Una capilla donde hay dos personas en la puerta que saludan con beso a cada uno de los que llegan. Donde los niños están tan cómodos en los brazos de su madre como en el de los de otras personas de la comunidad. Donde hay sillas de distintos tipos que ni así son suficientes, donde se escuchan las risas de algunos niños que quedaron afuera jugando. Una capilla así fue la elegida por el Cardenal Daniel Sturla para la celebración de la Misa de la Cena del Señor.
El templo está dedicado a San Francisco de Asís y es de dimensiones pequeñas. Está junto a la casa de Puntos Corazón, una comunidad misionera que se instaló en esa zona del barrio Lavalleja Sur, a una cuadra del Miguelete y a dos del Cementerio del Norte. Desde hace un par de años, también, es destino de las misiones de jóvenes organizadas por la Sociedad San Juan, lugar de bautismos multitudinarios. Y en setiembre comenzó a funcionar allí una Casa de la Palabra, lugar de encuentro semanal con Dios.
Todo esto da como resultado la existencia de una comunidad viva y agradecida, que este Jueves Santo agradeció verdaderamente la institución del sacerdocio y de la Eucaristía. Junto al Card. Daniel Sturla celebró el párroco de San José Esposo de María, William Bernasconi. Ambos estuvieron ayudados por Joaquín, seminarista de Montevideo.
La homilía fue muy catequética y explicativa. El Cardenal se refirió al valor de los sacrificios y al de Jesús, que fue de sí mismo, por amor y para toda la humanidad. “Nos dio su cuerpo y su sangre, se entregó por cada uno de nosotros”, subrayó, y luego de hacer una pausa reflexiva, invitó a todos a repetir una frase de San Pablo: “Él me amó y se entregó por mí”.
El Card. Sturla siguió en esta línea. “Dios se abaja, se achica. ¡Cuánto nos ama Dios!”, dijo entre admirado y preguntando, “¿cuánto me ama Dios!” Desde el fondo se escuchó que alguien espontáneamente respondió “mucho”.
Uno de los momentos más simbólicos de la Misa de esta tarde es el lavatorio de pies, que imita el gesto de servicio de Jesús con sus discípulos. Hombres y mujeres de distintas edades se acercaron al altar para que los lavaran, y la falta de espacio no fue impedimento para nada. Algunos curiosos también se acercaron para ver mejor, sacar fotos o hacer un video.
La Misa del Jueves Santo, que comienza en tono festivo, finaliza siempre en un clima de oración, ya en compañía de Jesús en el huerto. En la Capilla San Francisco se vivió igual: al terminar la celebración, hubo una breve procesión para trasladar a Jesús en la hostia. Con guitarra, todos cantaban “alabado sea el Santísimo Sacramento del altar”. Rodearon el templo y atrás, donde funciona un comedor, se instaló el “monumento” donde se guardaría el cuerpo de Cristo para la comunión del día siguiente.
Esta segunda capilla estaba casi a oscuras, con luz de velas en el centro -el sagrario-, donde además había arreglos de flores secas, panes y uvas. Las palabras del sacerdote y las canciones ayudaron a que todos pudieran rezar, acompañando a Jesús en su agonía.