Informe sobre laicidad, laicismo y libertad religiosa.
La palabra “laicidad” parece gozar de buena prensa en Uruguay. De hecho, se la cita con respeto, como si fuese un asunto de orgullo nacional.
Cuando, desde el exterior, se refieren a nuestro país como el más laico de la región, se lo vincula comúnmente con otros aspectos destacables, como la solidez de su democracia. Se la invoca en distintos debates parlamentarios, en declaraciones públicas y un largo etcétera. Pero detrás de su uso se esconde una interrogante que, tal vez, no hemos podido responder: ¿De qué hablamos cuando hablamos de laicidad? O, mejor dicho, ¿qué tanto defendemos la libertad religiosa en el Uruguay?
El pasado 25 de agosto, el tema volvió a estar en discusión. Un video de Presidencia de la República sobre el proceso independentista realizado con inteligencia artificial mostró al sacerdote Juan Francisco Larrobla —presidente de la sala de representantes— sin su sotana, situación que generó polémica y reavivó un debate necesario.
Fe y espiritualidad
En líneas generales, es común escuchar que las nuevas generaciones ya no profesan la fe de forma comprometida, como sí ocurría otrora. Por ejemplo, en 2022 se publicó una investigación titulada Antropologías del cristianismo. Perspectivas situadas desde el Sur, a cargo de Esteban Rozo y César Ceriani Cernadas, que desarrolló este aspecto. El vínculo con Dios pasa progresivamente a la esfera de lo privado, lo personal. La relación, por lo tanto, es directa e individual. Queda de lado la visión de la Iglesia como una unidad transversal y abarcativa, a la que todos estamos llamados a integrar.
El camino hacia esta autonomía religiosa, sumado a una tendencia cultural globalista, impacta negativamente dentro de cada comunidad parroquial. El vínculo con Dios es reservado, diverso, hasta híbrido, con un desapego hacia las instituciones y una marcada divergencia religiosa que, en muchos casos, termina generando la convivencia de aspectos cristianos con otras conductas que, en realidad, no lo son. Sobre este suceso, la investigación también logró identificarlo de una manera empírica: “En años recientes, varios estudios revelaron las articulaciones del catolicismo con otras religiosidades en América Latina, sea por el pasaje de sus fieles a otros grupos, comunidades o confesiones, o por la adopción (sin mudanza religiosa necesariamente) de creencias y prácticas asociadas a expresiones no católicas”.
En la constitución dogmática Lumen Gentium, desarrollada en el marco del Concilio Vaticano II, se exhorta en su capítulo IV a que todos los fieles mantengan un comportamiento activo en su comunidad, ya sea a través de un movimiento o carisma determinado. Estamos llamados a manifestar nuestra fe en todos los ámbitos, como se nos recuerda, además, dentro de la Doctrina Social de la Iglesia.
Religión, sociedad y laicidad
Dejando de lado la distinción entre laicidad (autonomía del Estado respecto a las religiones, que implica neutralidad y respeto a la pluralidad de creencias) y laicismo (corriente en ocasiones hostil a la práctica religiosa, que procura eliminar las demostraciones públicas de los credos), existe una realidad incuestionable: revisar los orígenes del catolicismo en nuestro país es identificar la asociación estrecha que existía entre la fe y el sentir patriótico de la sociedad. Especialmente este año, bicentenario de la devoción a la Virgen de los Treinta y Tres, es un tema que todos los católicos tenemos presente.
También encontramos textos al respecto. Por ejemplo, en la obra El Uruguay Laico. Matrices y revisiones de 2014, escrita por Gerardo Caetano, Roger Gaymonat, Carolina Greising y Alejandro Sánchez, se detalla cómo la Iglesia Católica aparecía, por aquel entonces, vinculada con los grandes acontecimientos políticos de la época, además de contribuir con eficacia a la construcción del llamado sentimiento nacionalista.
Por consiguiente, esta asociación entre la devoción religiosa y el culto patriótico ocupaba un lugar central dentro de la cultura uruguaya: “Esta firme reivindicación de la religión como componente esencial del ser nacional, como pieza clave en el nacimiento y consolidación de la idea de patria, comenzaba entonces a hacerse cada vez más explícita e insistente. Pero fue con monseñor Soler que esta postulación y su base argumentativa asumieron su forma más elaborada”. Para los autores, el principal argumento era que, como el país había sido fundado bajo el signo del catolicismo, apartar la religión era negar los orígenes y la historia de nuestra propia tradición.
En los primeros años del siglo XX, el gobierno batllista de aquel entonces procuró suprimir esta situación. Una de las medidas fue la exigencia de una autorización oficial para poder utilizar el pabellón patrio y entonar el himno nacional, elementos que la Iglesia utilizaba con frecuencia en actos públicos y fechas patrias. Los años siguientes fueron de mucha controversia, y la disputa terminó por ingresar en el terreno político e ideológico, como también se aborda en el texto Católicos en la república laica. Uruguay 1916-1934, de Carolina Greising, presentado en la Universidad Católica en mayo del año pasado.

