Escribe Fray Germán Pravia op.
La reciente renovación de la Consagración del Uruguay al Sagrado Corazón de Jesús, a los 150 años de la que realizó el beato Mons. Jacinto Vera, es una oportunidad para profundizar en esta devoción tan arraigada en la vida eclesial.
Coincidentemente, el papa Francisco, meses antes de su pascua, nos regalaba Dilexit nos, su encíclica sobre el amor humano y divino del Corazón de Jesucristo, con la que sellaba las dos dimensiones claves de su magisterio papal: la evangelización y la doctrina social. En ella invitaba a descubrir que la fuente que alimenta la vida y el compromiso del cristiano es el Amor misericordioso de Dios, «ya que bebiendo de ese amor nos volvemos capaces de tejer lazos fraternos, de reconocer la dignidad de cada ser humano y de cuidar juntos nuestra casa común» (DN 217).
Lúcido, Francisco afirmaba que el Corazón de Jesús, siendo una devoción antigua, también nos desafía en la actualidad, tanto a la sociedad como a la Iglesia. A la sociedad, atrapada en un «sistema degradante», un «engranaje perverso», y una «fiebre» que nos induce a relacionarnos únicamente desde «nuestras necesidades inmediatas y mezquinas». Y a la Iglesia, tentada en centrarse «en estructuras caducas, obsesiones de otros tiempos, adoración de la propia mentalidad, [o en] fanatismos de todo tipo» (DN 217-219).
Entonces, profundizar en este tema esencial podría ayudarnos tanto a una renovación personal como a una conversión social y eclesial… Porque es un tema que trata del corazón, símbolo por excelencia del ser humano, y nos introduce en la experiencia humana esencial que es el amor. Y no hay nada más humano que el amor verdadero, pues la autenticidad de un corazón se mide en la profundidad y sinceridad de su amor.
En este sentido, el Corazón de Jesús, por contener el «mayor amor» que es capaz de albergar un corazón humano —el amor «hasta el extremo»—, es el espacio donde se revela y desde donde redime el Amor infinito de Dios. Esta humanidad del amor divino es la clave para comprender la redención de la Humanidad y para comunicarla verazmente a quienes nos rodean.
¿No es apasionante esta locura épica de Dios… de amar así? Para profundizar en esto y para saber cómo se fue desarrollando a lo largo de los siglos esta devoción al Corazón… los invito a seguir estas líneas… Primero entraremos en la historia de la devoción y posteriormente, en su teología espiritual…
La historia de la devoción al Sagrado Corazón
Comenzando por la Sagrada Escritura, el término “corazón” aplicado al ser humano, se utiliza para señalar su experiencia humana de relación con Dios y su identidad como ser que piensa y que ama. Por otra parte, este término aplicado a Dios señala el carácter afectivo de la relación que tiene Dios con su pueblo. Algunas citas lo reflejan: «Yo te amé con un amor eterno» (Jer 31,3); «Mi corazón se subleva contra mí y se enciende toda mi ternura» (Os 11,8); «la misericordiosa ternura de nuestro Dios…» (Lc 1,78).
Siguiendo adelante en los primeros siglos, es verdad que los Padres de la Iglesia, cuando se referían a los sentimientos de Jesús, pretendían más demostrar su humanidad que la afectividad redentora de su Corazón. De hecho, estos autores antiguos no llegaron «a hacer de él [el corazón] expresamente un símbolo de su amor infinito» (Pío XII, Haurietis aquas, 14).
El Corazón de Jesús en la Edad Media
La devoción al Corazón de Jesús comienza a esbozarse a partir de los siglos X y XI, cuando los cristianos se acostumbraron a rezar a Jesús, no tanto en su aspecto majestuoso, sino en su porte más humano y sufriente, resaltando su intimidad amorosa.
