En la Parroquia Mater Admirabilis. Por el Diác. Juan de Marsilio.
En la Avda. Dr. Carlos Nery al 3626, entre Módena y Lacio, en Jardines del Hipódromo (ex Barrio Piria, ex La Selva, porque la zona era tan arbolada que los aviadores de principios del siglo pasado no veían el suelo), tiene su sede la Parroquia Mater Admirabilis. Carlos Nery fue un médico y diplomático, muy interesado en la mejora del país: fundó una escuela de enfermeras que es la actual Facultad de Enfermería, y junto con su esposa, el Instituto de Ciegos Gral. Artigas. Lo honra una avenida de siete u ocho cuadras del ancho de una calle cualquiera o poco más, pavimento de bitumen viejo y cuarteado, marginada por sendas cunetas para aguas pluviales y (o) servidas, en las que de noche cantarán los sapos, si se atreven a meterse. Levanta el nivel, a mitad de la avenida, el estadio de Danubio, cuadro del barrio y, según sus hinchas, Universidad del Fútbol.
Un poco de historia de Oriente
Pero he venido al barrio para otra cosa: conocer la parroquia, su gente y las obras de bien que vienen llevando adelante desde hace un tiempo. Me reciben Angélica y Raquel, que integran el equipo de unas once o doce personas que se encarga de la olla de los sábados y el merendero de los domingos, y el diácono Daniel González, a cargo de la parroquia. Para abrir la charla, comienzo preguntando:
―¿Desde cuándo está la parroquia en el barrio?
Daniel ―Constituida como parroquia, desde 1957. Antes, era Capilla de la Parroquia Santísima Trinidad. Por aquellos tiempos, y esto lo recuerda uno de nuestros parroquianos, veterano maestro, don Pedro Sastre, uno de los más antiguos legionarios de María en el país, que incluso antes de estar construida la capilla, en una casa de familia, venía a dar catequesis, a él ―entre otros chiquilines―, una muchacha llamada Concepción Zorrilla de San Martín.
―¡La “China” Zorrilla!
Daniel ―¡Claro! Una familia muy católica, los Zorrilla. Somos una parroquia humilde y de barrio, pero tenemos lo nuestro.
A mí me lo hicieron
―Barrio difícil, ¿no?
Daniel ―Hay muchos problemas y necesidades importantes. Mucha pobreza, situación de calle…
Angélica ―Droga…
Daniel ―Tenemos un asentamiento muy grande, para el lado de Aparicio Saravia, que se llama Milagro de los Andes. Yo no estoy acá hace un año todavía, pero al llegar nos juntamos con la comunidad y nos pusimos a discernir qué podíamos hacer para ayudar a los vecinos. Porque una parroquia de puertas abiertas es eso, ver lo que necesita el otro, salir. Por supuesto que hay que congregarse, celebrar y rezar, pero hay que ir al encuentro del hermano, que no suele estar en misa. Por eso desde hace unos meses los sábados funciona la olla y, hace un poco menos, los domingos, desde las tres y media, un merendero. Pero ellas te pueden explicar mejor.
―¿Desde hace cuánto están, qué hacen y por qué lo hacen?
Angélica ―Yo me formé desde chica para cocinar. En la salud empecé en cocina, aunque terminé enfermera. Yo, cuando vengo a cocinar en la olla, me veo reflejada en eso que decía Jesús, de que cuando le das de comer al hambriento, le das a él. Y otras ayudas: vestir al desnudo, visitar al preso. Entonces, cuando hubo oportunidad de ayudar acá, a familias que se han quedado sin trabajo, con niños, a gente que está en la calle, con niños en algún caso, hablando con el diácono, me preguntó si me animaba a ayudar y le respondí que sí, que haciendo lo que sé, me animaba. Hace unos cuatro meses empezamos con la olla. Empezamos acá cerca, en una capillita que hay. Además de comida repartimos frazadas, pero tuvimos que cerrarla porque robaron, y desde entonces seguimos acá en la parroquia. Y siempre rezamos, porque la gente tiene que aprender que lo que recibe se lo da Dios, que es bueno sentir a Dios en la vida de uno.
Raquel ―¡Claro! Como la primera vez en el merendero, que le pedimos a Daniel que bendijera los alimentos y yo, desde mi lugar, les expliqué a los niños que era para agradecer, que estábamos juntos y Dios nos había dado la comida, que no era lo mismo que llevar la leche y el pan para la casa de cada uno. Porque muchos de esos niños no habían pisado nunca una parroquia. Y como yo tengo escritos unos cuantos cuentos para niños, les leí un cuento y lo íbamos conversando. Y tenemos un proyecto de cocinar con los chiquilines, con la única regla de que el fuego lo voy a manejar yo. Y en cuanto a lo de rezar, se van acostumbrando: ponen las manitos juntas, como pueden se persignan.
– ¿Y vos trabajabas de antes con alimentos?
