, en definitiva, ¿cuándo hemos estado preparados para la maravillosa y titánica tarea del reino y del amor que Jesús nos propone? Es decir, no esperemos estar preparados, echémosle para adelante. Si lo que nos mueve es el amor de Dios no nos podemos refrenar. Por eso es muy importante ver la vida de los santos, allí tenemos grandes ejemplos.
¿Qué es la oración cantada?, ¿cuál es la propuesta?
La oración cantada fue algo que de manera espontánea, sin reflexionarlo, fue surgiendo para evitar los conciertos, porque cuando comencé a cantar ―allá por el año 1998― me invitaban a conciertos en parroquias. Y lo que se entiende como concierto, por lo menos en Chile, es que llega un artista, cuenta cómo se escribió, canta las canciones y se aplaude. Y entonces empecé a proponer que en vez de hacerlo en el patio se hiciera en el templo, que me diesen media hora o una completita, y yo la unía con la oración. Es un modo que no está centrado en la performance [= rendimiento], en la persona que está cantando, sino en la experiencia de Dios a través de la oración y la música. El título de ‘oración cantada’ fue quedando. Pero también es adaptar las canciones, los silencios, las pausas a cada situación, para que la persona llegue al encuentro con Dios.
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«PARA QUE LA PERSONA LLEGUE AL ENCUENTRO CON DIOS….. Me parece hermosa esta frase. GRACIAS AMIGO CRISTÓBAL.