Un primer hito es la expansión en la Iglesia de la experiencia espiritual de los monjes cistercienses y, sobre todo de su líder, san Bernardo de Claraval (1090-1153). Una experiencia expresada con una sensibilidad muy afectiva. Este monje y padre de monjes, comentando el Cantar de los cantares, comparaba el amor de los protagonistas de este libro con el que hay entre Dios y el creyente; y cuando el texto (Ct 2,14ss) mencionaba los «huecos de la roca», Bernardo se refería a las llagas del Señor, pues la Roca es Cristo (cf. 1 Co 10,4). Veamos el texto de este santo:
«¿Dónde podrá encontrar nuestra debilidad un descanso seguro y tranquilo, sino en las llagas del Salvador? […] Y a través de esas hendiduras puedo libar miel silvestre y aceite de rocas de pedernal, es decir, puedo gustar y ver qué bueno es el Señor. […] Las heridas que recibió su cuerpo nos descubren los secretos de su corazón; nos permiten contemplar el gran misterio de compasión […] Estas son las riquezas que reservas para mí en los huecos de la peña. ¡Qué bondad tan grande, Señor, se encierra escondida en esos huecos tuyos, escondida solamente para los que perecen! Mas [… a nosotros] nos ha hecho entrar en el santuario, abriéndonos los huecos de sus llagas. ¡Qué inmensa dulzura, qué plenitud de gracia, qué virtudes tan perfectas!» (Sermones sobre el Cantar de los Cantares).
Otra santa, Gertrudis de Helfta (1256-1302), una benedictina imbuida de la espiritualidad de San Bernardo, experimentó una relación de mucha intimidad con la humanidad de Jesucristo, especialmente con su sagrado Corazón. Sus experiencias, relatadas en su libro Mensaje de la Misericordia divina, muestran cómo del Corazón de Jesús, en su pecho descubierto, brota la gracia que purifica, anima y transforma al creyente. Es un Corazón que se pone a nuestro servicio, el servicio de la pura misericordia, porque suple nuestras negligencias y completa nuestras incapacidades.
La tradición franciscana, por su parte, con san Buenaventura (1217-1274) y santa Ángela de Foligno (1248-1309) profundiza en la afectividad mística y en la identificación con el Amante Crucificado —recordemos que san Francisco de Asís recibe la gracia de los estigmas—. San Buenaventura reflexiona desde la devoción de su afecto y desea responder al amor divino con la misma pasión de amor:
«Si Cristo es mi cabeza, […] ¿No son míos los ojos de mi cabeza corporal? Pues el Corazón de mi Cabeza espiritual también es mío. ¡Oh qué dicha! ¡Jesús y yo tenemos un solo, un mismo corazón! […] Abierto fue tu costado, para que tuviésemos entrada franca. Herido fue tu Corazón, para que en aquella mística Vid pudiéramos descansar, libres de las turbaciones exteriores; y herido fue también a fin de que por la llaga visible viésemos la invisible llaga del amor. Pues quien arde en amor, de amor está herido. ¿Y cómo se pudiera mejor demostrar este incendio, sino dejándose traspasar con la lanza no sólo el cuerpo, pero y aun el Corazón?» (La vid mística, cap. III).
Así también, la tradición dominicana, con santa Catalina de Siena (1347-1380) y el beato Enrique Susón (1295-1366), al integrar el Amor con la Verdad, considera que la inteligencia y el afecto son medios que se deben articular para relacionarnos con el Señor. El afecto no puede ser ciego, necesita del entendimiento iluminado por la fe para descubrir dónde y qué debe amar.
Santa Catalina —doctora de la Iglesia— en sus Diálogos comunica lo que recibe del Señor y lo que vive en su relación con él. En una de sus experiencias —el intercambio de corazones—, el Señor le saca el corazón a Catalina y le pone en su lugar el suyo, señalando la plena unión de voluntades. De ahí que todo el magisterio de esta santa está influido por el tema del amor, la sangre y el fuego del corazón de Jesús, tal como se expone en el costado abierto por la lanza. Uno de los temas que privilegia es el carácter revelador de ese corazón. El Señor le revela:
«mi amor al género humano era infinito, y el acto de sufrir penas y tormentos era finito, y por lo finito podía manifestar todo el amor con que amaba, que era infinito. Por eso quise que vieseis el secreto de mi corazón mostrándotelo abierto, para que vieses que yo amaba más que lo que podían demostraros mis sufrimientos finitos».
En fin, con estos testimonios vemos cómo en la Edad Media, el costado abierto de Jesús era un lugar privilegiado para la experiencia espiritual y la reflexión teológica: el encuentro con la intimidad del Señor, la experiencia de la redención humana, la renovación personal, el deseo de comunicar a otros esa experiencia y la paz como fruto de dicho encuentro, son algunos de los temas que caracterizaban la espiritualidad del Corazón de Jesús en esta etapa.
Les invito a continuar investigando esta espiritualidad en los siglos que siguen…