Una discusión vigente
Muchos habrán leído sobre las disputas secularizadoras que se vivieron durante la época de nuestro beato, Mons. Jacinto Vera. También en el ámbito educativo, área en la que se implementó un modelo laico absoluto desde 1909. Según señalan los ya citados autores, a partir de ese instante, hubo una búsqueda constante por excluir a la religión de cualquier lugar de visibilidad dentro de los programas de enseñanza.
El proceso de secularización conllevó que la religión quedara, progresivamente, relegada al ámbito privado y personal. De hecho, dentro del imaginario colectivo, se podría suponer que se tratara de un conflicto del pasado, o que las nuevas generaciones trajeron consigo nuevos aires de apertura y respeto. Pero la polémica surgida en torno a la colocación y posterior permanencia de la llamada “cruz de Tres Cruces” —en el marco de la visita de san Juan Pablo II a nuestro país— reavivó un debate que nunca dejó de estar presente.
Dentro de la investigación Fiestas orientales. Tradición y vanguardia, presentada en 2023 por el Centro de Estudios de la Realidad Económica y Social (CERES), se explicita que, ya durante el siglo XIX, no resulta común encontrar esculturas públicas de carácter religioso. También se detalla que algunos pocos casos que si existieron (o existen) “no suelen ser de carácter devocional, sino que tienen más bien un matiz laico”. Más allá de que el gobierno de turno autorizó la permanencia de la citada cruz, Uruguay atravesó un camino que, lenta pero inexorablemente, apartó a la religión de la esfera pública.

Laicidad, laicismo… ¿y libertad religiosa?
La discusión pública sobre la religión en Uruguay ha estado, por décadas, tensionada entre dos polos que pocas veces dialogan: laicidad y laicismo. Pero hay una tercera noción —quizá la más importante— que permanece en segundo plano, casi olvidada: la de libertad religiosa. ¿Es verdaderamente libre un creyente en Uruguay para expresar su fe en el espacio público? ¿Los católicos contamos con la misma legitimidad para expresar nuestra fe públicamente como otras manifestaciones sociales?
Según el padre Gabriel González Merlano, la pregunta clave no es si el Estado debe ser laico —dado que eso ya lo es por Constitución—, sino cómo se garantiza efectivamente la libertad religiosa en una sociedad plural. “La libertad religiosa constituye un derecho fundamental que no debe limitarse al fuero íntimo de la conciencia, sino que implica también su manifestación pública”, explica, para posteriormente hacer énfasis en que el verdadero sentido de la laicidad está en permitir esa libre expresión, no en restringirla.
“El gran problema que enfrentamos hoy en nuestras democracias liberales no es tanto la interferencia de la religión en el Estado, como lo era antaño, sino la exclusión de la religión del ámbito público (…) Discutimos mucho sobre la laicidad y no deja de ser un instrumento, un medio. No hay que darle tanta relevancia, sino preguntarnos cuál es su fin. Y es la vivencia más plena del derecho humano fundamental a la libertad religiosa. La importancia está en si vivimos en una sociedad que lo respete y promueva. No olvidemos que la misma constitución de la república pone primero la libertad religiosa y luego la laicidad”, detalla.
Al respecto, el cardenal Daniel Sturla declaró, el pasado martes 2 de setiembre, en una entrevista para el programa de streaming Dopamina, la necesidad de una práctica religiosa pública: “Estoy de acuerdo con la laicidad uruguaya. me siento identificado con la laicidad que tenemos. pero después está el gran lío, que es qué entendemos por laicidad. La separación de Iglesia y Estado está perfecta, eso no se discute. El tema es que la laicidad conlleva a que en el ámbito de la sociedad haya una pluralidad respetuosa, que no niega el espacio público que tienen los religiosos. Porque lo religioso, de por sí, es una manifestación pública”.
El arzobispo de Montevideo advierte de un malentendido ya instalado: la creencia de que lo religioso debe quedar confinado a la conciencia individual. “¿Cuál es el dogma del laicismo uruguayo malentendido? Lo religioso es tema de la conciencia individual, lo toleramos pero que no interfieran en espacios públicos. Eso no es realmente una sociedad plural. Seas del partido político, de la creencia o del club de fútbol que seas, lo manifestás públicamente y es parte de tu ser (…) Ese laicismo mal entendido nos ha hecho daño”, advirtió.
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2 Comments
Leandro, si te interesa conocer más respecto a cómo se aplica el art.8 sobre laicidad, en el Reglamento General de Convenios de Inau, ya que hay cientos de Convenios con instituciones religiosas, indaga en AUDEC sobre quejas que presentaron al Directorio de INAU y coloquiosxque mantuvieron. Y qué resultado tuvo eso.
Estimado Leandro, interesante la nota sobre laicidad. Un pequeño aporte, con un sustento poco riguroso ya que no me dedico a la historia, pero puede contribuir a una investigación de su parte. El primer escalón hacia la laicidad, allá por la década del 70 con J.P. Varela, estaba muy influido por D.F. Sarmiento y aquellas ideas traídas de Estados Unidos. Laicidad «tolerante» y que respetaba la libertad de culto y la pluralidad de creencia religiosa. Es desde principios del siglo XX que gira al laicismo (más afrancesado y con la impronta de J Batlle) que lleva a la situación actual, casi de intolerancia, que su nota resume muy bien. Cordiales saludos, Gustavo Licandro