Raquel ―Yo trabajaba en el INDA, tercerizada, pero cocinando y atendiendo a la gente. Ya desde entonces, y acá más, es más lo que una recibe, que lo que da. Sonreír, ver que el otro sonríe, conversar, tratarnos por el nombre, ser alguien y no uno cualquiera más. Ya en INDA prefería trabajar con la gente de la calle, alguno me preguntaba si me habían sancionado, que no estaba en el comedor de los empleados. Pero a mí, me fascinaba. Y acá empezamos con la olla y al poco tiempo, a lo que le tomamos el gustito, nos largamos con el merendero.
Funcionamiento
―¿Cuántas personas trabajan entre las dos cosas?
Raquel ―Andamos en la vuelta unas once o doce personas, y lo lindo es que, cuando uno del merendero no puede estar, porque se enfermó o tiene algún otro problema, alguien de la olla lo suple, y al revés lo mismo.
―¿A cuántas personas atienden?
Angélica ―Vienen unos cuantos, pero llevan para las familias. Solo en la olla, se van entre ciento veinte y ciento cuarenta platos de comida. Y en el merendero, también llevan para los hermanitos más chicos.
―¿Y los insumos?
Daniel ―Mirá, Juan, los comerciantes del barrio se han portado bárbaro con nosotros. Estamos agradecidos. Y yo al principio tenía cierto recelo, porque era la primera vez. Las dos carnicerías del barrio nos dijeron que cómo no y nos donaron carne. Y el verdulero de enfrente…
Raquel ―¡Los feriantes! Voy con mi carro y me dan. Será que tengo buena capacidad de lloro. Yo paso y me dicen que vuelva después de mediodía y voy y me dan. Claro que no lo hacemos todos los días, depende de la necesidad que haya. ¿Vergüenza? Ninguna: es para convertir eso en un plato de comida caliente para los demás.
Daniel ―También nos donan fruta y algo de verdura en la UAM, cada quince días. Y del plan ABC de la Intendencia hemos recibido leche en polvo. Hay un grupo de señoras que nos donan fideos y harina. Poque acá donde las ves, estas señoras ―señala a Raquel y Angélica― están haciendo un curso de panificación en la Intendencia para hacer el pan acá y ahorrar. Y nos ayudan las exalumnas de María Auxiliadora, que han colaborado mucho, no solo con alimentos, sino también con juguetes para los chiquilines.
Una bolsa de papas y otras anécdotas
―Alguna anécdota que pinte lo que se siente trabajando en la olla y el merendero…
Daniel ―Un montón. Tenemos un vecino, muy enfermo y pobre, que come acá. Vende los huevos de unas gallinas que tiene, cría conejos, junta cosas de las volquetas, hace changas. Una vez, con lo que le pagaron de una changa, se vino con una bolsa de papas, para agradecer.
Raquel ―¿Y la del hombre del bol? Resulta que vino un señor a la olla a pedir comida y le dijimos que trajera un bol, un recipiente. Volvió, pobre, al rato, con uno todo sucio que había encontrado en la volqueta. Se lo lavamos. Al sábado siguiente trajo uno limpio. Y luego ha comido con nosotros en la mesa, porque todos somos personas. Fijate que yo ni a mi perra le hubiera dado de comer en un bol como el que este hombre trajo la primera vez.
Daniel ―O lo de aquel hombre en situación de calle, cerca del Estadio de Danubio, que un sábado no quiso recibir su plato porque ese día había comido y lo dejaba para otro.
Y me contaron tantas cosas que no bastarían todos los artículos del mundo para exponerlas. Quiero, no obstante, anotar un par. La primera, que como en muchos otros barrios de Montevideo, las personas en situación de calle rechazan ir a los refugios porque al otro día no encuentran las pocas cosas que tienen. Y otra, que hay unos niñitos que van al merendero, que cuando se arma feria en Carlos Nery, salen a vender sus juguetitos, para ayudar a la familia.
¿Cómo ayudar?
―¿Qué andan necesitando? ―y como veo que vacilan―: ¡Pidan sin vergüenza, che, que el Señor es generoso!
Daniel ―Bueno, compramos una cocina y nos donaron un plasma, que lo usaremos para catequesis y para ponerles algún documental a los chiquilines en la merienda. Pero necesitaríamos una heladera con freezer, para conservar las cosas.
Raquel ―Y calefón, que sería bárbaro para el lavado de la vajilla.
Angélica ―¡Y licuadora, que no tenemos!
―Y yo por mi cuenta añado: una batidora. O dos. ¿Cómo se comunica con Uds. el lector de esta nota que quiera arrimar una ayuda?
Daniel ―Si vienen, tenemos los brazos y las puertas abiertas. Nos mandan mensaje o nos llaman al 095982621.
Tras agradecer la cálida recepción, este humilde escriba se aleja dispuesto a rezar por lo que están haciendo los hermanos de Mater Admirabilis, y pensando en volver dentro de unos meses, para enterarse de que, con ayuda de Dios y del prójimo, las cosas van mejorando.

